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Autor

Laura Cerón

Fotografía

Laura Cerón

Publicado

28 Abr 2017

Punta del Este se une y resiste a la guerra

Lo primero que aparece al entrar al barrio Punta del Este en Buenaventura es una escena que se repite en muchos territorios de Colombia: una calle destapada, casas de madera sin servicios públicos, tiendas familiares con algunos productos básicos, un solar con dos arcos, y niños y niñas de varias edades corriendo tras un balón de fútbol.

Es difícil pensar que la guerra hace 12 años llegó a ese mismo lugar, en busca de 12 jóvenes para sacarlos, engañados, a jugar un partido de fútbol contra los habitantes de otro barrio. Sin embargo, aparecieron torturados y asesinados. Corría el 2005 y tal y como lo han contado las madres de las víctimas, más veces de las que quisieran, nadie sabe quiénes fueron,  por qué pasó, por qué se los llevaron.

A unas pocas cuadras de la cancha está Bolivia Aramburu. Es una mujer afro, de pelo corto y mirada llena de fuerza, de resistencia. Habla duro y claro. Dice que desde el día en que se llevaron a su hijo, y lo encontró entre los demás cuerpos, perdonó a los victimarios; que eso le ha dado la valentía para seguir adelante.

“Desde que pasó eso nosotras hemos hecho todo lo posible para no olvidarlos”, cuenta Bolivia sentada en una silla en medio de su casa.  A pesar de que el duelo es difícil, desde hace cinco años realizan la conmemoración de los 12 de Punta del Este.

Según el informe “Buenaventura, un puerto sin comunidad” del Centro Nacional de Memoria Histórica (CNMH), la violencia durante ese periodo estaba asociada, entre otras formas, a la apropiación del territorio que ejercían grupos armados ilegales para tener acceso a un corredor para mover armas y drogas. Entre estos grupos se encontraban desmovilizados de los paramilitares, no desmovilizados y desertores de las FARC.


 

Años después, uno de los primeros que llegó para ayudar fue el Padre Adriel, que aunque no era oriundo de la región supo que una de sus misiones era apoyar a las víctimas del conflicto armado. Él trabajaba en el barrio Lleras, otro barrio afectado por la violencia en Buenaventura, cuando llegó con un proyecto de memoria. “Me fui de casa en casa, llamándolas, diciéndoles lo que ellas podían hacer. Empezamos con cinco y les dije que podían organizarse”.

Es 19 de abril de 2017. Los asistentes a la conmemoración visten camisetas blancas. Al medio día, y en medio de una gran cantidad de asistentes, varios jóvenes se disponen a sacar los arcos de fútbol a la Avenida Simón Bolívar para trancarla. Lo que para muchos conductores podía ser un molesto acontecimiento, para ellos era un acto que los reivindicaba, los fortalecía. En pocos minutos habían armado dos equipos de cinco muchachos para jugar un corto partido de fútbol en honor a los 12 jóvenes.

A pesar del olvido del Estado en materia de justicia y verdad que reclaman las madres, tal y como lo reconoce Regina Valencia, ellas no están solas. Una comunidad aún más grande y amplia las ha acogido y apoyado a lo largo de estos años. Gran parte de ese apoyo es de organizaciones civiles formadas por víctimas del conflicto que, de alguna u otra forma, relacionan el dolor como uno solo.

Rostros Urbanos fue uno de los primeros grupos en apoyarlas. Esta asociación se ha encargado desde hace ya varios años en dar herramientas formativas en derechos humanos, fortaleciendo a las comunidades a través de la exploración de distintas representaciones artísticas. Además, este 2017 la conmemoración se realizó en el marco de la acción conjunta que realiza el Centro Nacional de Memoria Histórica y el Programa de Alianzas para la Reconciliación, de la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID) y ACDI/VOCA,

El sol empieza a caer y la tarde es el espacio de encuentro de personas de todas las edades y de todos los géneros. Después de la final de un partido de fútbol en la cancha del barrio, varias mujeres y hombres que hacen parte del colectivo Capilla para la memoria, y Teatro por la vida, rinden un homenaje a las madres entre alabaos y puestas en escena. Los jóvenes toman los micrófonos para cantarle a la vida, a la resistencia y dignidad a través del hip hop.

Leonard Rentería, uno de los líderes que acompaña a la comunidad, cuenta que es en estos escenarios permeados por la violencia donde el fútbol y las expresiones artísticas son una oportunidad para encontrarse. “La comunidad está unida por una emoción conjunta, por un momento de alegría que hace olvidar todo lo que pasó”, afirma. 


Publicado en Noticias CNMH