A lo largo de los casi 75 kilómetros que separan a Medellín de Granada, en Antioquia, hay lugares de memoria que no son fáciles de reconocer para quienes no vivieron el conflicto armado en esos territorios. Debe haber muchos, por la intensidad con la que se vivió la violencia en el Oriente antioqueño, pero Gloria Elsy Quintero se sabe de memoria solo aquellos que comienzan a delimitar su municipio en esa espiral ascendente que conducen a las veredas y el casco urbano de Granada.
Puede señalarlos con el dedo, contar lo que pasó ahí en esa curva de la carretera donde se levantaba un retén paramilitar, y en ese otro, en el puente, donde se alzaban los guerrilleros, y recordar a quienes por última vez vieron allí con vida. Lo hace con la emoción de quien ha vivido la zozobra del fuego cruzado, de quien narra historias descorazonadoras para no volver a repetir nunca más, y de quien siembra un árbol, 22 años después, justo en el sitio aquel donde ella cree que desaparecieron a su hermano Rubén, a quien sigue buscando.
Junto a Gloria Elsy, los casi 50 líderes y lideresas sociales de toda Colombia que se reunieron en la Caravana por la Memoria, organizada por el Centro Nacional de Memoria Histórica y apoyada por el Museo Casa de la Memoria de Medellín, Conciudadanía y la Gobernación de Antioquia. Entre todos sembraron guayacanes amarillos y morados en el recorrido hacia Granada, en los puntos donde se vivió con más crudeza el embate del conflicto. Elevaron plegarias, encendieron velas, gritaron al unísono: “¡No más! ¡Ni uno más! ¡Nunca más!”.
En el Salón del Nunca Más, todo un referente de los lugares de memoria en Colombia, conocieron las luchas detrás de su creación y consolidación, hicieron ejercicios de mediación y los conmovieron las bitácoras escritas por conocidos y extraños a los desaparecidos y asesinados por el conflicto; un ejercicio que sin duda toca fibras y que les permite explorar, desde sus territorios, las diversas formas de narrar -e incluso sanar- las ausencias desde el presente.
Nombrar las ausencias, otra experiencia
Una sensación similar experimentaron los participantes de la caravana en el mausoleo dedicado a los desaparecidos en el Jardín Cementerio Universal, de Medellín, la tarde anterior. Las tumbas vacías en esta suerte de monumento funerario con forma de medialuna representan, para los familiares que los buscan, un lugar de dignificación: un espacio donde llorarlos y donde esperan, algún día, sepultarlos.
Así lo contaron las madres buscadoras que hicieron las veces de anfitrionas para los líderes y lideresas que llegaron de Fonseca (La Guajira), Buenaventura (Valle del Cauca), Barranquilla (Atlántico), Bogotá (Cundinamarca), Neiva (Huila), Bojayá (Chocó) y de otros puntos de Antioquia, como San Luis, Necoclí, Amalfi, Caicedo, Urrao, Yolombó y Alejandría. Y así, ellas y ellos se nutrieron de ideas para sus procesos regionales. “Al frente de la Casa de la Memoria está el Cementerio Universal. También hay víctimas ahí. Nosotros nunca hemos acogido ese espacio, y creo que [la experiencia del Jardín Cementerio Universal] nos motiva a acoger ese espacio, y a trabajar en el proceso con la plazoleta Alfredo Correa de Andreis”, contó Luis Bertel Eljach, de Barranquilla.
Un museo de la oscuridad a la luz
La Caravana por la Memoria también hizo una parada en el Museo Casa de la Memoria de Medellín, que fue anfitrión durante dos días de la jornada. Los líderes y lideresas tuvieron un recorrido guiado con los mediadores del espacio, que comenzó en la exposición permanente ‘Medellín: memorias de violencia y resistencia’, con 16 dispositivos museográficos que crean una narración -no una final, no la única- acerca de los orígenes, estragos y consecuencias del conflicto armado en esta capital.
Algunos de estos incluso inspiraron a los participantes, para llevarse ideas a sus propios lugares, como a La Corototeca, en San Luis (Antioquia). A Gloria Bohórquez, su representante, le llamó la atención para replicar en su espacio las mesas que narraban la violencia ejercida en la tierra, el daño a la geografía, el desarraigo natural.
Después del recorrido por el interior del museo, los participantes visitaron sus exteriores, como el Memorial, el Jardín de la Memoria y la Huerta del Arraigo, donde sembraron semillas de maíz que marcaron con aquella palabra que sueñan con ver germinar.
Boris Velásquez, del lugar de memoria de Bojayá, aseguró que “estos días que hemos vivido en esta Caravana por la Memoria tenemos unos sentimientos encontrados porque volvemos otra vez al dolor, volemos otra vez a recordar a nuestros seres queridos, pero esos sentimientos también nos dan luz para continuar en este trabajo de seguir haciendo memoria en nuestro territorio, seguir luchando para que sean esclarecidos esos hechos victimizantes”.
La siguiente parada de la Caravana por la Memoria la vivirá cada líder y lideresa a su manera: con ese intercambio de experiencias, con algunas capacidades instaladas, cada uno de sus lugares de memoria puede nutrirse lo vivido durante los cuatro días en Antioquia. Que cada espacio pueda latir a su ritmo y tomar lo mejor del otro, en una auténtica construcción de memorias plurales.