Después lo torturarían a él. Su cuerpo fue castrado, decapitado, mutilado y arrojado al río Cauca. El campesino que recogió sus restos también fue asesinado. Su crimen se convertiría en el clímax de lo que se llamó La masacre de Trujillo, que cobró más de 300 vidas entre 1988 y 1994.
El exceso y la sevicia que acompañó su muerte tenía como objetivo “humillar, hacer sufrir, prolongar la agonía o intimidar a los sobrevivientes, o a los posibles disidentes”, según el informe ‘Trujillo, una tragedia que no cesa’, realizado por el anterior Grupo de Memoria Histórica (hoy Centro Nacional de Memoria Histórica).
En este informe también se relata que el asesinato impactó “no solamente el sentimiento religioso local sino nacional, como se evidenció, de una parte, en la concurrencia de sesenta sacerdotes provenientes de todo el país en las honras fúnebres, presididas por dos obispos de la región, y de otra, en la sanción canónica de excomunión a los asesinos, denominados como ‘verdugos del calvario’ en la homilía”.
Sin embargo, lejos de la intensión de sus asesinos, la muerte de este sacerdote no significó el olvido de su legado, sino que lo convirtió en mártir y una figura icónica sobre la que se ha cimentado la resistencia de las víctimas de Trujillo.
El ícono
La imagen de Tiberio está presente en varios espacios de Trujillo. Desde 2003, sus restos reposan en el Parque Monumento que las víctimas construyeron con parte de la indemnización que recibieron del Estado colombiano por orden de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos.
Allí cuenta con un oratorio (ver foto), que es una especie de museo en donde se recogen algunos objetos que le pertenecieron y múltiples expresiones artísticas que ha inspirado su figura. Una de ellas es el cuadro ‘Cristo de Tiberio’, que muestra en una cruz el cuerpo mutilado y decapitado del religioso (ver foto), pintado por John Mario Molina, integrante de uno de los grupos juveniles que fundó Fernández y quien tuvo que exiliarse por amenazas.
Pero más allá del Parque Monumento, la presencia de Tiberio se extiende por otros lugares del municipio, como en el parque principal, donde una calle lleva su nombre, y en varias cafeterías y panaderías donde se le recuerda con fotos y mensajes.
Todo el amor que este pueblo le profesa quedó materializado en el libro ‘Tiberio vive hoy, testimonios de la vida de un mártir’ que fue escrito a mano por quienes lo conocieron y que el pasado mes de febrero fue reconocido como ‘Memoria del mundo’ por la Unesco.
Sin embargo, este no es el único texto que ha inspirado la vida de Tiberio. También se han publicado múltiples poemas, como el que le escribió su sobrino, el sacerdote Gerardo Fernández: