HERNANDO ARTURO PADILLA BELTRÁN

EN MARTINICA

Portada perfil Hernando Arturo Padilla Beltrán.

Daniela y Valeria:


Hija y sobrina, en esta carta quiero contarles quién era su abuelo Hernando, el papá de Mario Alberto, José David, Omar David, Hernando y yo, Katia Eugenia, la consentida; esposo de la abuela Mariela, sí, del que muchas veces les hablamos y que todos extrañamos. Hace dieciocho años no está físicamente con nosotros, pero sus enseñanzas siguen estando vivas en nuestra familia, en cada una de las cosas que hacemos, en la forma en que hemos solucionado cada tropiezo y seguimos adelante. Por estas razones quiero contarles quién era él y todos en la familia queremos que ustedes también puedan tener presentes esas enseñanzas para sus futuros y comprendan la importancia de su abuelo en la familia.

Esperamos que al leer esta carta puedan conectarse con su abuelo, con su historia y se den cuenta que ustedes, así como nosotros, son un pedacito de Hernando Padilla. Ya un poco se han ido acercando a las conversaciones que tuvimos sobre su abuelo cuando estábamos pensando en escribirles estas letras.

Adoraba Martinica; decía que era la puerta del cielo.

Daniela y Valeria, ¿recuerdan cuando fuimos a Martinica (Montería), el lugar donde él nació y se crio? Bueno, allá los amigos del abuelo, don Guillermo, doña Martha, Oswaldo, José María, Jorge Luis y el compadre Cuaba nos contaron que Nando adoraba Martinica; decía que era la puerta del cielo.

De jugador de fútbol a líder deportivo


Al abuelo Hernando desde pelado le gustaba el fútbol. Según cuenta el compadre Cuaba, desde los quince años empezó a jugar en campeonatos con el equipo de Martinica. Muchas veces jugaban de locales, porque tenían una muy buena cancha y en ocasiones iban a otros corregimientos de Montería como Leticia, Las Palomas, Las Claritas, Nuevo Paraíso. También jugaron en algunos barrios de Montería y hasta recuerda el compadre que una vez estuvieron en Tolú (Sucre). Cuando se armaban esos viajes, ellos iban a divertirse, andaba todo el equipo de fútbol para todas partes. Cuando terminaban los partidos se ponían a tomar cerveza, siempre se divertían. Así transcurrió la adolescencia y juventud de él.

Cuando fue creciendo, empezó a preocuparse por la organización de los campeonatos de fútbol, entonces se metió al comité juvenil y conseguía los uniformes, el arbitraje, los transportes para trasladarse, pero también seguía haciendo parte del equipo. Ese liderazgo asumido desde muy joven por el abuelo en Martinica nunca se agotó, porque cuando ya era adulto seguía promoviendo el deporte y entusiasmando a los muchachos de su pueblo y de Montería para que jugaran. En el barrio Ospina Pérez acá en Montería, donde vivió gran parte de su vida, también se dedicó a promover el deporte. En la cancha de microfutbol del barrio, ahí en donde ahora es la iglesia, antes los pelados jugaban sus partidos y hacían sus campeonatos.

Mi tío José Alfredo nos contó que el abuelo no solo jugaba fútbol, cuando estaba muy joven también le gustaba el ciclismo. Así que en la época en que estaba enamorando a la abuela Mariela participó en una carrera y la invitó a verlo, porque pasaban muy cerca de la casa de ella. Aunque la abuela sí se acercó a ver los ciclistas, cuando él pasó se cayó en la esquina esperando que ella saliera a ayudarlo, pero ella ni le paraba bolas. En esa caída, se raspó y luego todos los amigos lo molestaban, hasta la abuela le dijo que eso le pasaba por pantallero.

La vida familiar


Daniela, Mariela y Katia en la casa familiar, junio de 2019.

Daniela, Mariela y Katia en la casa familiar, junio de 2019.

Al abuelo Hernando su estrategia de conquista le funcionó, porque en 1981 se casó con la abuelita Mariela. Mi mamá nos contó que el matrimonio fue en la Catedral de San Jerónimo de Montería; se reunieron las dos familias, fue un día muy alegre y en la noche hubo fiesta con banda. La ceremonia fue como a las cinco de la tarde. Cuando los abuelos venían a pie llegando a la casa, empezó a tocar la banda y amanecieron celebrando.

El primer hijo que tuvieron fue Mario y fue la adoración del abuelo. Él se lo llevaba para todas partes, en especial para Martinica, pero cuenta la abuela que desde que nació fue enfermizo y como tenían un lote en Montería para construir la casa lo tuvieron que vender para estar más pendientes de Mario y de sus cuidados. Además, se podía enfermar más mientras duraba la construcción.

El segundo hijo fue José David, el abuelo lo llamaba Negrito y siempre decía: “no me quieren a mi negrito, porque es negrito como yo”. Todo el tiempo lo consentía. El abuelo fue un padre muy consentidor y entregado a la familia; cuando estábamos estudiando en el colegio, nos llevaba en la mañana y nos recogía a la salida, siempre estaba muy pendiente. Eso sí, después yo fui la consentida. Recuerdo que yo estudiaba en el Colegio de la Sagrada Familia de Montería y él me recogía, a veces iba todo desordenado con la ropa de trabajo y llegaba a la casa molestando a decirle a mi mamá: “mira allá la tuya, que empezó a decir que venía el jardinero de la casa a buscarla”, pero recochando, porque todos sabían en el colegio que él era mi papá.

Como ustedes saben, el abuelo Hernando también tuvo otros hijos. Don Anselmo Espitia nos contó que él lo conoció desde que era un peladito y trabajó con él en labores del campo en Martinica, pues cultivaban maíz. Tiempo después, el abuelo tuvo con Damaris, la hija de don Anselmo, a Omar David y Hernando, sus últimos hijos. Ellos no alcanzaron a compartir mucho con el abuelo, porque cuando él murió ellos no tenían más de cinco años. Sin embargo, los encuentros con familiares y amigos en donde compartimos relatos sobre su vida y anécdotas, acompañados de estas letras, también les servirán a ellos para conocer más de la vida del abuelo.

El amor por Martinica lo llevó a ser corregidor


A finales de los noventa, el abuelo Hernando asumió el rol de corregidor de Martinica. Como el abuelo toda su vida había sido un líder para el pueblo, a pesar de vivir en Montería, la gente lo quería mucho y lo apoyaba, además era muy amiguero y eso le dio para empezar a hacer política.

En el cargo de corregidor estuvo cuatro años, él se caracterizó por ser muy servicial con la comunidad. Las personas cuando necesitaban algo lo buscaban, eso sucedía hasta antes de ser corregidor, pero recuerda la amiga del abuelo, doña Martha, que ya estando en el cargo les ayudaba mucho cuando había inundaciones; él se iba para la Alcaldía de Montería y gestionaba el carrotanque, llevaba a Martinica personal de la Defensa Civil y la Cruz Roja, conseguía mercados y los repartía, hacía el censo y a cada familia le entregaba sabanas y toldos. En una ocasión, les ayudó a sacar los carnés del SISBEN a todas las personas del pueblo, él era muy activo y quería ver a su gente bien.

Le decían “la ambulancia”, pues cuando alguien tenía alguna emergencia médica él lo trasladaba al hospital de Montería.

También nos contaron que le decían “la ambulancia”, pues cuando alguien tenía alguna emergencia médica él lo trasladaba al hospital de Montería o en ocasiones, si no podía llevarlo, le ayudaba con dinero para que consiguieran el transporte. Oswaldo, amigo de la infancia del abuelo, señaló que en Martinica lo recuerdan como una persona solidaria y comprometida con el progreso de la comunidad.

Niñas, el ejemplo que nos dio su abuelo siempre fue que uno debía ayudar a la gente, que muchas veces esas cosas que a nosotros nos parecen pequeñas le pueden cambiar un poquito la vida a las personas. Por ejemplo, yo recuerdo que en navidades y épocas escolares él me llevaba a entregar los regalos a los niños, le gustaba llevar los jugueticos y en enero entregaba los kits escolares que tenían cuadernos, lápices, borradores y colores; ellos se ponían felices al verlo llegar.

La colchonería: el negocio familiar


El negocio de La Colchonería Okey empezó después de una revisión médica que tuvo el abuelo en Medellín. Allá estuvo como por quince días y en ese tiempo aprendió a hacer y arreglar los colchones. Cuando regresó a Montería, llegó con la idea de poner el negocio y en esa época acá no había nada parecido, entonces el auge fue muy fuerte.

La gente llegaba con sus colchones para que les revisara las varillas, los resortes, la espuma y él los desbarataba y les hacía los cambios requeridos. Como Mario y José David estaban pequeños, los ponían a picar el algodón, pero el abuelo consentía a José David porque era alérgico y Mario lloraba porque a él si le tocaba picar y pensaba que el abuelo prefería al hermano.

El abuelo Hernando puso la colchonería acá en la esquina y empezó a trabajar primero con la familia, les enseñó a mis tíos José Alfredo y Francisco, pero a medida que iba creciendo el negocio consiguió trabajadores, muchas veces traía pelados de Martinica a trabajar acá, entre ellos el compadre Cuaba, esa también era una forma de ayudar a su gente. La abuela Celedonia recuerda que llegaron a tener tanto trabajo que pasaban días y noches ahí afuera, pero eso sí después de almuerzo descansaban y se quedaban echando cuentos en la terraza con ella antes de seguir trabajando.

El abuelo Nando fue un hombre muy trabajador y hasta el último día de su vida se dedicó a sacar a la familia adelante.

El abuelo Nando fue un hombre muy trabajador y hasta el último día de su vida se dedicó a sacar a la familia adelante y a ayudar a las personas que conocía. En la familia, la tradición de la colchonería continuó y, como ustedes saben, aunque ahora el negocio no es tan activo como hace algunos años, acá se siguen arreglando colchones y todo tipo de muebles, lo que ha permitido seguir con su legado.

La casa de la familia Padilla Jiménez sigue siendo un taller de colchones, junio de 2019.

La casa de la familia Padilla Jiménez sigue siendo un taller de colchones, junio de 2019.

Los recuerdos del abuelo


El 25 de enero de 2001 a todos nos cambió la vida, ese día nos arrebataron al abuelo Hernando mientras se encontraba afuera de la colchonería trabajando. El hecho nos tomó por sorpresa y la tristeza se apoderó de este hogar. Nada volvió a ser igual hasta que llegaste tú, Valeria, y nos devolviste la sonrisa, a tu papá Mario Alberto, tu abuela Mariela, tu tío José David y a mí. Nos refugiamos en ti. Tiempo después el nacimiento de Daniela nos llenó de felicidad, en espacial a mí. Niñas, ustedes dos han sido luz para la familia y nos sentimos felices de poderles contar hoy esta historia. Nos sentimos orgullosos de lo que hemos vivido. A pesar de que mi papá no nos acompaña, cada día ponemos en práctica sus enseñanzas y nos mantenemos unidos como familia.

En Martinica también se sintió muy fuerte la ausencia del abuelo, de allá vino mucha gente a acompañar su velorio y entierro. Aun hoy, tantos años después, sus amigos nos dicen que tras su muerte no ha habido un líder como él en ese pueblo; que el proceso organizativo decayó y que poco a poco ellos han tenido que ir recuperando los espacios como la Junta de Acción Comunal.

Daniela y Valeria, sabemos que esta no es la primera vez que hablamos con ustedes sobre el abuelo Hernando y como no lo conocieron quizás no lo extrañen, pero el recuerdo de su abuelo no lo podemos dejar morir, porque él fue y será una de las bases de esta familia y más allá de las fotografías que puedan ver para tener una idea de cómo era, queremos que siempre tengan presente que él fue un hombre servicial, alegre, trabajador, solidario, buen amigo y sobre todo un gran líder. La tarea de ustedes de ahora en adelante es contarles esta historia a las nuevas generaciones y llevar en alto a donde vayan el nombre de su abuelo Hernando Arturo Padilla Beltrán.

Con amor, Katia Eugenia Padilla Jiménez.

Daniela en la casa de la abuela Mariela, junio de 2019.

Daniela en la casa de la abuela Mariela, junio de 2019.