“No sé qué voy a hacer sin el Ejército”
¿Cómo son los recuerdos de un soldado que ha pasado la mitad de su vida defendiendo al país en la selva del sur de Colombia?
Cortesía Alfonso Amézquita. Durante casi 20 años, Alfonso ha operado como soldado profesional en los batallones del sur de Colombia.
Alfonso Amézquita habla de lugares difíciles de ubicar en un mapa. Menciona caños y resguardos del Guaviare con propiedad, pero a la vez con nostalgia porque sabe que no volverá. La selva es su vida y ahora que está a pocos meses de pensionarse como soldado profesional, recuerda todo como una película que quisiera repetir.
“Antier me tocó soltar el arma para venir a esta entrevista –dijo–, pero no veo la hora de volver a la selva”. De frente, Alfonso no parece la persona que dicen que es. Su contextura es como la de un pescador: fibroso, delgado y con la piel ajada por el sol. Ni sus brazos ni sus piernas parecen las de un ametrallador del Ejército que ha pasado casi dos décadas combatiendo en el sur de Colombia.
Son pocos los soldados que deciden completar toda su carrera militar monte adentro. Para muchos la selva es sinónimo de enfermedades, sacrificio, aislamiento y muerte, para Alfonso, no es más que un hogar. “No conozco a nadie que haya durado 19 años como soldado en la selva”, afirma con cierto aire de orgullo. En sus recuerdos no solo están los encuentros con la muerte, el enemigo y la espesura de lugares exóticos sino la lealtad por un uniforme y el honor del deber cumplido.
Centro Nacional de Memoria Histórica: Por poco se tiene que cancelar esta conversación, ¿dónde estaba que le costó tanto llegar?
Alfonso Amézquita: en el Guaviare, corregimiento de El Capricho. Allá hay una zona veredal que se llama Colinas. Allá estoy desde noviembre de 2016.
CNMH: ¿Cómo logró salir de donde estaba para llegar hasta acá?
A. A.: Llegué anoche a Villavicencio como a las diez, pero pensé que no lo iba a lograr. No es sencillo salir de la zona. Nunca lo ha sido.
CNMH: ¿Qué le toca hacer?
A. A.: Seguridad perimétrica a la zona veredal. El Ejército es el encargado de cuidar a los ex guerrilleros de las FARC.
CNMH: ¿Qué tan metida en la selva está esa zona?
A. A.: Muy metida. Por eso casi no salgo de allá. De milagro estamos acá, conversando. Mire: fueron dos horas por carretera destapada hasta San José del Guaviare y luego siete horas más hasta Villavicencio, porque el río se comió un pedazo de la carretera.
CNMH: Pero eso de estar tan adentro de la selva no debe ser extraño para usted…
A. A.: No, no lo es. Yo llevo 18 años y medio en la selva. Nunca he querido pedir traslado o la baja (el retiro). Y de esos casi 19 años, 16 han sido en la selva, selva. Es decir, antes de 2002, los combates con la guerrilla eran en las veredas apartadas o en pueblos como Acacías (Meta) –a mí me tocaron varios combates allá–; pero después de ese año hubo mucha presión hacia ellos y les tocó meterse monte adentro. Esa sí que fue la guerra dura.
CNMH: ¿Por qué? ¿Qué quiere decir usted con “guerra dura”?
A. A.: Imagínese esto, meterse a la selva es abrir trocha y monte a punta de peinilla y hacha pensando dónde está el enemigo, pensando que en cualquier momento lo pueden matar o caer en una mina. Guerra dura por las condiciones mismas de la selva, porque no siempre puede llegar el helicóptero con el abastecimiento, porque es más fácil enfermarse, porque no hay señal de celular, porque la mayor parte del tiempo estás húmedo.
CNMH: ¿Cuál ha sido la zona más dura donde le ha tocado combatir?
A. A.: La más dura fue la Zona de Despeje o El Caguán. No lo digo yo únicamente, eso se lo puede decir cualquier soldado que le haya tocado combatir allá. Es que imagínese, toda esa zona del Meta y Caquetá era de la guerrilla, era la casa de ellos y en 2002 nos dicen los superiores: “Vayan y recuperen la zona”. Eso era como metérmele a su casa para pegarle o matarlo. Ellos conocían cada camino, cada montaña y cada potrero como la palma de su mano. Yo entré allá a finales de 2002 pero en total entramos 25 unidades. Duré cinco meses. Vea, era tan duro que, sin mentirle, cada tres días había combate para todo el mundo. Nunca vi tanto muerto en mi vida.
CNMH: ¿Alguna vez sintió miedo?
A. A.: Yo no me las voy a dar de macho, pero le puedo asegurar que nunca he sentido miedo, ni en la Zona de Despeje ni en ningún otro lado.
CNMH: El Caguán fue la zona más dura, pero ¿cuál ha sido el combate donde usted se ha sentido más cerca de la muerte?
A. A.: Mi combate más fuerte fue por acá, en El Meta, en Puerto Rico, en plena selva. Todo comenzó a las cinco cuarenta de la mañana y duró como dos horas. Éramos 30 militares contra 292 guerrilleros y tan solo a quince metros de distancia, pero llenos de arbustos muy espesos… yo sé que es difícil de creer pero ese combate es famoso porque no nos mataron a ninguno de nuestros hombres y solo nos hirieron a 18 manes. Ellos perdieron 40.
La estrategia de ellos era repartirse en el terreno de tal forma que un grupo más alejado gritaba: “Los copamos, entréguense”; pero lo hacen para atacarnos por otro lado y darnos a entender que eran demasiados. Ellos estaban acostados allá, a 15 metros de nosotros y nos lanzaban granadas y disparaban. Recuerdo que ese día yo combatí arrodillado y les gritaba a mis compañeros: “Disparen, disparen, no dejen de disparar”. Yo siempre he sido el ametrallador y como me veían ahí firme sin rendirme, ellos seguían y no se movían. Ninguno salió a correr. Todo paró cuando escuchamos al comandante de ellos decir: “Hagamos la retirada porque se nos está acabando la munición”.
CNMH: Usted tiene razón, es difícil de creer que no haya muerto ni un soldado o que a usted no le haya pasado absolutamente nada.
A. A.: Yo siento que el arma me protege, mi ametralladora nunca me ha dejado tirado y el poder del fuego también es determinante en un combate.
CNMH: Varios compañeros suyos me contaron que usted está rezado y que por eso no le ha pasado nada en casi 20 años como soldado en la selva.
A. A.: (Risas). Eso es mentira. Mi único agüero es ponerme el buso al revés. Siempre, desde que entré al Ejército, me lo pongo al revés. Además, yo ando mucho con mi Dios, mi papá y mi hermano. A mí me ayudan mis familiares muertos porque me avisan antes de darme plomo. Yo sí siento que hay alguien supremo que existe o cómo me explica usted que ese día en Puerto Rico no me haya pasado nada.
Cortesía Alfonso Amézquita. Durante casi todos sus años en el Ejército, Alfonso ha sido el encargado de manejar la metralleta.
CNMH: ¿Cuándo murieron su papá y su hermano?
A. A.: A mi papá lo mató la guerrilla en la selva cuando yo tenía 13 años de edad; a mi hermano también, pero yo no guardo ningún sentimiento de venganza por eso. ¿Que si me gustaría que estuvieran vivos? Claro, pero ya no están y eso lo entendí desde muy joven. Los recuerdo con amor y sé que me protegen, pero no más, no me pongo sentimental con eso.
CNMH: Hábleme un poco de su familia, ¿su mamá está viva? ¿Tiene hijos y esposa?
A. A.: Mi mamá está viva y tiene 80 años. Soy separado y tengo un hijo de 10 años que vive en Medellín.
CNMH: Da la sensación de que la guerra lo ha hecho un hombre solitario.
A. A.: Yo soy muy aislado. Yo me crie solo y en la selva del Guaviare. Sencillamente es mi forma de ser. Soy concentrado en mi trabajo y lo hago lo mejor que puedo. Eso no significa que yo sea egoísta y mala clase. Durante todos estos años siempre he enseñado lo que yo sé a mis compañeros.
CNMH: ¿La guerra le ha arrebatado amigos soldados?
A. A.: Me mataron un amigo, pero debo reconocer que no soy el hombre más compasivo. Me dio tristeza sobre todo por su familia, pero he aprendido a ser fuerte, la vida sigue. Soy consciente de que la muerte nos ronda todos los días y que mañana puedo morir yo, pero ¿quiere que le diga algo? Moriría contento porque he hecho mi trabajo de manera correcta.
CNMH: ¿Qué le deja la guerra después de enfrentarla, cara a cara, durante 19 años?
A. A.: Me ha dejado la naturaleza, conocer partes de Colombia que la mayoría de los colombianos no conoce. Aprendí a querer las plantas y a los animales. Ellos son el 80 por ciento de la vida militar, son tu comida, tu agua, tu cama, tu protección. La naturaleza lo es todo para un soldado.
CNMH: ¿Y qué le deja la vida militar?
A. A.: Toda mi juventud la gasté allá y no me arrepiento. Me cambió la vida económicamente porque pude hacer mi casa y nunca me ha faltado nada. Me dejó la disciplina, el honor por defender a mí país y el respeto. Me siento bien con mi país porque sé que aporté mi grano de arena por terminar el conflicto armado. Siento que lo di todo. Me voy contento porque fui correcto como soldado.
CNMH: ¿Se siente orgulloso de haber estado casi dos décadas en la selva como soldado profesional?
A. A.: La gente habla por uno y sabe lo que yo he sido para el Ejército. Mi orgullo es haber estado en un cuadro de honor durante seis meses en la brigada de la selva. Yo fui el mejor y eso me llena el corazón. Para mí, eso vale más que las ocho medallas que tengo en mi casa.
CNMH: ¿Qué es lo que más va a extrañar una vez se pensione en unos meses?
A. A.: Los ríos en la selva. Yo nací en San José del Guaviare. Pero me criaron en un caño que se llama Caño Araguato, allá vi por primera vez a la guerrilla, en plena selva y ¿sabe? Conozco casi todo el Meta y todo el Guaviare, pero nunca volví a ese lugar. Allá me criaron hasta los 7 años y quiero volver. Quiero ver qué pasó con mi casa.
CNMH: ¿Qué va a pasar con usted después de enero cuando se pensione?
A. A.: Ni idea. (Risas).
CNMH: Será una nueva vida fuera de la selva y sin armas.
A. A.: Eso es lo que he venido pensando estos últimos meses allá en la selva, ¿qué voy a hacer? ¿Qué voy a hacer con mi vida? Algo se me ocurrirá, pero en este momento le digo, no sé qué voy a hacer sin la selva y sin el Ejército. Esta es mi vida.