Por Alejandro Calle
Periodista, Gobernación de Antioquia
La mirada fija en los retratos de quienes ya no caminan las calles de Pueblo Bello, refleja el dolor que se niega abandonar la memoria de Enaida Gutiérrez. A sus 50 años, esta mujer ha sido testigo de las cuatro masacres que las Farc y los paramilitares perpetraron en este pequeño poblado del municipio de Turbo, en el Urabá antioqueño.
Mientras busca las fotografía de sus familiares en ‘el árbol de la vida’ instalado en el centro social Remanso de Paz, inicia el relato de su tragedia. Entrada la noche del domingo 14 de enero de 1990, Los Tangueros, un cuartel de 60 hombres de las Autodefensas Unidas de Colombia y comandado por Fidel Castaño, llegó al caserío para vengar el robo, semanas antes, de 43 reses por parte de la guerrilla.
Para Castaño los habitantes fueron autores o cómplices del robo, según él, porque los animales habrían sido transportados a través de este poblado hacia otra localidad. “Llegaron y sacaron a todos los hombres de las casas y se llevaron amordazados a 43, uno por cada res. Entre ellos, había dos tíos y dos primos. Nunca regresaron”, relató Enaida.
A partir de allí, la comunidad y diferentes organismos insistieron en la necesidad de que la Fuerza Pública llegara a la zona para evitar nuevas masacres, pero el llamado nunca fue atendido. Por el contrario, fueron los paramilitares quienes se instalaron allí, imponiendo su control y autoridad.
Cinco años después, el 28 de mayo de 1995, llegaron 20 integrantes de las Autodefensas Campesinas de Córdoba y Urabá, quienes asesinaron a siete personas al acusarlas de ser auxiliares de la guerrilla.
Pero la tragedia no terminó allí. En la madrugada del 5 de mayo de 1996, unos 160 hombres de los frentes 5 y 58 de las Farc se tomaron el corregimiento, acusaron a sus pobladores de paramilitares, incineraron algunos locales y asesinaron a nueve personas. Entre las víctimas se encontraba el dueño de la única farmacia de Pueblo Bello, Humberto Ramos de 70 años, y su esposa Aura Castro de 68.
“Ellos no se metían con nadie, solo atendían a los soldados enfermos o heridos, pero los guerrilleros los sacaron de la farmacia y los mataron al frente de la Virgen que está en la esquina”, relató.
En junio de 1999, cuenta Enaida, que de nuevo hombres de las Farc ingresaron al único billar del poblado, se hicieron pasar por soldados y asesinaron a cinco personas, entre ellas a su hermano Álvaro. Ni el Ejército ni la Policía hacían presencia pese a las constantes incursiones de los grupos armados ilegales. La tragedia y el dolor se negaban abandonar Pueblo Bello.
Según una sentencia de la Corte Interamericana de Derechos Humanos, el Estado "no adoptó las previsiones razonables para controlar las rutas disponibles en la zona", lo cual resultó en la violación a los derechos a la vida, la integridad personal y la libertad de las personas desaparecidas y asesinadas del corregimiento.
Y además el Centro Nacional de Memoria Histórica indicó que los diferentes grupos armados ilegales cometieron en el Urabá 103 masacres entre 1988 y 2002, 13 de las cuales presentaron signos de sevicia, es decir, los paramilitares o guerrilleros torturaron a sus víctimas antes de darles muerte.
El temor a ser asesinados en cualquier momento, obligó a Enaida a meterse campo adentro con su hermana y tres hijos. Armaron una pequeña carpa y allí permanecieron seis meses; 180 días con sus noches, huyéndole a la muerte. “Mi hermana y yo nos turnábamos para cuidar el campamento, mientras los niños dormían. Fue muy difícil, no comíamos ni dormíamos bien, pero el miedo era más grande que el hambre”, confesó.
Solo hasta el 17 de julio de 2006, más de 16 años después de la primera masacre, llegó la Policía y el Ejército a Pueblo Bello. La fecha la recuerda muy bien Enaida, que aunque con molestia por la tardanza, aseguró que a partir de allí las cosas cambiaron en algo.
Para llegar hasta Pueblo Bello por carretera, se debe cruzar la vía El Tres, la cual pese a que está rodeada de grandes cultivos de plátano solo hasta ahora está siendo intervenida, dentro del plan de mejoramiento de carreteras de la Gobernación de Antioquia. Tras unos 40 minutos de viaje, aparecen las primeras casas, los militares, la escuela y un mural en homenaje a las 43 víctimas de la primera masacre.
Los 35 grados centígrados de temperatura y la humedad propia de la región bananera, contrastan con una llamativa tranquilidad. De su única vía pavimentada se desprenden pequeñas calles de tierra naranjada, rodeadas de sus pocas casas con fachadas de color claro y jardines colgantes. Algunas, con hamacas en sus corredores.
Luego de cruzar los viejos salones, el nuevo bloque del colegio y la cancha, aparece Remanso de Paz, la estructura más moderna del poblado, luego de que la misma comunidad pidiera su construcción en 2012 y fuera priorizada por la Ruta de Atención Integral, programa a poblaciones víctimas del conflicto armado de la administración departamental. Fue inaugurado el 26 de enero de 2015 para que “la gente se reencuentre y vuelva la esperanza a Pueblo Bello”, según la administración departamental.
Al interior, una inmensa colcha de retazos de siete metros de ancho por tres metros de alto, y elaborada por pobladores de ocho veredas, da cuenta de la historia y el dolor de una comunidad que busca dejar a un lado la tragedia de la guerra pero sin olvidar a sus víctimas. En una de las salas de la edificación, Angy Buendía, una joven de 17 años, exponía los programas que allí se desarrollan para los jóvenes, pero al recordar las historias que escuchaba de su abuela, no pudo detener las lágrimas. “Es muy duro saber por todo lo que tuvo que pasar mi familia y mis vecinos, pero hoy la historia es diferente. En Pueblo Bello todos queremos dejar el dolor a un lado, aprovechar las oportunidades de estudio y mejorar nuestra calidad”.
Desde su puesta en funcionamiento, el Centro Social Remanso de Paz se ha convertido en el epicentro de la construcción de memoria histórica de Pueblo Bello en Turbo, pero también de diferentes procesos sociales y comunitarios de esta pequeña población que en el pasado fue víctima del conflicto armado.
En tan solo nueve meses de abrir sus puertas, Remanso de Paz ha recibido cerca de 170 encuentros comunitarios y de formación con la participación de aproximadamente de más de 1800 visitantes Ferias de servicios, talleres de acompañamiento psicosocial, programas de atención a víctimas, talleres de artes y fotografía, entre otros, han sido algunos de los programas que se han desarrollado en esta nueva infraestructura que transformó la vida de este corregimiento.
Tras un diagnóstico donde se identificó la alta afectación psicosocial, desconfianza en el Estado, la poca oferta estatal, la ausencia de espacios para el encuentro comunitario y la falta de proyectos productivos, la intervención de la Gobernación de Antioquia, Antioquia la más educada, fue de manera integral.
A través de talleres de memoria histórica y promoción de los derechos humanos resultaron iniciativas como la colcha de retazos, galería fotográfica y construcción de la Mesa de Memoria Histórica de Pueblo Bello.
El Secretario de Gobierno de Antioquia, Esteban Mesa García, valoró el compromiso de la comunidad de Pueblo Bello para lograr superar el dolor, recuperar su memoria y apostarle al desarrollo comunitario. “En Pueblo Bello se demostró que sí se puede trabajar de manera articulada entre la población y la institucionalidad, logrando importantes resultados, pero dejando claro que se tiene que seguir avanzando para que sus habitantes tengan más oportunidades y no dejarlos nuevamente en el olvido y en manos de la ilegalidad”, indicó.
El rostro tranquilo de Enaida al saber que la guerra difícilmente llegará nuevamente a Pueblo Bello se une a las sonrisas de decenas de niños que juegan en el jardín y la plazoleta de Remanso de Paz. Era un día de fiesta.
Las víctimas se niegan olvidar a sus muertos y desaparecidos, pero ahora buscan reconstruir lo que un día los armados destruyeron, incluso, a través de organizaciones comunitarias promueven la defensa de los derechos humanos y la recuperación de la memoria histórica. En unos meses se espera que el poblado tenga acueducto y alcantarillado.
Tal vez por ello el Centro Nacional de Memoria Histórica, la Gobernación de Antioquia y otras autoridades, han puesto a este pequeño poblado como gran ejemplo de reconciliación y reconstrucción colectiva tras los impactos del conflicto armado, que se ha vivido con intensidad en el Urabá antioqueño.
Por la masacre de 43 campesinos en 1990, de la que solo se recuperaron ocho cuerpos, 23 paramilitares y exmilitares pagan penas de 25 a 60 años y el Estado fue condenado en 2006 por la Corte Interamericana de DD.HH. Sin embargo, las demás masacres permanecen en la impunidad.
El pasado 17 de abril el CNMH suscribió con la Gobernación de Antioquia un convenio para fortalecer este lugar de memoria de Pueblo Bello.
“En el marco de la Ley de Víctimas se suscribe este convenio que tiene como objetivo fortalecer los procesos de reconstrucción de memoria histórica en el departamento, a partir de distintas líneas de acción y actividades encaminadas a la formación de distintos públicos, como funcionarios y víctimas, en la recuperación de archivos, el fortalecimiento del lugar de memoria de Pueblo Bello y diferentes actividades de comunicación como una edición especial de la revista Conmemora”, explicó Nathalie Méndez, coordinadora de la Estrategia Nación – Territorio del CNMH.
Según Gonzalo Sánchez, director del CNMH, dicho convenio ratifica el compromiso de trabajar con los entes territoriales para fortalecer la memoria histórica de las regiones, la memoria como “un vehículo para el esclarecimiento de los hechos violentos, la dignificación de las voces de las víctimas y la construcción de una paz sostenible en los territorios”.
“La pobreza y la impotencia de la imaginación nunca se manifiestan de una manera tan clara como cuando se trata de imaginar la felicidad”
‘Elogio de la dificultad’, Estanislao Zuleta
“Nadie aprende en cabeza ajena”, repiten las abuelas. No obstante, tanto nuestro mundo subjetivo como el de los demás integrantes de la comunidad, suele estar circundado –cuando no sitiado– por discursos dominantes que se transforman en lugares comunes. La sofisticación y sutileza de esas ideas naturalizadas les permite mutar, adaptarse para sobrevivir al progreso intelectual y espiritual de las sociedades. En consecuencia: parecería que ni la cabeza propia ni la ajena lograran aprender…
Un primer ejemplo es el pensamiento que prevalece entre la sociedad civil colombiana: “Siempre hemos vivido así: entre violentos y corruptos”. El segundo modelo es el comportamiento histórico de los entes gubernamentales centrales: para ellos, contemplar la posibilidad de delegar iniciativas en los territorios, descentralizar, es casi un despropósito.
Emprender la tarea de desnaturalizar determinados discursos y trabajar con la aspiración de que la sociedad y sus instituciones aprendan a vivir de un modo distinto, trasciende a la gestión social: es un cambio cultural. De eso se trata el programa Preparémonos para la paz (PPP) de la Gobernación de Antioquia, pionero en Colombia en pedagogía y construcción del posconflicto (o post-acuerdos) con las comunidades.
Su historia breve se ha escrito sin buscar aplausos, en medio de las dificultades… En 2013, en una reunión de gobernadores y ante la inminencia del proceso de paz con la guerrilla de las Farc, el mandatario de Antioquia, Sergio Fajardo, dijo: “Lo que firmen allá [en La Habana] es muy importante pero no es la paz. La paz la tenemos que hacer en el territorio y en el corazón de las personas”.
El presidente Juan Manuel Santos fue el primero en manifestar su escepticismo frente a la posibilidad de anticipar el posconflicto. (De hecho, en la actualidad, a pocos meses de la firma de los acuerdos –cuya fecha tentativa es marzo de 2016–, todavía hay voces de trascendencia política que consideran que adelantarse a la culminación del proceso es “ensillar antes de traer las bestias”).
Meses más tarde, con la acelerada consolidación de los diálogos, el Presidente convocó a los gobernadores en el Palacio de Nariño para retomar la idea. A pesar de que los asistentes insistieron en que el posconflicto era “un tema de la Presidencia”, el Departamento de Antioquia se empeñó en organizar la Cumbre de Gobernadores Preparémonos para la paz. Aquel acto de voluntad política se convirtió en paradigma nacional de construcción de paz en el territorio.
PPP operó con apoyo de la Universidad Pontificia Bolivariana (UPB) y el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD): no contó con presupuesto oficial, dado que en el primer trimestre del 2012, cuando se ultimaron los detalles del Plan de Desarrollo Departamental, no había asomo de diálogos con la guerrilla –anunciados el 4 de septiembre de 2012–. Otros retos operativos radicaron en impulsar un plan que hasta entonces no contaba con una experiencia de aplicación y trabajar sin equipo de planta, dependiendo de personas directamente vinculadas a la administración departamental, aliados y voluntarios.
Esa fue la fase sencilla… el discurso de PPP se orienta a un fin que podría tardar décadas: un cambio cultural. Aquí es preciso destacar la trascendencia del desarrollo del proyecto en Antioquia, en cuya tradición cultural impera el dominio del otro a través de la intimidación y la fuerza, del lenguaje de “varones” que desprecia los espacios de mediación y perdón.
PPP se concentró en siete líneas estratégicas: la construcción de memoria, verdad, reconciliación y perdón, la reparación del tejido social y elaboración de imaginarios de vida en paz, el desarrollo de cultura democrática, la sostenibilidad económica y social para la paz; la sostenibilidad ambiental para la paz, la acción integral contra minas antipersona y la reintegración comunitaria.
A lomo de mula, abriendo cortinas de niebla entre escarpadas montañas andinas, el equipo de PPP llegó a lugares como la comunidad indígena Haidukamá, en la zona rural de Ituango. Desde parajes recónditos, desprovistos de servicios básicos, convocaron a los representantes de la Iglesia, el gremio de la salud y la educación para establecer prioridades de reconstrucción y ofrecer pedagogía en la reconciliación.
Motivados por la fuerza de ‘aprender haciendo’, PPP y la Fundación Berghof (alemana) diseñaron un programa piloto que, durante siete meses, puso a prueba retos como la articulación interinstitucional y la participación de las comunidades en zonas rurales. “Construcción de paz en la Serranía de San Lucas” (Bajo Cauca) se realizó en dos veredas campesinas (Villahermosa y Bamba) del municipio de El Bagre, poblaciones que ancestralmente han vivido los efectos del conflicto armado y el asedio de los protagonistas de la guerra: Farc, ELN, paramilitarismo y fuerza pública.
Para asegurar la continuidad de su gestión y lecciones aprendidas, PPP conformó un Comité Consultivo con funcionarios e instituciones del gobierno nacional, la comunidad internacional, universidades y organizaciones sociales preocupadas por la reconciliación. El 24 de noviembre de 2015, en un evento convocado por la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) en el Jardín Botánico de Medellín, PPP entregó un balance de sus labores de construcción de paz en los territorios (todas las lecciones aprendidas en este programa quedaron sistematizadas para futuras administraciones). El equipo de Luis Pérez, Gobernador de Antioquia a partir de enero de 2016, fue invitado a dicha reunión. Nadie asistió.
El exconcejal Juan Felipe Campuzano –autor del famoso trino: “Si al sicario le gusta la sangre, hay que ponerlo a sangrar, si le gusta el dolor, hay que infringírselo (sic) y si le gusta la muerte... sencillo”– ha asistido a las reuniones de empalme de la Secretaría de Gobernación. En pleno proceso de entrega de administración, nadie ha manifestado interés de empalme en las oficinas de PPP.
Preparémonos para la paz es un programa que confía en la riqueza y en la potencia de la imaginación de los colombianos… a quienes tal vez nos cueste imaginar la felicidad, pero sabemos reconstruir a partir de la nada.
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