¿Es posible olvidar las marcas del secuestro?
Los días en cautiverio también se recuerdan como una larga caminata. Los límites de los secuestrados se ponían a prueba, cada vez que tocaba responder a las órdenes de las guerrillas, abastecerse de más alimentos, cambiar de campamento o huir de los bombardeos.
Ninguno tiene la cuenta exacta, pero todos los soldados y policías que estuvieron secuestrados hablan de distancias casi imposibles. Difíciles de imaginar. Recorridos tan largos, como la distancia entre Bogotá y Cartagena (1.000 km) o Pasto y Bucaramanga (1.100 km). Bosques espesos, peñascos, ríos hondos y torrentosos, pantanos y humedales, pueblos montañosos, tierra seca, cascadas, en fin… el paisaje era un camino.
Algunos hasta añoran regresar: “Yo recuerdo un árbol grande y hermoso que veía en algunas caminatas, le decían ‘bailadero de brujas’, porque no le crecía nada alrededor –recordó, César Lasso, suboficial de la Policía que duró más de 13 años secuestrado por las FARC–. Cada vez que yo me encontraba ese árbol, me hacía reír. Podía estar a punto de derrumbarme por el cansancio, pero me alegraba verlo y quisiera que mi familia lo conociera”.
Por el tipo de recorridos y las zonas por donde movilizaban a los policías y militares, es posible identificar las características de los captores. Por ejemplo, las caminatas y los campamentos del Ejército de Liberación Nacional (ELN) eran, en su mayoría, por el nororiente de Colombia: Santander, Boyacá, Norte de Santander y Arauca. Las Fuerzas Revolucionarias de Colombia (FARC), en cambio, trazaban sus rutas por el suroriente: Meta, Guaviare, Vichada, Casanare y Caquetá.
A veces, solo las emisoras que lograban sintonizar en la radio, eran la única posibilidad de saber su ubicación. Incluso, reconocer si los habían pasado de la frontera con Venezuela. Sin embargo, la mayor parte del tiempo, la confusión era la regla, “pero uno se acostumbra –dijo Raimundo Malagón, oficial del Ejército secuestrado por las FARC, durante 9 años, 10 meses, y 27 días–. Llega un momento en la selva en el que a uno no le interesa para dónde lo llevan”. Las guerrillas nunca informan y, según los testimonios de los ex secuestrados, que participaron de este especial, a veces, en una misma caminata podían pasar dos, tres y hasta cuatro veces por el mismo río o por el mismo humedal.
El siguiente es un mapa parcial de Colombia que, acompañado de algunos testimonios, da cuenta de las caminatas y de los largos recorridos hechos por los policías y militares en la selva.
“A mí me secuestraron en la toma a Chiscas (Boyacá). Lo primero que nos dijeron era que nos íbamos de fusilamiento. Nos pusieron esposas en las manos, vendas en los ojos y luego nos subieron a unos carros. Fueron cuatro horas de travesía. Yo sospecho –por las condiciones de la carretera–, que estábamos muy cerca de Norte de Santander. Luego nos trasladaron hacia una zona montañosa. Me acuerdo que hicieron fiesta por la toma guerrillera”.
“Mi secuestro fue en pesca milagrosa entre Aguachica y Ocaña, en el Cesar. Yo estaba de civil. La primera caminata fue desde las siete treinta de la mañana hasta las doce del día, sin parar, y por una trocha pequeña. Recuerdo que en el camino había muchas casas pequeñas, muy humildes y vi que desde una de ellas le pasaron un garrafón a la guerrilla y yo pensé ‘nos van a quemar, nos van a matar’. Yo siempre tuve ese pensamiento, estos hijuemadres en cualquier momento lo matan a uno (…), pero los manes tomaron agua del garrafón y luego nos llamaron para quitarnos las billeteras. Ahí fue que se dieron cuenta de que yo era del Ejército. Yo estaba con un soldado, que estaba más pálido que yo. ‘En este momento ustedes son prisioneros de guerra’, nos dijeron y nos pasaron el botellón de agua para tomar. Caminamos dos horas más y yo seguía viendo casitas. Como a las dos de la tarde llegamos a un lugar donde unos campesinos nos dieron más agua y panela y sacaron unos trapos para taparnos los ojos. Luego nos amarraron de una mano con un lazo, para seguir caminando. A las cinco de la tarde llegamos a una loma, la subimos y nos encontramos con casitas de madera, como una especie de campamentico, donde vivían familias guerrilleras. Nos quitaron las vendas y vimos niños como de 8 años con fusiles de madera. Nos trajeron más agua con azúcar y nos volvieron a poner las vendas. Teníamos sal hasta en las orejas de tanto sudar. Luego nos trajeron una carne toda rancia con yuca, y empezó como medio a oscurecer y dijeron: ‘¡Súbanlos!’. Y nos subieron por allá a unas matas de café, pero seguíamos amarrados con lazos. Yo dije: ‘Aquí sí nos matan’. Oscureció más, nos bajaron a unos cambuches y salió un señor como de 53 años. Nos dijo que él era el comandante del frente Camilo Torres Restrepo del ELN, y que nos iban a reunir con más compañeros prisioneros. A la mañana siguiente comenzamos a caminar durante cinco días. Al final, nos montaron a unas mulas, luego en carro, luego otra vez a pie, y en una camioneta repleta de arroz y lentejas. Así fueron como tres horas hasta llegar a unos cambuches. Ahí estuvimos como mes y medio. Lo que más recuerdo es la tristeza del soldado que estaba conmigo. Era un pelado como de 18 años”.
“Me llevaron caminando, y yo viendo las ráfagas del avión fantasma y del helicóptero, por lado y lado. Caminamos trochas y carreteras. Ya estaba de noche, eran las siete u ocho de la noche, cuando llegamos a un campamento con un poco de guerrilleros, yo no había visto tantos guerrilleros en mi vida. Me amarraron de manos y pies, como a un perro, aunque con el tiempo me iban soltando un poco la cadena y con ella me halaban. Al rato me vistieron como ellos: de camuflado, botas pantaneras y una mochila como la de ellos. (…) Los primeros días era puro movimiento. Una vez me hicieron parar como a las tres de la mañana porque el Ejército estaba cerquita. No daba tiempo ni de bañarse y solo daban lentejas y espaguetis de comida. Eso era lo más rápido de cocinar. Otra vez cruzamos un caño ancho en una canoa, que pasaba de a cuatro personas. (…) La parte donde más duramos fue como una semana”.
“Después del combate nos capturan, nos montan en una lancha, y desembarcamos en un lugar donde había más de 150 guerrilleros. Eso fue una fiesta para ellos. Empezamos a caminar y vimos dos aviones que nos sobrevolaban. Ahí, la guerrilla nos hizo arrodillar al lado de la carretera y nos cubrió con matas. Pasaron los aviones, salimos de los matorrales y continuamos el camino hasta casi las tres de la tarde. A mí me quitaron mis botas de cuero, la guerrera, y me dieron unas botas plásticas. A todos nos llevaban amarrados con unas cuerdas y con las manos atrás”.
“Estábamos en territorio venezolano cuando llegó alias Enrique Tapias, y nos dijo que alistáramos las cosas, porque nos íbamos de ahí. Fueron varios días a pie y otros en lancha hasta llegar a Tomachipán (Guaviare). Llegamos cuatro, porque ya había fallecido mi capitán Guevara. Nos encontramos con el grupo de Íngrid Betancourt y los tres norteamericanos. Con ellos, en alguna época del cautiverio, tuvimos cierto roce, porque querían hablar a toda hora español para aprender, y nosotros queríamos hablar inglés, también para aprender. Tocó hacer un pacto: medio día inglés y medio día español. Entonces, nos encontramos con ellos, éramos tres grupos, 15 secuestrados y aparece alias César, el comandante del Frente Primero, y nos dice: ‘Se les van a tomar pruebas de supervivencia’, y ahí nos tocó caminar, otra vez, selva adentro”.
“Hubo la famosa caminata de la muerte, la pusimos así, porque solamente nos daban agua de lenteja a mediodía. Eso era todo. El resto del tiempo camine, camine y camine. Una vez, sobre las cuatro o cinco de la tarde, yo no podía más. Mi cuerpo no respondía y, en medio de mi desespero, me quité el morral, lo tiré al piso y dije: ‘¡Hermano, ya no camino más!’. Y ahí fue que una guerrillera montó el fusil para darme, y yo pensando: ‘Aquí me tocó’. De pronto, salió una voz de atrás que dijo: ‘Esta noche acampamos aquí’. Eso fue lo que me salvó”.
“El proceso para salir hacia La Macarena fue desde el 14 al 26 de junio. Fueron travesías a pie, en lancha… llegamos hasta un sitio y vimos carreteras y puentes hechos por la guerrilla. Ahí, asumimos que estábamos saliendo del centro de la selva. En ese punto nos esperaban el Mono Jojoy y unas camionetas Toyota. Nosotros (los secuestrados) siempre íbamos con el pensamiento: ‘Vamos a salir libres, vamos a salir’. Luego nos suben a unos camiones carpados y ahí estábamos metidos todos: los de Mitú, los de Miraflores, todos… Después montaron los camiones a un planchón y ahí sí no sé si cogimos río arriba o río abajo. Nos bajaron, y luego una travesía como de cuatro horas, hasta llegar donde estaban los delegados de la Cruz Roja y Camilo Gómez, el Alto Comisionado para la Paz. Eso ahí ya era La Macarena”..
“Estuvimos en tres campamentos grandes, el resto eran casas en las que solo dormíamos una noche y, luego, salíamos. Los míos, lo de Campo Dos, duramos seis meses solos. Luego llegamos a un campamento más grande que llamaban “Gran Colombia” y duramos tres meses. De ahí fue que salimos hacia la liberación. En esa última caminata recuerdo que cayó un aguacero tremendo, se caían los árboles, salían culebras… no sé cómo no nos matamos. Al final, llegamos a otro gran campamento donde estaba el personal (los secuestrados) de Las Mercedes y otros del Sur de Bolívar”.
“Los de Mitú éramos 61 secuestrados, pero nos tenían divididos en varios campamentos, que quedaban cerca, como a cinco minutos. Una tarde llegó Grannobles y dijo que todos quedaríamos en libertad. Uno no sabía si creer o no; si se trataba, más bien, de movernos de un campamento a otro. Al día siguiente, a las cuatro de la mañana, nos iban llamando nombre por nombre. Primero comenzaron con todos los auxiliares y terminaron con los patrulleros. Ese día caminamos hasta las dos de la tarde, cuando llegamos a otro campamento y me di cuenta de que no llegaron los suboficiales y oficiales. Pregunté qué había pasado con ellos, y los guerrilleros me dijeron que ellos sí se quedaban con ellos. A partir de ese momento el recorrido fue en chalupa y lanchas. Fueron dos noches y tres días navegando. Nunca paramos. La comida la hacían ahí mismo en las chalupas. Llegamos a un punto determinado y de ahí caminamos dos horas más, hasta un campamento donde duramos como ocho días. Luego nos hicieron caminar otro tramo, pero en carretera destapada, hasta que nos recogieron en unos camiones de ganado y llegamos a un potrero en La Macarena (donde sería la liberación). Eran las cuatro de la mañana”.