La guerra escondida
Minas Antipersonal y Remanentes
Explosivos en Colombia
Explosivos en Colombia
Desde 1990 y hasta el 31 de marzo de 2017 la Dirección para la Acción Integral Contra Minas Antipersonal registró un total de 11.481 víctimas de MAP y REG, de las cuales 7.028 son de la Fuerza Pública y 4.453, civiles. Sin embargo las dimensiones, características, efectos colaterales y las muy diversas expresiones del daño que ocasionan, continúan siendo ignorados.
Jody Williams - Nobel de Paz
A finales de 1991 me preguntaron si aceptaría el reto de crear una campaña desde la sociedad civil para presionar a los gobiernos a que prohibieran las Minas Antipersonal. En aquel momento mis primeros pensamientos fueron “¿Por qué las Minas Antipersonal? ¿Por qué no las armas nucleares?” Todo el mundo reconoce que las armas nucleares son una amenaza a la existencia de la humanidad, pero ¿las Minas Antipersonal?
Había conocido a personas heridas por Minas Antipersonal durante mis años de trabajo en El Salvador y en Nicaragua, así como víctimas afectadas por otras armas y otras tácticas de guerra. A mi modo de ver, las Minas Antipersonal no se habían destacado como armas particularmente perniciosas.
Sin embargo –como lo delinea clara y vivamente este informe– solamente se necesitan unos minutos de explicación para entender claramente la diferencia entre las armas de fuego, por ejemplo, y las Minas Antipersonal. Una guerra se termina y las armas dejan el campo de batalla con los combatientes. Las Minas Antipersonal no. Ellas permanecen donde fueron instaladas y continúan cobrando vidas y extremidades por décadas después de la terminación de un conflicto.
Las Minas Antipersonal han sido nombradas de diferentes formas. Soldados eternos. Semillas mortales. Armas de destrucción masiva a cámara lenta. Como lo indica claramente este informe, son todo lo anterior y aún más. Las Minas Antipersonal son armas de terror, fueron diseñadas para mutilar un enemigo y causar pánico entre los combatientes que lo rodean. Normalmente, las lesiones causadas por estas armas requieren más atención médica, más transfusiones de sangre y más rehabilitación después de cirugías que otras heridas causadas por otros tipos de armas. En otras palabras, los combatientes heridos por Minas Antipersonal pueden superar la capacidad de un sistema logístico militar.
Donde las Minas Antipersonal han sido usadas de manera extensiva, especialmente en zonas rurales pobres como es el caso de Colombia, la devastación puede ser difícil de imaginar. Con frecuencia, las personas heridas por minas tienen extremas dificultades incluso en obtener atención médica, y si lo logran, los servicios médicos ofrecidos son muy limitados. Las víctimas de Minas Antipersonal requieren generalmente de toda una vida de cuidados que pone aún más cargas sobre familias que tienen muy poco.
Las Minas Antipersonal pueden igualmente generar grandes extensiones de zonas “prohibidas” pues las personas no tienen certeza de dónde pueden estar y no se atreven a usar el territorio. La tierra sin uso productivo puede paralizar a las comunidades y tener un impacto negativo en el desarrollo de las áreas que estén minadas o que se teme que estén minadas.
Este informe cubre todos estos aspectos sobre el impacto de las Minas Antipersonal en los individuos, sus familias, las comunidades enteras y regiones que están plagadas de estos asesinos indiscriminados. Registra la historia de esta horrible arma en Colombia y la cuenta a través de los relatos de algunas de las personas sobrevivientes.
La tierra, una
herida por sanar
Los Awá son un pueblo que habita en las montañas del sur de Colombia y del norte de Ecuador, una zona disputada por los grupos armados. Por eso allí, en el departamento de Nariño, se valieron del uso de minas antipersonal para ganar control sobre ese territorio.
Para los pueblos indígenas de Colombia, la relación con el territorio se da en medio de una dimensión espiritual que determina, en gran forma, sus relaciones sociales y su forma de vida. Para ellos, la guerra, el uso de las armas, la violencia y el despojo de tierra ha afectado también el equilibrio del territorio.
Los Awá son el pueblo indígena más afectado por las minas antipersonal. El 42% del total de personas víctimas indígenas en Colombia son Awá. Y, sin embargo, a pesar de las afectaciones en los seres humanos, las autoridades indígenas reflexionan y buscan, sobre todo, sanar el territorio, pues permite que las comunidades puedan sanar las heridas y afectaciones que, a largo plazo, deja la guerra.
Fuente: Elaboración propia a partir de datos de DAICMA
Un gobernador del pueblo Awá en Nariño lo explica: “Si los armados siembran una mina cerca de un río o andan armados cerca de un río, los espíritus pasan por ahí, y como son celosos, saben que hay algo ahí que no debería estar, y por eso es que surgen las enfermedades en la comunidad”.
Acercarse a las víctimas de minas antipersonal que hacen parte de pueblos indígenas es importante pues ayuda a entender una parte muy importante de las afectaciones que estos artefactos han causado en los territorios. Además de los Awá, los Nasa constituyen el 19% de los indígenas que han padecido las minas. Después de ellos, están los Jiw, los Emberá y los Pastos. Todos coinciden en que en esta nueva etapa que vive Colombia, para sanar es importante curar el territorio; por eso, para ellos el desminado es prioritario si no se quiere seguir para siempre ahondando en las heridas del conflicto armado.
La valentía
de Juanda
Juan David, de 13 años, fue de los pocos que llegó esa mañana con la tarea hecha: sobre un cordel que les habían entregado el día anterior, debía hacer nudos que significaran momentos importantes en su vida. Las historias representadas en los cordeles de sus compañeros del taller, niños y jóvenes que entre 9 y 13 años, eran recuerdos de su primer día de colegio, fiestas familiares importantes, graduaciones de preescolar.
Juanda, como le dicen sus amigos, anudó la cuerda cinco veces, recordando cinco momentos importantes de su vida: cuando entró a preescolar y terminó el jardín; cuando entró al colegio y se graduó de quinto de primaria. Y cuando, a los 11 años, sobrevivió a una mina antipersonal.
La familia de Juanda vive en Briceño, Antioquia, el departamento con más minas antipersonal y remanentes explosivos. La guerra llegó a la zona y se degradó a tal punto, que sin importar la presencia de civiles, los grupos armados ilegales, instalaron artefactos de este tipo para debilitar a las Fuerzas Militares en la región.
De hecho, en el atentado al que sobrevivió Juan David fueron dos soldados los que activaron el artefacto mientras caminaban a menos de 100 metros de la casa de su familia. En ese momento él tenía 11 años e iba caminando con su sobrinito, Brayan que tenía 5 años. Los dos soldados murieron de inmediato, y Brayan quedó gravemente herido.
En medio del aturdimiento, producido por la explosión, Juan David no sintió más que un ardor en el oído por una esquirla que lo alcanzó. Lo que le preocupaba en ese momento era que nadie se atrevía a recoger a Brayan, pues usualmente cuando alguien caía en una mina, era probable que se activaran otras que estaban cerca. Fue Juanda, con una gran valentía y guiado por el amor que sentía por Brayan, quien pudo sacarlo y lo cargó por el camino hasta llevarlo a un lugar seguro donde pudiera ser atendido.
“Él estaba como muerto, tenía la nariz de un pedacito y lo único que hacía era como tratar de arrancarse eso, como con ese desespero. Le hicieron como cuatro cirugías en las piernas, en los oídos, pero se recuperó rápido”, recuerda Luis Carlos. Él piensa que no le pasó nada pues su oído y su sentido de la escuha no se vieron afectados en el largo plazo. Sin embargo, hace parte del 30% de víctimas civiles menores de edad que quedan marcados con un recuerdo por haber sentido la muerte tan cercana, y como pocos, haber sobrevivido.
Juanda sigue viviendo a menos de 100 metros de don ocurrió el accidente, y sin embargo no siente miedo. Dice que la zona ya es muy segura. Sin embargo el reto, una vez firmados los acuerdos de La Habana, es que cualquier niño pueda recorrer tranquilo el camino de su casa al colegio sin que su curiosidad, al querer jugar con objetos en el camino o desviarse para divertirse, le cueste la vida.
María Dolores, sin
titubear: sobreviviente
María Dolores nació en 1951 en Cocorná. Recuerda su infancia con mucho anhelo y cariño. El territorio era relativamente tranquilo, pero Los Pájaros ya andaban rondando la zona. Allí se casó con Francisco y tuvo a sus hijos, entre ellos a Luz Mabel. Se dedicó, junto a su familia, a la siembra de plátano, café, frutales y hortalizas en una finca propia. Esta labor les daba suficiente para vivir, ahorrar y dar trabajo a vecinos y amigos. También tenían un puesto de fritos en el pueblo. Pero esta forma de vida no les duró para siempre.
María Dolores nunca oyó hablar de las minas antipersonal en Cocorná hasta que esta realidad la tocó a ella directamente. Cuando ocurrió el hecho, el 6 de agosto de 2002 en un camino que llevaba a la escuela, se vio obligada a desplazarse por segunda vez y lo perdió todo. La primera vez los paramilitares fueron los causantes.
Íbamos [Luz Mabel, Francisco y yo] a una novena donde una señora que había fallecido, donde una vecina, y no pudimos llegar.
El camino era muy estrecho y viejo, y por allí caminaban los niños todos los días para llegar a la escuela. Ese día, el perro los acompañaba y fue él quien pisó la mina.
Ella [Luz Mabel] me llevaba de la mano. Cuando yo empecé a despertar, porque uno pierde el conocimiento, le dije a ella que me diera la mano (…). Yo le pregunté por el papá cuando desperté, que dónde está su papá y ella me dijo que estaba muerto. (…) Yo no veía nada (…). Y llegamos donde Aracely.
A Francisco tuvieron que dejarlo ahí.
Tocaba (…). Pero yo era con un desaliento (…). Ella [Aracely] nos llevó hasta la autopista.
Un muchacho las ayudó un poco más tarde a volver por Francisco. Francisco, Luz Mabel y María Dolores se subieron a un carrito que los llevaría al hospital más cercano.
Mandaron fue un carrito de Cocorná porque no había ambulancia, como que estaba varada (…). Y luego por allá se encontraron, después de que dijeron que no, una ambulancia de Puerto Boyacá y entonces nos bajaron y nos pasaron ahí (…). [Francisco] iba lo mismo, inconsciente (…). [Íbamos] hacia Santuario (…). Y en Santuario nos remitieron a ella y a mí para Cocorná, yo no sé por qué. Y dijeron que el señor estaba muy mal y que ellos no podían hacer nada. Lo mandaron para Rionegro, allá mismo le hicieron cirugía, siguió muy mal, muy mal. Ya un hijo que trabajaba, que había salido del estudio y estaba trabajando en la costa, se vino y ya estaba allá con él y de ver que él era tan enfermo, que como que hacían muy poco por él, no sé, dijo que no le fueran a dejar morir al papá, que se lo trasladaran para donde fuera, que para Medellín que podía haber más recursos. Entonces siempre ya con tanta acosadera lo mandaron para Medellín, pero vea a Medellín llegó casi muerto.
Mientras tanto, a Luz Mabel la atendieron en Cocorná y fue dada de alta al día siguiente. A María Dolores la llevaron a Medellín en ambulancia. Y, según cuenta, en la capital de Antioquia atendieron mejor a Francisco.
Dijeron que iban a ver qué podían hacer por él, pero que él prácticamente estaba era ya ido. (…) Pero le hicieron una cirugía y gracias a Dios. Yo lo encomendaba mucho a diosito y toda la familia y vea... lo salvaron. Estuvo en cuidados intensivos como dos meses. Y finalmente pudo salir. Él era todo quemado, cuando yo lo veía... cuando yo lo pude ver, no tenía ni pestañas, ni cejas, ni cabello.
María Dolores quedó afectada de los oídos y los ojos.
Pero especialmente por la derecha es que yo no veo casi.
Francisco, por su parte, perdió un oído.
El abdomen lo tiene muy... tiene una hernia debido a eso, se le salió aquí y tiene que mantenerse con una faja. Y así... eso mantiene muy aburrido porque de todas formas a él le toca trabajar para podernos sostener porque los hijos sí nos colaboran algo, pero como tienen sus obligaciones.
Desde entonces María Dolores se considera a sí misma como una persona en condición de discapacidad.
Luz Mabel, Francisco y María Dolores no solo fueron los primeros en caer en una mina en Cocorná, fueron los únicos.
Minas se han encontrado, pero gracias a Dios nadie más ha caído en eso ni nada (…).
Esa escuela se cerró mucho tiempo debido a eso (…). Y hasta hace por ahí unos 2, 3, qué sé yo, unos 4 años… un niño encontró una cerquita de la escuela. Por ahí jugando encontró un carro de esos amarillos donde vendían melaza hace tiempo para el ganado. Y llegó y lo llevó allá a la escuela donde los otros niños y dijo que qué sería eso. Y entonces ahí mismo le dijeron que no fuera a tocar eso. Llamaron al Ejército y ahí mismo dijeron que era una mina con mucha carga.
María Dolores cuenta que pasó mucho tiempo antes de que decidieran volver.
Nosotros no queríamos ni volver, yo no me acuerdo cuánto nos demoramos para volver. Luego ya yo hablé con unos militares, pasaban por ahí por la casa. Yo les dije que a mí me daba mucho miedo (…). Y ellos decían que no, que tranquila, que después de que a nosotros nos pasó eso encontraron por ahí dizque unas 5. Pero ellos dicen que posiblemente por ahí en ese monte hay más (…). Y ya nosotros nos tranquilizamos tanto que nosotros ya pasamos por ahí.
Después de que las minas afectaron a Cocorná, María Dolores cuenta que las cosas cambiaron.
Imagínese que ahora en estos momentos ya casi no encuentra uno quién le ayude en la finca porque toda la gente se fue. Todos quieren vivir es del negocio. Produce menos la finca. Por una parte, uno no tiene capital, y por otra, no encuentra casi trabajadores. Cuando uno tiene forma de pagar un trabajador, va a buscarlo y no lo encuentra (…). De más que debido al desplazamiento, se organizaron, hicieron negocio y ya se quedaron.
Sin embargo, afirma, ya hay más tranquilidad y, aunque no se ha hecho aún el desminado humanitario, sí se está desminando.
Por ahora, su deseo es que ella y su familia puedan vivir tranquilos y que Francisco reciba una pensión.
María Dolores se considera una víctima del conflicto debido a su discapacidad, pero también una sobreviviente, pues sobrevivió a una muerte segura. Cuando se le pregunta cómo prefiere que la llamen, ella dice sin titubear: sobreviviente.
Christian
“Yo no soy explosivista”
*Nombres cambiados por protección de la fuente.
La infancia de Christian no fue fácil. Creció junto a sus cuatro hermanos, pero el mayor se fue de la casa muy pronto. Tenía muy poco tiempo para estudiar, pues la mayor parte del día se debía dedicar a ayudar a su papá en el trabajo: buscar oro.
Cuando se acercaba a la adolescencia, él y su familia se mudaron para Medellín.
El poco tiempo que estudiábamos y ya el resto no la pasábamos era pa arriba y pa abajo en la calle. Entonces mi papá nos maltrataba mucho y entonces nosotros ya decidimos irnos de la casa.
Él y sus hermanos se fueron entonces para el pueblo donde habían nacido. Allá Christian vivió un tiempo con su tío, pero luego decidió mudarse con unos amigos. Conoció a una mujer y se enamoró, pero ella no le hacía caso.
La mayoría de ellos de allá trabajan pues con la guerrilla y empezaron pues a hablarme, a decirme cosas, y yo “que no, que no, que no”. Ya a lo último, pues de aburrido porque la muchacha no me paraba bolas, les dije que sí. Y esa fue la última palabra (…).
Y así fue como Christian, a los 14 años de edad, ingresó a las filas de un grupo armado ilegal colombiano. Ese “sí” le duraría 6 años, tiempo que hizo parte de la guerrilla como militante raso.
Cuenta Christian que dentro de este grupo armado las tareas asignadas eran una orden, una obligación. A pesar de que trató de negarse, a él le tocó aprender a poner minas antipersonal.
A mí me enseñaron cosas básicas que eran solamente como quebrapatas y cazabobos. (…). Son las más sencillas y las más utilizadas en el campo.
A los 20 años se fue con un grupo de expedición. La misión: reforzar a unos compañeros que habían sido emboscado por el ejército. Entrada la noche, el jefe lo llamó a él y a 12 de sus compañeros y preguntó: “¿Quién es explosivista?” Nadie alzó la mano. Preguntó entonces: “¿Quién es zapador?” Christian se mantuvo en su lugar. El jefe entonces se fue a consultar con el comandante y regresó minutos después.
Entonces vino el mismo jefe, pues, de la escuadra y me dijo: “usted es explosivista” y yo le dije: “yo no soy explosivista”. “¿Cómo que no si a usted le dieron el curso?” y yo: “sí, a mí me dieron el curso, pero yo no soy explosivista”. Entonces ya me mandó a llamar el comandante mayor. Me dijo: “Hombre, pero es que ¿cómo así que preguntan que quién es explosivista y usted no dice nada?” Y yo: “Camarada, es que yo no soy explosivista. A mí me dieron la teoría, pero yo no tengo ninguna práctica”. “Bueno, aquí tiene la oportunidad de hacer la práctica. Reclame las minas”. Me tocó reclamar las minas (...).
Al día siguiente, cerca de las 6 de la tarde, el comandante le pidió a Christian poner una mina.
Entonces me fui y puse un tarro pa’ un lado de un camino y lo armé. Enseguida bajé y puse otro tarro en otro lado del camino y lo armé. Y enseguida me fui a poner el quiebrapatas… y él me desarmó (…). En una de esas tres que armé, en la última quedé yo y en la primera cayó uno de nosotros mismos.
Sus compañeros inmediatamente fueron a auxiliarlo. Christian solo les pedía que le hablaran.
Yo no me aguantaba el dolor y yo tenía mi arma en la espalda pero no…no tenía con qué cogerla, yo sabía que estaba ahí, pero yo intentaba agarrarla y solo sentía dolor…y solo veía reflejos de luz porque tenía los ojos totalmente cubierto de tierra. Y yo les decía a ellos “mátenme”, pero las personas que estaban conmigo eran mis amigos y ellos decían que no, que si me mataban a mí era como matar a un hermano. Y me atendieron, me llevaron en manga, estuvieron cargando ocho días conmigo en manga hasta un lugar donde me podían dejar, donde me pudieran atender. Y ya después de eso yo no supe más de participar en actividades de esa clase.
Decidió desmovilizarse en 2007. Su mayor motivo: la familia.
Yo al año que me fui para allá perdí contacto totalmente de ellos y jamás volví a saber de ellos.
Fuente: elaboración propia apartir de datos de DAICMA.
Un día un jefe lo envió a hacer unas vueltas con dos compañeros más. Uno de sus compañeros llevaba radio y celular. Luego de un par de averiguaciones, Christian pudo ubicar a su madre: trabajaba en la alcaldía del pueblo. Su compañero, no sin antes hacerle algunas advertencias, le permitió llamar.
Estuvimos hablando mucho rato y ya mi hermanita, una niña que cuando yo me fui estaba bebé, (…) me habló y me dijo que cuándo iba a ir, que me quería conocer. Entonces a eso mí me llegó… Y entonces ahí mismo le dije yo “no mi amor, estos días voy. Yo le voy a pedir permiso al patrón y estos días voy”. Entonces ya mi mamá me dijo “¿usted dónde está pues?” y le dije “Yo estoy trabajando en Risaralda en una finca”.
Christian mintió… estaba muy cerca de Medellín. Desde ese momento, sin embargo, empezó a pensar en todas las formas posibles para poder salirse de la guerrilla. Cuando bajó con sus dos compañeros del monte y llegaron a un camino era cerca de la 1:00 p.m. Christian les dijo que iba a explorar el camino más adelante mientras ellos adelantaban la comida.
Yo salí despacio hasta donde ellos me veían, pero ya cuando perdí la vista pues de ellos, salí corriendo y corrí hasta que ya yo veía que no me podían alcanzar.
Preso de miedo de que la guerrilla lo fuera a agarrar, tuvo que caminar poco más de 6 horas. Además, no tuvo más opción que vender un reloj y un anillo que llevaba encima por 12.000 pesos para poder pagar el pasaje a Medellín. Al llegar a la capital antioqueña se sintió más seguro y se decidió a llamar a su mamá para pedirle que pasara por él. Su mamá fue por él sin pensarlo dos veces.
No reconocí a mi papá, ni él tampoco a mí (…). Lo reconocí por el bigote (…). Ya le hablé, él se quedó así mirándome y me abrazó (…). Todos me abrazaron llorando.
Tres días después, Christian se entregó a las autoridades.
Christian ahora vive solo. Está estudiando un técnico en mercadeo y el resto del tiempo trabaja vendiendo mercancías en su moto.
Soy mejor conductor que cualquiera.
Tiene una hija de 5 años y buenos amigos. Desde que se desmovilizó pasó por un periodo de rehabilitación y recibió apoyo psicosocial. En un futuro no muy lejano quiere montar una distribuidora de repuestos para motos.