Recorridos por los paisajes de la violencia en Colombia

Puerto Torres, Caquetá

Piedemonte Sur

Los acercamientos que llevaron a los diálogos de paz y a la zona de distensión tuvieron como punto de partida 1997. Ese año también hizo presencia en el departamento una nueva oleada de paramilitarismo a cargo del Frente Caquetá de las Autodefensas Campesinas de Córdoba y Urabá (ACCU).

El fortalecimiento militar y económico de las FARC y su control de los diferentes eslabones de la cadena del narcotráfico fueron algunos de los argumentos esgrimidos por los líderes paramilitares para arribar a la zona. “En esa época Carlos Castaño anunció en varias entrevistas que el diálogo de paz con la guerrilla no iba para ningún lado, dijo que no iba a estropear el proceso pero que iba a designar a dos mil hombres para cercarlos”Verdadabierta.com, (2012, 2 de febrero), “Los políticos del Caquetá nos utilizaron”: alias ‘Paquita’. http://www.verdadabierta.com/jefes-de-la-auc/3821-los-politicos-nos-utilizaron-alias-paquita..

Tras la puesta en marcha de la zona de distensión, el Bloque Centauros de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC) se ubicó en la frontera nororiental de la zona despejada (entre Meta y Guaviare); solo restaba definir el otro extremo del cerco. Puerto Rico, El Doncello, El Paujil o Florencia no parecían las mejores decisiones en términos estratégicos, pues se trataba de importantes centros poblados del piedemonte donde, además, había hecho presencia la guerrilla de las FARC por medio de la Columna Móvil Teófilo Forero y los Frentes 3, 14 y 15.

La decisión debía ser más discreta, más segura. Una retaguardia donde no hubiera gran presencia guerrillera que pudiera revertir el cerco que proyectaban los altos mandos paramilitares. La zona de San José del Fragua, Belén de los Andaquíes y Morelia, en el piedemonte sur, fue el lugar elegido. El centro de operaciones se ubicó en Puerto Torres, inspección de policía de Belén de los Andaquíes, de donde era oriundo el reconocido narcotraficante Leonidas Vargas y desde donde el grupo armado podía dar continuidad al segundo gran interés que motivó su llegada al departamento: el control de la economía cocalera.

Mapa presencia de actores armados y zona de distensión

Fue así como los más de 60 kilómetros de la carretera Troncal de la Selva, que comunicaban a Florencia con San José del Fragua (en el extremo sur del piedemonte caqueteño), pasaron a ser dominados en un primer momento por el Frente Caquetá de las ACCU y, posteriormente (desde el año 2001), por el Frente Sur Andaquíes del Bloque Central Bolívar de las Autodefensas Unidas de Colombia.

Entre Florencia y Belén de los Andaquíes hay 44 kilómetros que se recorren en cerca de una hora siguiendo el curso de la mencionada Troncal de la Selva. Puerto Torres, por su parte, se encuentra a treinta kilómetros de la cabecera municipal de Belén de los Andaquíes, un recorrido que toma poco menos de dos horas a través de una carretera destapada.

Partiendo de Belén, a escasos 10 kilómetros de recorrido, nos encontramos con las primeras evidencias del paso de la guerra en el territorio. De repente la maltrecha carretera se sintió más lisa, las curvas normales del recorrido cesaron y la vía pareció más amplia. “La Pista”, mencionaron dos personas al unísono. Se trataba de una recta de aproximadamente 800 metros de longitud que, según cuentan los habitantes de la zona, era punto de salida de coca, entrada de dinero y lugar de embarque de altos mandos de las AUC y de trabajadoras sexuales.

Pista de aterrizaje. María Luisa Moreno para CNMH, 2017.

Se señaló adicionalmente que el sector comenzó a ser utilizado como pista en 2002, luego de que la gobernación del departamento promoviera un proyecto para mejorar la carretera.

La irregularidad de la carretera fue una constante a lo largo de los restantes 20 kilómetros de recorrido. Los paisajes, por su parte, se alternaron entre zonas ganaderas y monocultivos de caucho y palma. Finalmente, llegamos a nuestro destino: hoy, un apacible y abandonado caserío ubicado al margen del río Pescado; décadas atrás, un próspero puerto del piedemonte sur del Caquetá y, durante los años de presencia paramilitar, hace poco más de tres lustros, uno de los más sombríos lugares del horror de los que se han documentado en nuestro país.

Alejado del área de influencia de la guerrilla y fuera de los focos de atención del Estado colombiano, pero con una ubicación privilegiada para moverse hacia el centro del Caquetá, el Cauca y el Putumayo, Puerto Torres y su población vivieron entre 2000 y 2003 la llegada del Frente Sur Andaquíes. Fue así como se dio el confinamiento de la población y la puesta en marcha de lo que se conoció como una “escuela de la muerte”. Allí el grupo armado consolidó:

una estructura militar dedicada a entrenar a sus miembros con fines antisubversivos y en la mayoría de las veces con fines criminales ligados con el narcotráfico. Dicho entrenamiento no se limitó a la formación militar y política, sino que incluyó el desarrollo y aprendizaje de habilidades en técnicas de tortura y sevicia, valiéndose para ello de personas cuya vida y muerte fueron usadas como instrumentos para enseñar cómo hacer daño a otros.Centro Nacional de Memoria Histórica (2014), Textos corporales de la crueldad. Memoria histórica y antropología forense, CNMH, Bogotá, página 135.

Como en muchas otras regiones del país, no hay certeza sobre la cantidad de víctimas fatales de la “escuela de la muerte” de Puerto Torres. Si bien a la fecha han sido exhumados 36 cuerpos, las versiones de algunos excombatientes del Frente Sur Andaquíes señalan la existencia de entre 50 y 500 víctimas fatalesCentro Nacional de Memoria Histórica (2014), Textos corporales de la crueldad. Memoria histórica y antropología forense, CNMH, Bogotá, página 50. cuyas historias de vida y muerte aún siguen sin conocerse.

Durante los primeros meses de 2017 las fachadas de las casas, el colegio, la iglesia y la casa cural, ubicadas alrededor de la cancha principal del pueblo, fueron pintadas por la nueva comunidad de Puerto Torres. La cancha y sus alrededores son contenedores de memorias del horror de los años de la presencia del Frente Sur Andaquíes de las AUC. Por su pequeño tamaño, su cercanía al río Fragua Grande y al casco urbano de Belén de los Andaquíes, Puerto Torres se convirtió en un lugar estratégico para las AUC. Con su llegada en el 2002 los pobladores se desplazaron por temor a ser asesinados. Se registra que durante la presencia paramilitar solo permanecieron tres familias en el pueblo. Los integrantes del grupo ilegal se tomaron las casas y lugares comunitarios como el colegio Gerardo Valencia Cano, la iglesia y la casa cural.

María Luisa Moreno para CNMH, 2017
César Romero para CNMH, 2015

Al entrar a las instalaciones del colegio Gerardo Valencia Cano encontramos que la guerra vació de significados de vida este lugar. Los salones, la cocina, la rectoría, la zona de recreo de los estudiantes y el patio que conecta con la casa cural se convirtieron en las estaciones de tortura de cientos de víctimas asesinadas por el Frente Sur Andaquíes de las AUC.

Pocos meses antes de la llegada de las AUC el colegio dejó de funcionar. El rumor de la llegada de un nuevo grupo armado ilegal al pueblo causó temor en los profesores, quienes dejaron de asistir a las clases. En menos de nada este lugar dejó de ser un centro educativo de la comunidad para convertirse en el principal lugar de vivienda y tortura del Frente Sur Andaquíes de las AUC. 

Plano colegio Gerardo Valencia Cano

El comandante militar del Frente Sur Andaquíes, Everardo Bolaños, alias Jhon, transformó uno de los salones del colegio en su habitación privada. Antes de que pintaran las fachadas del colegio en 2017, se podía ver con claridad un letrero que decía “Apartamento 101”.

María Luisa Moreno para CNMH, 2017

El comandante Jhon convivía con la cotidianidad de un centro de tortura. Los salones 1 y 2 y la habitación donde dormía el profesor los usaron como lugar de tortura y reclusión de sus víctimas. Según Everardo Bolaños, algunos detenidos  podían durar encerrados hasta nueve meses mientras se confirmaba la información sobre su perfil y posibles vínculos con la guerrilla. La biblioteca, la rectoría y el salón contiguo eran las habitaciones de otros paramilitares encargados del control de los detenidos.

El patio era el principal escenario de tortura. A pleno sol, las personas pasaban horas colgadas en el árbol de mango. En general, todos los árboles del patio del colegio y de la casa cural fueron usados para torturar y ocasionar dolor a las víctimas.

Detrás del colegio o detrás de la iglesia habían muchos árboles frutales como mangos, guayabos, pomarrosas, entonces se amarraban a estos palos y ahí se dejaban hasta que se tomara la decisión de… (De pronto que uno veía) que ya no iban a contar, entonces para evitar tener detenidos, lo mejor era salir de ellos, lo más rápido, o soltarlos o causarles la muerte.
Everardo Bolaños, alias Jhon
Los restos del árbol de mango. Puerto Torres (Caquetá), 2018. © Alirio González.

No obstante, el árbol más recordado y nombrado en distintos testimonios es de mango, al que llamaban el árbol de la muerte, el árbol del último suspiro y el testigo mudo de la guerra. Este árbol, que hasta agosto de 2018 continuaba narrando historias del paso de la violencia por la región, fue talado. No hay aún muchas pistas sobre la razón de la decisión ni el grado de consenso con el que contó la misma, a pesar de ello sus restos son ahora una huella más en el paisaje y un aporte para los debates acerca de la memoria y las tensiones entre el recuerdo y el olvido.

María Luisa Moreno para CNMH y César Romero para CNMH

Sin embargo, para muchas víctimas la muerte no sucedió en el árbol. Algunas fueron expuestas en un planchón de cemento ubicado justo al lado del árbol o las regresaban a los salones o a la casa cural para seguir siendo torturadas.

Frente a la casa cural estaba la cancha

Como Puerto Torres se convirtió en el escenario principal de entrenamiento y base paramilitar, fue en la cancha del pueblo donde se ejercieron los entrenamientos de los aproximadamente 300 hombres integrantes del Frente Sur Andaquíes. También recuerdan los habitantes que en la cancha se castigaba y se mataba a personas de la región.

Calle del cartucho y árbol de pomo

María Luisa Moreno para CNMH, 2017

Al salir del centro del pueblo la población civil nos señaló la calle del cartucho, una calle angosta y muy corta que conecta la cancha principal con los caminos veredales. Las personas que nos acompañaron en el recorrido narraron que en el árbol de pomarrosa, ubicado en esta calle, los paramilitares colgaban a las personas y durante días las dejaban expuestas como escarnio público.

Las palmas

Al pasar la calle del cartucho y tomar una de las trochas hacia el suroriente está ubicada la finca El Socorro y el sector de Las Palmas. La finca está exactamente detrás del colegio. Las personas afirman que allí todavía hay enterrados cientos de cuerpos.

Este circuito de la muerte está conectado con el último lugar donde los integrantes de las AUC llevaban a muchas de sus víctimas para torturarlas antes de asesinarlas: son 16 palmas que pueden dar cuenta de lo que sucedió en este punto alto del pueblo. La fiscalía exhumó 19 cuerpos allí y se sabe que aún quedan muchos otros por buscar.

María Luisa Moreno para CNMH, 2017

Cartas al cuerpo 36

Clic en la imagen para descargar las cartas

La búsqueda de las personas desaparecidas es un proceso donde familiares, forenses e investigadores han puesto sus saberes, emociones y tiempo. Durante más de 15 años la búsqueda de las personas desaparecidas de Puerto Torres no ha cesado. El libro de la antropóloga Helka Quevedo es un compilado de 12 cartas a los desaparecidos del país. Nueve de ellas están dedicadas a desaparecidos de Caquetá (en su mayoría a las de Albania y Puerto Torres), dos a desaparecidos de Cundinamarca y Tolima mientras que la última de ellas es una reflexión sobre los victimarios en general.

Como se resume en la contraportada del libro "El trabajo de la antropóloga Helka Quevedo en exhumaciones, en el estudio forense de los cuerpos, en el acompañamiento a las familias de personas desaparecidas y en el diálogo con perpetradores, marcó su sentir y su aproximación a dos mundos. El primero, trazado por el contacto directo con los muertos; el segundo, delineado por un largo recorrido para lograr saber quiénes fueron esos muertos, cómo eran y cómo vivían antes de que la soberbia, la codicia y la cruel omnipresencia les quitaran la vida. Esencial para lograrlo fue tejer una conversación con ellos".