Apenas termina de cepillar y planchar el cabello, Jessica, en el sopor de ese mediodía de viernes en Barranquilla, se abanica con las manos, se voltea y dice: «Yo estudié Cosmetología, pero no he podido ejercer. En las estéticas solo quieren mujeres».
Jessica Montes Mizar se siente mujer. Es una mujer que ha decidido serlo, aunque los rasgos femeninos no sean evidentes en su cuerpo. Llegar a ser mujer, cuando se ha nacido hombre, duele, y mucho. Como repetirá Jessica, una y otra vez, a lo largo de una conversación de dos horas: «es difícil».
Hay palabras que ella pronuncia insistentemente, las que no suelta, a las que debe volver para mostrar y demostrar por qué, pese a que la visibilidad de la comunidad trans y LBGTIQ+ haya aumentado en los últimos años, es necesario seguir insistiendo no solo en la visibilidad, sino en su representatividad, política pública, discriminación, violencia, orientación sexual, rechazo, homofobia, transfobia, sensibilización… Este repertorio conforma un universo del que se pueden extraer ideas generales con solo leer esas palabras en un par de líneas.
Son ideas generales solamente porque, para las particulares, habrá que escuchar sus historias. Por ejemplo, desde que era estudiante en el instituto INEM Miguel Antonio Caro, en el municipio Soledad, Jessica trató de esconder su orientación sexual. «Se fue dando también la identidad de género y también la escondía, la ocultaba, pero saqué el valor y la fuerza para sacarla. Todavía estoy en construcción de mi tránsito».
No ha sido un camino recto, ni siquiera en zigzag, sino más bien uno cuesta arriba que, de vez en cuando, parece devolverla a cuando todo comenzó, sobre sus 18 años. Con la mayoría de edad, y luego de graduarse del colegio, empezó su transición: «a dejarme crecer el cabello, a comprar hormonas y hacer mi cambio corporal, pero entré al SENA a estudiar Mesa y Bar y me tocó nuevamente dejar el proceso de mi cambio a un lado por el mismo tema de discriminación y de rechazo».
Vinieron los trabajos en cadenas hoteleras y reconocidos restaurantes, donde le decían que no podía tener el cabello largo. «Después de eso ya me cansé y decidí dejar de buscar empleo en empresas, no me querían contratar. Yo decido hacer mi tránsito como debe ser y hacer el proceso completo, y aprender la peluquería para tener algo de qué sobrevivir».
Fue en 2014 cuando aprendió, con un amigo, a entender el cabello, su cuidado, tiempo de masajes y cepillados, pero como independiente, a sus tiempos. Nada de amarrarse a una peluquería a cumplir horarios y dividir porcentajes, a menos que sea la suya, así lo sueña.
Jessica se imagina en su peluquería propia, donde pueda también montar la estética que por ahora han restringido para ella los negocios convencionales, pues no le está permitido hacer masajes corporales. Pero esto fue lo que aprendió a hacer, lo que puede hacer y lo que sabe hacer.
Un vaivén que revela las grietas del sistema
El vaivén de su tránsito hacia la feminización tuvo una nueva oportunidad en 2017, pero también una nueva talanquera. «El tratamiento hormonal que gestioné en 2017 no me lo negaron [la EPS], pero no sirvió, nunca vi resultados, no vi cambios de nada. Pedí cambio de tratamiento y no me lo quisieron dar porque el médico lo que hizo fue meterme el terror, que se me dañaba el potasio, el hígado, y decidí suspender el tratamiento». La homofobia del endocrino, su incumbencia en la vida privada de Jessica y la promoción de la Biblia, como palabra opuesta a sus deseos, también cargaron de violencia un proceso que ya era lento y complejo. «Es difícil», vuelve a decir.
En general, para Jessica, el sistema de salud colombiano es agresivo para las personas LGBTIQ+, especialmente para las trans, porque «entre más visibilidad hay, más discriminación». La diferencia cuesta. «El proceso es bastante cruel porque el personal de salud no trata con la identidad de género, como tú te identificas, no están capacitados. Y eso pasa en todas partes».
Esa es una de las razones por las que Jessica vuelve cada vez a la conversación sobre la política pública nacional. «Sí existe una política pública nacional, pero no estaba tan activada como en el gobierno de Petro, que fue el que la activó. Lo que se está haciendo en la Alcaldía de Barranquilla es un diagnóstico de las problemáticas que tiene la población LBGTIQ+, pero está chueco porque no tienen presupuesto y lo hace la Oficina de la Mujer». Jessica indica que contratar a líderes y lideresas de la comunidad habría hecho la diferencia, a lo que agrega que, «en el departamento [del Atlántico], sí hay una política, hay un enlace, pero no es mucho lo que se ha hecho en empleo, educación, salud».
Ella se hace muchas preguntas: ¿cuántos proyectos productivos de emprendimientos se han hecho para que tengan sus propios negocios?, ¿cuántas personas trans han logrado tener un proceso de hormonización en las EPS?, ¿cuántas personas LGBTIQ+ se han contratado en el sector público y privado? Casi todas, o todas, tienen respuestas insuficientes.
Todavía faltan interrogantes, como ¿qué pasa en los colegios y universidades con personas de género diverso, con personas trans? Puede sonar a un lugar común, pero «no hay campañas educativas en las comunidades, en los colegios, donde se eduque a la sociedad en general sobre la identidad de género, orientación sexual, homofobia, transfobia. La ley antidiscriminación parece que no se aplica. Hace falta todavía bastante por hacer».
El miedo a lo diverso
Cuando Jessica comenzó a vestirse de forma femenina, su hermano la echó de la casa. Se fue a vivir con una amiga, mientras su mamá allanó el camino para volver. La imagen de ella transfigurada, luego de haber nacido como hombre, chocó también con tíos y primos, con amigos.
El escenario más hostil para una persona trans en Colombia suele ser la calle, sobre todo si es una persona trans que ejerce la prostitución, como Jessica. «Una vivencia fuerte son las agresiones físicas y verbales de parte de algunos agentes de la Policía, me retiran de los espacios públicos de una manera agresiva, violenta, intimidante». Estas situaciones la han llevado a acudir a entidades de investigación: «puse diez denuncias por la misma escena. Dos denuncias tuvieron que ver con agresiones físicas. Fui a la Fiscalía, pero, por el temor que me daba que me hicieran daño o represalias, tuve que dejar el proceso».
Los prejuicios enquistados sobre lo diverso, sobre aquel o aquella que no luce de acuerdo con los estándares normativos, empujan a conductas violentas que vulneran los derechos humanos de estas personas y la posibilidad de alcanzar sociedades más justas y equitativas, sociedades que vivan en paz. Así lo señala Jessica.
Las trabajadoras sexuales trans son estigmatizadas, tienen un sello de que son malandras, malas personas, la basura social, porque ahí es donde la sociedad las ha puesto a ellas, ahí es donde nos han puesto por la discriminación, la homofobia. La misma sociedad se ha encargado, por la falta de oportunidades, de ponernos ahí. Tiene uno que sobrevivir.
Su mamá no sabe que aún ejerce la prostitución, Jessica lo esconde para no indisponerla. Lo hace y lo seguirá haciendo para que los ingresos le alcancen para compartir la vida con ella.
Un camino por recorrer
Si la ruta hacia la feminización ha sido cuesta arriba, la que ha llevado a Jessica Mizar a convertirse en activista trans ha sido más amena de recorrer. Como integrante de la Mesa LGBTIQ+ del Atlántico, a la que entró en 2010, llegó a Caribe Afirmativo. Es una corporación que ha ganado reconocimiento gracias a su constante búsqueda y logros por la defensa de los derechos de la diversidad sexual, expresiones e identidades de género diversas en Colombia.
Aprendiendo de derechos humanos en capacitaciones y talleres, Jessica se fue transformando en activista. Hace parte de la colectiva Faisanes de colores, que capacita en diferentes temas a la comunidad trans y no binaria. Creó la sociedad civil Renacer, con la que actualmente adelanta cursos de maquillaje gracias a otras fundaciones. Dice que su afición es abrir puertas y buscar más oportunidades para su comunidad. Sabe que «cuando se da el cambio, se cierran más puertas y oportunidades. Hay más rechazo».
Con la apertura del Ministerio de la Igualdad, Jessica tiene nuevas expectativas. Considera que el matrimonio igualitario y la adopción de parejas del mismo sexo son avances significativos, «pero todavía hace falta mucho más por lograr, y esperamos que, con este Gobierno nuevo, que sí está a favor de la población LGBTIQ+, puedan venir grandes cambios». La inserción total en la sociedad, sin prejuicios, es el mayor reto.
—Jessica, ¿por qué elegiste ese nombre?
—Por una presentadora que se llama Jessica Cediel. Me llamó la atención ese nombre, estoy en el proceso de cambiarme mi nombre, de pronto este año lo haga, porque uno tiene que realmente hacer el cambio en todo, según cómo uno se siente.
El cambio de nombre implica más que un trámite en la Registraduría: significa que Jessica debe ir a cada lugar donde estudió, a cada empresa donde trabajó, a cada EPS, a pedir nuevos certificados con el nombre que eligió. Ya lo decía ella: la visibilidad cuesta. «Es difícil».