Durante la firma del punto del fin del conflicto armado con las Farc, el pasado 23 de junio, una frase rondaba por las redes sociales: “la paz se escucha en el campo; los fusiles se han silenciado”. El 23 de junio la paz se escuchó también en la ciudad más grande de Colombia, ¡y de qué manera!
La previa
Varias calles de la capital estaban preparadas para la ocasión. En los locales comerciales había banderas de Colombia colgando de las ventanas. Incluso algunos carros tenían los espejos y el capot recubiertos con el amarillo, azul y rojo. Cualquiera hubiera pensado que las banderas tenían que ver con el anuncio de que el Gobierno y las FARC habían conseguido, por fin, ponerse de acuerdo en el cese el fuego bilateral y definitivo.
La realidad es que las banderas estaban en la calle desde el inicio de la Copa América Centenario, organizada con el fin de celebrar 100 años del torneo de fútbol más antiguo del mundo. Más de la mitad de esos años, Colombia los ha vivido en medio de la guerra. A pesar de vivir en un país lleno de tristeza por las más de 200.000 personas que han muerto en medio del conflicto, los colombianos siempre tuvimos razones para alegrarnos y llenarnos de esperanza. El deporte es una de esas alegrías. Nuestra selección masculina de fútbol, por ejemplo, nos ha llenado de orgullo, nos ha hecho olvidar nuestras diferencias y, por momentos, unirnos por una sola causa.
El 22 de junio la Selección cayó dos a cero ante Chile y perdió su oportunidad para disputar la final contra Argentina. Entonces, el 23 Colombia amanecía con guayabo futbolístico. Sin embargo, esa una derrota, ese desasosiego, no se comparaba con lo que estábamos a punto de ganar en Cuba.
Un día para recordar
El clima, ese día, parecía querer representar los sentimientos encontrados de Colombia. Salía el sol y se sentía un ambiente alegre porque el Gobierno y las Farc iban a firmar el último punto de la agenda, fin del conflicto armado. Pero, a los cinco minutos, se oscurecía el cielo, caía lluvia, y se sentía miedo, incertidumbre y un poco de escepticismo frente a lo que pudiera pasar después de 50 años de guerra ¿Y si ya no podemos vivir en paz? ¿Y si lo que viene con el acuerdo resulta peor que lo que hemos vivido?
La gente sentía de verdad que el anuncio era importante y que era necesario convocar un evento para recibir la noticia. Así, de forma muy simbólica, varios movimientos sociales se pusieron cita en la carrera Séptima con avenida Jiménez. Allí, hace 68 años fue asesinado Jorge Eliecer Gaitán dando inicio a uno de los capítulos más violentos de nuestra historia: La Violencia bipartidista que desembocó en un conflicto armado interno que, hasta agosto de 2012, no parecía que pudiera terminar.
Hoy, ese importante lugar solo tiene unas cuantas placas y pasa desapercibido para la mayoría de transeúntes, los que suben y bajan en el Transmilenio, o quienes buscan calmar su hambre en el Mc Donalds sobre cuya fachada reposan las placas conmemorativas de Gaitán.
En ese punto, en 1948, el país se desmoronó, la capital quedó destruida y, a partir de ese momento, quedó enferma de indiferencia. Sin embargo el 23 de junio de 2016 Bogotá no volteó la mirada. Las armas, gritos y llantos que llenaron esa esquina hace casi siete décadas, se querían cambiar por colores, flores, camisetas blancas y abrazos.
Toda una fiesta
La cita era a las 11:30. A esa hora había unas cuantas personas reunidas alrededor de una pantalla que trataba de conectarse a la transmisión que TeleSur hacía desde La Habana. Se repartían flores blancas, se pintaban las caras con banderas de Colombia, y se inflaban bombas de colores. Lo que se estaba preparando era toda una fiesta.
A las 12 del mediodía la gente empezaba a llegar y el ambiente se calentaba con el sol que brillaba a todo dar. Como los colombianos todo lo celebramos bailando, la música no se hizo esperar, y agitando de bombas amarillas, azules, rojas y blancas, las personas que llegaban se iban uniendo al “Meneaito” y “La Bomba”.
Poco a poco toda clase de personajes se fueron aglomerando para escuchar las noticias. Muchos colectivos y movimientos llevaban pancartas reclamando que no se olvidara la lucha que, por años, habían llevado: las mujeres, los sindicalistas, los funcionarios y víctimas de un pésimo sistema de salud, los de sectores sociales LGBT, las nuevas generaciones, las antiguas, todos.
En medio de la espera se escuchaban, también, toda la clase de comentarios. Algunos estaban llenos de esperanza, otros demostraban su miedo, y algunos no tenían reparo en mostrar su desacuerdo:
- “Señor, guía nuestro destino, que se acabe esto, que sea para bien”.
- “En Colombia nunca va a haber paz”.
- “No vamos a parir un hijo más para esta guerra”.
A las 12:20 empezó el anuncio. Entraron uno por uno los delegados del Gobierno y las Farc, y líderes del mundo que llegaron a Cuba para respaldar lo que iba ocurrir. Todos eran recibidos en medio de aplausos de la multitud, que ya concentraba a cerca de 300 personas. Entre los líderes estaban Ban Ki moon, secretario General de las Naciones Unidas, Raúl Castro, presidente de Cuba, Enrique Peña Nieto, presidente de México, Michelle Bachelet, presidenta de Chile, Nicolás Maduro, presidente de Venezuela. A su vez estaban el canciller de Noruega Borge Brende, el presidente de República Dominicana, el presidente de El Salvador, y los enviados especiales para el proceso de paz de los Estados Unidos y de la Unión Europea.
Cuando entró el presidente Juan Manuel Santos fue recibido con un gran aplauso. “Timochenko”, jefe de las Farc, también recibió una ovación, saludó a los asistentes, ocupó su lugar y empezaron a entonarse las notas del himno nacional en Cuba; en la carrera Séptima cantaron a todo pulmón.
“En surcos de dolores, el bien germina ya”
El delegado de Cuba empezó leyendo lo acordado. Habló de la entrega de armas, de cuánto tiempo iba a tomar, advirtió que no sería un proceso fácil. El delegado de Noruega habló de la reintegración, de las zonas de concentración y del desminado que deberá hacerse en muchas regiones del país. La gente aplaudía con cada punto.
Y así, cuando se dieron todos los detalles de lo que iba a pasar, llegó el momento crucial. Sonaban redoblantes y los micrófonos animaban a la gente a abrazarse y celebrar. “Este día, que creíamos que no iba a llegar, llegó”, decían los organizadores, “bésense, abracen al que está al lado”, continuaban. Santos y “Timochenko” firmaron el acuerdo con lapiceros hechos con lo que en otro tiempo fueron municiones: “Las balas escribieron nuestro pasado. La educación, nuestro futuro”, se lee en la inscripción del esfero.
En ese momento sonaron cañones. Eran cañones de confeti. Volvió a sonar la música y los abrazos no cesaron hasta que la gente pidió que se volviera a conectar la transmisión para escuchar las palabras del secretario de las Naciones Unidas, el señor Ban Ki moon. Mientras hablaba, la gente se tomaba fotos con sus pancartas, con recuadros hechos de cartón, en forma de nuevas libretas militares que decían: “Servicio social para la paz”.
Luego hablaron “Timochenko” y Santos. Se dieron la mano una vez más y la transmisión continuó dando paso a analistas internacionales. La gente, por su parte, no paró de tomarse fotos, de bailar y de cantar.
“¡Sí se pudo!, ¡sí se pudo!”
“El último día de la guerra de Colombia” —como fue catalogada la firma del punto del fin del conflicto— fue una gran fiesta. Esta fiesta marcó un final, y, como cualquier final, también dio paso a un nuevo comienzo. El 23 de junio de 2016 sí se pudo acordar el punto más duro, el del fin del conflicto, el del cese el fuego bilateral y definitivo. Colombia dio un paso histórico.
A pocas cuadras de esa multitud, en la Plaza de Bolívar, también hubo otro punto de concentración. La Alcaldía de Bogotá transmitió el anuncio y hubo fiesta y música.
Lo que vino después fue volver a la realidad. Ya había pasado la hora de almuerzo, los ejecutivos debían volver a trabajar, los habitantes de la calle a recorrer la ciudad, las madres volvían con sus hijos, las víctimas continuaban con la lucha que llevan desde hace años; cada quién volvía, a su manera, a sobrevivir pero con una nueva esperanza.
Algunos, antes de regresar a su rutina, se tomaron un momento para escribir en una tela sobre cómo construir la paz.
-“Soy profesora”.
-“Que las armas ahora sean guitarras y hagamos guerras de canciones”.
-“Gracias por entregarle el país a las FARC”.
-“Somos la generación de la paz”.
-“No hay paz con hambre, no hay paz sin salud. En este momento no hay paz”.
Está bien, no tenemos que estar de acuerdo. La tela y el papel lo aguantan todo. Lo importante es no tachar lo escrito por el otro. Eso fue lo que aprendimos el 23 de junio de 2016, después de medio siglo de violencia. Ojalá, esta vez, no se nos olvide.