Recorridos por los paisajes de la violencia en Colombia

Río Bojayá

Para entender el río Bojayá

Los meandros del río Bojayá contienen la memoria de las historias de vida y resistencia de las comunidades que han habitado durante siglos este brazo del río Atrato. El curso alto y medio del río es hogar de los indígenas embera dóbida, mientras que las zonas bajas y la desembocadura son habitadas por las comunidades negras.

Esta vez el recorrido inició en BellavistaCabecera municipal de Bojayá. y de allí continuó hacia las comunidades del resguardo Alto Río Bojayá. En tres pangas, junto con integrantes del Comité por los Derechos de las Víctimas de Bojayá, líderes de las organizaciones embera dóbida de la región y miembros de las comunidades indígenas, transitamos el río durante 10 horas hasta llegar a Chanó, el poblado embera más distante de Bellavista. Desde allí emprendimos el regreso que tomó varios días siguiendo el curso del río y haciendo paradas en cada una de las comunidades del resguardo.

Ilustración © Manuel Moreno Rodríguez, 2017

Si bien la situación de los pobladores del río Bojayá responde a una larga cadena de violencias, es posible identificar un punto de quiebre en las últimas dos décadas del siglo XX debido a que los grupos armados hicieron presencia en la zona con el fin de obtener provecho de la ubicación geográfica del municipio que lo convierte en un corredor de ingreso y salida del país, tanto hacia el Atlántico y el Pacífico como hacia Panamá. En estas condiciones, el río Bojayá vio cómo sus aguas, eje de la vida de las comunidades que habitan su curso, se convertían en una ruta de narcotráfico a través de la cual se transportaba buena parte de la coca que se sembraba y procesaba en la región.

De acuerdo con los testimonios recopilados, el Bloque 57 de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) hizo presencia a lo largo del río desde 1986; la Fuerza Pública, por su parte, hizo escasa presencia en el periodo anterior a 1995 y realizó una fuerte militarización en los años posteriores; y, finalmente, el Bloque Elmer Cárdenas, comandado por Freddy Rendón, El Alemán, fue el principal brazo del paramilitarismo en la zona del medio Atrato y logró avanzar hasta la comunidad de Pogue, la cual se ubica a cerca de tres horas de Bellavista en los límites del resguardo indígena del Alto Río Bojayá.

La presencia de diferentes actores armados en la parte baja y en la desembocadura del río trajo consigo combates y afectaciones para la población civil. En este contexto se inscriben hechos como la masacre ocurrida en Bellavista, cabecera municipal de Bojayá, entre abril y mayo de 2002, la cual dejó un balance de 98 muertos civiles y cientos de heridos. Horrorizados por la violencia que afectaba a las comunidades vecinas, los grupos indígenas del curso medio y alto del río quedaron aislados y confinados dentro de sus territorios, lo que dificultó los intercambios con otros poblados, la obtención de insumos básicos para la supervivencia, la atención médica, entre otros. Si bien de esta manera lograron alejarse del fuego cruzado de los grupos armados, la situación dentro de sus comunidades distaba de ser segura.

Los caminos terrestres y fluviales del Alto Río Bojayá fueron ocupados por los narcotraficantes. Su presencia, muchas veces coordinada con la guerrilla de las FARC, profundizó la situación de vulnerabilidad de los habitantes de la zona que aún recuerdan cómo se les prohibió transitar sus territorios, lo cual les limitó la comunicación, el trabajo colaborativo, la agricultura, la caza, la pesca y la recolección de plantas medicinales.

Fue así como no solo con balas se hirió a los pobladores del río Bojayá. La presencia y el accionar de los grupos armados afectó sus vidas, su autonomía, su historia organizativa y su pervivencia cultural. Adicionalmente, narcotraficantes y guerrilla sembraron minas antipersonal en el margen oriental del río, lo cual les permitió un mayor control de la ruta de narcotráfico y, a la vez, estrechó el cerco a los embera dóbida, que incluso hoy siguen sintiendo temor de recorrer esta parte de su resguardo.

Foto María Luisa Moreno R. para CNMH, 2016.

Por otro lado, los residuos químicos de los laboratorios para el procesamiento de la hoja de coca fueron a parar al río Bojayá. Los peces comenzaron a escasear y las enfermedades proliferaron. La lucha del Estado contra el narcotráfico y la guerrilla no siempre distinguió entre grupos armados y población civil, ya que las fumigaciones con glifosato también acabaron con los cultivos de pancoger y con especies de flora y fauna de esta selva chocoana. Confinadas o desplazadas, las personas del río vieron cómo, además de la muerte por la vía armada, se les condenó a otra más agónica y dolorosa debido al arrasamiento y la contaminación de sus ecosistemas.

Hoy por hoy, si bien las violencias más evidentes parecen haber disminuido, las afectaciones continúan. Grupos armados aún se disputan la región y, paralelo a ello, dragas y retroexcavadoras de las industrias madereras y mineras han pasado a ser parte de los paisajes cotidianos del alto, medio y bajo Atrato.

Si bien el panorama no resulta esperanzador, renunciar no parece una alternativa. Algunas medidas como el reconocimiento de los resguardos embera dóbida y de los consejos comunitarios de Bojayá como sujeto de reparación colectiva, y la reciente sentencia de la Corte Constitucional que reconoce al río Atrato como sujeto de derechos, parecen mostrarle a las comunidades que no están solas y que estas y otras iniciativas esperan ser un aporte a su larga historia de lucha por mantener el equilibrio y por resistir en el único lugar en que sus vidas cobran sentido. 

¿Qué significa el agua para los embera dóbida? ¿Por qué hablar del río como víctima del conflicto armado?

La desaparición de peces y animales pone en riesgo la pervivencia de los embera dóbida, quienes reclaman como parte integral de sus comunidades la reparación al río Bojayá. En este caso el río se convirtió, no solo en la ruta donde se instalaron los retenes de actores armados para afianzar su presencia en la región y así cuidar la cocaína que transitaba hacia los límites del país, sino también en un río enfermo. Las fumigaciones aéreas y los químicos provenientes de los laboratorios de coca contaminaron este afluente. Un río enfermo es como una arteria del cuerpo muerta. Para los embera dóbida el río hace parte de su cuerpo y, por lo tanto, ellos también están enfermos.