Bojayá: espíritu, memoria y dignidad

El amigo de los muertos de Bojayá

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Domingo Chalá ya era recogemuertos antes de ser el sepulturero de Bojayá, un oficio que para él es un privilegio que ganó por recoger entre escombros los restos de quienes murieron en la iglesia de Bellavista, el 2 de mayo de 2002.

Domingo Chalá se gastó tres días recogiendo con una pala los muertos que había entre los escombros de la iglesia de Bellavista. Casi todo eran pedazos de una multitud de amigos y conocidos, hombres, mujeres y niños, todos revueltos. Un tronco sin las extremidades, una cabeza reventada; reconocía una mano de mujer por las uñas pintadas. Los metía en bolsas e iba llenando una carreta y unos vecinos los sacaban hacia las canoas para llevarlos a una fosa común, cerca del río Bojayá.

Empezó la tarde del 2 de mayo, jueves, unas horas después que guerrilleros de las Farc destruyeran el templo de San Pablo Apóstol con el lanzamiento de un cilindro de gas repleto de explosivos; y acabó el sábado, 4 de mayo. Los guerrilleros decían que si no se apuraba con ese trabajo, le prendían fuego a todo. No querían que vinieran periodistas o autoridades y encontraran esa masacre.

“Tanta gente que quedó en la iglesia desbaratada —recuerda Domingo—, se les fueron los brazos, la cabeza… y apenas quedó fue el tronco para saber si era mujer o era hombre, porque eso todo quedó desaparecido”.  Y en seguida aclara la voz y canta una canción que compuso:

Recuerdo que el 2 de mayo/ fecha que no olvido yo /pasó un caso en Bellavista /el mundo entero conmovió/ Cuando yo entré a la Iglesia/ y vi la gente destrozada/ se me apretó el corazón/ mientras mis ojos lloraban.

Domingo Chalá Valencia tiene 74 años, el pelo canoso y gestos que le marcan mil caminos en la cara. La voz profunda que le sirve para entonar las canciones que compone con recuerdos, con dolores y la inspiración de una botella de aguardiente. Nunca se le olvida la herida abierta por tanto tiempo que pasaron las víctimas sin una despedida.

Nunca se le olvide lo que pasó en Bojayá/ muertos tantos niños sin haber necesidad/ Ay, el 2 de mayo, fecha que nunca se olvida/ esta guerra loca acabó con muchas vidas/ Muchos cogieron la plata pa’ arreglar su situación/ Los muertos del 2 de mayo siguen siendo abandonados/ verdad que cuando uno muere no tiene ningún valor.

Nunca le ha tenido miedo a los muertos, aunque ese revoltijo de tripas del 2, 3 y 4 de mayo de 2002 le dañó por un buen tiempo el gusto por la carne. Más bien respeta a los espíritus. Cree que la gente, todavía después de la vida tiene derechos y es agradecida. Cuenta que la primera noche después de la masacre estaba entre dormido y despierto cuando un amigo que había muerto ese día, uno con el que tomaba aguardiente, se le apareció en un sueño.

“El muchacho se me presentó y me dijo: ‘Domingo, usted fue una gran persona’ y me dio la mano. Y se paró conmigo, en sueños, dentro de la iglesia, y me mostraba, adentro, contra la pared y me decía que eso que estaba allá era mío”, relata. Pero él miraba y solo veía escombros.

Domingo cree que el oficio de sepulturero es un privilegio que se ganó el 2 de mayo de 2002; que tal vez lo escogieron los mismos muertos para que los enterrara o la violencia que por años ha rondado a los pueblos de las orillas del Atrato. Antes de la masacre sus paisanos ya le reconocían el título honorífico de recogemuertos. No podía ver el cuerpo de una persona flotando en el río sin tener que abrir paso con su champa en la corriente, espantarle los gallinazos de encima y llevárselo al alcalde para que le diera la santa sepultura.

“Aquí hay un poco, enterrados. Yo cogía tipos sin cabeza, todos vestidos de civil, sin saber quiénes eran”, cuenta.

El oficio de recogemuertos lo tenía por caridad con los difuntos, pero ser nombrado el sepulturero de Bojayá, le daría un reconocimiento especial y tal vez un sueldo. Cuando se dio la oportunidad de capacitar a un habitante del pueblo para este trabajo, la comunidad se acordó de Domingo Chalá. Nadie más adecuado que él, que recogió a los muertos de la masacre sin guantes ni tapabocas y ahora, además de tener una remuneración, lo ilusionaba la posibilidad que arreglaran el cementerio y poder llevar una relación de las personas que se enterraban.

Al otro día de aquel sueño con su amigo muerto, Domingo volvió a la penosa labor. Cuando sus colaboradores se llevaban la carreta, solo en la iglesia, buscaba entre los pedazos sin saber qué, hasta que encontró 220.000 pesos en billetes de 10.000, mojados de aguasangre.

“Ese muchacho me dio esa plata”, señala. Aunque confiesa que le dio mucha lidia quitarle el olor a podrido a los billetes, que no salía con blanqueador ni con jabón de baño, al final se pudo tomar en Vigía del Fuerte los últimos tragos de aguardiente que le invitó su amigo después de muerto.

Ni siquiera Domingo Chalá, compositor de canciones y sepulturero, sabe cuántos muertos hubo en la desproporción del ataque de la guerrilla a la iglesia donde se refugiaban unas 300 personas, muertas de miedo por el combate que libraban guerrilleros del Frente José María Córdova de las Farc y el comando paramilitar del Bloque Élmer Cárdenas. Las mujeres del pueblo bordaron un telón con 119 nombres que conservan como símbolo de lo que pasó ese día de tragedia.

“Se tiene en cuenta a los que cayeron en la iglesia, y los otros grupos… lo que fue entre las Farc y los paramilitares, murieron más de ciento y pico personas. Se mienta a los civiles, ¿y los otros quién los mienta?”, se pregunta Domingo, que vio cómo sacaban canoas llenas de muertos por el río, en los 18 días que Bojayá y Vigía del Fuerte duraron en medio del fuego cruzado de los grupos armados que querían mandar en el Medio Atrato ante el olvido del Estado.

La Fiscalía, luego de un trabajo de investigación forense que empezó en 2017 como parte de los acuerdos de paz firmados en La Habana, llegó a identificar e individualizar plenamente a 72 personas que murieron en la masacre y en noviembre de 2019 se sepultaron, según las tradiciones afro, 101 cofres que contenían los restos o representaban algunas de las víctimas que no pudieron ser reconocidas. A Domingo, el sepulturero, lo alivia saber que ya no están en bolsas y confía en que con sus cantos rituales, los alabaos y los gualíes, con el novenario y los rezos del ritual de despedida, sus muertos por fin descansen en paz.

Entre los maizales
sembraremos nuestros sueños indígenas y negros
el amor por nuestro pueblo y la fecundidad de nuestros cuerpos

Entre los maizales
enterraremos los cadáveres de nuestros héroes
para que le den el color dorado a las mazorcas
y nos alimenten

El tiempo pasa
la historia se repite,
los actores se levantan