De ascendencia campesina, fue un gran conocedor de la problemática rural, y llevó ese conocimiento y esa lucha a distintos cargos públicos. Tuvo la posibilidad de bajarse del bus en que iban los secuestrados, pero decidió no abandonar a sus compañeros.
Hay una escena que describe fielmente la personalidad del diputado Rufino Varela. El 11 de abril del 2002 los guerrilleros de las FARC se tomaron la Asamblea del Valle y, con engaños, subieron a varios funcionarios en un bus. Luego les informaron que estaban secuestrados. En el camino, por petición de varios de los políticos secuestrados, la guerrilla liberó a quienes se identificaron como personal administrativo o de apoyo de la Asamblea. Y en ese momento, Rufino tuvo la posibilidad de quedar libre porque no era reconocido como diputado. Y no lo hizo.
En el libro “El Triunfo de la Esperanza”, el único sobreviviente de este hecho, Sigifredo López, recuerda: “Le dije: ‘Rufinito, bájate, estos no te conocen. Aprovecha y bájate vos también’. Pero Rufino se aferró a la banca del camión y me miró con severidad, como si mi propuesta lo ofendiera en lo más hondo. Pocos días después, le pregunté por qué no había aprovechado esa oportunidad. Se rió a carcajadas: ‘¿Y perderme esta experiencia? ¡Estás loco!’”.
Rufino Varela medía 1.80 de estatura, era desgarbado, de caminar lento, como taciturno, recuerda su amigo James Dávila. Si llegó a la política fue a pesar suyo. No se veía con gran proyección en este campo. Estar en el poder no era un fin para él, aunque sí un medio para servir; y eso era lo que había hecho toda la vida, hasta que a los 54 años sus amigos lo convencieron de que fuera diputado. Siempre había rehusado compromisos y aspiraciones políticas. En cambio lo movilizaba y entusiasmaba todo lo que fuera en beneficio y progreso del campo y de la agricultura. En ese campo fue la mano derecha de varios gobernadores. Hacía puente entre ellos y los líderes de las comunidades rurales.
“Aquí el ‘yo soy’ ha empezado a darle paso al ‘yo era’, aunque en mí permanece arraigado el deseo de estar vivo”
Se dedicó a servir a las comunidades campesinas. Trabajó en el área rural del Valle y cuando el gobierno departamental quiso darle un viraje radical a la política agropecuaria, Rufino fue el gran asesor. Su sueño fue tener una empresa familiar porcícola. Para el momento del secuestro era dueño de una marranera con 120 animales, y tenía planeado dedicarse de lleno a esa tarea al pensionarse. Quería volver a sus orígenes, como decía su hermano Arnulfo.
Según Arnulfo, él y sus hermanos tuvieron una infancia sin zapatos, de viajes por caminos destapados a Palmira; en una casa familiar en donde diariamente ocurría la multiplicación de la carne y el arroz, para familiares y amigos que llegaban sin avisar. Arnulfo recuerda con nostalgia: “Cada uno teníamos nuestra taza donde nos servían la comida. Nunca faltaron la olla grande de aguapanela y las tostadas. Por sobre todo, fuimos muy unidos todos los hermanos”.
En una prueba de supervivencia, Arnulfo dijo unas palabras que se quedaron grabadas en la memoria de sus seres queridos: “Aquí el ‘yo soy’ ha empezado a darle paso al ‘yo era’, aunque en mí permanece arraigado el deseo de estar vivo”. Así habló el 26 de marzo del 2007 el hombre que se negó a comprar su libertad con una mentira.
Este relato lo puede leer descargando el libro “El caso de la Asamblea del Valle: tragedia y reconciliación” y siguiendo la serie documental “Somos más que 11”.