Masacre de Villatina en Medellín: “¿Qué pasó con los que mataron a nuestros hijos?”

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CNMH

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En el Museo Casa de la Memoria, de Medellín, se realizó el conversatorio «Hablemos hoy de reparación simbólica». Las madres de Villatina participaron de un acto conmemorativo denominado «El camino del guayacán», en alusión al árbol sembrado en memoria de sus hijos.

Publicado

23 noviembre 2022

Masacre de Villatina en Medellín: “¿Qué pasó con los que mataron a nuestros hijos?”

  • Las madres del barrio Villatina de Medellín mantienen la memoria colectiva viva en la conmemoración de 30 años de la masacre cometida por agentes de la Policía contra siete adolescentes, un joven de 24 años y una niña de 8 años.
  • El Centro Nacional de Memoria Histórica acompañó este 15 de noviembre a estas mujeres, que tres décadas después siguen pidiendo que haya justicia por el asesinato de sus hijos, más allá del reconocimiento estatal de la participación de miembros de la fuerza pública en los hechos, que se dio ante la justicia internacional.

El tiempo no ha borrado el dolor de las madres del barrio Villatina de Medellín, que recordaron una vez más a sus hijas e hijos asesinados por miembros de la Policía y siguen esperando verdad, justicia y la no repetición de la violencia. En el Museo Casa de la Memoria resonaron los nombres de Johanna Mazo, Giovanny Vallejo, Jhonny Cardona, Ángel Barón, Nelson Flórez, Marlon Álvarez, Óscar Ortiz, Ricardo Fernández y Mauricio Higuita, asesinados por miembros de la Policía el 15 de noviembre de 1992, y el de Wilton Marulanda, de 8 años, que sobrevivió a la masacre y murió dos años después sin superar la muerte de sus amigos.

“En estos 30 años, lo que nos duele es que la masacre quedó en la impunidad, que no se hizo justicia. ¿Qué pasó con los que mataron a nuestros hijos?”, preguntaba Marta Elena Toro, madre de Óscar Andrés Ortiz Toro. “En el barrio se acabaron los grupos juveniles… Se acabó todo en el barrio. Nos sentimos solas, desamparadas. Quisiéramos que esto no se volviera a repetir”, lamentó durante la conmemoración.

La noche del domingo 15 de noviembre de 1992, luego de la misa, los jóvenes, en su mayoría pertenecientes al Movimiento Juvenil Asuncionista, se quedaron en una tienda a una cuadra de la iglesia Nuestra Señora de Torcoroma. Allí estaban conversando, cuando 12 encapuchados bajaron de tres carros y les dispararon con armas de largo alcance. Una patrulla del Ejército se enfrentó con los asesinos, que huyeron del sitio después de haber acabado con nueve vidas.

En 1996 la Comisión Interamericana de Derechos Humanos de la OEA, CIDH, culpó al Estado por la masacre. El 2 de enero de 1998, el gobierno aceptó su responsabilidad y por orden de la Procuraduría destituyó a los policías de la Sijín: Omaldo de Jesús Betancour, Gilberto Ordóñez Muñoz y Milton de Jesús Martínez Mena. En 2009 el gobierno le informó a la CIDH que la Unidad de Derechos Humanos de la Fiscalía abrió una investigación para esclarecer los hechos. Sin embargo, hasta el momento no se ha avanzado en la judicialización de los responsables.

Jóvenes con ganas de vivir

El Movimiento Juvenil Asuncionista publicó, tras un mes del hecho, los rasgos que hoy son memoria de las víctimas. A partir de allí y de los testimonios de sus madres, los recordamos.

Johanna Mazo Ramírez solo tenía 8 años cuando fue asesinada. Su mamá, Nubia Ramírez, contó al Comité Permanente por la Defensa de los Derechos Humanos Héctor Abad Gómez que le fascinaba bailar y hacer coreografías con las canciones de Xuxa. Tres semanas antes de su muerte sufrió un accidente. Tenía una pierna enyesada y ganas de volver a bailar cuando le arrebataron la vida.

Giovanny Alberto Vallejo Restrepo tenía 15 años y había terminado el séptimo grado. Amparo Restrepo, su mamá, contó que le gustaba pintar, el fútbol, la música, armar y desarmar cosas. No pertenecía al Movimiento Juvenil Asuncionista, pero era amigo de varios de los niños del grupo juvenil. Fue acólito de la parroquia de Villatina.

Jhonny Alexander Cardona Ramírez tenía 16 años. No pasó del sexto grado porque, tras la muerte de su mamá, a los 12 años aprendió a bailar break dance y comenzó a trabajar con un primo suyo para ayudar en los gastos de la casa. A veces su carácter era nostálgico.

Ángel Alberto Barón Miranda nació en Valledupar. Le faltaron tres días para cumplir 17 años. Jugó su último partido de fútbol el mismo día que lo asesinaron y marcó el gol de la victoria para el equipo del barrio Villatina. A veces trabajaba con su mamá en un carrito de ventas ambulantes en el centro de Medellín.

Nelson Dubán Flórez Villa recién había cumplido 17 años, estaba en grado décimo y era muy buen estudiante. Sus vecinos dicen que contagiaba energía y ganas de salir adelante en cada encuentro ocasional. Era alegre, disfrutaba de la vida, aún en un ambiente familiar y barrial difícil.

Marlon Alberto Álvarez tenía 17 años cuando lo asesinaron. Su alegría y el radio, que era su amigo inseparable, lo identificaban. “Quiero morir al lado de mis amigos y me gustaría que me definieran, no solo ellos sino todos los demás, como una persona igual a todas, que nunca quiso el mal, sino el bien para todos”, respondió cuando, en el grupo juvenil, le preguntaron cómo quisiera que lo definieran si fuera el último día de su vida.

Óscar Andrés Ortiz Toro tenía 17 años. Siempre estaba dispuesto a ayudar a los demás. “Que me definan como alguien original; que no digan lo que no dije o que no hice, y si hice algo bueno o importante, que no hablen de ello, sino que lo practiquen”, fue su respuesta a aquella pregunta por el último día de su vida.

Ricardo Alexander Fernández hubiera cumplido 18 años ese diciembre de 1992. Llevaba cinco años puliendo sus habilidades para el fútbol. Soñaba con ser futbolista profesional y llegar a la Selección Colombia. Sus amigos lo definieron con las palabras esfuerzo y amistad.

Mauricio Antonio Higuita Ramírez tenía 24 años. Era el menor entre 13 hermanos y hermanas. Su mamá, Adela Ramírez, contó que trabajaba con un hermano como ayudante de construcción y dominaba especialmente la técnica para ordenar tejados. Le encantaban la música, el fútbol y el billar.

Wilton Alejandro Marulanda Rodríguez también fue herido por los disparos que acabaron con la vida de sus amigos. Aunque sobrevivió, esa noche de terror y de profunda tristeza lo acompañó dos años hasta que murió también, un día después de cumplir 11 años, sin poder superar la ausencia de aquellos que se le adelantaron en el camino.

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