Hoy, 8 de marzo de 2023, desde el Centro Nacional de Memoria Histórica, conmemoramos todas las veces que nos juntamos para exigir la paz y aquellas en las que, en medio de las crisis humanitarias más difíciles, decidimos abrazar y cuidar de otros. Lo hacemos cantando, contando, tejiendo… Lo hacemos con voces y nombres de mujer.
Hemos sostenido el país desde Bahía Portete, en el municipio de Uribia, en la península de La Guajira, hasta los resguardos Okaina, Bora, Muinane y Huitoto Muneca del Amazonas. Desde las costas del Urabá y el Pacífico hasta los llanos de Arauca y el estremecido Catatumbo. Lo hemos hecho de todas las formas posibles y lo seguiremos haciendo, así esta sea una guerra que no hayamos conocido en primera persona.
Luisa Fernanda Ortega aún no había nacido para los días de febrero de 2000 en los que, durante una semana, 450 paramilitares asesinaron a 60 personas en El Salado, corregimiento de Carmen de Bolívar. «Yo soy salaera, mis raíces son salareas. No viví el tiempo de violencia, no fui desplazada directamente, mi familia sí. A raíz de eso crece el interés por saber quién soy, de dónde vengo, y eso que permanece conmigo».
Sí que permanece con ella su pueblo. Tanto, que creó, junto con otras amigas, un colectivo de comunicaciones que se llama Coco-Salado: «Desde ahí trabajamos con todo el tema de reconstrucción de memoria, y lo hacemos porque El Salado merece cosas bonitas y merece ser contado desde otra perspectiva». Una serie de pódcast que lleva el mismo nombre del colectivo narra su corregimiento sin la mirada compasiva que dan quienes lo ven desde afuera y reivindica su cotidianidad como respuesta a la violencia. Sí, vivieron la crudeza de la guerra, pero no es eso lo que los define. Luisa Fernanda, de 22 años, estudiante de Derecho, lo recuerda cada vez que puede. De eso se trata: «una reconciliación no únicamente interpersonal, sino con los territorios, una reparación simbólica con los territorios, y por y para las mujeres también».
Luisa, que ya es toda una lideresa, habla así de claro: «que las mujeres por sus territorios trabajen por la defensa de los derechos humanos y por mantener uno de los pilares para evitar el conflicto, que es precisamente la no repetición. Creo que es la clara expresión de cuánto aportan para esa paz total, para esa paz social».
Luz Amparo Mejía lleva 24 años «insistiendo, persistiendo y nunca desistiendo en la búsqueda de nuestros seres queridos». Desde antes de que Luisa Fernanda naciera, Luz Amparo ya pertenecía a las Madres de la Candelaria de la Línea Fundadora. Este grupo de mujeres de Medellín ha buscado a sus hijos, hermanos, esposos…y lo siguen haciendo en cementerios, fosas comunes o en rastros de mapas que no conocían. «Hemos encontrado —en la construcción de memoria, desde las voces de las mujeres, desde diversas expresiones: tejiendo, escribiendo, cantando— una forma de resistir, pero también de no olvido, para que las nuevas generaciones no olviden».
Luisa tiene 22 años de edad, y Luz Amparo lleva más que eso buscando a su familiar. Luz Amparo vive entre las montañas del Valle de Aburrá, en Antioquia, y Luisa en la baja montaña montemariana. Luz Amparo teje, escribe, canta, busca incansablemente. Luisa graba voces y las reproduce a través de un parlante que lleva un burro con el que recorre El Salado: el Burrófono.
La paz tiene su nombre y los nombres de mujeres que desafían lo establecido por la guerra y los roles de poder, para hacer de su género toda una fuerza. La paz sin la voz de las mujeres no está completa —dice Luz Amparo—, así que la paz total tiene voces y nombres de mujeres.
Cuando alzamos la voz
A pesar de la persistencia de la guerra y, en medio de ella, las mujeres nos afirmamos, una y otra vez, como defensoras de la vida, la paz, la dignidad y la memoria. La guerra nos ha golpeado de maneras desproporcionadas, pero no logró arrebatarnos nuestra capacidad para movilizarnos, organizarnos, buscar a los y las desaparecidas, defender la memoria de nuestros territorios, denunciar lo intolerable y cuidar de los demás.
Los ejercicios de memoria histórica, así como las iniciativas de búsqueda de la verdad gestados e impulsados por mujeres en todo el país, nos han permitido conocer que el control de nuestras vidas y cuerpos ha sido crucial en la persistencia de la guerra: buscan despojar tierras, desplazar comunidades, vengarse de los enemigos o controlar territorios. Nos han violentado de todas las formas posibles.
Por nuestros activismos políticos, por nuestros liderazgos sociales y ambientales —y por ser el corazón de nuestras comunidades—, hemos sido puestas en la mira de las armas de distintos grupos y actores violentos. Estas agresiones hacen parte de un continuo de violencias y exclusiones patriarcales que afrontamos a lo largo de nuestras vidas y que, en el conflicto armado, se exacerban. Por eso, al movilizarnos contra la guerra, también nos movilizamos en contra de uno de sus grandes núcleos, causas y motores: el patriarcado.
Hoy, 8 de marzo de 2023, conmemoramos todas las veces que nos juntamos para exigir la paz y aquellas en las que, en medio de las crisis humanitarias más difíciles, decidimos abrazar y cuidar de otros. Hoy recordamos las veces que alzamos la voz y protestamos, pero también las veces que permanecimos en nuestras casas y nos acompañamos en silencio. Traemos a la memoria las veces que nos organizamos para denunciar, pero también para arrullamos, sanarnos mutua y amorosamente, y tejer los lazos de nuestras comunidades rotas.
Hoy, 8 de marzo, conmemoramos las veces que nos hicimos lideresas y que nos mantuvimos en pie para exigir la garantía de los derechos humanos y del buen vivir en nuestros territorios. Hoy exaltamos nuestra lucha por las memorias de la guerra y todas las veces que, frente a las políticas del silencio y el olvido, hemos narrado, cantando, tejido, gritado, escrito y defendido nuestras verdades.
Hoy sabemos que la sociedad colombiana no se desmoronó completamente porque las mujeres estuvimos allí para sostenerla.