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Publicado

02 Mar 2017

El Salado: resistencia y aprendizaje

La masacre de El Salado, un hecho cargado por el horror y la estigmatización, hoy se erige como un pilar para el aprendizaje en la escuela de la memoria y la historia reciente de Colombia.


Cada año, en febrero, se conmemora la masacre de El Salado, uno de los hechos más crueles que llevaron a cabo los paramilitares en Colombia. Entre el 16 y el 21 de febrero de 2000, diferentes corregimientos del municipio del Carmen de Bolívar, entre ellos El Salado, fueron blanco de asesinatos selectivos por parte de paramilitares liderados por Salvatore Mancuso, Carlos Castaño y alias Jorge 40, contra civiles, en estado de indefensión, que acusaban de ser parte de la guerrilla.

Diecisiete años después, los habitantes de El Salado, a pesar de las consecuencias del horror que tuvieron que soportar, han sido un ejemplo de resistencia y han estado dispuestos a tomar sus aprendizajes y transmitirlos, tanto a los indiferentes como a las nuevas generaciones que no han tenido que padecer tales desmanes por causa de la guerra.

Como se lee en el informe del Centro Nacional de Memoria Histórica (CNMH), El Salado. Esta guerra no era nuestra, los saladeros hicieron la apuesta de “poner su memoria en la escena pública, construida desde la doble condición de víctimas y ciudadanos. (Ella) debe ser valorada entonces como una interpelación a la sociedad a reconocer y re-conocerse en lo sucedido, y a solidarizarse y movilizarse por las demandas de verdad, justicia y reparación de las victimas de esta masacre inenarrable”.

La caja de herramientas

En este mismo sentido, el Grupo de Pedagogía del CNMH, como parte de la estrategia de la Caja de Herramientas para maestros y maestras. Un viaje por la memoria histórica, desarrolló un material pedagógico para estudiantes de 10 y 11, basado en el caso de El Salado, para reflexionar sobre sus identidades y proyectos de vida en medio de contextos violentos y problemáticas como el acceso a la tierra, el desplazamiento forzado y la estigmatización.

En 2016 varios profesores pusieron en práctica este material en sus aulas, y los resultados han dejado grandes experiencias, tanto para los maestros como para los estudiantes. Lorena López, docente de ciencias sociales en el colegio Distrital en concesión Jaime Garzón, en Bogotá, dice que trabajar este caso cambió su vida y la de sus estudiantes:

“¿Por qué es importante hablar de la masacre de El Salado en el colegio Jaime Garzón?, puedo decir con seguridad que es importante porque convierte a las nuevas generaciones, en generaciones comprometidas con la paz de su país. Porque haberlo estudiado desde un pupitre en Bogotá, y sin conocer El Salado, generó en los estudiantes sentido de pertenencia por su país, porque no hay necesidad de ser víctimas directas o no haber sufrido el dolor que muchos colombianos han vivido a causa del conflicto, para hoy querer asumir un rol de un agente de cambio de su país, el rol que la promoción 2017 del colegio Jaime Garzón asumió”, dice López.

Algunos estudiantes, tanto de Bogotá como de otras regiones de Colombia, no conocían el caso de El Salado, pero habían vivido el conflicto a su manera. Conocer lo ocurrido en los Montes de María les permitió reconocerse en una historia, una memoria común a raíz del conflicto armado, que aunque diverso, los tocó a todos. Un estudiante de Giraldo, Nariño, dice: “no conocíamos cómo otras personas habían vivido el conflicto armado. Y no había oído sus voces ni cómo habían sido afectadas”.

En el colegio Jaime Garzón, en medio de un ejercicio de memoria, alguno de los estudiantes reflexionó lo siguiente: “No es por creerme la víctima, pero soy desplazado del Meta; cuando empezamos a ver los testimonios, a mi me afectó mucho porque muchas de esas cosas le pasaron a mi familia, me recordó en el momento que me sacaron, las amenazas, fue fuerte. Acordarme de todo eso, y saber que ahora estoy acá, y que nadie sabe lo que en realidad pasa cuando estuvimos en el Meta… me afectó, me pareció fuerte, me identifiqué”.

Incluso entre los estudiantes de otros lugares de los Montes de María, de San Juan Nepomuceno, los jóvenes pudieron tener un acercamiento distinto a la historia de su propia región y asumieron igualmente un compromiso con la no repetición: “Al principio no sabíamos, personalmente no le prestábamos mucha atención a lo del conflicto, como que lo escuchaba en la televisión, era interesante, pero el hecho de que ahora comenzamos a trabajarlo en las clases y saber dónde surgió, realmente sientes el dolor que sintieron esas personas y empiezas a tomar conciencia de que realmente fue horrible y que no quisiera volver a repetir eso, a vivirlo”.

La memoria en el aula

El ejercicio alrededor del caso de El Salado permitió que algunos profesores exploraran posibilidades de acercamiento mucho más intimas entre sus estudiantes y el caso. La profesora Ana María Durán, en el colegio Campo Alegre, en Bogotá, buscó acercar la experiencia de sus estudiantes más allá del estudio y comprensión del caso, llevándolos al Carmen de Bolívar, a El Salado, para que ellos mismos pudieran hacer ejercicios de memoria con los sobrevivientes y retornados. El resultado de este proceso fue una publicación con relatos cortos de los estudiantes, que reproducimos a continuación, en los que narraran, con su propia voz, la resistencia al conflicto armado.

Una de las estudiantes que fue a la salida de campo, Juana Durán, escribió lo siguiente: “El Salado carga una cicatriz indeleble, pero también unas manos que trabajan el campo y tocan instrumentos, pies que bailan los cantos de bocas que, a su vez, cuentan interminables historias. Historias, un plural que abre ojos, desvanece prejuicios y nos enseña que, aunque en El Salado hubo muerte, hoy, de diferentes maneras, decide vivir”.

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Cada testimonio de los estudiantes que se acercaron al caso de El Salado, es una muestra de la forma viva de resistencia que han construido sus habitantes. Ahora, para un grupo de jóvenes en el país, recordar y conmemorar esta tragedia cada mes de febrero ya no es sinónimo de horror. Ahora ellos ven, más allá del horror, la esperanza que pudieron conocer y aprehender de quienes hace tiempo vivieron esa tragedia, se sobrepusieron al dolor y ahora luchan para ser constructores de paz en sus regiones, y por medio de su ejemplo, de todo el país.

Tras diecisiete años hay que seguir recordando la masacre, reconociendo que El Salado es más que eso; después de todo, como se lee en el epígrafe del informe del CNMH de El Salado: “Cuando las sociedades, al igual que los individuos, contemplan sus heridas, sienten una vergüenza que prefieren no enfrentar. Pero el olvidar trae consecuencias importantes: significa ignorar los traumas, que de no ser resueltos permanecerán latentes en las generaciones futuras. Olvidar significa permitir que las voces de los ‘hundidos (Levi) se pierdan para siempre; significa rendirse a la historia de los vencedores’.


Publicado en Noticias CNMH

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