El M-19 y la paz como paradigma del cambio y la construcción de la democracia

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Publicado

9 marzo 2023

El M-19 y la paz como paradigma del cambio y la construcción de la democracia

Se cumplen 33 años del primer acuerdo firmado entre una guerrilla y el Estado colombiano. El pacto con el Movimiento 19 de Abril fue decisivo en la ejecución de la mayor reforma política que vivió el país en el siglo XX: la Constitución de 1991

A principios de la década de 1990 se llevaron a cabo varios procesos y acuerdos de paz que permitieron la desmovilización y reincorporación de cerca de cinco mil guerrilleros a la vida política y social del país. Con ello, abrieron la puerta a varias transformaciones que facilitaron un escenario de democratización en Colombia.

El primer grupo guerrillero que negoció y firmó un acuerdo de paz con el Estado colombiano fue el Movimiento 19 de Abril (M-19). La firma tuvo lugar el nueve de marzo de 1990, en Caloto, Cauca, y fue decisiva en el devenir político del país.

En el libro «De la insurgencia a la democracia» (2009), Otty Patiño, Vera Grabe —excomandantes del M-19— y Mauricio García-Durán —investigador de los procesos de paz en Colombia— explican que la negociación con esta guerrilla no solo abrió paso para que otros siete movimientos insurgentes «emprendieran negociaciones de paz que terminaron en su transformación de actores armados en actores políticos legales», sino que también fue decisiva «en la ejecución de la mayor reforma política que vivió el país en el siglo XX: la Constitución de 1991» (2009, p. 44).

Después de los hechos del Palacio de Justicia —cuentan Patiño y Grabe—, el M-19 percibió que, en un país hastiado de la violencia y el miedo, la apuesta por la paz y la democracia era la opción más revolucionaria de todas.

«Fuimos la primera organización insurgente que descubrió que la paz podía ser un elemento transformador porque, durante los últimos 50 años, la violencia en Colombia se había ligado con el poder y se ejercía para mantenerlo, conseguirlo o ejercerlo. La clase dirigente colombiana supo que mantener esa violencia podía ser la mejor manera de impedir las transformaciones sociales y políticas que necesitaba el país. En ese contexto, el M-19 se da cuenta de que la paz es una gran posibilidad para abrirles espacio a esos cambios», relatan Patiño y Grabe en sus memorias (Patiño, Grabe y García-Durán, 2009, p. 72).

La iniciativa de paz que el M-19 le propuso al gobierno del entonces presidente Virgilio Barco contenía lo que Carlos Pizarro, comandante de esa guerrilla, llamó «las tres grandes rectificaciones». La primera proponía una nueva Constitución que se convirtiera en un tratado de paz; la segunda trazaba un plan de desarrollo económico que condujera a la justicia social, y la tercera se refería a una «filosofía de convivencia, unidad nacional y soberanía que orientara la definición de una política única para las armas de la República y que se concretara en el manejo democrático del orden público» (Patiño, Grabe y García-Durán, 2009, p. 75).

Otra línea clave de esta negociación fue la del «nuevo entendimiento y reconciliación», a través de la cual el M-19 quiso motivar a otros movimientos armados a sumarse al proceso. A mediados de 1990, el Ejército Popular de Liberación (EPL), el Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT) y el Movimiento Quintín Lame (MQL) decidieron recorrer la senda de diálogo por la que avanzaba el M-19. Un año más tarde, en 1991, estos grupos también llegaron a un pacto con el Estado.

Fue justamente este contenido político y sustantivo de las agendas de negociación lo que hizo histórico el acuerdo firmado por el M-19. Por primera vez en la historia del país se entendía un proceso de paz como una posibilidad para atender las causas estructurantes de la guerra y no como un estricto proceso de desarme, desmovilización o amnistía de un grupo armado.

Vera Grabe indica que el proceso con el M-19 significó «un cambio de paradigma dentro de la revolución y los procesos de paz en Colombia», ya que el M-19 supo leer cada momento histórico y entendió que «ser revolucionario significa también estar dispuesto a cambiar, a aventurarse en terrenos desconocidos, abandonar los propios esquemas y repensarse en otras lógicas no excluyentes y no-violentas» (Patiño, Grabe y García-Durán, 2009, p. 91).

 

Referencia:

Patiño, O. Grabe, V. y García-Durán, M. (2009). El camino del M-19 de la lucha armada a la democracia: una búsqueda de cómo hacer política en sintonía con el país. En M. García-Durán. De la insurgencia a la democracia (pp. 43-106). Centro de Investigación y Educación Popular (Cinep).

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