Aspectos como la geografía, la relación con las instituciones del Estado y las tradiciones culturales, hicieron que cada territorio viviera la guerra de una manera diferente. Entender el conflicto armado en Colombia implica conocer a fondo lo que pasó en cada uno.
En la cumbre de premios nobel de paz que se celebró en Bogotá en el 2017, Leyner Palacios, líder de las víctimas de Bojayá, Chocó, cerró su discurso afirmando: “la paz es territorial; la paz se construye allá en las regiones”. Hace diez años en Colombia, el conflicto armado era entendido como una serie de hechos violentos, aislados unos de otros, que ocurrían en “lugares apartados”. En el Centro Nacional de Memoria Histórica, que tenía como parte de su mandato el esclarecimiento del conflicto, partimos de la premisa de que entender esos hechos en las regiones era fundamental para comprender lo que, en suma, era un país en guerra.
A lo largo de la última década hemos trabajado en la reconstrucción de 13 casos emblemáticos de hechos regionales de violencia. Todos ocurrieron en las periferias del país: dos de ellos, en territorios urbanos y el resto, en la ruralidad. A pesar de que todos son muy diferentes entre sí, y de que cada caso fue producto de interacciones distintas entre las particularidades de su región y la coyuntura nacional, el informe que los recoge permite entender de qué manera cada región se vio afectada por la guerra y, a la vez, cómo un panorama nacional violento afectó el día a día de estos territorios.
En el estudio de este compilado entendimos, también, que los territorios se transformaron por las dinámicas del conflicto armado. Cada uno, según sus propias características, sufrió cambios distintos. Pero, en general, podemos afirmar que algunas de las reconfiguraciones más comunes entre todas las regiones fueron la llamada “descampesinización”, lo que se traduce en que en algunas regiones la vida campesina fue marginalizada y alejada del “desarrollo” promovido por el Estado. Esto sucedió en regiones como El Castillo, Meta; El Salado, Carmen de Bolívar, Bolívar; Trujillo, Valle del Cauca y Tibú, Norte de Santander. En otras regiones, como Buenaventura y el Medio Atrato chocoano, ocurrieron afectaciones de pueblos y culturas ancestrales como las afrocolombianas.
“El aporte adicional que estos estudios hacen al combinar memorias de las víctimas e investigación social regional, es lograr contextualizar esos hechos, vivencias y significaciones particulares de tal manera que ellos se comprendan en la complejidad de los factores subjetivos y estructurales, locales, regionales y nacionales que intervienen en la producción de esas violencias, y las responsabilidades variadas que los determinaron” Balance de Regiones
Otra consecuencia del conflicto sobre el territorio, fueron los cierres democráticos en su orden político. En Remedios y Segovia (Antioquia), El Castillo (Meta) y Trujillo (Valle), se redujeron los liderazgos alternativos, la movilización y la protesta social, que era agenciada principalmente por los sectores de la izquierda política. Y una última reconfiguración territorial, para resaltar, fue la cocalización del campesinado: esto ocurrió sobre todo en El Placer (Putumayo), donde la vida territorial empezó a girar en torno a la siembra, procesamiento y distribución de la hoja de coca.
Sin embargo, también encontramos que los territorios se reconfiguraron gracias a la resistencia de sus habitantes. Varias de las regiones estudiadas evidenciaron un potencial para reconstruir infraestructuras, lazos comunitarios e institucionalidad, a pesar y en medio del conflicto armado. En la Comuna 13 de Medellín, por ejemplo, tras la Operación Orión que tuvo una responsabilidad estatal, llegaron muchas instituciones que mejoraron la calidad de vida de los habitantes. Algo similar ocurrió en Bojayá, tras la masacre del 2 de mayo del 2002. Los habitantes de esta región recibieron atención estatal y consiguieron anclar sus organizaciones sociales para exigir sus derechos, posteriormente, en escenarios tan importantes como la negociación de paz en La Habana.
Comprendimos que cada territorio tiene características particulares –como el valor sociocultural del territorio para los grupos étnicos o la existencia de un capital social fuerte–, que les permitieron a las comunidades sobrevivir grandes horrores y convertirse en gestores de memoria.
Las enseñanzas de estos diez años de trabajo en estas 13 regiones, siguen en construcción. Por eso, ahora que estamos en medio de la implementación de lo pactado entre el Gobierno y las FARC, entregamos estos aprendizajes a las nuevas instituciones que están al frente de estos procesos. El mayor reto es, justamente, materializar las palabras que los representantes de las regiones más golpeadas por el conflicto, como Leyner Palacios, ya han comprendido: construir paz en el país es una tarea que implica la consideración de Colombia como un país y, al tiempo, como muchos.