El 18 de diciembre de 2008, a las 4:30 de la tarde, Cecilia Arenas asistió a la exhumación del cuerpo de su hermano, Mario Alexander Arenas, en un cementerio de Bucaramanga, donde once meses atrás había sido sepultado como NN. Horas antes, ella había tenido una reunión con una jueza penal militar, en el Batallón de Servicios Mercedes Ábrego, en la que le comunicaron que Alexander había sido «dado de baja en combate» el 21 de enero del mismo año.
«En esa cita, la jueza me mostró unas fotos. Primero, me pasó la foto de un rifle; después, las de unas granadas y, luego, la del cadáver de mi hermano. Aparecía de camuflado y tenía parte de la cara reventada. Debajo del camuflado se le alcanzaba a ver la sudadera y en la cara se le notaba que no murió en ningún combate, sino de un “pepazo” en la cabeza», recuerda Cecilia. Según la jueza, a Alexander lo cogieron con esas armas y con una mochila del ELN en zona rural de Floridablanca. «Nada de lo que me decía esa señora me cuadraba. La muerte de Alex fue poquitos días después de que él desapareció en el barrio El Porvenir, en Soacha. Ella podía ser jueza penal militar, pero yo soy costurera y sabía —porque alguna vez me había tocado remendarlos— que los camuflados de los soldados pesan mucho como para que a alguien se le ocurra ponérselos encima de una sudadera, y menos en ese calor», agrega Cecilia.
En la exhumación, ella sintió que su desconfianza era mucho más que una intuición y que sus sospechas tenían fundamento. El cadáver de su hermano estaba evidentemente marcado por la señal de un tiro de gracia, pero, además, tenía puestas dos botas pantaneras nuevas, ambas para el pie izquierdo. «Nunca me sentí tan vulnerable, tan sola y adolorida como en ese momento. Ahí, arrodillada al lado de unos huesos, tomé la decisión de dedicar el resto de mis días a buscar la verdad para demostrar que Alexander nunca fue un guerrillero», dice Cecilia. Así lo hizo, y ese dolor —que se parece a un pellizco intenso y permanente en el útero— sacó una fuerza «que ni yo sabía que tenía».
La imagen de las dos botas de caucho «nuevas e izquierdas» nunca se le salió a Cecilia de la cabeza. Esa, para ella, era la prueba de que Alex —quien en vida era carpintero— había sido víctima de una de las miles de ejecuciones extrajudiciales perpetradas por miembros del Ejército Nacional de Colombia en contra de personas como él: jóvenes, empobrecidas y vulnerables.
Si durante la exhumación de su hermano Cecilia sintió la soledad más apabullante del mundo, en su lucha por la justicia conoció la fraternidad, la amistad y la solidaridad más genuinas que haya podido conocer. En el camino de la búsqueda de la verdad, Cecilia se encontró con otras mujeres que vivieron situaciones parecidas a la suya y se unió al grupo de madres de Soacha que, como ella, buscaban a sus seres queridos desaparecidos, asesinados e ilegítimamente presentados como muertos en combate. Juntas volcaron sus vidas, sus fuerzas y su tiempo a la lucha contra la impunidad y el olvido. Como dice Cecilia, «esta lucha no prescribe y se fortalece cada vez que intentan borrarnos de la historia, que nos tildan de “locas” o que justifican los asesinatos de nuestros familiares».
6402 pares de botas
En febrero de 2021, la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP) le informó al país que agentes del Estado son responsables de 6402 asesinatos de personas ilegítimamente presentadas como bajas en combate. En ese momento, las integrantes de la Asociación de Madres de Falsos Positivos (MAFAPO), a la que pertenece Cecilia, tomaron la decisión de redoblar sus esfuerzos vitales y políticos para hacer visible la cifra, pero también las historias de dolor y resistencia que hay detrás de ella. «Nos propusimos hacer más bombo de lo normal para que Colombia conozca y dimensione nuestra tragedia. ¡Qué mejor que el arte para hacerlo!», cuenta Cecilia.
Con ese propósito se creó «Mujeres con las botas bien puestas», un proceso artístico que surgió en 2022, a partir de una alianza entre MAFAPO, artistas plásticos de todo el país y la Fundación Rinconesarte. Durante un año, los y las integrantes de esta alianza han recolectado decenas de botas pantaneras, «de las mismas con las que fueron enterrados nuestros familiares», explica Cecilia. «A veces nos las regalan, otras veces las reciclamos. Luego, las intervenimos con pinturas, óleos, figuritas, papeles, escarchas y otros materiales con los que podamos darle algo de color y brillo a la historia de las botas», agrega la activista, que, junto con sus compañeras, participó en la presentación de esta iniciativa el pasado 8 de marzo, en la Plaza de Bolívar.
La intervención artística de las botas ocurre en la casa de cada persona. Cecilia decidió pintar la suya con óleos. Dibujó un paisaje con montañas, un sol espléndido y un cielo azul, «muy parecido al lugar donde mataron a mi hermano», señala. Sobre las montañas puso flores amarillas para recordar que, a pesar de la ausencia de Alexander, «la vida floreció otra vez». Junto a ellas, pegó figuritas que representan a los militares responsables del asesinato y, a su lado, otra figura que representa a su hermano.
«Cuando uno pinta, pasa lo mismo que cuando uno cose: se piensan y se mastican las cosas que uno tiene atoradas en el alma. Cuando yo pinté esta bota, tuve un pensamiento recurrente. Pensé que pudo pertenecerle a un campesino, a un guerrillero, a un soldado o a cualquier muchacho. ¿Quién no usa botas pantaneras en este país? ¿En qué momento usarlas se convirtió en un pecado, en un delito?».
MAFAPO y sus aliadas se propusieron recolectar 6402 pares de botas en el transcurso de los próximos meses. Además de intervenirlas, quieren hacer un performance en la Plaza de Bolívar y la carrera Séptima de Bogotá. La idea, explica Cecilia, es que 6402 jóvenes se paren en esos lugares usando las botas. De repente, va a sonar un sonido parecido al de un disparo. En ese momento, los jóvenes van a caer al piso como cayeron esos seres queridos cuando los asesinaron con tiros de gracia.
Mientras recolectan las botas necesarias, las integrantes de MAFAPO avanzarán en otras propuestas artísticas para «hacerle bombo» a sus memorias y a sus reclamos de justicia, pero también, como dice Cecilia, para que la sociedad y el Estado sepan que «tanto tiempo después de nuestras pérdidas, estamos listas para hacer de nuestros más profundos dolores verdaderas obras de arte».