Todo empezó un poco antes, pero el punto de inflexión fue el 9 de septiembre de 2020. En plena pandemia del covid, Bogotá y Colombia despertaron con la noticia del asesinato, a manos de policías, de Javier Ordóñez, un abogado que hasta su último aliento reclamó su derecho a vivir: “¡Ya, por favor! ¡Ya no más!”.
Todo fue meses atrás, cuando el Colectivo M9S (Movimiento 9 de Septiembre) se organizó. Pero no hubo punto de retorno luego del estallido social que provocó la muerte de Ordóñez. Manifestaciones, gritos y rabia por la brutalidad policial, que se extendió con virulencia hasta matar, al menos, a siete civiles más, y herir a otra docena de personas y arrestar a cerca de 70.
Ese fue el germen. Desde entonces, los miembros de M9S tienen nombre colectivo y así les gusta que les llamen. Prefieren el anonimato, dice uno, mientras agita la lata de aerosol amarillo que comienza a formar la palabra ‘LAS’. Sobre la Avenida Jorge Eliécer Gaitán, popularmente conocida como calle 26, desafían el sol capitalino de diciembre, e inauguran la Semana por la Memoria, convocada por el Centro Nacional de Memoria Histórica, pintando paredes. Haciendo lo mismo que a otros tantos les costó la vida, como fue el caso de Diego Felipe Becerra.
Son siete, aunque ese lunes decembrino solo hay cinco. El par que falta se sumará pronto, al tiempo que comience a revelarse la frase que pintan, ‘TODAS LAS MEMORIAS TODAS’, que se sumará a un repertorio urbano que ya está instalado en la mente de quienes deambulan por sus esquinas rayadas. El de ‘POLICÍA ASESINA’ lo dejaron muy cerca al hotel Tequendama, en el sector de La Macarena. También estamparon su sello en Verbenal, o en Soacha. En todas las localidades en las que mataron personas en ese 9S inolvidable, doloroso. Cuanto más cerca a los CAI, o a cualquier otro lugar de los hechos, mejor. “Nos reúne la causa”, dice uno por todos.
Seguirán derramando la pintura de ocho aerosoles y 7 galones y medio de vinilo en la interminable pared de la cara norte de la 26, justo al frente del Cementerio Central de Bogotá, hasta que completen la frase que ahora los convoca. Desconocen los metros cuadrados o lineales que ahora llenan de color, pero ahora hay algo que les preocupa más: que se esconda el sol.
«Calle 26, la memoria invisibilizada»
Pero ahí se quedó el sol. Siguió iluminando la calle 26, que fue la gran protagonista de la tarde, y no solo por el mural. Alrededor de esta avenida, que es frontera entre dos localidades con realidades diferentes, en la que limitan proximidades políticas, sociales, económicas, giró la primera conversa de la Semana por la Memoria.
«Calle 26, la memoria invisibilizada» convocó a tres vecinxs del sector, tres líderes y lideresas: Sergi Gómez, arquitecte, ilustradore, organizadora de La Contramarcha, miembro de La Maleza Colectivo y defensora del espacio público como el espacio de los nadies; Efraín Núñez, lingüista de la Universidad Nacional, habitante de la localidad de Teusaquillo, más exactamente del barrio Armenia, y John Mario morales, promotor social que trabaja por el abordaje territorial de niños, niñas y jóvenes en situación de calle. Elles conversaron sobre la 26 como lugar simbólico, habitado y recorrido por muchas personas a diario, y olvidado en el más hondo sentido de la memoria que atesora.
Sergi recordó cómo la calle 26 ha sido un espacio importante en su formación, como egresada de la Universidad Nacional y por lo que significó en sus épocas de estudiante, con un componente político muy fuerte que se ha ido construyendo y consolidando. Lo pueden decir los habitantes del barrio Santa Fe, donde trabaja por los Derechos Humanos, por la comida, por la dignidad, en un territorio en riesgo constante debido a la agresión policial, que se siente con más intensidad ahí que en otros lados.
Y es que la 26 ha sido epicentro de la cultura de la movilización política y el encuentro social. Ha sido importante para el movimiento feminista local; ha visto cómo se configura el Eje de la Memoria, un espacio de disputa importante. Es testigo diario de cómo en el lado norte la clase más alta mira con recelo a sus vecinos del sur.
“Hoy estoy aquí, porque somos. Porque somos todas y todos los que estamos acá”. Efraín habló en plural para referirse a sus vecinos del barrio Armenia, un pequeño sector con forma de diamante que pocos saben dónde queda, pero al que han decidido sacarle brillo. No basta mencionar su nombre, sino que toca completarlo de una explicación geográfica que lo ubica en la localidad de Teusaquillo, una frontera tan compleja como rica, y donde hace seis o siete años entendieron que “no nos podíamos construir nosotros solos”, y empezaron a entenderse como el importante corredor de memoria de Bogotá y del país que se ha levantado en los Cerros Orientales. Sin embargo, hay brechas que cerrar. “Para mí la 26 es una ruptura, porque nos enseña la modernidad que podemos ser, pero nos divide de lo que somos, cuando los vecinos podrían transitar fácilmente. Creo que la localidad de Teusaquillo es el corazón de Bogotá, y desde el corazón hemos querido reconstruir ese tejido”.
Ya no es fácil cruzar de un lado a otro por el Transmilenio, el sistema de transporte masivo que dividió la avenida y que no existía cuando John Marlon la conoció, en la época de las violencias hacia los transeúntes, los recicladores, quienes arriaban su carreta sobre esa arteria y se extinguieron a la fuerza para darle paso a los buses y articulados. Desde que empezó a rodar Transmilenio, llegó “la ciudad de las rejas que niegan el espacio público -complementó Sergio-. El gran Museo de la Memoria, edificios altos, el Centro Distrital de Memoria, pero no hay una conexión peatonal, sino que sigue primando lo vehicular: el sistema masivo de transporte en lugar de caminar”.
No por nada, para John, la avenida 26 es una transformación. Tiene razón en eso de que siempre está cambiando su paisaje urbano, como cierto es que también se ha olvidado de recordar. “Tumbaron El Cartucho y no hicieron una memoria de lo que había ahí, de la gente que murió, de los que desaparecieron”, reclama, pero entrega soluciones, piensa en respuestas a esa memoria invisibilizada que hoy lo convoca sobre la calle que ha caminado tantas veces. Cree en el poder de la imagen, del muralismo, de hacer viva la ciudad con colores que pinten la memoria a cambio de las rejas que la han aislado.
Habitar la ciudad es otra de las propuestas de estos vecinos de la 26, que creen férreamente en la construcción de paz y el reconocimiento de la memoria desde el territorio. Por eso le sacan brillo a diamantes en bruto que son barrios escondidos, o trabajan con los habitantes de calle, que solo son vistos -a veces luego de ocho, diez años- en el lugar en el que siempre han estado cuando la oficialidad necesita el espacio público. Por eso apoyan los procesos populares de resistencias, como el movimiento marica del barrio Santa Fe, que se apropió del Parque del Renacimiento y creó una escuela popular abierta para las personas que han vivido violencias sexuales y trans.
“Si hay una propuesta de paz, debe haber una conciliación entre estas dos realidades”, remata Sergi. Entre la monumentalidad y lo aparentemente diminuto, entre lo vehicular y lo peatonal, entre lo vivo y lo inerte, entre lo que ha decidido olvidar para nunca más dejar de recordar