Desde principios de los noventa, gracias a la presión y cabildeo de organizaciones nacionales e internacionales de mujeres, la prensa colombiana difunde cada vez con mayor frecuencia noticias y reportajes sobre el impacto de la guerra y la relación entre actores armados y mujeres. Gracias a este esfuerzo, la opinión se entera de las incontables violaciones sexuales ocurridas en el marco del conflicto armado; del sufrimiento de las viudas, madres, novias e hijas que lloran la muerte de sus parientes o compañeros asesinados o desaparecidos en la guerra; de las resistencias que emprenden líderes campesinas que reclaman sus tierras, y que por eso mismo son amenazadas, perseguidas e infortunadamente, aun, asesinadas; de las mujeres que protestan contra la guerra y se toman las calles clamando que no han ‘parido hijos para la guerra’; y de la experiencia de mujeres, jóvenes y niñas en las filas paramilitares y guerrilleras.
Este esfuerzo, loable a todas luces, puesto que rompe un silencio, presenta en ocasiones una visión idealizada, escontextualizada, fragmentaria y general de la relación de la guerra y las mujeres. Esta idealización, descontextualización, fragmentación y generalidad pueden conjugarse, no para generar un entendimiento más profundo y complejo de la relación guerra-mujeres, sino para provocar nuevos estereotipos que, en su simplicidad, albergan el potencial de reubicar a las colombianas en lugares apolíticos, y contribuir así a reforzar concepciones que asocian a las mujeres con la pasividad, la dependencia y la subordinación.