La salida y sus motivos, el viaje y la llegada, la búsqueda de refugio, el proceso de adaptación, los que volvieron…los que aún no, las aristas de las historias son múltiples, y sin embargo todas cuentan una: la de quienes fueron forzosamente desplazados de su tierra de origen; la del exilio colombiano. En una búsqueda de sacar a la luz esas historias individuales, de dolor, miedo y nostalgia, pero también de resistencia y dignidad, esta sección recoge los testimonios de los colombianos y colombianas exiliadas, para contribuir a la construcción de la memoria colectiva del conflicto colombiano.
Tres veces desplazada: otro caso de exilio en Colombia.
Por Daniel Valencia
Imelda Daza es una exconcejal de la Unión Patriótica exiliada en Suecia. A pesar de ser desplazada forzadamente de Valledupar continuó recibiendo amanazas de muerte. Lleva 25 años viviendo fuera, un poco más de un tercio de su vida.
Imelda salió para Bogotá embarazada y con dos niños pequeños, pensando que allí podría llevar una vida normal al ser una ciudad tan grande. Trabajó como docente un tiempo y luego las amenazas volvieron esta vez con un ultimátum: “Vamos por usted, vieja tal por cual, todas las groserías posibles”, dice Imelda.
Luego de un segundo desplazamiento, esta vez en Perú, logró, a través de una amiga, asilarse en Suecia. “La soledad es lo más difícil de manejar e imposible de aceptar para mí. Yo venía de un frenesí político, de una vida agitada para llegar aquí a una quietud y una tranquilidad... Además a mí me seguía importando y doliendo el país. Un día ya no pude soportarlo más y decidí regresar a Colombia: Pa’ que me mate aquí la depresión, que me maten allá de un tiro, lo mismo da".
“Yo estaba aquí (en Suecia) y me llegaban las noticas: ayer mataron a Raúl, antier mataron a Juan, después aquel otro.”
Regresó a Colombia y empezó a trabajar en la Universidad de Córdoba. “Una vez me contactaron para que hablara con Simón Trinidad, que había sido compañero mío antes de asumir la lucha armada, cosa que me dolió mucho pero tuve que respetar, para que liberara unos secuestrados. Yo dije que no tenía contacto con él y como me negué empezaron de nuevo las amenazas. A mí me tocaba irme un día en bus, un día en buseta, otro día en carro. Empezaron otra vez a asesinar a un profesor aquí, otro allá… Y dijimos: no hay más remedio, nos vamos a Suecia. Llevaba ya tres desplazamientos y fui revictimizada. En 1999 nos devolvimos: ese regreso lo sentí como mi derrota final”.
A menudo los exiliados son víctimas de prejuicios y exclusiones: Yo en Valledupar soy blanca, nunca sufrí eso en Colombia y me vine a dar cuenta que era negra aquí. Yo no tenía trabajo y lo que me podían ofrecer aquí era cuidar ancianos y no quería pero era la única posibilidad de trabajo. Yo sabía que de ahí seguía el trapero, pero yo no había estudiado economía cinco años para eso. Creen que por venir de Colombia ‘República Bananera’ entonces uno es ignorante. Son situaciones absurdas y ese tipos de prejuicios hay que soportarlos incluso 25 años después”.
“Me sentía como un exiliado dentro de mi exilio”
Por Daniel Valencia
Carlos, de 42 años, es un exiliado por persecución política que luego de siete años de vivir en Madrid, España, para salvar su vida, ha retornado al país y comparte su historia con VOCES DEL EXILIO.
“Lo que me exilió fue la desmovilización del Bloque Central Bolívar, BCB (grupo paramilitar que delinquió en ocho departamentos y dejó 14.000 víctimas). Yo antes pertenecía al Polo Democrático Alternativo, era líder de base y estaba trabajando en la ciudad de Bucaramanga. Justo después de la desmovilización de ese bloque paramilitar empezó nuestra persecución y comenzaron a matar a la bases de nuestro movimiento, porque los líderes del partido tenían acompañamiento internacional y no los podían tocar".
"La razón fue que nosotros trabajábamos para evitar que el BCB penetrara en la ciudad de Bucaramanga, como lo había hecho ya en ciudades como Cúcuta y otras aledañas con complicidad de la Policía y algunos políticos regionales. Por eso empezamos a denunciar, porque lo hacían sutilmente como desmovilizados que habían formado ´compañías de seguridad privada´ y contaban con el acompañamiento de la Policía, que iba con ellos a todos los barrios y los presentaba como reinsertados que llegaban a prestar ´seguridad´".
"Ante preguntas como ¿Si hay víctimas quién responde: la Policía que es la que los está trayendo?, que tocaban fibras sensibles, los implicados se vieron amenazados y entonces empezó la persecución hacia nosotros: unos compañeros sufrieron atentados, otros fueron asesinados y otros tuvimos que exiliarnos. Yo estaba en la mira de ellos y me tocó exiliarme forzadamente".
"Fue una experiencia traumática, no sabía si quiera si hacerlo por vía terrestre o aérea o para dónde coger. Algunos amigos me recomendaron que me exiliara en Madrid, España, y allí estuve durante siete años”.
Carlos continuó con su actividad política en Madrid, no quería quedarse de brazos cruzados y consideró que estando seguro en el extranjero podría hacerlo sin ningún problema. “Durante esa época yo continué con mi actividad política y hasta allá llegaron a perseguirnos".
"Desafortunadamente en España sentí también la persecución desde Colombia por parte de organismos del Estado, en ese momento el DAS, lo cual me forzó a abandonar la política y pasarme al activismo. En ese momento comencé a ser perseguido también por el Estado Español, que ya me ponía trabas para mi documentación y también empezó a perseguirme; pidieron en Colombia mi historial, averiguaron sobre mi actividad en Colombia… trabajando en llave con el gobierno colombiano, aunque ese tipo de cosas no las podían hacer y todo era bajo cuerda. Ya no podía ir a manifestaciones, ni ejercer mi activismo y me apretaron económicamente. Me sentía exiliado dentro de mi exilio y pues para esa gracia, mejor me devolvía para Colombia".
"Siempre he dicho que las batallas que se pierden son las que se abandonan, entonces nunca he pensado en abandonar mi activismo, simplemente regresé con otra expectativa y cambié mi enfoque: me dediqué a estudiar, me nutrí mucho más de información y me he llenado cada vez más de entusiasmo”.
Luego de regresar de su exilio de siete años, frente a la pregunta de cuáles son sus perspectivas frente al retorno y la situación en Colombia, Carlos comenta: “En España luché mucho para que me dieran asilo político: el ACNUR me ayudó, partidos españoles como Izquierda Unida y otras entidades como SOS Racismo también y, aunque cumplía todos los requisitos, el Estado Español siempre me negó el asilo por el activismo político que yo estaba realizando allí. Por eso me devolví".
"Aquí en Colombia aún siento que me debo cuidar de la misma institucionalidad que me sacó de acá, porque fueron los grupos paramilitares, pero con la complicidad del Estado. Donde siga con mi activismo como antes, me van a volver a perseguir. Me he tenido que volver invisible, tratando de no exponerme como antiguamente lo hacía".
"Ahora veo un ambiente favorable para cambiar la situación en Colombia, sobre todo por el proceso de paz. Podríamos lograr muchas herramientas para abrir puertas y otros caminos para continuar con las luchas políticas de una manera legítima y tranquila”.
"Lo más duro del exilio: se descompuso mi núcleo familiar, la separación, el desarraigo de mis hijos, fue durísimo, durísimo, durísimo. Es lo peor que me ha podido pasar".
"Experiencias positivas durante el exilio: Los aprendizajes que tuve en España y la posibilidad de formarme en temas políticos. Me ha llenado de nuevas expectativas en mi actividad".
"El retorno: Lo mejor ha sido volverme a encontrar con mi familia y haber visto que algunos de los factores que me exiliaron han cambiado para mejor, sin embargo sé que tengo que ser cuidadoso porque algunos permanecen".
Emilia salió de Medellín hace ocho años asustada, con prisa y una maleta llena de miedo.
Por Erika Antequera
Emilia salió de Medellín hace ocho años asustada, con prisa y una maleta llena de miedo. Venía tan cargada que cuando llegó tuvieron que ingresarla en el hospital; el viaje de noche le pareció demasiado largo y su cuerpo se rindió al bajarse del avión. La persecución política a la que fue sometida la obligaban al encierro o al entierro, y al final se vio forzada a elegir el destierro.
En Medellín dejó a sus padres, sus hermanas, una hija, las amigas, el trabajo comunitario que hacía buscando alternativas para la financiación de proyectos sociales y la pintura. En Madrid, ha transitado el camino del emigrante como auxiliar administrativa o captadora de fondos para organizaciones humanitarias. En algún momento intentó montar un negocio con su pareja, pero la crisis arrasó con su esperanza de ser emprendedora.
Aquello que la expulsó del país -y de lo que todavía no quiere hablar por miedo- es lo mismo que la ha llevado a buscar espacios para sostener su carácter como mujer, como ciudadana y como persona. Desde hace unos años se sumó a la conmemoración del 6 de marzo, Día Nacional por la Dignidad de las Víctimas de Crímenes de Estado, porque “el drama de la desaparición forzada me ha tocado de cerca, en mi familia, compañeros de la universidad, amigos, creo que se puede hacer eco de esa situación aquí en España”.
El exilio es un mecanismo que descompone los principios de nacionalidad y ciudadanía, altera el ideal de pertenencia y transforma el concepto de patria e identidad, pero también obliga ajustar el proyecto de vida, y a establecer nuevos vínculos con los que se tejen lazos tan sólidos, como los que se dejan en el lugar de origen.
La soledad, la nostalgia y sobre todo la angustia han hecho la vida de Emilia, por momentos, muy complicada. Pero en España ha encontrado otros exiliados y exiliadas que también huyeron del país por el hostigamiento de la guerrilla, el asedio de los paramilitares y el abandono del Estado. También tiene grandes afectos entre lo que ella llama “solidaridad internacionalista”, amigos y amigas de diferentes nacionalidades, que cargan con un pasado doloroso y que han llegado aquí por el acoso de la violencia. Al fin y al cabo, la guerra y el dolor son universales.
En España ha aprendido que el desarrollo de un país no se mide por la cantidad de dinero que tienen sus habitantes para gastar y consumir. La diferencia que existe con Colombia respecto a la distribución de la riqueza, la administración de los recursos y la manera como se gobierna, la han convencido de que el país podría ser distinto si aprendiéramos a valorar la diferencia y a respetar la diversidad de pensamiento.
“Hay que hacer una reelaboración del país, sobre todo en la forma como se ejerce la justicia, que debe ir más allá del encarcelamiento de las personas, hay que eliminar el gasto militar para destinarlo a la educación y la cultura. Hay que generar otros espacios para que le gente pueda expresarse, potenciar la creatividad que es la esencia del ser humano. En Colombia se desperdicia mucho talento”.
Emilia confía en el trabajo en común que adelanta en el exilio, pero siente que el camino hacia la paz se transita con un gran esfuerzo individual. “El reto de la paz en grande, lo primero que hay que hacer es encontrarse, dejar los vicios políticos que vienen de allá y que aquí se reproducen, hay que reconocer el dolor del otro y validarlo. Aquí en España hubo mucha prisa por superar los horrores del franquismo. Tal vez les dio un respiro, pero eso le va a traer consecuencias negativas a las futuras generaciones. En Colombia no puede pasar eso, hay que contar la verdad, encontrar mecanismos de reparación individual y colectiva, pero sobre todo debe haber garantías de no repetición. No se puede pasar la página sin antes leerla”.
Es verdad que el exilio descontextualiza y aísla, pero también brinda la oportunidad de vivir otras experiencias, de conocer otras posibilidades de educación y otras maneras de relacionarnos. Emilia quisiera volver a Colombia para replicar lo que el desarraigo le ha enseñado, pero “no hay garantías para el retorno, muchos amigos que decidieron regresar y volvieron al trabajo político, sufren de nuevo amenazas”.
Ella quisiera volver a Medellín para estar con su familia y trabajar en lo que le gusta, aunque siente que esa larga noche que empezó hace ocho años todavía no termina. Mientras el experimento de la paz se adelanta en Colombia, en España Emilia sabe que para transformar el dolor del destierro, hay que “mantener los ojos bien abiertos y el corazón dispuesto para aprender de todo lo que te rodea. Pero el deseo de regresar siempre está ahí, uno siempre quiere regresar al lugar donde se tejen los recuerdos y se inscribe la historia, uno siempre añora volver al lugar donde el universo te ha puesto”.
Colombiana residente en Barcelona hace 14 años
Por Diana Arias
José Gamboa es un colombiano que tuvo que irse a vivir al otro polo, literalmente, para salvar su vida. Tres atentados contra él y su familia, y las constantes amenazas, lo obligaron a dejar el país y buscar asilo en Europa
Por Daniel Valencia y María Reyes
Hace 22 años vive en el exilio, en Umeå, una ciudad universitaria al norte de Suecia donde el invierno dura siete meses y el sol brilla a la media noche en las fechas cercanas al solsticio de verano. Como dirigente sindical, miembro de la Federación Colombiana de Trabajadores de la Educación (Fecode), y activista político de diferentes movimientos sociales en Colombia entre los años 70 y 90, fue perseguido políticamente y por ellos su vida corrió peligro en repetidas ocasiones. Un día salió forzosamente del país, y se exilió.
“Salí al exilio en 1993, aunque en algunos períodos he estado en otros lugares trabajando en intercambios internacionales con algunas universidades. Cuando me tocó el proceso del exilio hubo seis países que se ofrecieron. Escogí a Suecia porque había trabajado en algunos proyectos de pedagogía y educación popular con ellos y porque había leído sobre Escandinavia y me parecía un lugar interesante. ¿Por qué salgo? Fui dirigente sindical y político y participé en una serie de movimientos nacionales. Fui presidente de la Asociación de Institutores Huilenses y participé en la lucha política, y en movilizaciones regionales como la marcha de los campesinos del pacto y el paro cívico y en luchas del magisterio entre los 70 y los 90. En ese proceso sufrí una serie de persecuciones, fui detenido, perseguido y herido en movilizaciones sindicales que reclamaban mejoras salariales para el magisterio y defendían la educación pública”.
Sin embargo, más que contar su historia personal, José Gamboa quiere que a través de su caso se muestre un fenómeno que casi no se conoce, y contarle al mundo las injusticias que se han cometido contra líderes sindicales y activistas políticos en el país, especialmente contra los docentes.
Un informe del Pnud del 2011, informa que se cometieron 963 homicidios entre 1986 y marzo de 2011 solo contra educadores en Colombia, de acuerdo con la Escuela Nacional Sindical. A 2014 se hablaba de 999 casos y en 2015 se superaron los mil. Allí mismo se evidencia que el mayor número de violaciones de derechos humanos que se haya perpetrado contra miembros de una misma organización, lo registra Fecode. (Ver Informe de sindicalismo y Si matan un masestro más serán mil).
“No se puede concebir un país donde se ha asesinado a tantos maestros y eso que no se cuenta de 1984 hacia atrás, que fue cuando inicio la lucha por el estatuto docente. Maestros torturados, detenidos, desaparecidos y asesinados. Creo que han sido más de 1.500 maestros asesinados en este genocidio, sobre todo por parte de los paramilitares pero también un porcentaje por parte de sectores insurgentes y delincuencia común. Hay un gran número de casos en los que no se sabe quienes fueron los autores, hay casi una total impunidad en las investigaciones, en las que en más del 90% de casos no se sabe nada, aún cuando hay evidencias que también la Fuerza Pública tiene responsabilidad”.
Los medios de comunicación han informado sobre esta situación: según datos de Fecode citados por el El Espectador, a 2014 había más de 5 mil maestros amenazados, más de 1.600 desplazados o en el exilio y aproximadamente 40 desaparecidos. “¡Ciudadanos, asalariados e intelectuales asesinados; agentes culturales e intelectuales asesinados. Esto tiene que saberlo Colombia y el mundo en general!”, dice enfáticamente José Gamboa. Ver Más de 5000 docentes están amenazados en el país.
Como uno de los fundadores del Foro Internacional de Víctimas, FIV, que se consolidó en 2014, José Gamboa destaca que la importancia radica en que se logró organizar a los exiliados colombianos alrededor del mundo y, sobre todo, consolidar la iniciativa y mantenerla. Desde que empezaron a salir los primero exiliados hubo intentos de organización que no se concretaron, sin embargo, el FIV cumple su primer año este septiembre y ya adelanta diferentes proyectos.
“Hay un total desconocimiento de todas las fuerzas del país acerca de en qué consiste el exilio, la diáspora y la migración. El Alto Comisionado de Naciones Unidas señalaba que hay más o menos 780 mil personas en situaciones similares al exilio, pero hay mucha gente que no está contabilizada porque han tenido que irse en silencio. Y eso que uno no cuenta a las víctimas indirectas”.
Por otro lado, destaca otros tres logros del FIV: el esfuerzo por hacerse ver y el ánimo de actuar como sujetos políticos del país, así sea desde afuera; el segundo, el haber tenido contacto con otras realidades y contextos en el mundo que les han servido de escuela para poder aportar a la construcción del país; y el tercero, la apertura que poco a poco ha logrado el foro para capitalizar todo el talento humano, científico, artístico, social, etc., que quiere aportar al país pero nunca ha encontrado un canal para hacerlo.
“Colombia no ha entendido el potencial que tiene en la diáspora y en el exilio. Hay mucha calidad humana”
El Foro Internacional de Víctimas es un ejercicio de encuentro, de reconocimiento y acercamiento para hablar de lo que ha pasado y lo que no debe repetirse. Además de recoger las historias y las memorias, exige un plan de retorno digno acordado con la diáspora y que sea voluntario. Un plan de retorno para ayudar al reconocimiento de las personas que quieren quedarse en los países de acogida.
“Surge el reclamo porque cuando estuvimos en Colombia antes de salir y aquí en el exilio, nos han llegado personas que dicen: ‘venga lo entrevisto y escribo lo que siente y lo que ha vivido’. Ya hay gente que está aburrida de dar entrevistas y que después alguien se gane un premio y no pase nada más. Nos usan por la necesidad para escribir un artículo, tesis o proyecto, pero una vez terminan, no comparten con nosotros las conclusiones, ni nos hacen propuestas; nos dejan por fuera y terminamos siendo un hecho, un objeto que sucedió y que hay que contar, pero que ni opina ni discute las causas del exilio, nada”.
Gamboa, como tantos otros exiliados, demanda poder contar por sí mismo lo que les pasó, quién los persiguieron y cómo, cuál fue la participación el Estado, etc. Hay un sentimiento generalizado de haber sido invisibilizados y de tener la obligación de contar, participar como sujetos en la creación de políticas públicas y construcción de conocimiento, aportando a la paz y a la solución del conflicto social y político. "Estamos dispuestos a poner toda nuestra experiencia y conocimientos aprendidos en los distintos contextos y contactos culturales, al servicio de una Colombia incluyente”.
¿Cómo llamar a la tristeza y a la soledad juntas? ¿Cómo a la impotencia ante la impunidad? Esto expresaba José Gamboa durante la presentación del informe del primer foro, en la Acnur, en Ginebra (2014). “El concepto de víctimas se ha manipulado mucho. En el caso colombiano hubo asesoría israelí y cantidad de gente de otros países entrenando en cómo producir barbarie y aparte de esta violencia, que nos afectó directamente a nosotros, cuando salimos al exilio nos revictimizaron: por un lado el Gobierno al obligarnos a salir por falta de protección. Luego, ya siendo refugiados políticos, nos abre procesos disciplinarios, no nos garantiza el derecho a la defensa y luego nos destituye, nos excluye del escalafón y nos prohibe desempeñar cargos públicos. Nos preguntamos, entonces, ¿quiénes han estado interesados en matarnos física, política y laboralmente?. Y por otro lado la Acnur, que cuando hacemos un reclamo en Ginebra por lo que nos ha pasado, lo primero que hacen es ponernos trabas, supuestamente porque no denunciamos y no hicimos hasta la última vuelta en la Fiscalía en Colombia, y no entienden que tuvimos que salir corriendo”.
“Me hicieron tres atentados, y siguieron con la familia. Cuando no pudieron conmigo iban a desaparecer a mi hija de 18 años. Me la tuvieron perdida ocho días y después presa ocho meses y luego, como no pudieron con ella, intentaron con mi hijo. Solo le he contado una parte de toda la odisea del exilio, ¡si se la cuento toda, se asusta!
Y continúa explicando: “Uno cómo se va a poner denunciar y a exponerse después de eso. Luego el gobierno te destituye y viola pactos internacionales. ¿Cómo llamar a una persona que ha sido revictimizada varias veces, por el gobierno, por los enemigos de la paz, por la Acnur? No encontramos la palabra. Hay una propuesta: Desplazado del modelo económico y político. ¿Cómo llamar a colombianos que mueren deprimidos, encerrados en una pieza porque tenían una calamidad terrible en su país y no podían comunicarse ni hacer nada? El Estado y el país tienen que saber cuál es la situación de los exiliados.
Respecto a su estadía en Suecia, José Gamboa menciona lo interesante que ha sido vivir y descubrir ese contexto. Resalta la legislación pensada desde los derechos humanos y dice que aunque no son sociedades perfectas, sí han avanzado en el reconocimiento del otro. “Aquí no lo cosen a uno a tiros por ser de izquierda, hay avances significativos en cuanto a la igualdad de género, la educación es gratis, hay garantías. Entienden la importancia del diálogo”.
El exilio, que siempre nace de una derrota, no solamente proporciona experiencias dolorosas. Cierra unas puertas pero abre otras. Es una penitencia y, a la vez, una libertad y una responsabilidad. Tiene una cara negra, tiene una cara roja. Con esta cita de Eduardo Galeano, José quiere hacer notar que en Latinoamérica el exilio ha generado procesos muy interesantes. Así como Galeano y Benedetti le han dado la vuelta y lo asumen como fuerza y oportunidades, los exiliados colombianos quieren aprovechar todas la ideas, contactos y talentos y ponerlos al servicio del nuevo país a construir.
Sin embargo, si bien surgen aspectos positivos, no se puede negar que el impacto que tiene el exilio en quienes lo viven es un experiencia muy fuerte y que cambia la vida. Es como volver a ser un niño pero sin inocencia, dice el poeta brasileño exiliado en Suecia, Da Silva. Así lo vivió José: “tener que aprender a vestirse (donde yo vivo dura siete meses el invierno), donde yo vivo hay meses que son totalmente oscuros, hay muy pocas horas de sol; tienes que volver aprender a caminar (en la nieve), aprender hablar una nueva lengua que no conoces y que está muy distante de la familia lingüística del español; aprender una cultura política muy diferente a la nuestra; vivir en un mundo calvinista, viniendo del judeocristiano. Uno empieza de cero pero afortunadamente la fuerza y el espíritu de construcción permanente y el amor por el país y lo nuestro, y todo lo que quedó allá. Toda la tristeza la estamos transformando en ideas y caminos para aportar en la construcción de una Colombia donde quepan los sueños de un país soberano, en paz y con justicia social”.
Leonora Castaño representa a la perfección el coraje de las mujeres colombianas. A pesar de haber estudiado solo la primaria, Leonora se ha destacado, a nivel nacional e internacional, como una aguerrida líder que lucha por los derechos de las mujeres campesinas de Colombia.
Por María Reyes
Leonora Castaño representa a la perfección el coraje de las mujeres colombianas. A pesar de haber estudiado solo la primaria, Leonora se ha destacado, a nivel nacional e internacional, como una aguerrida líder que lucha por los derechos de las mujeres campesinas de Colombia. Fue presidenta de la Asociación Nacional de Mujeres Campesinas, Negras e Indígenas (Anmucic) durante más de diez años, y alcanzó logros tan importantes como haber conseguido una representación permanente en el Incora (hoy Incoder – Instituto Colombiano de Desarrollo Rural) para las mujeres campesinas. Su única debilidad, como la de cualquier madre, son sus hijos: Luis Carlos y Miguel Ángel. Es por ellos que hoy vive en el exilio.
Leonora nació a finales de la década de los 50 en el municipio de Riofrío, Valle del Cauca, y se crió en el campo con sus papás y sus 13 hermanos. Su familia siempre fue muy activa en la comunidad: su papá era un reconocido líder en las veredas cercanas y su mamá siempre trabajó al servicio de los más pobres. Su casa, a pesar de ser humilde, mantenía las puertas abiertas a quién lo necesitara.
Junto con varios de sus hermanos, Leonora heredó ese espíritu de liderazgo de sus padres y, a los 13 años, empezó su vida política en un colectivo de jóvenes campesinos. Hizo cursos y adquirió el conocimiento necesario para fortalecer las organizaciones campesinas en su región. A raíz de su trabajo, fue enviada a Tomala, Sucre, donde creó una secretaría de la mujer asociada a la Asociación Nacional de Usuarios Campesinos (Anuc). Más tarde, cuando tenía poco más de veinte años, la Anuc la nombró responsable de la secretaría femenina nacional de la organización.
En esa época Leonora también tuvo la oportunidad de viajar a Europa con el fin de recaudar fondos para las organizaciones que apoyaba y llegó a la presidencia de Anmucic, con la que consiguió incluir beneficios muy importantes para las mujeres del campo en la Ley 160 de 1994.
El contexto de seguridad en el país empezaba a ser un fuerte tropiezo para el trabajo de las mujeres en las regiones, debido a las acciones violentas de los grupos paramilitares. En 1996, Anmucic hizo varias denuncias públicas al respecto. Las amenazas, a partir de ese año, fueron el pan de cada día para las integrantes de la asociación.
Por esa época también nació el primer hijo de Leonora. Vivía con su pareja en Bogotá, con quién trabajaba en la defensa de los derechos humanos de las familias campesinas. Recibieron varias amenazas y les fue ofrecido un esquema de seguridad que no aceptaron. Para Leonora el apoyo de sus compañeras, de su familia en el Valle y el reconocimiento que la Asociación había adquirido a nivel nacional e internacional eran protección suficiente.
No fue un tiempo fácil. Hubo varios casos de fuerte violencia en contra de compañeras y sus familias. Algunas optaron por salir del país pero para Leonora esa era no era una opción: su proyecto de vida estaba en Colombia. Siempre vivió para fortalecer y respaldar a todas las mujeres del campo y a las víctimas de la violencia que habían quedado solas después de tantos años de guerra.
Además, varios de los líderes sociales que dejaban el país por amenazas, tenían que irse solos y dejar a su familia en el país porque las entidades que los apoyaban no podían asumir los costos de transporte de todo el núcleo familiar. Dejar a su familia, definitivamente, tampoco era una opción.
Cuando nació su segundo hijo las amenazas empezaron a ser más frecuentes y serias. En varias ocasiones notaron personas que los seguían y recibieron sufragios con sus nombres. Leonora optó porque su hijo dejara de ir al colegio por miedo a que las represalias de sus enemigos fueran contra él. No vivían en un solo lugar y, durante dos años, sus hijos vivieron prácticamente encerrados mientras Leonora y su pareja salían a sus actividades. No importaba si algo les pasaba a ellos, lo importante era que los niños estuvieran seguros.
La familia siempre se mantuvo optimista. A pesar de que los niños habían dejado de estudiar dos años y no estaban viviendo en las mejores condiciones, Leonora creía que era un sacrificio que valía la pena y que no iba a durar mucho tiempo. Ya habían pasado cosas muy graves en la organización y seguramente muy pronto la situación mejoraría. Sin embargo, un día que fue a visitar a una de las compañeras de Anmucic que había sido violada y torturada a mediados de julio de 2003, se encontró con la desagradable sorpresa de que le habían dejado una nota amenazante en casa de su amiga. Seis palabras cambiarían la vida de Leonora y su familia para siempre: “Muerte a papá o a hijos”.
Amnistía Internacional y las Naciones Unidas le prestaron toda la ayuda que necesitó para irse a España ese mismo año con su pareja y sus dos hijos. El plan era ausentarse un año y trabajar desde Europa apoyando la organización. Un año no es mucho tiempo, pero, a pesar de las recomendaciones de Amnistía, el aeropuerto de Bogotá se llenó con la familia de Leonora que venía del Valle, la familia de su esposo, y todos los compañeros que quisieron ir a despedirlos. De alguna manera todos presentían que podía ser la última vez que los iban a ver.
El año que iban a permanecer en España se convirtió en una docena. El padre de Leonora murió en el segundo año de exilio. La última imagen que tiene de su papá, es la de él, llorando en el aeropuerto de Bogotá. Dos de sus cuñados también han muerto y, a pesar de los esfuerzos y las posibilidades que permite la tecnología, doce años son mucho tiempo y el océano Atlántico crea una brecha muy grande, ya casi no habla su familia.
Adaptarse al cambio no fue nada fácil. Pero la facilidad con la que sus hijos se integraron a la nueva cultura y la tranquilidad con la que podían ir al colegio y vivir una infancia normal, fueron la fuerza que la familia necesitó en los momentos de mayor soledad.
Además, la vocación de Leonora y su pareja para trabajar por los demás nunca cesó. Han impulsado varias iniciativas de apoyo a mujeres exiliadas en España y tienen una organización para ayudar a familias necesitadas en medio de la crisis que enfrenta este país. Ahora están volcados hacia el acompañamiento a los inmigrantes de medio oriente que están llegando a los países de la Unión Europea.
Poco a poco han logrado crear una nueva familia y un nuevo grupo de amigos fuera de Colombia. El amor de sus hijos por su país, a pesar de no recordar prácticamente nada de él, es infinito. Sin embargo, la ilusión de Leonora sigue siendo terminar su vida en la tierra por la que siempre trabajó. Cada navidad es más dura que la anterior porque el sueño del retorno se ve cada vez más lejano. La razón para quedarse en España es la misma por la que decidió, finalmente, salir del país: sus hijos, Luis Carlos y Miguel Ángel. La familia ha luchado doce años por reconstruir el proyecto de vida que les fue arrebatado y Leonora, a sus 58 años, no está dispuesta pasar por la misma zozobra que con mucho esfuerzo ya logró dejar atrás.
Antes de partir de su ciudad natal, Cali, se dedicada a la lucha olímpica siendo varias veces campeón nacional en las modalidades de libre y grecorromana. También estaba dedicado al trabajo comunitario: por los años 70 fue elegido presidente de la Junta de Acción Comunal del barrio San Cayetano durante dos periodos, fue vicepresidente de la Federación de Comités Cívicos y Comunales de los Barrios Populares de Cali (FECICOBAP), y simpatizante de la Alianza Nacional Popular (ANAPO).
Por Laura Rojas
Durante mi actividad en los barrios y mi cercanía a la ANAPO hice trabajo político con el M-19, y esta actividad política y gremial conlleva a que el 21 de abril de 1979 el ejercito allane militarmente la casa comunal, me detenga, y posteriormente en el mismo operativo, el domicilio familiar. Destrozaron todo lo que encontraron y detuvieron a un hermano que fue a interesarse por mi situación.
Fui trasladado al Batallón Pichincha de Cali junto con mi hermano. Me ataron de pies y manos, me vendaron los ojos; ahí empezaron las torturas. Estuve tres semanas, después me llevaron a la cárcel de “Villanueva” (hoy Villahermosa) de Cali, y posteriormente en camiones militares a la base aérea para ser remitido a Bogotá, allí me ingresan a la Picota junto con decenas de presos políticos.
En la cárcel nos convocan a un Consejo de Guerra donde soy condenado a 5 años 4 meses por el delito de rebelión. Salgo de reclusión, sin ningún tipo de documentación, e inicio el periplo de conseguirla sin poder lograrlo debido a las trabas “burocráticas” que más bien parecía que se habían dado órdenes precisas de no documentarnos. En este periodo empiezan los seguimientos y las amenazas, lo que me obliga a desplazarme de un lugar a otro.
Ya en Cali tras dos atentados fallidos y un intento de secuestro, recibo una amenaza del “MAS”. Ahí me pongo en contacto con la Comisión de Paz, y ellos con ayuda de la Procuraduría, me trasladan a Bogotá con mi familia y nos sacan del país.
La vida cambia radicalmente; dejamos todo, familia extensa, amistades, vivienda y todo lo que teníamos, mi vida deportiva se terminó. Es empezar de cero, es como empezar a leer y escribir con 30 años. Te conviertes en una persona sin país, tienes un pie allá y otro aquí.
Me encuentro de baja laboral por enfermedad (operado por una hemorragia cerebral, luego un aneurisma, y los dos hombros por roturas musculares completas) que se la atribuyo a las torturas, son secuelas de los malo tratos físicos y psíquicos. Pero ya soy mayor de edad, tengo 64 años.
Es empezar de cero, es construir una nueva vida sin recursos, sin apoyos, con muchas dificultades: sabes trabajar, pero no te dejan, quieres estudiar, pero no tienes recursos, tienes una profesión, pero no la puedes ejercer y así se te va el tiempo, cuando puedes hacer todas estas cosas ya eres demasiado viejo, el tiempo se te pasa soñando.
En cuanto a lo positivo, mucho. Después de algunos años conoces nuevas formas de vida, vives en un ambiente más tranquilo, con menos violencias, tienes derechos y aprender a ejercerlos. Tuve la oportunidad de trabajar con presos jóvenes y mayores en la antigua cárcel de “Carabanchel” como profesor de deportes, terminar una maestría, y ser monitor y asesor técnico de lucha, pero... ya es demasiado tarde. Entre otras cosas he sido candidato a alcalde en el municipio en donde vivo, candidato a la asamblea y candidato a las Cortes Generales, he participado en diversas asociaciones de tipo cultural y social, y todo esto ha contribuido al bienestar social.
Es todo un tratado: de la hipocresía, de la bondad, de la solidaridad; se mira al país desde otra perspectiva, se aprende a respetar lo público, se aprende acerca de la democracia y te das cuenta que tu país carece de todo eso.
La familia conmigo, digamos que bien; uno la arrastra y ella se come los problemas, sufre doblemente, pero va saliendo. Es muy comprensiva y solidaria y entiende que los responsables del exilio están allá.
Si las condiciones cambian y existen garantías de seguridad, no solo físicas, también sociales, políticas, económicas, se podría retornar.
Sí, que llegue la paz con justicia social, que se consolide una verdadera democracia en Colombia y que nos reconozcamos en un nuevo país en donde la inmensa riqueza sea para el disfrute y bienestar de todos y todas, no de unos pocos. Estar allí para poder ayudar a construir este sueño, es el último que me queda.
Este es un espacio en donde los colombianos y colombianas que quieran contar su historia de vida y exilio, pueden hacerlo a través de diferentes formatos.
Empieza aquí