El informe hace un detallado análisis de su estructura, de su dirección, dividida entre una Dirección Política y un Estado Mayor, y de su funcionamiento e implantación. A un núcleo armado de unos 60 hombres se sumaban grupos de apoyo en las comunidades. Al igual que en el surgimiento del CRIC jugaron un papel clave ‘agentes externos’, no indígenas, entre los líderes del Quintín Lame había personajes que no eran indígenas. Entre ellos, Luis Ángel Monroy, su primer comandante, afro, de Candelaria, Valle, que fue asesinado en 1985, y Pablo Tatay, de la Dirección Política, que nació en Budapest y estudió en la Nacional en Medellín y en Francia.
Una reglamentación flexible, castigos disciplinarios menos rígidos que en las organizaciones guerrilleras, la facilidad de entrar y salir del grupo, el hecho de que este fuera casi como una extensión de la familia, la capacitación política y la recuperación de la lengua y las tradiciones indígenas atrajeron a muchos jóvenes.
El empleo de la violencia para proteger a las comunidades contribuyó a bloquear la violencia terrateniente, contuvo la expansión de la guerrilla en las comunidades y evitó que esta usurpara las banderas del movimiento indígena. Sin embargo, el Quintín no logró evitar que la guerra llegara a las comunidades y se desvió de sus objetivos originales.
Hacia 1986, el ingreso del Quintín al Batallón América del M-19 y luego a la Coordinadora Guerrillera Simón Bolívar marcó un punto de quiebre: de la ‘guerra propia’ se empezó a pasar a la ‘guerra ajena’, en zonas como el Valle, lejos del territorio y los ideales indígenas. Ese alejamiento de los objetivos originales produjo una crisis y ya en 1987 el grupo presentaba muestras de desgaste.
Incapaz de responder a nuevos desafíos como la llegada de los paramilitares y para controlar la delincuencia común, que azotaba las comunidades, el Quintín enfrentó serios reparos de las organizaciones indígenas. Hubo conflictos con la comunidad guambiana y su organización, la AISO y, desde 1988, las comunidades, preocupadas por los riesgos de la generalización del conflicto armado exigían la salida de todos los actores armados del territorio, incluido el Quintín, como lo consignó la conocida Declaración de Vitoncó.
Por eso, cuando los 157 integrantes del Movimiento Quintín Lame se desmovilizaron en el campamento del resguardo de Pueblo Nuevo, el 31 de mayo de 1991, buena parte de ellos ya se había devuelto a sus casas y hubo que llamarlos especialmente para la ocasión. Como lo dijo Pablo Tatay, el grupo vio en la oferta de desmovilización “una manera elegante de desmontarse de algo que no estaba produciendo mayores frutos”. La participación de uno de sus delegados (sin voto) en la Asamblea Constituyente de 1991, ofreció un espacio político y una visibilidad nacional excepcionales, tanto al grupo como al conjunto del movimiento indígena.
La fuerza del movimiento y los estrechos lazos del Quintín con las comunidades hicieron que esta desmovilización fuera particularmente exitosa. Como dice el autor del informe, los “combatientes acceden a dejar las armas, a fin de no interferir en el proceso de consolidación del poder comunitario que se encontraba en marcha y pasan ellos mismos a transformarse en líderes locales y a ser parte de una nueva etapa de la lucha indígena, que privilegia la movilización política a la protesta armada”.
Esa fue la trayectoria del único grupo armado de claro carácter étnico que ha habido en el conflicto colombiano. Como la resume Ricardo Peñaranda: “El Quintín Lame nace como un desprendimiento de la organización comunitaria; se desarrolla gracias al apoyo de las comunidades; y se disuelve finalmente, integrándose de nuevo a su base social”.