María Gaitán
Centro Nacional de Memoria Histórica (CNMH)
Dubái, 12 de noviembre de 2025
Buenos días. Hablo en nombre del Centro Nacional de Memoria Histórica de Colombia, una institución pública dedicada a preservar la memoria histórica y esclarecer la verdad de más de setenta y cinco años de violencia política, social y territorial.
Las raíces del conflicto
Hablar de la paz en Colombia es hablar de un país marcado por la tensión entre la violencia, la resistencia y la esperanza. Es hablar de una herida abierta que atraviesa nuestra historia, una historia nacida de un orden colonial que incrustó la desigualdad en nuestra estructura social, un orden que privilegió a unos pocos y silenció a la gran mayoría.
Durante siglos, la búsqueda de dignidad e igualdad se encontró con la represión de las élites. Fue el temor de estas a una participación popular masiva e imparable —que emergió a mediados del siglo XX— lo que dio origen a más de siete décadas de conflicto armado, un conflicto que empezó como una lucha política entre élites y pueblo, y que fue sostenido por quienes encontraron en la guerra una oportunidad económica y, en el olvido, una estrategia.
Hoy, ese conflicto ha evolucionado hacia una red compleja de violencias —entre mafias, poderes locales y transnacionales— alimentada por la corrupción, el dinero fácil y la pérdida del sentido ético. Ha sido una guerra librada no solo con armas, sino también contra la vida cotidiana: contra los cuerpos, los territorios y los afectos.
Un conflicto sin memoria no puede garantizar la paz
Colombia ha recorrido un camino largo y difícil hacia la paz. Se han firmado acuerdos, logrado desmovilizaciones y adelantado negociaciones con diferentes actores armados —cada una llevando la promesa de poner fin a la guerra. Sin embargo, la mayoría de estos procesos dejaron de lado algo esencial: la memoria y el lugar de las víctimas. Se centraron en desarmar a los combatientes, pero no en escuchar a quienes cargaron con el peso de la guerra; en silenciar los fusiles, pero no en enfrentar las verdades que dieron origen al conflicto ni las prácticas que lo sostuvieron.
La impunidad marcó muchos de estos procesos y, con ella, la incapacidad de reconocer verdaderamente el sufrimiento de millones. Si bien el acuerdo de paz de 2016 representó avances importantes en materia de justicia transicional, estos han resultado insuficientes frente a la magnitud del desafío.
El conflicto colombiano no ha sido solo una guerra entre ejércitos legales e ilegales. Ha sido, sobre todo, una guerra contra la vida misma: contra cuerpos, territorios, familias y afectos, que ha dejado millones de desplazados, millones de víctimas directas, cientos de miles de desaparecidos, y generaciones enteras criadas en medio del miedo y la pérdida.
Frente a esta historia, las víctimas, las familias y los sobrevivientes han sido — y siguen siendo — los verdaderos protagonistas de la memoria colectiva de Colombia. Desde el dolor y la resiliencia, han reconstruido los hilos rotos de nuestra sociedad. Han documentado, cantado, tejido y compartido lo que el Estado muchas veces no quiso o no pudo reconocer. Sus voces han sostenido la verdad donde los acuerdos políticos la dejaron al margen.
Mientras la mayoría de gobiernos relegaron la memoria a un segundo plano, las víctimas la mantuvieron viva como un acto de dignidad, como un espacio de encuentro entre pasado y futuro, y como una forma de exigir justicia sin renunciar a la paz.
Hoy, Colombia vuelve a transitar un camino de diálogo con grupos armados organizados, pero este camino solo será sólido si coloca la memoria en su centro, si reconoce que no puede haber paz sin justicia y verdad, porque debemos insistir: un conflicto sin memoria no garantiza paz, y una paz sin la resistencia al olvido, sostenida por las propias víctimas, no puede garantizar el futuro.
El Centro Nacional de Memoria Histórica: la memoria como transformación
En 2011, se creó el Centro Nacional de Memoria Histórica (CNMH) para asegurar que la paz en Colombia no se construyera sobre el silencio, sino sobre la verdad, el reconocimiento y la dignidad. Nuestra misión es recopilar, proteger y compartir las múltiples formas en que los colombianos recuerdan porque, en nuestro país, la memoria no solo se escribe o se archiva: se canta, se baila, se teje, se actúa, se pinta y se llora.
El CNMH conserva cientos de archivos, testimonios y experiencias comunitarias que muestran cómo las víctimas han enfrentado la violencia con creatividad, valentía y esperanza, resistiendo al olvido. A través del Museo Virtual de Colombia, hemos visibilizado más de doscientos lugares de memoria en todo el país, espacios donde el dolor se transforma en aprendizaje y donde las comunidades recuperan su voz.
Avanzamos también en la creación del Museo de Memoria de Colombia, concebido como un museo vivo, plural y participativo, un espacio de encuentro entre víctimas, investigadores, artistas y sociedad. No será un monumento al pasado, sino un laboratorio para el futuro: un lugar donde el país pueda comprender su historia, reconocer sus heridas y transformar la memoria en una fuerza ética y cultural para la paz.
El museo también está concebido como un puente hacia el mundo, parte de un ecosistema más amplio que incluye el Atlas Global de la Memoria, una plataforma digital que conecta museos, archivos y memoriales del planeta.
A través de esta red, Colombia comparte su experiencia en la defensa de la memoria frente a la negación, la censura y el olvido, reafirmando que recordar es un acto de humanidad y una responsabilidad democrática.
Todas las memorias todas
En el CNMH afirmamos: «Todas las memorias todas», porque solo al reconocer la diversidad de las memorias —indígenas, afrodescendientes, campesinas, urbanas, de mujeres, exiliadas y de excombatientes— podemos construir una paz verdaderamente inclusiva y sostenible.
La memoria no pertenece al pasado; es la brújula ética del futuro. Recordar no es reabrir heridas, es asegurar que no vuelvan a abrirse por sí solas. Sin memoria no hay verdad, sin verdad no hay justicia, y sin justicia no puede haber una paz duradera.