En la casa fuimos ocho hermanos, dos varones y seis mujeres. Juancho era el consentido por ser el menor. Desde pequeño fue muy apegado a todos nosotros, en especial conmigo, porque yo era la menor de las mujeres. Mi nombre es Adis, pero él me decía “Noyi” y yo en ocasiones le decía “Ape”. Me acuerdo que cuando era niño le encantaba jugar con trompos y bolitas de cristal, se reunían unos diez pelados en el callejón de la casa en donde vivíamos. Era muy jocoso, se la pasaba contando chistes y poniéndole apodos a todo el mundo. Le gustaba mucho el fútbol y andar en bicicleta. Mis hermanas trabajaban en Montería y trajeron unas monaretas, a una él le cambió la silla por otra más alta y aprendió a hacer payasadas, levantaba la llanta de adelante, andaba rápido, lento. Mejor dicho, la pasión de él era esa bicicleta.
La primera comunión la hizo peladito, como a los diez años, y me acuerdo que no se quiso vestir de blanco como todos los niños, él quería verse diferente. Por eso se puso camisa negra y pantalón zapote y le decía a mi mamá: “¡esa es la ropa que me gusta!”
Cuando terminó tercero de bachillerato en la Normal para Varones de Sahagún decidió retirarse del colegio para dedicarse al negocio de comprar ganado. Como mi papá salía con él y le enseñaba a negociar, pues le fue gustando. Una vez le pregunté que por qué no quería estudiar más y jocosamente me respondió: “para comprar ganado no se necesita ni historia ni geografía”. Cuando mi papá ya estaba de bastante edad, mi hermano empezó a comprar y matar ganado. Las novillas que veía bonitas, que sirvieran para leche, las negociaba con los dueños de las fincas. Yo creo que Juancho quiso trabajar desde pelado, porque mi papá siempre nos decía que aprendiéramos a trabajar para que nadie nos mandara, que nos supiéramos defender.
Mi papá se llamaba Juan Pablo Nisperuza Ávila. Él empezó a trabajar vendiendo panela que llevaba de Colomboy a Ciénaga de Oro. En uno de esos viajes conoció a mi mamá Guadalupe del Carmelo Agamez Fuentes. Cuando se radicaron en Colomboy, mi papá amplió su negocio a la compra y venta de marranos; los vendía en Medellín. Así lo fueron conociendo en la región y le empezaron a vender ganado. Como teníamos un patio grande en la casa ahí mismo lo sacrificaban y Juancho siguió con la tradición. Después de la muerte de Juancho nosotros seguimos con el negocio, pero solo de compra y venta de cerdo; hasta hace poco otro hermano y mi sobrino Diego Raúl volvieron a sacrificar ganado.
Juancho era muy bueno negociando. Él tenía, como dicen, “ojo clínico” para ponerle peso a los animales. Él veía una vaca y decía: “esa vaca pesa 400, 450 kilos” y cuando la metían a la báscula acertaba, entonces lo fueron conociendo en la región. Cuando Juancho tenía como 25, 26 años llegó el señor Roberto Álzate a Colomboy, venía buscando ganado en subastas para llevar a Cali y Medellín. Acá le recomendaron trabajar con mi hermano y ahí se transformó un poco el negocio, porque ya él se dedicó solo a las subastas; iba a Planeta Rica, Caucasia y Cartagena.
Con Álzate hicieron muy buena amistad, él lo apreciaba mucho y le decía Juanchito, además confiaba en él plenamente. Mi hermano concretaba los negocios y el transporte para mandar el ganado y el señor le iba consignando la plata o sacaba de una caja menor que manejaba. Ellos llegaron a comprar hasta once camiones de ganado, a cada uno le metían unas nueve, diez vacas.
Juancho era querido por todos. Cuando llegaba los domingos de las subastas se bañaba, se perfumaba y se sentaba en la terraza de la casa tipo dos, tres de la tarde. Ahí iban llegando los amigos a saludarlo, se compraban una canasta de costeñita o destapaban una botella de Old Parr y se quedaban toda la tarde echando chistes. Pero él nunca fue buen bebedor, era más bien dormilón, cuando iban a las cantinas lo molestaban: “¡que belleza!, llegaste, te tomaste cinco cervezas y te dormiste enseguida”. Como yo vivía con él, muchas veces me tocaba ir a buscarlo a las cantinas y traerlo, porque se había dormido; en la casa le quitaba los zapatos, el pantalón y las medias para que no se me fuera a salir otra vez si se despertaba. Recuerdo una vez que se quedó dormido en la terraza y como él era tan grande les pedí a cuatro hombres que me lo ayudaran a entrar, lo acomodamos en la mecedora, le puse el ventilador y ahí amaneció.
Con los amigos no solo tomaba, también le gustaba invitarlos a comer a la casa, él era muy generoso, no escatimaba con nada. Pero eso sí, era fregado para la comida. Juancho no comía en cualquier lado, le encantaba el mote de queso con berenjenas fritas, la costilla de cerdo en viuda, salada con yuca y plátano, la sopa de codillo. Cuando traía costilla de cerdo le preparaba unas tres libras y se las comía él solito con tres o cuatro limones para que no le hiciera daño. La sopa se la comía con queso y bollo. Un día que vino Lucho, un amigo de él, y lo vio tomando sopa le dijo: “tú sí eres ordinario, sopa con queso y bollo”, pero Juancho le respondió: “es que no lo has probado, porque no sabes de comida”. Después la esposa de Lucho me contó que desde ese día él siempre se tomaba la sopa con bollo y queso.
Para Juancho los cumpleaños eran muy importantes. Me recuerdo que en su número treinta y seis, el 4 de agosto de 2001, hizo un asado e invitó a los amigos, pero como le gustaba juguetear le dijo a un pelado del barrio riendo: “aquí te vas a quedar en la puerta del corral, el que no esté invitado a mi asado no me lo dejes entrar”. Ese día estaba peleado con un gran amigo y me dijo “Noyi, me le sacas la comida y se la llevas al Pato”, porque discutían por cualquier cosa, pero eso sí se querían mucho.
Las peladas también lo querían, él era travieso con las muchachas y tuvo varias novias; pero esos amores duraron poco, algunas peladas querían tener familia con él, pero nunca se dio, porque él tuvo un accidente en una moto, ¡casi se mata!, tuvo una fractura en el brazo y el pie, y además un golpe en los testículos que lo dejó estéril, esa vez demoró 36 días en el hospital.
La gente con la que trabajaba también lo apreciaba mucho. Los muleros siempre le regalaban panela, pan con brevas, galletas o en diciembre whisky para que él los tuviera en cuenta y les diera los viajes; eran muy detallistas. Pero no solo los muleros, yo me di cuenta que en las subastas también lo querían cuando fui como a los doce días de muerto a recoger un dinero que le habían quedado debiendo en Caucasia. Allá me dijeron que: “Juancho era un cliente jocoso, espontaneo, echado para adelante”. También me contaron que cuando se enteraron de su muerte hicieron un minuto de silencio a su memoria antes de empezar la subasta.
La noche del 15 de octubre de 2001 mataron a Juancho, él estaba fuera de la casa sentado con la novia, don Tomás Sánchez, mi hermana Denis y otro muchacho frente a una farmacia que teníamos. Cuando yo llegué, él me jaló, me sentó en sus piernas y me dijo: “¡usted es la hermana que yo más quiero!”, mientras me abrazaba. Un pelado llegó a traerme la razón de que llamara a una amiga urgente, entonces le dije: “bueno Juancho, suéltame que voy a hacer una llamada”. Y mientras estaba en Telecom llegaron unos hombres en moto y le dispararon en varias ocasiones, una de las balas rebotó en la pared e hirió a don Tomás y Denis al escuchar los disparos salió corriendo y se hizo un chibolo con un horcón [bulto que sale en la cabeza como consecuencia de un golpe]. Cuando a él lo matan le dio muy duro a la familia, porque nosotros siempre hemos sido muy unidos y cualquier cosa que le pasa a uno es como si nos pasara a todos.
Los sobrinos y sobrinas también lo extrañan mucho, lo querían y respetaban. Él era muy cercano con ellos, por ejemplo, al hijo mayor de Denis, Diego Raúl, le había prometido darle su carrera profesional pero no alcanzó. A Juancho lo recordamos cada día, cuando nos reunimos todos los hermanos siempre está presente en nuestras conversaciones, lo recordamos con mucho orgullo y cariño. A veces lo visitamos en el cementerio y le hemos mandado hacer misas especiales a los diez, quince años de muerto. Acá en Colomboy hay muchas personas que lo recuerdan y vienen a decirnos, siempre nos cuentan anécdotas que tienen con él.