No es la distancia el dolor: es la fuerza que impone la distancia. Este aforismo del periodista, escritor e intelectual colombiano Alberto Aguirre, desde su exilio forzado en Madrid, refleja el drama que significa tener que abandonar el lugar de origen por razones ajenas a la voluntad propia.
En Colombia el conflicto ha dejado incontables huellas: amenazas, desplazamiento, desaparición forzada, asesinatos, tortura, masacres, entre muchas conocidas por todos. Hay otras sin embargo, quizás menos visibles pero igualmente dañinas del tejido social y la dignidad humana, como el exilio.
Más allá de la terminología para designar el fenómeno (asilo, refugio, exilio) hay un común denominador: el abandono del lugar de origen y el desplazamiento hacia otro país a causa de diversos motivos entre los que se encuentran razones de persecución política, ideológica, religiosa o racial; otras personas emigran por razones económicas, ambientales o sociales. Lo que une a estos perfiles de exiliados (perseguidos políticos y migrantes en busca de progreso económico) es la necesidad de encontrar un nuevo lugar que brinde protección y asegure los derechos esenciales.
De acuerdo con las cifras de ACNUR (Agencia de la ONU para los Refugiados) en Colombia existen aproximadamente 397.000 exiliados, aparte de los 16.118 casos de solicitudes de asilo pendientes, por lo que ha llegado a ocupar el primer lugar entre los países de América con más casos de exilio y noveno lugar en la lista de 10 países con mayor número de refugiados, ubicándose por encima de República Centroafricana y casi al mismo nivel de Irak y Myanmar.
Según la Unidad de Víctimas, solo 670 casos aproximadamente han sido reconocidos en su registro único y tendrán acceso a indemnización. Esta cifra es considerablemente pequeña si se tienen en cuenta los datos de ACNUR. Sin embargo la Unidad de Víctimas admite que el camino de reparación de todas las víctimas por fuera del país está apenas en el comienzo y deben superarse barreras jurídicas para lograrlo. Aún estamos lejos de tener políticas públicas dirigidas a proteger los derechos de los exiliados como personas desplazadas.
Andrés Suárez, investigador del CNMH (Centro Nacional de Memoria Histórica), advierte que lo primero que ocurre con este fenómeno es que no hay claridad sobre las dimensiones. “Se habla de cifras entre 395.000 y 3.500.000 si se tienen en cuenta no solo asilados y refugiados sino a las personas que optan por dejar el país como inmigrantes”.
De acuerdo con el investigador, la invisibilidad obedece a varias circunstancias: por un lado las legislaciones internacionales contribuyen porque son ellas las que permiten o no el reconocimiento del estatus de asilado o refugiado y no todos los casos quedan registrados. Por otro lado, con el exilio ocurre algo parecido a lo que sucede en Colombia en general con todas las modalidades de violencia y es que es un fenómeno ya invisible en la manera como ocurre, es decir, no ha habido éxodos masivos de personas al exterior (como en el caso de Chile con los intelectuales) sino a cuenta gotas y una población muy heterogénea, lo que contribuye a que sea difuso. Y por último, las personas que no han logrado el reconocimiento internacional viven en un refugio o un asilo de hecho en condiciones de ilegalidad y por eso no quieren ser visibilizadas, o aún tienen miedo de que los actores armados los alcancen en esos otros países (especialmente en los países transfronterizos).
Por otro lado, las experiencias de los exiliados pueden ser muy distintas: no es igual para un campesino que debe exiliarse sin un peso en el bolsillo en un país vecino, que para una persona con formación académica o que ha ocupado algún cargo público y cuenta con los medios para irse fuera del país o continente.
En Venezuela, Ecuador y Panamá se encuentran más de la mitad de los aproximadamente 397 mil exiliados y una particularidad encontrada es que la mayoría de las víctimas del paramilitarismo o disidentes políticos se exilian en Canadá o Europa, mientras que las de la guerrilla se concentran en Estados Unidos.
“Es un problema de identidad (el del exiliado)”, citando a Alberto Aguirre una vez más. Los intelectuales en nuestro país también han sido blanco de persecución política. Aguirre es otro de esos miles de casos de huidos del país por sus columnas críticas y sus posturas políticas “incómodas” para algunos. Una tarde mientras se tomaba un café en el centro de Medellín, se la acercó un hombre vistiendo un gabán negro y le dio la bendición sin mediar palabra. Al otro día tomó un bus para ir a casa y, según él, cuando vio a dos jóvenes subirse al bus que se le fueron acercando, sintió que eran los sicarios que habían contratado para asesinarlo. En ese momento recordó algo que había dicho Gabriel García Márquez (que también tuvo que exiliarse) acerca de que si uno mira a los sicarios a los ojos, no son capaces de matarlo. En el siguiente paradero, los jóvenes se bajaron y en ese momento supo que tenía que irse y viajó a España.
Desde el momento de su exilio la depresión lo allanó: “Si voy a Colombia, no soy capaz de volver”. Siempre estuvo triste y lleno de nostalgia, dice Daniel Samper recordándolo, otro periodista que también estuvo en el exilio y manifiesta haber pasado meses deprimido..
“Gabo” tuvo que irse del país en dos ocasiones por persecución política: la primera en 1955, cuando viajó a Europa luego de que Rojas Pinilla cerrara el periódico en el que trabajaba, molesto por una nota periodística suya. Y la segunda en 1981, durante la persecución al M19 bajo el Estatuto de Seguridad del presidente Julio César Turbay, que significó una persecución en contra de la clase intelectual y que quería vincularlo con la guerrilla.
Del mismo modo el sociólogo Alfredo Molano, luego de recibir una serie de amenazas se vio obligado a abordar un avión hacia España, donde vivió en el exilio cinco años. “[…] hay un peso agobiante que se arrastra siempre de calle en calle, de noche a noche […] Nunca me acostumbré al exilio”. O Héctor Abad Faciolince, quien también dejó el país luego de que mataran a su padre para no correr una suerte similar. Como él mismo relata en su libro El olvido que seremos, muchos otros intelectuales, artistas y líderes de todo Colombia debieron hacerlo: “Entre ellos estaban el periodista Jorge Child, el excanciller Alfredo Vázques Carrizosa, el líder político Jaime Pardo Leal (asesinado algunos meses después), la escritora Patricia Lara, el abogado Eduardo Umaña Luna, el cantante Carlos Vives, y muchos otros”.
El exiliado deja atrás más que sólo un lugar: deja sus pertenencias, familia, trabajo y actividades, su cotidianidad, su historia, sus costumbres, su vida en ese sitio
Durante 2014 se realizaron en Colombia por primera vez dos foros sobre el fenómeno del exilio, que contaron con la presencia de personas provenientes de 17 ciudades alrededor del mundo conectadas virtualmente y donde participó el Centro Nacional de Memoria Histórica, la Unidad de Víctimas, ACNUR y cientos de exiliados alrededor del mundo. “El proyecto sobre exilio en Colombia responde a una deuda que teníamos con esa población de víctimas de desarrollar un proceso de memoria histórica que los visibilizara. La cartografía del exilio es un proyecto cuyo objetivo es identificar a los colombianos en la diáspora: dónde están, hace cuánto están por fuera, cuántos son. Además, trazar una conexión entre la construcción de memoria y el retorno y apoyar esta apuesta ofreciendo crear un micrositio permanente en la página web del CNMH para las voces del exilio, y publicando cinco informes iniciales al respecto durante 2015”, afirma Andrés Suárez.
La iniciativa, que partió de colombianos exiliados en diferentes lugares del mundo para presentar sus casos y propuestas para la superación del conflicto, se ha convertido en una apuesta conjunta con el CNMH. El director del CNMH, Gonzalo Sánchez Gómez, comenta: “Quiero celebrar que la existencia misma del Foro es un hecho político fundamental en Colombia. No se trata solo de escuchar los relatos, sino de analizar los retos que hay. Por eso el CNMH en razón de sus tareas principales se compromete a recoger esos testimonios, ser plataforma para esas voces plurales y también celebrar este escenario como un escenario propicio para escuchar las propuestas”.
El exilio y el retorno son temas que cobran especial importancia ahora con la coyuntura de los diálogos de paz. Recuperar la memoria de exilio, de las voces que han retornado y garantizar el ejercicio de sus derechos civiles y políticos, y un eventual retorno y reparación, son los principales retos que estará desarrollando el CNMH con los exiliados y las organizaciones.