El amor que el diputado profesaba por la vida se ve reflejado en los relatos auténticos y humanos que expresan sus hijas y esposas a la hora de recordarlo. Un matemático, contador y político pragmático, que trabajó por el deporte y la tercera edad.
Durante cinco años las familias de los 11 diputados del Valle del Cauca, secuestrados el 12 de abril del 2002 por las FARC, acudieron a todos los actos públicos y privados que pudieron para obtener su liberación. Pero sus esfuerzos fueron inútiles. Ni las FARC, ni el Gobierno atendieron esa apremiante y angustiada demanda de libertad. El 5 de julio de 2007, una movilización ciudadana en Cali exigía a gritos la entrega de los cadáveres de los diputados que habían sido asesinados por la guerrilla.
Ese día, en un ambiente tenso por la indignación y el dolor, se escuchó la voz de Carolina Charry, hija de Carlos Alberto Charry, una de las víctimas, quien acusaba al Gobierno por no haber hecho lo suficiente para devolver con vida a los secuestrados por una guerrilla “sin ideales y cargada de injusticia y maldad”.
Cuando por fin pudieron enterrar sus cuerpos, Carolina veía cómo descendía el ataúd con su padre: “Todo el mundo lloraba menos yo. Pero cuando empezó a bajar ese féretro reaccioné y dije: ‘Esto es real’... y ¡uf!, me rompí. Lloraba y lloraba y dije algo así como ‘démosle un aplauso porque él fue siempre un gran ser humano’. Todo el mundo aplaudió”.
Las imágenes que Carolina conserva de su padre, están cargadas de afecto y admiración. Desde el detalle pintoresco de cuidar una cabrita herida en un lote del barrio, o de disfrutar como niño los días que pasaban en familia en la finca, recogiendo piedras, criando cerdos y compartiendo el almuerzo con sus vecinos; hasta el hecho de haber guardado hasta el final del cautiverio dinero escondido en su cinturón, a la espera del día en que, ya libres, tuvieran que alquilar un carro para llegar a casa.
“Todos somos iguales y merecemos vivir mejor”
Carolina y su hermana Laura habían sentido esa grandeza de alma en las pruebas de supervivencia de su padre, en las que este hombre, con su vida en vilo, les manifestaba que estaba preocupado por su transporte a la universidad, por el portátil que les sería indispensable para estudiar o por los cursos de francés que deberían tomar.
Su principio, como político, era “todos somos iguales y merecemos vivir mejor”. Su interés en buscar soluciones antes que discursos políticos, y su pasión por ayudar, marcaron su vida política. Cada etapa de su ascenso hasta diputado, las cumplió con esfuerzo y con un invariable espíritu de superación para servir.
La espera de su familia comenzó con la voz tranquilizadora de Carlos Alberto, en una llamada que le hizo a su esposa Gaby el día del secuestro. “Todos los años de la vida pensamos que iba a volver. Todos los 31 (de diciembre) decíamos: ‘este va a ser el último año nuevo sin él’. Hicimos todo lo que pudimos para que volvieran”, contó Gaby.
Esa espera culminaría con la noticia de su muerte. Y su hija Laura anotó entristecida: “Mira cómo son las cosas, el asesinato fue el día de mi graduación como bachiller”. Ese día terminó la primera espera y comenzó la segunda: la de la entrega de los cadáveres. “Mi mamá todos los días iba a Medicina Legal y le decían ‘ya llega, ya llega’”. Los cadáveres llegaron en once bolsas, y desde el principio a Gaby puso su atención en la tercera. Después de las diligencias de reconocimiento de cajas dentales, ADN y huellas dactilares, Gaby volvió a preguntar: “¿quién era el número tres?” y el forense, después de revisar la lista oficial, le dijo: “Es Carlos Charry”. Había terminado la segunda espera.
Conozca el relato completo de la memoria de Carlos Alberto Charry Quiroga descargando el libro “El caso de la Asamblea del Valle: tragedia y reconciliación” y siguiendo la serie documental “Somos más que 11”.