A Puerto Torres regresa la esperanza
En esta inspección de Belén de los Andaquíes, en Caquetá, el Pnud, Uariv, Blumont y el Centro Nacional de Memoria Histórica acompañan a la comunidad para avanzar en la reparación.
En el patio de la escuela agoniza un árbol de mango sin hojas, un árbol de mango de ramas secas, un árbol de mango que parece espantapájaros, un árbol de mango al que le arrancaron parte de su corteza para secarlo, un árbol de mango que solo trepan hormigas y enredaderas.
El árbol de mango se está muriendo.
El tiempo avanza con pasmo en la escuela, afuera de ella, en la capilla, en todos lados. Recostada en una pared Laurencia Alape Asensio se decide a hablar de Puerto Torres, una inspección de Belén de los Andaquíes, en Sur de Caquetá. Yo fui de las fundadoras, dice. Arruga la frente y relata decidida entre las ruinas de la escuela que Rubén Joven y Pablo Torres, dos hombres de la zona, juntaron parte de sus tierras y fundaron este pueblo al lado del Fragua, un río silencioso que se camufla en los oídos.
En un principio cultivaban arroz y maíz. “Fue un pueblo”, dice con pesimismo. En el tiempo de bonanza abundaban los cultivos de coca y el comercio en las tres únicas calles. Luego llegó el Frente Sur Andaquíes, del Bloque Central Bolívar de las AUC, y del tiempo feliz, que recuerda Laurencia, transitaron hacia el tiempo triste que intentan olvidar. Es inevitable, el árbol de mango que ahora se muere les advierte lo que le hicieron: los hombres armados hicieron de él un lugar de tortura y de muerte. El mango lo sabe: las cicatrices de su corteza, los clavos enterrados como puñales en su tronco.
A cincuenta metros de la escuela Samuel Ramos González, miembro de la Junta de Acción Comunal de Puerto Torres, le da la espalda a la escuela, la casa cural y la iglesia de las que se apoderaron los paramilitares. Por encima de los tejados el esqueleto de un árbol gris se asoma a la vista.
-Es como el recuerdo, es uno de muchos palos de los que pasaron por todo. Si me pregunta por cada palo de aquí, cada uno tiene su historia: gente colgada ahí, al lado del río. Ese árbol es el emblema de todos los árboles. Pero en sí, si hablamos del árbol que está atrás de la capilla, ¡huy Dios mío!, a diario mantenían ahí colgada gente, y torturaban en ese lado.
-El árbol de mango se está muriendo…
-La verdad, ese árbol… Ahí no se pensaba en ningún momento tumbarlo. Ahí vivían unas personas y ellas lo cogieron y lo pelaron arbitrariamente… Rechazamos eso.
En Puerto Torres hay ruinas y novedad. En el centro del poblado está una placa polideportiva gris, mohosa. Entre las grietas y ranuras crece la hierba y la maleza; a los tableros de baloncesto les faltan algunas tablas y el aro está torcido, mirando el suelo. A su lado hay otra placa polideportiva: las canchas nuevas, las mallas nuevas, las gradas nuevas, el techo nuevo. Si se sentaran las 20 familias del caserío en las gradas sobraría espacio.
La placa polideportiva la construyó el Pnud. Esta se suma a otras acciones que la Unidad de Víctimas y la organización internacional Blumont coordinaron para aportar a esta comunidad que en 2015 fue declarada Sujeto de Reparación Colectiva. Hace varias semanas, dice Samuel, se reunieron con uniformes para jugar el partido inaugural.
-Cuando nos abrimos de aquí era cada uno por su lado, hubo una desconfianza total entre todos, no se podía confiar en nadie. Pero a raíz de estas actividades, de estas ONGs que han venido nos han concientizado y hemos puesto más la confianza entre nosotros mismos. Y a creer un poco más.
En el 2002 Samuel se desplazó a Florencia, cada tanto regresaba a la finca en Puerto Torres a darle vuelta al ganado. Ya se lo esperaba: con cada visita encontraba menos animales y la casa y los corrales consumidos por el abandono.
-Cuando llegamos a Florencia fueron momentos muy críticos, muy difíciles, porque imagínese que nosotros que somos del campo y llegamos a la ciudad. Es un cambio total de vida que uno no esperaba enfrentar.
En busca del campo trabajó en San José del Fragua y Albania, municipios vecinos, hasta que regresó en el 2004 a Puerto Torres a comenzar de nuevo. Cada lugar les recordaba lo que les dejaron los paramilitares. Con el tiempo, luego de que la Fiscalía exhumara 36 cuerpos y de que se desmovilizaran los paramilitares, retornaron algunas familias y aparecieron organizaciones e instituciones del Estado para acompañar la comunidad.
Por eso ahora mira la placa polideportiva para recordar lo que vivió Puerto Torres en las últimas dos décadas. En un costado del escenario se reúnen los habitantes con algunos funcionarios del Centro Nacional de Memoria Histórica (Cnmh) y de la organización internacional Blumont, que les hablan de los archivos documentales de derechos humanos que tiene el Cnmh (como el informe Textos corporales de la crueldad. Memoria histórica y antropología forense y la Declaratoria de Sujeto de Reparación Colectiva) y que están a disponibilidad de la comunidad, pues es información que desde hace cinco años se ha acopiado en el marco de la Línea de Antropología Forense; y de los procesos estructurales, arquitectónicos y de acompañamiento psicosocial que tendrá Blumont con la comunidad en los próximos tres años.
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En Puerto Torres hay ruinas y novedad. En un costado del centro del caserío un parque infantil viejo, semidestruido, es pasado. A su lado uno nuevo con dos columpios, un tobogán y un lisadero rojo, es presente. Al fondo, encima del tejado un árbol como espantapájaros se asoma.
A unos pasos unas piedras forman círculos y figuras, dan paso a un camino. Son tan distintas como el fuego: una parece un balón, otra un martillo, aquella un cubo. Se lee en letras negras Roque Elías, CH Jesús, Aura, Fredi. Son tantas piedras que no se podrían contar con un ábaco. Lo llaman el laberinto de la memoria. En la placa dice que “al recorrer el laberinto, hacemos memoria por las víctimas que la guerra nos quitó. Hoy hacemos un homenaje a hombres, mujeres, niños y niñas, quienes ya no nos acompañan pero que viven presentes en nuestro corazón”.
Samuel mira de lejos el laberinto y un montículo de piedras que sacaron del río Fragua.
-El laberinto de la memoria es el recuerdo de toda la gente que se ha ido, de esos momentos trágicos que no quisiéramos recordar. Pero hay que hacerlo.
Camina hacia la sombra al lado de la placa polideportiva donde se reúnen sus vecinos. Las conversaciones y las risas dejan percibir que apenas transcurre el tiempo. Por donde se mire se extiende el piedemonte llanero y el presente y el pasado se confrontan continuamente: la placa vieja en desuso y la nueva que entusiasma; el parque infantil enclenque y el nuevo que brilla y reluce; el laberinto de la memoria, una placa huella sobre la carretera y un árbol de mango que parece espantapájaros. Se resiste a morir.
Publicado en Noticias CNMH