La verdad que piden los exiliados
Detrás de una exiliada o un exiliado —y frente a ellos— hay demasiadas historias. Su destino es difuso: no son de allá, donde llegaron, pero sí de acá, el lugar que aman, del que les tocó huir. Con un pasado sobre la espalda que ha puesto en juego su vida, recorren una cultura diferente cada día. ¿Qué lleva a una persona exiliada a seguir luchando por su país, ese mismo que un día le dio la espalda?
Es la historia de Imelda Daza Cotes (Leer testimonio completo en Voces del Exilio), una cesarense de 67 años. Economista de la Universidad Nacional y vinculada desde muy temprana edad a la política, ayudó a consolidar la Unión Patriótica (UP) en Cesar en 1985. En 1986 la UP participó en elecciones, logrando siete concejales en siete municipios del departamento, más un diputado. Ella fue elegida concejal del partido en Valledupar y es la única sobreviviente de esos ocho líderes elegidos en el Cesar. “Allí arrasaron con todo, los asesinaron”, dice.
La UP fue atacada sistemáticamente durante casi una década, dejando un saldo de dos candidatos presidenciales, ocho congresistas, 13 diputados, 70 concejales, 11 alcaldes y 5.000 militantes asesinados. (Lea también José Antequera, un legado que no muere)
Imelda tuvo claro que tenía salir del país, al exilio. “La mayoría de mis compañeros sostenían que a todos no nos podían matar, que había enfrentar todo eso, que había que insistir. Ninguno sobrevivió a la insistencia. ¡A todos los mataron!”, recuerda mientras se le hace un nudo en la garganta. En su memoria está grabado, como a casusa de esos hechos, que ella llama “nefastos”, fue que Ricardo Palmera, alias ´Simón Trinidad´, “decidió vincularse a la insurgencia, se resistió al exilio, a dejar su país, resistiéndose a quedar inerte y desarmado”, agrega.
Ella se fue primero para Bogotá, creyendo que allí era posible sobrevivir, pero las amenazas fueron persistentes. Una organización de derechos humanos le ayudó a salir hacia Perú pero en Lima no logró la aprobación del asilo y fue entonces cuando José Rivera, un gran amigo, se enteró de su situación, y la orientó para irse a Suecia. Allí vivió 27 años, entre 1989 y 2016.
“El exilio es una experiencia muy dura, es una vivencia terrible, porque es la ruptura brusca de un proyecto político, de un estilo de vida y sobre todo de unos sueños. Es romper con todo, es abandonar el espacio familiar, cultural, social y laboral. Es llegar a lo desconocido, a un país que si bien tiene un excelente programa de acogida, es un país en el que no somos bienvenidos. No seamos ingenuos, hay respeto pero uno nunca dejará de ser el diferente”.
Según las cifras de Acnur, para 2013 en España, Francia, Noruega, Suecia, Reino Unido y Suiza había un total de 1.657 colombianos y colombianas refugiadas, solicitantes de asilo y en situación similar al refugio: 525 en España, 541 en Francia, 89 en Noruega y Suecia, 178 en el Reino Unido, y 324 en Suiza. (Ver Proyecto Exilio del CNMH)
Ya en Suecia Imelda debía organizarse y seguir adelante por sus tres pequeños hijos, no había alternativa. Se vinculó a la política en Suecia, a la Social Democracia, fue Concejal durante 12 años en el pueblo donde vivió, y tres veces candidata al parlamento. Después de varios años decidió fundar su propio partido de izquierda. En 2015 fue elegida otra vez como concejal, pero su interés seguía siendo otro “no es Suecia lo que a mí me trasnocha, a mí lo que me duele, me desvela y me preocupa está aquí, aquí quería volver. Tengo muy arraigado mi espíritu caribeño, soy incapaz de adaptarme por siempre a otro lugar”.
La persona que se exilia sueña con el retorno. Para Imelda, después de 27 años, una serie de circunstancias la llevaron a regresar. “El año pasado fui invitada por la Unidad de Víctimas a un evento, dos días después fui a Valledupar, y tres días más tarde era candidata a la Gobernación de Cesar, sin conocer a nadie. Solo a los hijos de las víctimas, hijos de mis compañeros asesinados, a quienes yo había dejado muy pequeños. Los que ahora me pedían que lo que su padre no había podido hacer, yo sí lo podía lograr. Imposible decir que no”.
Aceptó el reto y se embarcó de nuevo en la política colombiana. Para ella es una experiencia extraordinaria, “volví al Cesar profundo y a dimensionar el drama social que allí se vive”. Regresó con su esposo y sus hijos siguen Suecia. “La segunda generación de colombianos hijos de exiliados, que se sienten integrados a esa sociedad, allí viven bien, hacen parte de ella, pero nunca pierden su identidad colombiana”, dice.
El pasado 10 de marzo en Bogotá se realizó el encuentro: “Representación y simbología del exilio colombiano: el relato de quienes retornan”, donde 65 personas escucharon historias como la de Imelda, y se hicieron varias exigencias al Estado alrededor de la situación de la diáspora colombiana. Una de ellas, es saber la verdad. “Porque es la verdad la única que nos va a definir el alcance de la justicia, la verdad la que nos va permitir saber a quién debemos perdonar, y con quién nos tenemos que reconciliar”, concluyó Imelda.
Conoce el especial Las voces del exilio. Memorias de colombianos en el exterior.
Publicado en Noticias CNMH