Al corregimiento de la Chorrera, en el departamento del Amazonas, arribó ‘Endulzar la Palabra, Memorias Indígenas para Pervivir’. Luego de tres meses en el Museo Nacional de Colombia, esta exposición, que reúne el trabajo en memoria histórica de ocho pueblos indígenas de Colombia, se inauguró el pasado 23 de abril en el territorio de los sobrevivientes victoriosos de la violencia de inicio de siglo XX, cuando a partir de una gigantesca red de estaciones de extracción cauchera, se expandió a lo largo de los territorios amazónicos un proyecto comercial cuyo objetivo fue la explotación intensiva y sistemática de la mano de obra indígena en pro del aumento de la producción del caucho.
Numerosos documentos de la época, así como estudios historiográficos modernos, han dado cuenta de los distintos dispositivos y relaciones de dominación impuestas por los agentes comerciales sobre la población indígena: la práctica encubierta del “endeude” fundada en relaciones comerciales inequitativas, los asesinatos, las flagelaciones, las torturas, las muertes derivadas del uso irracional de la mano de obra local, así como el mantenimiento de la estaciones en perjuicio de sus formas tradicionales de producción, llevaron a la casi desaparición de los pueblos nativos de la zona. Como consecuencia de estas acciones, se estima que el proyecto extractivo del caucho habría cobrado la vida de treinta mil indígenas, es decir, casi el 60% de la población nativa de la región.
La exposición Endulzar la Palabra recogió las memorias de estos hechos desde las voces de los pueblos Bora, Ocaina, Muinane y Uitoto, además de las reflexiones de otros pueblos indígenas sobre sus propios procesos de afectación y resistencia: los Wiwa, en la Sierra Nevada, los Barí, en el Catatumbo, los Nasa en el Norte del Cauca y los Awá, en Nariño, Putumayo y el norte de Ecuador.
Durante tres días de montaje, se dispusieron pendones traslúcidos que presentaban en gran formato los diferentes momentos de la exposición. ‘Disposición a la escucha’, ‘Caminar el territorio’, ‘Iluminar la memoria desde lo propio’, ‘Trazos de un territorio sagrado’ y ‘¡Viva la Minga viva la Guardia!’, fueron los ejes narrativos de esta muestra que poco a poco fueron cubriendo la estructura de la Casa Arana, aquella que a finales del siglo XIX y principios del XX, fue un lugar del horror y la opresión, y que ahora representa un lugar de memoria y dignidad y alberga al colegio de la comunidad.
Los relatos de afectaciones, luchas y resistencias construidas por los pueblos se entretejieron alrededor de la antigua estación cauchera para resignificar la memoria del terror desde la reivindicación de la memoria de vida y abundancia. Los grandes pendones fueron impresos en una tela traslúcida, que permite ver a lo lejos, tanto los mensajes de la exposición, como la fachada de la Casa develada tras ellos.
El montaje y su inauguración coincidió con la conmemoración de los treinta años de constitución del resguardo Predio Putumayo, el más grande del país con 5'869.447 hectáreas de extensión, entregado en 1988 bajo el mandato presidencial de Virgilio Barco. Es así, como cada 23 de abril se conmemora este hito central en la reivindicación de su autonomía y su territorio propio.
La presencia de la exposición en este territorio, que contó con el apoyo del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) y la Embajada de Canadá, más allá de hacer efectivo el deber de memoria del Estado, busca precisamente articularse a las estrategias de visibilización de estos procesos de lucha y defensa de su autonomía territorial y develar las memorias de unos hechos que esperan nunca más vuelva a repetirse en sus territorios.
Publicado en Noticias CNMH