Así es la vida en medio de la violencia del Catatumbo
En la presentación del informe “Catatumbo. Memorias de vida y dignidad” destacaron las voces de las mujeres, los jóvenes, los indígenas, los campesinos, los profesores y los sectores LGBT.
Después de tres años de recorridos, entrevistas y talleres en el territorio, el jueves 15 de noviembre se presentó el informe “Catatumbo. Memorias de vida y dignidad”.En un acto privado en un hotel de Bogotá, líderes y lideresas de esa región recibieron el resultado del trabajo en el que participaron, junto al Centro Nacional de Memoria Histórica (CNMH), la Diócesis de Tibú y Ñatubaiyibarí.
La ceremonia fue sencilla pero especial. Los asistentes, que viajaron desde distintos municipios catatumberos, hablaron sobre su vida en la región y la importancia de este proceso de memoria histórica. Así lo hicieron Acucuara Bashuna, representante del pueblo Barí; Ligia Galvis, docente; Hermes Bayona y Yaneth Pedroza, líderes campesinos; Sol Johana Ortega y Denys Cáceres, jóvenes raperas, y Érika Caselles, de la organización Visibles LGBTI+H.
Además del informe principal, un resumen y un mapa con lugares para la memoria y para la vida, y otro con transformaciones del territorio, los habitantes del Catatumbo recibieron seis cartillas que se produjeron en este proceso, con testimonios sobre cómo ha sido vivir en esta región para diferentes poblaciones. “En nuestras caminatas y conversaciones identificamos muchas cosas que no pudimos incluir en el informe, y empezamos a tener muchas ideas particulares sobre los campesinos, sobre los jóvenes, sobre la población LGBT, sobre los profesores, sobre las mujeres, sobre los indígenas. Eso estaba allí y no lo podíamos archivar”, explicó esas cartillas María Fernanda Pérez Trujillo, investigadora del CNMH y coordinadora del proyecto.
Estos son extractos de los relatos que aparecen allí. En ellos aparecen las dificultades que han tenido que enfrentar los habitantes del Catatumbo, pero también la inmensa dignidad con la que resisten ante la violencia.
Entonces sembrar la mata de coca se volvió para nosotros como una resistencia, como la única manera para poder quedarnos aquí en esta tierra haciendo lo que nosotros sabemos hacer, que es cultivarla. Entonces yo preparé la tierra, me conseguí las semillas y monté mi cortecito de coca, porque yo miré que no había el sustento, no había para el sustento. Es poquita la tierra que yo tengo y además es muy poco lo que le compran a uno la cosecha de frijol, de maíz, de plátano. El Tarra, por ejemplo, ya con 10 cargas de plátano se abastece, ya nadie compra más, se abarata. Y mi pedazo de tierra es bueno para el plátano, pero ¿qué se puede hacer si es para que se pierda?
A veces me sucedió que yo llegaba a la escuela temprano y me daba cuenta de que esa gente estaba por ahí. Entonces lo que yo hacía era salir a buscar a los estudiantes, me inventaba cualquier vaina y los mandaba para la casa. Y los guerrilleros me decían: “Pero profesor, ¿por qué no hace su clase normalmente?”. Y yo les contestaba: “No señor, ¿cómo cree, no ve que están ustedes? Llega el Ejército por aquí y se arma una plomacera, ¿qué pasa con los niños?”.
Durante esos años la situación estaba terrible para las chicas trans y la gente gay aquí en Ocaña. Se suponía que los paramilitares ya se habían desmovilizado, pero cuando eso se oía que había unos grupos que estaban controlando los barrios y que estaban matando a la gente como nosotros, y a cualquier persona que tuviera el pelo largo o se pusiera piercings. Un mes después de que regresé, que cuando eso todavía me identificaba como mujer, estaba sentado en un parque con dos amigos gays cuando llegó una camioneta negra de la que se bajó un hombre que dijo que nos iba a picar a todos, que ya nos tenían en fotos. El tipo ese le pegó una patada a uno de mis amigos y nos gritó: “Lárguense de acá, maricas, no los queremos ver”, y otras cosas, nos trató de lo peor. ¿Y qué podíamos hacer en esos momentos? Nos tocaba callarnos esas cosas, porque ¿a quién iba a acudir uno si muchas veces aquí en Ocaña se vio que, si uno hablaba, la misma ley se encargaba de echarlo al agua, de contar que uno había denunciado?
Nuestro territorio, Ishtana, es para nosotros el origen del hoy y la construcción del mañana, es la otra mitad del Barí. Es la vida, el reflejo de los ancestros, es la historia de una lucha. Sabaseba nos entregó este territorio y nos mostró los sitios sagrados, así como el respeto y cuidado que debemos proporcionarles. Si lo hacemos, somos capaces de mantener el equilibrio. Esos sitios sagrados son lugares muy importantes para nosotros porque en ellos habitan espíritus que merecen respeto. Además, nos enseñan la historia propia y el debido comportamiento .
Todo iba marchando, digamos que bien, hasta cuando entraron los paracos en el 2001.Uno qué se iba a imaginar todas las cosas terribles que esa gente iba a hacer en la región, y menos las cosas que nos iban a hacer a nosotras, las mujeres. Antes de eso, ya se había empezado a oír por todo lado que los paracos estaban entrando y que venían a masacrar a todo el pueblo, como lo habían hecho en La Gabarra en 1999. Y es que los que entraron a Las Mercedes, lo mataban a usted hasta por mirar. Es decir, si yo miraba a los ojos a un paraco, y a él no le gustaba, de una vez me cogía y me echaba a una camioneta y hasta ahí llegaba yo. Entonces empezó a cundir el miedo. Qué digo miedo. El terror. A mí me pasó algo que, le repito, jamás se me hubiera ocurrido que me pudiera pasar: un paraco se enamoró de mí, y eso se me volvió un problema terrible.
Esa noche nos picaron muchísimos zancudos y fue muy difícil quedarnos dormidos. No sabíamos bien en qué lugar estábamos y no se veían casas ni ninguna construcción por ningún lado. Pero aun así, Jefferson tuvo tiempo hasta para soñar. Me imagino que cuando lo agarró el cansancio pudo dormir profundamente por lo menos unas horas. Al otro día, lo primero que hizo fue acercarse a mí y contarme en voz bajita lo que había soñado: “Me soñé que la profe Luz Estela era una superprofesora, que ella tenía poderes. Volaba con una capa y nos sacaba de este monte. Nos llevaba a cada uno a nuestra casa y nos dejaba un regalo debajo de la almohada. Cuando ya nos descargaba, ahí en la casa, nos ponía la mano para que se la chocáramos y se iba a buscar a otros niños, que estaban también perdidos. A mí me dejó un balón de micro de regalo”.
Lea los testimonios completos en el informe "Catatumbo: Memorias de vida y dignidad"
Publicado en Noticias CNMH