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El Estado disparó contra los ojos abiertos de una ciudadanía despierta

«El Estado disparó contra los ojos abiertos de una ciudadanía despierta»: Lina Meruane

El Estado disparó contra los ojos abiertos de una ciudadanía despierta

Autor

CNMH

Foto

Los manifestantes del estallido social en Colombia hicieron todo lo posible por proteger sus ojos durante las movilizaciones. Foto: Cortesía de Miguel Ángel Mejía Leones.

Publicado

25 septiembre 2023


«El Estado disparó contra los ojos abiertos de una ciudadanía despierta»: Lina Meruane

En el marco de la primera conferencia nacional «Estallido social de 2021 en Colombia: lenguajes y literatura», la escritora chilena reflexionó sobre las violencias estatales ejercidas durante las más recientes explosiones populares en Latinoamérica. Aquí, algunos apuntes de su ponencia.

 

Con las ponencias de la escritora chilena Lina Meruane y de Geoffrey Pleyers, sociólogo e investigador de la Universidad Católica de Lovaina (Bélgica), se dio inicio a la primera conferencia nacional «Estallido social de 2021 en Colombia: lenguajes y literatura». Organizada por el Instituto Caro y Cuervo y apoyada por la Universidad Tecnológica de Pereira; el Ministerio de las Culturas, las Artes y los Saberes; el Colectivo La Mariacano; el Centro de Memoria, Paz y Reconciliación (CMPR), y el Centro Nacional de Memoria Histórica (CNMH), esta conferencia —que tuvo lugar entre el 12 y el 15 de septiembre— se piensa como un espacio para la conversación y la reflexión colectivas sobre el impacto de la protesta social y política en los lenguajes y la literatura.

Como preámbulo de este ciclo de conversatorios, este martes se realizó un encuentro virtual en el que Lina Meruane (ganadora del Premio Sor Juana Inés de la Cruz por su novela Sangre en el ojo y del Premio Iberoamericano de Letras José Donoso en reconocimiento a toda su obra) planteó una serie de agudas reflexiones sobre los estallidos sociales de Ecuador, Colombia y Chile que ella vivió, atestiguó y posteriormente narró en Zona ciega (2021), un ensayo que nos invita a pensar en lo que significaron los ojos de los ciudadanos durante los estallidos sociales, cuando las fuerzas policiales y militares intentaron cegarlos.

El Estado disparó contra los ojos abiertos de una ciudadanía despierta
Los cacerolazos sonaron fuerte durante el estallido. Foto: Cortesía de Édison Arroyo.

Cuatro apartes clave de la ponencia de Meruane:

 

  • Los recientes estallidos sociales en América Latina son el resultado de una crisis del capital

 

«Aunque cada lugar tiene sus variables locales y temporales, las revueltas sociales en Ecuador, Colombia y Chile remiten a una crisis del capital. El problema del hambre —que es una forma de violencia de Estado—; el problema de la injusta distribución de los recursos como consecuencia del neoliberalismo; y los problemas del acceso a la educación, la salud y el sistema pensional recalentaron el sustrato psíquico de la ciudadanía, que se había empezado a movilizar hace una década y que de pronto estalló, como en Chile, por la subida de 30 pesos en el transporte público. Eran apenas 30 pesos sumados a muchos otros pesos, a muchas carencias y a muchas “subidas”».

 

  • Las formas de represión en la dictadura y en las «democracias» son distintas: unas esconden la violencia, otras la vuelven espectáculo

 

«El caso chileno me llevó a pensar en algunas claves sobre el ejercicio del poder y las formas de represión que se ejercen en tiempos de dictadura y en las “democracias” contemporáneas (democracias así, entre comillas). El procedimiento del poder en los años de dictadura fue el de tomar los cuerpos y ocultarlos mientras los torturaba en estadios y casas de los que muy poca gente logró salir. Era la práctica de no dar cuenta de los detenidos, de su paradero, de asesinarlos y no entregar nunca los cadáveres, que además se ocultaron bajo tierra y en el mar. Se ocultó, entonces, la evidencia del crimen, porque el costo político de hacerla visible era enorme. Y no solo se ocultó la evidencia material, sino que se censuró la prensa, con lo cual no solo hubo ocultamiento, sino también un manto de silencio.

»Estas formas de ejercer el poder y la represión de la dictadura contrastan con las de la “democracia”, donde las prácticas represivas son completamente visibles, ocurren en plena calle, a plena luz del día, a plena vista —incluso a la vista de las cámaras—. En “democracia”, la violencia del Estado es una violencia que genera espectáculo, que exige ser vista para exaltar la presencia de un poder sanguinario y para intimidar a los manifestantes; una represión que funciona especularmente para que la ciudadanía se mire ahí, en las imágenes, como víctima de esa violencia efectista, sensacionalista e intimidatoria».

El Estado disparó contra los ojos abiertos de una ciudadanía despierta
En muchos casos, la Policía Nacional disparó directamente a los ojos de los manifestantes. Foto: Cortesía de Fredy Henao.

 

  • «Violencias ojizadas»: el intento de cegar los ojos ciudadanos que despertaron y se abrieron

 

«Las violencias estatales en “democracia” son violencias que no necesariamente se ejeren sobre el cuerpo entero del ciudadano —como es el caso de la tortura o de la desaparición—, sino sobre sus ojos. Estas violencias fueron llevadas a cabo por las fuerzas policiales y militares que intentaron no matar, sino disminuir y deshabilitar el cuerpo de sus víctimas, disparándoles directamente a sus ojos balines de acero y otros metales recubiertos en goma.

»Me parece elocuente que esa violencia haya sido dirigida hacia el ojo del ciudadano y la ciudadanía, y que lo mismo haya sucedido en las manifestaciones colombianas, panameñas, egipcias, francesas, palestinas, indias y un larguísimo etcétera. Conjeturo que, en estos tiempos, el mensaje más efectivo es precisamente el de cegar los ojos que se habían abierto y despertado. Era necesario dispararles para volver a cerrarlos».

 
 
 
 
 
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  • La ciudadanía se manifestó poniendo el cuerpo, los ojos y sus palabras deslenguadas, que fue la literatura misma de la protesta

 

«Los mensajes de la violencia que casi no tenían posibilidad de respuesta en dictadura, sí tienen espacios de respuesta en democracia. Por más que uno pueda entrecomillar, la realidad es que, en “democracia”, hubo una respuesta popular muy clara: una respuesta en el lenguaje y en la escritura. La ciudadanía se manifestó de vuelta no solo con sus cuerpos, sino con sus palabras. Respondió escribiendo sus mensajes en los muros; sus mensajes deslenguados, ocurrentes, hilarantes, enojosos, a veces llenos de improperios al presidente y sobre todo a la Policía, lo que el lingüista José del Valle llama “un lenguaje popular”, que no se remite a la norma, que escribe mal, que otros corrigen, que otros tachan y componen y comentan. Para mí no solo era una respuesta vociferante, sino que era la literatura misma de la protesta.

»La ciudadanía se tomó la palabra como nunca, es decir, no solo se manifestó poniendo el cuerpo, poniendo el ojo, poniendo los lemas en grito, sino también escribiendo sobre la ciudad, volviendo los muros páginas rayadas para contestarle indisciplinadamente al poder disciplinario del Estado».

El Estado disparó contra los ojos abiertos de una ciudadanía despierta
Los muros, las calles y las paredes fueron clave para la expresión de las inconformidades de la ciudadanía. Foto: Cortesía Andrés López.


acuerdos de paz, postconflicto, inversión, internacional


Chile, CNMH, Colombia, Estallido social, Lina Meruane, Víctimas oculares

Chile y Colombia unidos por la memoria

Noticia

Autor

CNMH

Fotografía

Álvaro Cardona para el CNMH

Publicado

27 Oct 2014


Chile y Colombia unidos por la memoria

El 15 de octubre de 2014 fue un día importante para la memoria histórica en América Latina. Ese miércoles, mientras se realizaba el Seminario Internacional de Museos y Lugares de Memoria organizado por el Centro Nacional de Memoria Histórica (CNMH), Ricardo Brodsky, Director del Museo de la Memoria y los Derechos Humanos de Chile, y Gonzalo Sánchez, Director General del CNMH, firmaron un acta de entendimiento para facilitar el trabajo conjunto entre las dos entidades y para apoyarse en la compleja tarea de reconstruir las memorias del pasado reciente.

Con este acuerdo se busca que entre ambas instituciones haya intercambio de experiencias, fundamentalmente en materia de lecciones aprendidas durante la creación e implementación del Museo de la Memoria y los Derechos Humanos de Chile y los retos que tendrá el CNMH en la construcción del Museo Nacional de la Memoria en medio del conflicto armado.

El intercambio de experiencias sobre iniciativas de memoria, centros de documentación y archivos de los derechos humanos, además de conocer diversas maneras de crear memoria histórica, serán otros de los objetivos para continuar aprendiendo del camino que el Museo de la Memoria chileno ha recorrido.

Este tipo de acuerdos hacen parte de la estrategia del CNMH de unir lazos de cooperación dentro de la región latinoamericana, para así fortalecer nuestra tarea de memoria histórica con estándares de nivel internacional. 

 
 


Chile, Colombia, Memoria Histórica

Historia de un oso no es un cuento de hadas

Noticia

Autor

Maria de los Ángeles Reyes

Fotografía

CNMH

Publicado

07 Mar 2018


Historia de un oso no es un cuento de hadas

En la entrega número 88 de la estatuilla del Oscar, Chile estuvo de celebración por el reconocimiento que recibió el corto animado “Historia de un oso”, una metáfora del exilio.


La producción gira alrededor del relato de un oso solitario, que vive de mostrar la historia de su pasado dentro de un pequeño diorama que él mismo fabrica. Allí, dentro del diorama, es cuando emerge la tragedia. La historia del oso no es un cuento de hadas. Fue obligado hacer parte de un circo y separado a la fuerza de su esposa y su pequeño hijo.

Aunque dentro de la historia que el viejo oso fabrica el final es feliz y vuelve a encontrarse con su familia, el cortometraje deja abierta la puerta de la duda. El aire de nostalgia que inunda toda la puesta en escena hace pensar que el buen desenlace dentro del diorama es un anhelo que no se hizo realidad.

Ese mismo anhelo, el de volver a su hogar, es el que tenía el abuelo del director del cortometraje, Gabriel Osorio, uno de los 200.000 exiliados chilenos, durante la dictadura de Augusto Pinochet. Ese es el mismo anhelo de cientos de exiliados de Suramérica que salieron por causa de las dictaduras militares de los 70. Es el anhelo de más de doscientos mil colombianos que han tenido que refugiarse de las diferentes formas de violencia que padece Colombia desde hace más 50 años. 

La historia de un oso, según su director, buscaba contar una de las realidades más crudas de su país, de una forma no literal y lo más original posible. El aire tranquilo y apacible con el que se narra la historia es un reflejo muy vivo de lo que significa estar exiliado. A pesar de que muchos ven la oportunidad de salir del país como algo positivo, las personas que han sufrido esta situación dicen que la realidad es muy diferente: “la vida cambia radicalmente; dejamos todo, familia extensa, amistades, vivienda y todo lo que teníamos, mi vida deportiva se terminó” dice Gustavo Guzmán, una persona que compartió su testimonio con el Centro Nacional de Memoria Histórica.

Historia de un oso, sin ser el favorito, le ganó la batalla a cortos de productoras tan grandes como Estudios Pixar y deja muy en alto el nombre de las producciones latinoamericanas. Sobre todo pone en la esfera pública temas de interés para Latinoamérica y que apenas están empezando a ser visibles en escenarios internacionales como La Academia. Esto mismo lo resaltó Gabriel Osorio en una entrevista para para BBC Mundo: “aunque para nosotros las historias que tenemos para contar pueden no ser nuevas, a ellos les parecen refrescantes. Y eso nos abre las puertas”.

Los invitamos a conocer es especial multimedia:
Las Voces del Exilio.

Testimonios de exiliados, infografías, mapa, artículos, calendario, documentos de interés, etc.

Historia de un Oso (Bear Story). TRAILER

Publicado en Noticias CNMH



Chile, cortometraje, Exilio, Oscar, premio

MMDH de Chile un referente para Colombia

Noticia

Autor

Juan Carlos Vargas

Fotografía

Juan Carlos Vargas

Publicado

29 Jul 2016


MMDH de Chile un referente para Colombia

El Museo de Memoria y Derechos Humanos de Chile (MMDH) es una de las instituciones más destacadas en trabajos de memoria histórica que hay Latinoamérica. El Museo creado como producto de las recomendaciones de la Comisión de la Verdad tiene una amplia experiencia con sus colecciones y exposiciones que lo han convertido en un escenario central de reparación simbólica y construcción de paz.


La semana pasada, varias representantes del MMDH visitaron el CNMH. Conversamos con ellas sobre los retos y aprendizajes de un museo de la memoria en un contexto de postconflicto. La visita se da dentro del intercambio técnico entre ambas instituciones, que viene desarrollándose desde 2014 y ha sido  posible gracias al apoyo de Agencia Presidencial para la Cooperación Internacional (APC Colombia).

Hablamos con: Alejandra Ibarra, Jefa de Extensión MMDH, Soledad Díaz, Bibliotecaria y Archivera MMDH, Camila Pimentel, Encargada de Audiencias MMDH.

¿Como un museo, en este caso el Museo de Memoria y Derechos Humanos de Chile puede fomentar escenarios de paz?

Alejandra Ibarra: Nuestra experiencia, por lo menos hasta ahora ha confirmado que siempre es mejor saber que no saber; finalmente la construcción de memoria tiene relación con revelar: qué está, qué no está, dónde está guardado, poner en público la información que no lo estaba.  Creemos que el museo ha contribuido a la divulgación de esa información que por mucho tiempo se pensó que no existía, que no era cierta y que el Museo fue un lugar gravitante para institucionalizar ciertos conceptos que estaban en duda dentro de la ciudadanía; a través del Museo se logró instalar y confirmar que eran hechos reales y parte de una memoria de la que todos debíamos hacernos responsables.

¿Cuáles podrían ser esos escenarios?

Camila Pimentel: La visita guiada o el de formación. En el Museo estos espacios son mediadores entre las víctimas y las instituciones, como por ejemplo Carabineros de Chile que trabajan convenios con el Museo para formar a su aspirante. El Museo permite la convivencia entre ellos, incluso historias familiares, a veces hay hijos o nietos que vienen de familias militares que al acceder a la información del Museo se ven enfrentados a su historia familiar, se cuestionan ante este discurso, lo que les permite también formar y construir su propia memoria histórica como individuo y dentro de la colectividad. Es así como el Museo es un espacio de pensamiento reflexivo, crítico para los sobrevivientes y para las nuevas generaciones.

Desde su experiencia, ¿cuáles son los aprendizajes de incorporar a al Museo los resultados de los informes o comisiones de verdad?

Soledad Díaz: Tiene que haber una sensibilidad, no ver los informes como algo que se genera en una cúpula ajeno a mí, porque es todo lo contrario. Los informes dan las herramientas para hacer parte de ese proceso, conociéndolos puedo apropiarme del contenido. Una de las formas es que el contenido se vea expresado en la museografía, porque tú puedes llegar a los textos directamente desde la fuente, a la revisión del informe mismo, pero otra manera muy importante, más amable, pedagógicas, quizás no tan dura de aproximarse al contenido es a través de la museografía.

Alejandra Ibarra: La utilidad de un informe ¿cuál es?, esa es la primera pregunta, ¿qué puede percibir un ciudadano común y corriente?, ¿cómo es útil un informe de una comisión? Básicamente un informe es un estado, es un catastro, el Museo debe ser capaz de revertir esa percepción y tratar de crear conexiones, no necesariamente con un solo mensaje, debe pensarse en estos informes como una de las fuentes.

¿Cómo se expresa en el MMDH la reparación simbólica?

Soledad Díaz: El Museo de la Memoria y los Derechos Humanos de Chile en sí mismo es una medida de reparación para las víctimas, es un lugar donde la víctima adquiere la dignificación  frente a un Estado que violó sus derechos, que los violento, que los invisibilizó, que trato de decir: aquí no hubo desaparecidos. Y sin embargo la evidencia que tú estás viendo en el Museo te dice “bueno, a mí me dijeron una verdad pero yo aquí estoy viendo una prueba, una evidencia de que eso no fue así” es un lugar donde la persona se reivindica con la víctima como sujeto, le pone rostro, un nombre.

Alejandra Ibarra: Ocupando el lugar. En su mayoría las agrupaciones de víctimas, de familiares han asumido que el Museo también es parte de ellos y de su proceso personal, se sienten parte de este; lo conciben como un lugar a donde pueden volver, si requieren hacer cinco homenajes a la misma víctima, cinco homenajes  van hacer;  tener ese espacio también dignifica y contribuye a la reparación.

Camila Pimentel: Visibilizando la importancia de las víctimas, en el Museo ellos pueden ver quiénes eran, que tenían familias, en qué contexto fueron detenidos, dónde vivían, cómo eran; de allí el valor que tiene el Museo como espacio de reparación simbólica, porque le permite saber a las nuevas generaciones que eran humanos, realmente son más que una cifra, es una persona, con una historia, con una familia detrás, porque claro uno puede decir “es una historia pasada de Chile”, pero no es una historia pasada de Chile; no es pasado porque hay familias que están viviendo el día de hoy las implicaciones de ese acontecimiento.

 


Chile, Colombia, MMDH

Lecciones chilenas para hacer teatro sobre memoria

Noticia

Autor

Juan Pablo Daza

Fotografía

Juan Pablo Daza

Publicado

27 Nov 2017


Lecciones chilenas para hacer teatro sobre memoria

Martín Erazo, dramaturgo chileno, cuenta cómo el teatro ha sido una herramienta para dar a conocer las historias que la dictadura silenció durante años.


La dictadura militar chilena, desde 1973 hasta 1990, limitó los espacios que antes tenía el arte. Los artistas fueron perseguidos y las obras fueron censuradas. Muchos pasaron a territorios clandestinos, remaron a contracorriente. El teatro no fue ajeno a esa crisis. En 1977, un incendio redujo a nada la carpa de la Compañía La Feria, donde hacía pocos días se había presentado una obra que contaba la vida del poeta Nicanor Parra y criticaba la situación que atravesaba el país. A algunos dramaturgos los paralizó el miedo. A otros, en cambio, los impulsó a seguir a como diera lugar.

Seis años después de terminado el régimen, un grupo de artistas interdisciplinares fundaron el colectivo La Patogallina. Seducidos por el teatro popular, buscaron nuevas formas de llenar los silencios que había obligado la dictadura de casi dos décadas. En los últimos veintiún años han producido obras como “El húsar de la muerte”, que cuenta la historia del prócer de la independencia y guerrillero Manuel Rodríguez, o “1907: el año de la flor negra”, que retrata una matanza de obreros ocurrida a principios del siglo XX. La Patogallina autodefine su teatro como callejero, educativo, popular y transgresor.

Martín Erazo, director artístico de ese colectivo, visitó Colombia a final de octubre en el marco del festival de teatro Entreacto, organizado por el Museo Nacional de la Memoria, del Centro Nacional de Memoria Histórica, como parte del proyecto de cooperación Sur-Sur con el Museo de la Memoria y los Derechos Humanos de Chile. Erazo dio un taller en Bogotá, donde construyó un proceso de creación colectiva alrededor de la idea de un museo de memoria. El resultado de ese taller fue un performance callejero presentado en la Plazoleta del Rosario.

Hablamos con él sobre el teatro como herramienta para la memoria y sobre las lecciones que Colombia puede aprender de Chile en esa materia.

Usted dice que su misión como dramaturgo es contar una historia alternativa a la oficial. ¿Cómo ha sido la tensión entre esas dos historias en Chile?

Nosotros hemos abierto un canal donde nos encontramos con un montón de cosas que desde la historia oficial son muy difíciles de entender. Y también hemos podido reconocer a ciertas personas e ideologías clave en Chile que rayan con la historia oficial. Entonces creo que hay dos cosas. Una es que hemos hablado de esos temas históricos que están ahí dormidos en el inconsciente chileno. Y lo otro es que no lo hemos contado desde el homenaje secular, donde solo hay buenos y malos, sino que lo hemos humanizado y lo hemos tratado con humor.

¿Dónde se ubica la memoria que ustedes hacen entre la objetividad y la ficción?

Nosotros a partir de los datos duros armamos una ficción, cuya base es provocar una emoción y un reconocimiento con el público. No solamente hablo de la pena sino de la alegría. Por ejemplo, en el caso de una matanza, nos interesa contar también la cotidianidad de la gente, su intimidad, cómo se organizaban, cómo eran los niños. Como compañía, partimos de la base de que somos ignorantes. Finalmente, lo que hacemos es también una lucha contra la ignorancia nuestra y del público. Es muy difícil que alguien tenga empatía con algo, que se reconozca con algo, si ni siquiera sabe que existe. La gente que ve las obras se sorprende y no puede creer que esto haya pasado en Chile.

¿Esos procesos de memoria con el teatro empezaron a pasar durante la dictadura o después de que acabó?

Yo estaba en la escuela durante la dictadura. El teatro que vi en esos años era trabajado con precariedad, era contestatario, era de resistencia, era perseguido. Pero había un sentimiento en mí de que ahí había algo muy serio, como que había cosas que no se podía hacer. No podías criticar ciertas cosas, a ciertos héroes. Era todo demasiado blanco y negro. Una de las primeras cosas que hicimos nosotros fue tratar de ampliar esas dimensiones. Antes, en el teatro político, era drama, drama y drama, nada de humor.

Hablando del humor, ¿cree que hay que poner límites a la hora de abordar algunos temas sensibles?

Nosotros somos bien directos. Nos metemos en los temas que nos apasionan. No cogemos temas históricos solo porque sí, sino que realmente reconocemos hitos profundos. Pero cuando nos metemos con eso, no nos reservamos nada a la hora de transmitirlo. Nuestro humor no es de chistes, sino de mirar momentos irónicos de la vida real. También usamos humor e ironía a la hora de hablar de los poderes. Es un humor de imagen, no de chistes. Y como no son chistes, nunca han provocado ningún reparo.

¿Esas nuevas dimensiones narrativas las permitió el tiempo y la distancia con los hechos dolorosos?

Claro. Nosotros vivimos la dictadura como niños. Más como un reflejo del miedo de nuestros padres. Era un miedo que ellos nos inculcaban. Y pasaba algo muy oscuro y es que el buen teatro era clandestino, el teatro comercial era malísimo, casi no venían artistas extranjeros. Estábamos como encerrados en el sur. Pero de repente esto explota y hay un vuelco de alegría popular, podíamos salir a la calle en tranquilidad. Se empezó a fraguar un proceso y hubo un boom cultural durante los primeros años de la transición.

¿Cómo fue esa transición para ustedes como artistas?

Lo que hizo la dictadura en Chile, que es más o menos lo que hace en todos lados, fue destruir la cultura. Y además había una persecución a los artistas. Eso, de a poco, empezó a retejerse. Fueron llegando generaciones de jóvenes que venían sin ningún miedo. Al final el miedo fue una cuestión que marcó mucho a las generaciones. Había gente que se autocensuraba. Pero, a medida que se desvanece el miedo, van saliendo nuevas dinámicas.

¿El miedo siempre inmoviliza o también puede llevar a actuar con más fuerza?

En nuestro caso, lo que nos movilizó fue más la rabia que el miedo. Pero veo por ejemplo a mis padres y siento que el miedo entró, quedó y cambió un circuito que tenían las vidas de esas personas. No daban ganas de meterse en política: era preferible proteger a tu familia y a ti mismo. Ahora que lo preguntas, creo que fueron dos cosas las que impulsaron el Chile actual: la represión por parte de las estructuras de poder y la construcción de un modelo económico. Años después, ahí estamos los grupos artísticos y sociales tratando de reencontrar a Chile con su identidad, que es sumamente compleja, y tratando de que la gente se vuelva a involucrar en lo político.   

¿Cómo se plantean desde el teatro esa lucha para volver a meter a la gente en la política?

Yo creo que los países son como las personas: les pasan cosas que los trauman. Entonces el país debe reconocer sus traumas, abrirlos y limpiarlos de alguna manera. La virtud que tiene el teatro es que puede sacar las cosas y mostrarlas a través de la emoción. No estamos hablando de una cosa intelectual que te tienes que aprender, sino de la historia de un ser humano que se para frente a ti y te emociona. Solo que es una historia verídica. Y eso te manda a pensar “¿por qué yo no sabía eso?”. La gente va, se sorprende, investiga. El tema principal para empezar a movilizarse es salir de la ignorancia.

Acá en Colombia muchas veces han sido las mismas comunidades de víctimas las que han buscado su voz a través del arte. ¿Eso pasa también en Chile?

En una escala muy pequeña. Durante los noventa, el arte hablaba bastante de los temas que tenían que ver con la dictadura. Pero no era hecho por víctimas sino por artistas. Otra particularidad es que esas corrientes artísticas ni siquiera tuvieron que ver mucho con la juventud en ese momento. Eran hechas por la gente mayor. Después sí, como te decía antes, hay una relectura de esos temas por parte de las nuevas generaciones.

Ustedes tienen ya un Museo de la Memoria y los Derechos Humanos. ¿Cómo ha contribuido ese espacio a la construcción de la memoria a través del arte?

Además del contenido que tiene el propio museo en sus exposiciones, ha ayudado la relación que tienen con los artistas. Más allá de ser un lugar que guarda las memorias, el museo se ha transformado en un hito cultural. Allá se presentan funciones de obras en distintos lenguajes artísticos y eso lo abre más hacia la comunidad. La gente lo reconoce como un espacio de reflexión, de memoria, pero también de encuentro.

A medida que la dictadura se va alejando en el tiempo, ¿le parece que los temas de memoria a través del arte tienden a agotarse?

En la medida que la vida sigue, la creación va a seguir. Nosotros nada más nos hemos metido en cuatro o cinco puntos de la historia. Nos quedan miles. A mí no me queda vida para hacer la memoria que me interesa llevar a escena. No se va a acabar porque al final el tema es la humanidad. 

Publicado en Noticias CNMH



Chile, Memoria, Teatro