El arte de la 26: un ejercicio que resiste, organiza la rabia y construye memoria

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CNMH

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Publicado

6 diciembre 2022

El arte de la 26: un ejercicio que resiste, organiza la rabia y construye memoria

 

En el segundo día de la Semana por la Memoria, la fotografía y otras expresiones artísticas fueron el eje de conversación. La exposición «Aquí organizamos la rabia, aquí construimos memoria» ya cuelga en la calle 26 y puede ser visitada por todos los transeúntes.

Si un verbo es acción, el arte deberá ser conjugado. Resiste, construye, reivindica, limpia y abre caminos. El arte es acción en el pecho de Mary Garcés, con su delantal negro y las lentejuelas pegadas que ella misma ha cosido, y que dejan leer las palabras ‘Costurero de memoria’, un colectivo bogotano dedicado desde 2013 a tejer y bordar al que llamaron «Kilómetros de vida y de memoria», por ese trecho infinito y cuesta arriba que les ha tocado andar a las víctimas de Colombia.

 

El arte de la 26: un ejercicio que resiste, organiza la rabia y construye memoria

 

El arte es resistencia hecha verbo en la voz poderosa de Las Comadres, que cantaron en la noche del frío martes a los ausentes-presentes, que reclamaron con orgullo el poder de su identidad, que exigieron al Estado protección ante el asedio de las violencias. También las resistencias toman forma en idioma embera conjugado en rap con Embera Warra, que cerró la jornada reivindicando a sus ancestros, pero también a su territorio y su idioma.

El arte es la poesía preñada de fuerza y memoria de Chico Bauti, que animó a “elevar el vuelo del ave migratoria” para volver a ser, para volver a poder ser.

El arte también se puede transportar y repetir desde que el ingenio del ser humano pensó en la posibilidad de congelar el tiempo, hacerlo pasar por un cuarto oscuro, y revelar instantáneas de momentos en papel, aunque ahora los vericuetos de la tecnología permitan crearlo desde un celular. El arte son las fotos de Luisa Vélez, Nelson Cárdenas, Leonardo Díaz, Eric Arellana, Jorge Mora y Juliana Ladrón de Guevara, que han demostrado cómo se organiza la rabia y se hace memoria levantando telares en la Avenida Jorge Eliécer Gaitán, popularmente conocida como calle 26, el escenario donde gravita la Semana por la Memoria que lidera el Centro Nacional de Memoria Histórica. La exposición muestra algunos de los registros fotográficos de las poderosas movilizaciones sociales que han pasado o han partido de esta simbólica calle de Bogotá.

Vecina de Teusaquillo, Mary llegó a la carpa de las conversas como una de las invitadas de «Arte para resistir y para construir», el primer diálogo del segundo día de programación, que reunió a representantes de organizaciones como MOVICE, Fundación Hasta Encontrarlos, el Costurero de la Memoria «Kilómetros de vida y de memoria» y la Fundación Nydia Erika Bautista. En la tarde, el arte engarzado con las resistencias siguió siendo tema de conversación con Luisa Vélez, Nelson Cárdenas, Leonardo Díaz y Eric Arellana, en «Aquí organizamos la rabia, aquí construimos memoria», un diálogo que convocó a más de 60 personas y giró en torno al ejercicio específico de la fotografía y cómo esta ha transitado alrededor de la 26 y su condición de arteria para darle voz a diversas demandas en algunas de las protestas recientes del país.

 

 

El arte que repara y libera, y que necesita democratizarse

Es en la fuerza evocadora de la imagen que reside la posibilidad de representar el dolor y la resistencia ante la desaparición forzada, el delito de lesa humanidad que borra no solo a la persona, sino las relaciones con sus familiares, con su entorno, como precisó Felipe Barreto, de la Fundación Nydia Erika Bautista. Por eso hay murales con rostros de desaparecidos, como el de Nydia Erika, precisamente, en la calle 72 con Caracas, en Bogotá, o se crean las galerías itinerantes del MOVICE en diferentes ciudades del país, que salieron a la calle para construir memoria de la otredad: de los punkeros, de los metaleros, y de todos aquellos que han corrido el riesgo de pensar diferente, como los militantes de la UP…

Pero el arte tiene otras nociones esenciales, como “el acompañamiento psicosocial, como herramienta efectiva para sacar esos dolores que se guardan, para transmutar esos recuerdos que vienen desde el dolor. Muchas familiares, muchas víctimas, hacen arte cotidianamente, solo que no lo ven de esa forma”. En eso cree Felipe, que acompaña iniciativas de memoria en todo el país y comparte herramientas artísticas para que esas voces que no se han tecnificado en estos temas puedan hacerlo, como en los Montes de María, donde tallan esculturas en madera, o en Buenaventura, donde hacen obras de teatro al aire libre.

Pero este sentido estético y liberador no es el último eslabón siempre. El arte como vehículo de memoria encuentra trabas que deben ser superadas a diferentes niveles para que estalle realmente, para que sea una revolución y provoque la acción. Confrontar la apatía social que se presenta en la ciudadanía amplia y crear incidencia en los medios de comunicación masivos para hablar sobre memoria y procesos de organizaciones de víctimas es uno de sus principales retos. Que en televisión masiva, en horario prime time, veamos películas sobre el conflicto. Que dejen de vandalizar, en Putumayo, la lápida de las hermanas Galárraga, torturadas y asesinadas. Que la conversación la hagan los mismos, y se extienda. Que la anestesia general de la violencia deje de ser “lo normal”.

Para esto también tienen una respuesta las organizaciones de víctimas y Derechos Humanos, que hablan fuerte y claro sobre lo que sueñan: “No nos centremos solo en la víctima, porque eso hace que la gente se sienta como espectadora. Debemos pensar sistémicamente qué tipo de cosas hemos normalizado en un país donde no tenemos tiempo de hacer duelos, porque la memoria no es algo que pasó y podemos tomar distancia desde ahora, desde el presente, sino algo que sigue pasando”, como afirmó Claudia Girón, también del costurero.

Hacer articulación de ciudadanía desde el centro y la periferia, crear un vínculo entre  academia y procesos y espacios de memoria, tejer procesos para visibilizar victimizaciones a nivel nacional, y sobre todo, reconstruir la confianza para que el diálogo se abra son algunos de los reclamos de las organizaciones al Estado, al Centro Nacional de Memoria Histórica, y a la ciudadanía en general. Sobre la calle 26 se puede empezar a andar este camino, con la transformación del Museo de la Memoria. Convertirlo en un museo vivo, en el que las víctimas se sientan representadas y partícipes; que no se quede en la monumentalidad del edificio, sino que se territorialice la memoria en un ejercicio pensado y articulado, es una de las tareas primordiales. Si el arte resiste, construye, reivindica, limpia y abre caminos, el Museo de la Memoria puede ser su casa. Tiene que serlo.

 

El arte de la 26: un ejercicio que resiste, organiza la rabia y construye memoria

 

«Aquí organizamos la rabia, aquí construimos memoria»

“Me pasa que los recuerdos infantiles son recuerdos de las fotos”. Nelson Cárdenas, un fotógrafo romántico con aspiraciones tal vez demasiado abarcadoras, recuerda viendo álbumes. Y es que a la imagen le ha dejado todo: la posibilidad de ser evocación para sí y memoria para todos. “Sabemos que lo que ocurrió en este levantamiento [refiriéndose al Estallido Social] ocurría antes. Desaparecían gente. Siempre fue así, solo que no había fotos. Y no es igual que te hablen de taches a que te muestren los taches”.

Ha organizado la rabia, como reza el nombre de la exposición colectiva en la que participa y la conversa que lo ha juntado con algunos de sus colegas en la tarde bogotana más lluviosa de la última semana. Ha tomado fotos a lo largo de la calle 26 en las marchas que dejó el último estallido social del país, y ahora habla sobre ellas como instrumento para hacer memoria.

No es casual, porque esa relación siempre ha existido, como recuerda Luisa Vélez, “pero [ahora] estamos viviendo un momento particular y muy rico del quehacer fotográfico. Para algunos está en una grave crisis, porque se borran las líneas desde la construcción de memoria individual, de los medios de comunicación, del activismo, y de alguna forma estamos surgiendo a una multiplicidad de relatos que nos permite desde nuestra experiencias individuales crear un relato”. Puede tener sus riesgos, pero enriquece una narrativa que, como las memorias, solo se completan cuando cada uno, cada una, tiene el derecho a contarla.

 

 

Esas nuevas posibilidades merecen ser escuchadas, y saber cómo -sostiene Leonardo Díaz-, porque “cada segundo estamos haciendo historia”. Pero más allá del formato, de la inmediatez en la palma de la mano, la historia se abre ahora para todos ante la importancia que cobra el espacio, la calle 26, que desde la construcción del aeropuerto El Dorado fue “la entrada y la salida burguesa (…). Esa avenida bonita, donde está el centro administrativo, donde está la puerta para no mostrar el país real”. El relato, como las tecnologías, también dan la vuelta, y las manifestaciones que recientemente se han gestado en ese Eje de Paz y Memoria abren el espacio a una nueva narración artística y la posibilidad de tomarnos las paredes, las calles.

Que sean los muros los que hablen en grafitis, en fotografías, demuestran que las nuevas posibilidades están siendo escuchadas, que la tecnología abre caminos, que el arte resiste y construye. El verbo ya está siendo conjugado. El arte es más que sustantivo.

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