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Publicado

08 Jun 2015

“No hay arquitectura sin memoria”

Un edificio de memoria ha de ser memorable y para serlo debe conjugar su capacidad de disponerse para ser descubierto, no debe avasallar con su presencia y debe invitar a sus visitantes a descubrir a “despertar la intriga suficiente para adentrarse en sus umbrales y aventurarse en su recorrido”. Así lo considera Sergio Trujillo Jaramillo, coordinador del concurso Arquitectónico del Museo Nacional de la Memoria en la Sociedad Colombiana de Arquitectos y experimentado arquitecto con amplia experiencia en concursos públicos, arte y museos.


El grupo de comunicaciones del Centro Nacional de Memoria Histórica habló  con el experto quien se encargó de liderar la audiencia de aclaración de este concurso que en palabras del mismo Trujillo, se trata de un hecho paradigmático para el sector, para la ciudad y para misma historia de Colombia.

¿Qué expectativas tiene de este Concurso?

Se trata de una convocatoria pública paradigmática, tanto para el mundo disciplinar que gira en torno a la arquitectura y a la ciudad, como para la historia misma del país, si entendemos plenamente el momento histórico, luego de largas décadas de conflicto armado y el sentido que adquiere el museo como espacio que convoca miradas, palabras y emociones en torno a aconteceres que aunque pasados, anticipan los riesgos y desafíos a futuro.

La Sociedad Colombiana de Arquitectos ha realizado concursos muy importantes en todo el país. ¿Nos puede comentar sobre una experiencia similar?

La Sociedad Colombiana de Arquitectos se ha constituido a lo largos muchos años en una institucionalidad catalizadora de las convocatorias públicas relacionadas con los más significativos eventos que afectan la arquitectura y el urbanismo de las ciudades colombianas. Una tradición consolidada que además de elevar el nivel profesional promedio de las ejecuciones arquitectónicas, han sido confrontaciones abiertas, transparentes y caracterizadas por la excelencia, que son, hace ya tiempo un referente continental y que hoy nos permiten en el país, no sin severas excepciones, contar con edificios, equipamientos y conjuntos urbanísticos como aeropuertos, centros administrativos, sistemas de movilidad, sedes ministeriales, conjuntos habitacionales, colegios, espacios públicos o parques, entre muchos otros, seleccionados a través de concursos públicos, controvertibles o no, pero distantes siempre de otorgamientos arbitrarios o procesos ensombrecidos por asomos de corrupción.

¿Cuál cree usted que debería ser la premisa de diseño a tener en cuenta por los participantes?

Esa cultura de pasarela y de levedad, de valores éticos y artísticos ausentes de espesor, de arquitecturas sin tiempo ni lugar, pueden constituirse en el mayor equívoco a enfrentar en un edificio que como el Museo Nacional de Memoria, demanda profundos valores éticos, estéticos y políticos. Es entender la sutil, pero definitiva diferencia entre un ubicuo centro comercial y un edificio que logre contrarrestar con emoción y convicción, la corrosiva proclividad humana por preferir el olvido a la memoria.

¿Cómo se diseña un lugar para acoger las memorias del conflicto armado y que al mismo tiempo sea reparador?

El desafío de los arquitectos ante un edificio de semejante envergadura conceptual, no puede provenir solamente de soluciones técnicas acertadas, del cumplimiento de los requerimientos funcionales o de las disposiciones urbanísticas. La dura pepita de la belleza, dicen algunos. Ello empieza con el arduo y profundo acto de cargar de sentido el espacio y el lugar, a punta de la mezcla inasible de reflexión y emoción, de sensibilidad y razón, de paciencia y sutileza para labrar los recintos para el encantamiento.

¿Cuál es su posición frente a la relación entre arquitectura y memoria?

No hay arquitectura sin memoria. La arquitectura y la ciudad son las evidencias contundentes de la materialización de la memoria del hombre para convivir ante la naturaleza. Toda vivencia espacial es modelada por el recuerdo y su potencia como hecho de cultura, reside justamente en su arbitraria e ininterrumpida capacidad de filtrar experiencias decantadas en la tradición, única condición que nos permite como especie imaginar un futuro previsible y posible.

¿Cuál puede ser el papel de los arquitectos en la construcción de la paz?

No puede ser otro que el ahondamiento consciente y colectivo de los atributos estructurales que históricamente ha sedimentado los valores de la arquitectura como disciplina, aquellos que asumen los productos artísticos como agentes liberadores de la condición humana, o que privilegian la generosidad como condición que reconoce la potencia enorme de la arquitectura para elevar el nivel de vida de la gente, si ella es ejercida con fina sensibilidad frente a las comunidades, el entorno edificado y la naturaleza.

¿Cuáles son las ventajas de hacer un concurso público en donde las propuestas serán anónimas para el jurado?

El resguardo de la identidad de autor en convocatorias públicas aleja las probabilidades de ejercer criterios prejuiciados en los procesos de selección. El uso y el destino de los grandes equipamientos colectivos, como es el Museo Nacional de la Memoria, tienen que incorporar mecanismos democráticos para su selección como una simple, pero definitiva contrapartida natural. Menos veces de lo que suele ser previsible, arquitectos y firmas consagradas ofrecen las opciones más interesantes o ventajosas en los concursos. Más veces de lo que puede ser comprensible, el jurado se ampara en la fama de reconocidos concursantes para liberar su juicio de eventuales polémicas.

Los jurados son los arquitectos Willy Drews, Clemencia Escallón, Mauricio Pinilla, Efraín Riaño y el brasilero Mario Figueroa. ¿Qué opinión le merece este panel?

No me asiste duda que se trata de un equipo profesional experimentado, solvente y con el suficiente espesor intelectual y ético para comprender plenamente el sentido peculiar del edificio, circunstancia que reduce eventuales riesgos de superficialidad o banalidad que en no pocas ocasiones y con no poca razón, han desatado agudas polémicas entre los arquitectos.

El Museo Nacional de la Memoria tendrá un fuerte componente de diseño urbano en tanto que involucra espacialmente la Plaza de la Democracia, la escultura Ala Solar, el Eje de la Memoria y la Paz, y el panorama hacia los cerros orientales. ¿Qué especificidades a nivel urbano o territorial considera usted que deben tener en cuenta los proponentes?

Los museos han trascendido del escaparate al evento, de la observación pasiva e inerte al acontecimiento. Si bien ello congrega actividades colectivas de una diversidad antes insospechada, el envés riesgoso del fenómeno reside en que la superficialidad erosione cierta dosis de sacralidad que resulta sana de preservar en el museo contemporáneo. Tal como se solicita en la convocatoria, se trata de un museo activo y abierto, que congregue en torno suyo, actividades y eventos de muy diversa naturaleza y procedencia, que califique el lugar y expanda hacia el espacio público y los edificios que lo circundan, su labor regenerativa, sentido colectivo y valor simbólico.

Algunos arquitectos señalan que este es un concurso particularmente complejo porque hay elementos antagónicos a nivel conceptual, por ejemplo mantener una escala humana y hacer un diseño monumental. ¿Qué consejo puede dar sobre este aspecto?

El sentido monumental de los edificios especiales ha sido uno de los valores tradicionales más cuestionados desde el advenimiento de la modernidad en arquitectura. Otrora asociados a las condiciones de estilo, grandeza o excepcionalidad, la monumentalidad contemporánea tiende a una “horizontalización” de sus atributos plásticos y compositivos, en aras de ocupar espacios de resonancia social cada vez más amplios que logren contrarrestar,  con veracidad, los preocupantes procesos de levedad generalizada en la cultura de masas. La noción de escala humana resulta entonces replanteada, en tanto que el contrapunto antes premeditado entre el hombre y el edificio, es desplazado hacia inéditas formas e interioridades, un descubrir el museo a través del acopio sucesivo de experiencias que se suscitan con su recorrido.

¿Cómo se imagina arquitectónicamente el Museo Nacional de la Memoria?

Un edificio de memoria ha de ser memorable. Para serlo, ha de conjugar atributos como su capacidad de disponerse para ser descubierto, a cambio de imponerse a su lugar de emplazamiento. Un museo que no parezca que lo es, si serlo se análoga con su gran dimensión, su hermetismo, a su capacidad de diferenciarse del contexto y menos aún, si lo avasalla con su presencia. Un edificio invitante, sereno y amable con el hombre del común, capaz de despertar la intriga suficiente para adentrarse en sus umbrales y aventurarse en su recorrido. Espacios que se entrelacen con el espacio exterior y la vegetación para ofrecer al visitante suficientes pausas y reposos que inviten a la reflexión y a la pausada asimilación de la experiencia museística.  Que sea fiel a la tradición material de la ciudad, a la peculiaridad de su luz y a la escala del lugar, sin por ello renunciar a los más lúcidos aportes arquitectónicos contemporáneos. Un museo para vivir y ser vivido, que pueda ser revisitado de muchas maneras y por muchos motivos y sobre todo, capaz en su continente y su contenido, de labrar en nosotros el suficiente antídoto contra la desventura de la amnesia colectiva.

 
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