Bojayá: espíritu, memoria y dignidad

Los sobrevivientes de la masacre de Bojayá viven con los recuerdos de la guerra, el dolor y el miedo que da vueltas en el tiempo. Hace 18 años, el 2 de mayo de 2002, la violencia marcó a la comunidad con la mala muerte de un centenar de los suyos. Reconocer a sus muertos, honrar su memoria, despedirse y aliviar los espíritus ha sido el camino para seguir sembrando vida a orillas del Atrato.

El clamor de un pueblo porque no se olvidaran sus muertos

La comunidad de Bojayá reclamó, durante 17 años, certezas en la identidad de quienes murieron en la masacre del 2 de mayo de 2002, y poder despedirse de sus muertos para acabar un largo penar de las almas. Al fin fueron atendidos y se emprendió la tarea dolorosa de reconocer los fragmentos que dejó la explosión de un cilindro bomba que destruyó un templo y dejó heridas abiertas en la espiritualidad de un pueblo. El CNMH ha acompañado permanentemente a la comunidad en este trasegar, y el 16 de noviembre de 2019, un día antes de que Bojayá pudiera honrar la memoria de sus víctimas en ese esperado velorio colectivo, dedicamos un episodio del programa País con Memoria a esta historia de dignidad entre los hijos e hijas del Atrato.

“País con Memoria” es un programa radial en el que se transmiten las historias, voces, luchas y sentimientos de las víctimas del conflicto armado colombiano.

Los capítulos emitidos de “País con Memoria” se pueden escuchar en la página web del CNMH.

Como un homenaje a tres personas que dedican su vida a la comunidad de Bojayá, compartimos sus historias, que son ejemplos de las maneras de sanar que encuentra un pueblo que quiere seguir adelante honrando su pasado y cultivando su cultura en las nuevas generaciones

Boris Velásquez: artista y gestor cultural del Medio Atrato

Instructor de danzas, de teatro, deportivo y gestor cultural, Boris Velásquez Vásquez marca la ruta para los más pequeños en Bellavista y sabe que sigue el camino de aquellos que les arrebató la masacre.

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El amigo de los muertos de Bojayá

Domingo Chalá ya era recogemuertos antes de ser el sepulturero de Bojayá, un oficio que para él es un privilegio que ganó por recoger entre escombros los restos de quienes murieron en la iglesia de Bellavista, el 2 de mayo de 2002.

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El cantar de Máxima: firmeza y dulzura que suena en dos mundos

Los cantos de Máxima Asprilla honran la tradición afro del Pacífico. Su voz es un legado, es mística, noticia, esperanza y resistencia de un pueblo que clama por vivir en paz en su territorio.

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El derecho a tener una buena muerte

Las comunidades afro del Pacífico colombiano encuentran en sus ritos ancestrales la manera de acompañar a sus seres queridos en su partida al más allá. La mala muerte es la victimización de las almas.

En el conflicto armado colombiano se ha provocado una herida más profunda en los pueblos cada vez que las torturas, asesinatos, desplazamientos y desapariciones han desencadenado también la afrenta contra las formas que cada cultura ha construido para lidiar con el dolor, despedir a los muertos y continuar el ciclo natural de la vida. La violencia ha sembrado la mala muerte en las comunidades del Pacífico con herencia cultural africana.

Muchos sobrevivientes al conflicto en las comunidades del Pacífico han vivido en carne propia las palabras de Jesús en el evangelio de San Mateo: “No teman a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma. Teman más bien al que puede destruir alma y cuerpo en el infierno”. Muchos pueden haber visto actuar a las personas capaces de destruir alma y cuerpo en este infierno que es la tierra de los violentos.

“En aquella época, yo recogí los muertos sin rezarle a nadie. Porque no hubo esa oportunidad de hacerles el rezo por el temor de que estaban los señores de las Farc”, recuerda Domingo Chalá Valencia, sepulturero de Bojayá. Pasaron 17 años sin que quienes perdieron a sus seres queridos en la iglesia de Bellavista, en la masacre del 2 de mayo de 2002, pudieran despedirlos en su viaje a otra vida. La muerte fue tan cruel que no habrían podido identificar los cuerpos sin la intervención de la investigación forense.

Domingo agradece al padre Antún Ramos y a otros valientes haber salvado de morir a mucha más gente cuando vinieron en lanchas por el Atrato y los llevaron hasta Vigía del Fuerte, cruzando el río. Pero no se puede aplazar por siempre la cita con la muerte; el momento llega algún día para cada uno. En medio de la tristeza que trae la nostalgia de los vivos al no poder volver a compartir con los que mueren, lo que queda es desear que adonde vayan sus almas estén bien. Si morir es un hecho inevitable, es entendible —en cualquier cultura— preferir una buena a una mala muerte para las personas queridas.

Las comunidades afro en el Pacífico colombiano, con una fe que lleva fundidas sus tradiciones ancestrales con aquellas aprendidas de la religión cristiana desde los tiempos de la esclavitud, creen que la muerte no solo es el momento en que se termina la vida en este mundo, sino también la posibilidad de trascender a una vida eterna, acogidos por un ser supremo. Así se lee en la segunda carta de Pablo a los Corintios: “De hecho, sabemos que, si esta tienda de campaña en que vivimos se deshace, tenemos de Dios un edificio, una casa eterna en el cielo, no construida por manos humanas”.

La sabiduría ancestral tiene sus maneras para curar el dolor por la pérdida de un ser querido. La fe cristiana explica ese misterio de morir como el paso necesario para acceder a una vida mejor y eterna ante Dios. Así lo creen los pueblos afrocolombianos; pero a ellos también les han enseñado sus ancestros, a través de generaciones, cómo se deben unir para acompañar desde el mundo de los vivos el tránsito de sus familiares, amigos o conocidos hacia el más allá. La preparación del cuerpo, el velorio, el novenario, los cantos y oraciones detallan la manera de encaminar al espíritu de quien muere y también de elaborar el duelo y soltar las ataduras que podrían mantenerlo entre los vivos, buscando ayuda para encontrar el descanso de su penar.

“El velorio es un rezo con el nombre de la persona. A las 8:00 empieza el rezo —Domingo, el sepulturero, explica que dura más de una hora ese primer rezo— a las 12: 00 de la noche, el otro rezo y al amanecer, como a las 4:00, el otro rezo. Y cantando los alabaos”.

EL ADIÓS AFRO EN EL PACÍFICO COLOMBIANO

Conozca más sobre las memorias de Bojayá en relación con el conflicto armado y el acompañamiento del CNMH a su comunidad en los siguientes productos: