Esa noche de enero, “nadie se imaginó -expresa Leovigilda- que los paramilitares iban a entrar al pueblo porque nos sentíamos protegidos con el retén del ejército que había. Nos preguntamos cómo iban a pasar esos carros con hombres armados si ahí había un retén militar permanente donde requisaban a todas las personas todas las veces que pasaban”.
Cuando ocurrieron los hechos, Benildo José Ricardo Herrera, era pastor de la iglesia presbiteriana. Ese día vio una cantidad de hombres armados que estaban seleccionando lugareños y los iban llevando a la plaza. Cuando empezó a buscar a quienes se habían llevado, se dio cuenta que faltaban diez jóvenes miembros de la iglesia, “eran muchachos –dice Benildo- apartados del mal. Daban la vida por el pueblo”. Entre los que faltaban estaban sus dos hijos, Elides Ricardo Pérez y Luis Carlos Ricardo Pérez.
“Los Tangueros”, en alusión a la finca Las Tangas donde los hermanos Cataño entrenaron a los primeros paramilitares de Córdoba, eran sinónimo de terror entre los habitantes de la zona. Aproximadamente 60 de ellos estuvieron entre las ocho y las once de la noche del 14 de enero de 1990 en el caserío de Pueblo Bello golpeando personas, saqueando y quemando casas para llevarse a 43 hombres, en venganza al robo sufrido de 43 reses por parte de la guerrilla a Fidel Castaño en diciembre de 1989.
Fidel Castaño realizó este ataque basado en que las cabezas de ganado de su propiedad robadas por la guerrilla, “habrían sido transportadas a través de Pueblo Bello hacia otra localidad, considerando que los habitantes de Pueblo Bello fueron autores o cómplices de dicho robo.”, explica la sentencia del 31 de enero de 2006 de la Corte Interamericana de Derechos Humanos, “Caso de la masacre Pueblo Bello Vs Colombia”.