El legado de Jaime Garzón, 26 años después de su asesinato

 

Hoy se cumplen 26 años del asesinato de Jaime Garzón Forero. Desde el Centro Nacional de Memoria Histórica lo seguimos recordando. Esta es una fecha que nos recuerda que su asesinato no ha sido olvidado y que su caso sigue siendo una herida abierta.

Jaime Garzón fue una figura única en la historia reciente del país. Con su humor agudo, su inteligencia y su profundo compromiso social, logró lo que pocos habían conseguido: hablarle al poder desde la sátira, pero también acercar la política a la gente común. A través de personajes como Heriberto de la Calle, Ludovico o Dioselina Tibaná, expuso las contradicciones del país y cuestionó los abusos del poder sin perder la ternura ni el sentido crítico.

Pero su compromiso con el país iba más allá del micrófono. Jaime también asumió un papel clave como mediador en la liberación de personas secuestradas por grupos armados, una labor profundamente humanitaria que lo puso en la mira de quienes le temían a la paz. Aunque denunció amenazas y seguimientos, el Estado no actuó a tiempo ni le brindó la protección que necesitaba.

Su asesinato no fue un hecho aislado, sino el resultado de una alianza criminal en la que participaron paramilitares, funcionarios del Estado y miembros de la fuerza pública. Las investigaciones judiciales han demostrado que fue su humor incisivo, su defensa de la vida y su compromiso con la paz, lo que llevó a quienes ostentaban el poder a querer silenciarlo para siempre.

La investigación reveló que el asesinato fue orquestado por una red criminal en la que confluyeron paramilitares, funcionarios del DAS y miembros de la fuerza pública. Carlos Castaño Gil, jefe de las AUC, fue señalado como autor intelectual del crimen, instigado por José Miguel Narváez, exsubdirector del DAS. La complicidad estatal ya fuera por acción, omisión o participación directa convirtió el asesinato de Jaime Garzón en un crimen de Estado.

Hoy, a 26 años de su partida, su memoria no solo persiste: interpela. Nos recuerda que la risa puede ser un acto político, que la palabra puede incomodar más que las armas. Su voz sigue viva en cada burla que denuncia, en cada personaje que se rehúsa al olvido, en cada verdad que no se calla.

Honrar su memoria es insistir en que ningún crimen como este quede impune. Es exigir que nunca más se silencie la palabra incómoda ni la risa valiente. Porque Jaime no murió del todo: sigue siendo una conciencia colectiva que se niega al olvido, un símbolo que nos llama a no claudicar en la lucha por la verdad, la justicia y la vida.

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