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“Lo que hace la guerra no tiene límites”

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Autor

Daniel Sarmiento

Fotografía

Daniel Sarmiento

Publicado

28 Nov 2017


“Lo que hace la guerra no tiene límites”

Con una asistencia de más de 1.200 personas tuvo lugar, el pasado 24 de noviembre, el lanzamiento del informe La guerra inscrita en el cuerpo. Informe nacional sobre violencia sexual en el conflicto armado, en el Auditorio Jorge Enrique Molina (antiguo Teatro México) de Bogotá. A continuación compartimos las palabras expresadas por Mariluz López, una de las mujeres víctimas de este flagelo y que hizo parte de la investigación.


Por: Daniel Valencia para el CNMH

Entre bananeras se escuchan voces que insisten en lo mismo: “El Urabá es más que sangre y dolor”, “más que malas noticias”, “aquí hay gente buena”, “no todo ha sido guerra”, “este es el paraíso”, “el territorio de los mil colores”, “la mejor esquina de América”. Cuando se llega a Carepa, municipio de Urabá, lo primero que impresiona es su paisaje: un mar de plátano y banano hasta donde alcanza la vista, y más allá. Después están los frescos y largos túneles verdes formados por árboles en la carretera y la mezcla de su diversidad cultural: se está en Antioquia y se respira el Caribe. Esto sumado a las voces de los carapenses, que claman por la verdad y la paz, es lo que los invitamos a preciar en el documental Memorias que renacen del municipio de Carepa, realizado por el Grupo de Iniciativas de Memoria del Centro Nacional de Memoria Histórica (CNMH) con la Alcaldía Municipal de la región y víctimas representantes de diferentes hechos victimizantes.

Su posición privilegiada en el Golfo de Urabá y la conexión que tiene con el océano Atlántico, el río Atrato, la zona selvática, las montañas y la frontera con Panamá lo hacen atractivo para el comercio de exportación y, al mismo tiempo, para los grupos armados como las guerrillas de las FARC y el EPL, los paramilitares de los Castaño, unificados bajo las Autodefensas Campesinas de Córdoba y Urabá, cuya expansión de armada provocó el incremento de homicidios en los municipios de Mutatá, Chigorodó, Carepa, Apartadó y Turbo. Mientras las guerrillas mataban a administradores de fincas, los paramilitares masacraban a trabajadores y sindicalistas.

 

“Buenas noches, gracias a todos y todas por estar aquí esta noche. Es muy importante para nosotras, esperamos que también para ustedes.

Mujeres la violencia arremetió contra nosotras, pero no se llevó nuestra esencia.

Adentro permanece esa fuerza que una vez el miedo opaco esa fuerza que nos une, que nos mueve.

Podría decir está poesía, no es mía esta historia no es mía, porque no es de una, es de todas.

La habitación

Ya no me hace gracia el rayo de luz mañanero que se mete por la teja de eternit dándome los buenos días. Ya no… ya no tiene encanto esta habitación para mí; la pared tiene una humedad, se empezó a podrir de dolor de ver lo que allí sucedió.

Las muñecas coloridas en la estantería cerraron sus ojos, aparentemente se volvieron aserrín.

Las paredes blancas quedaron manchadas por el deseo bestial de unas mentes retorcidas.

La ventana que daba a la luz principal no volvió a abrirse, se encogió de miedo; sus cerrojos se oxidaron al extremo, se redujeron de terror.

La vergüenza, la inseguridad, la burla son constantes en el espejo.

Los fantasmas de esa época a veces van y vienen como cortinas de humo.

Aborrezco donde duermo tanto como a mi colchón, siempre evoca los sucesos de junio; sólo el rechinar de mi cama al acomodarme trae a mi memoria el vaivén en mis oídos una vez y otra vez.

Ahí estaba yo, inconsciente con mi desnudez, frágil cual marioneta manejada por cinco pares de manos diferentes; desperté en plena función con vagos recuerdos, me manipulaban como querían; había sobre mi uno me oprimía con fuerza, los cuatro restantes ya habían acabado el acto. Me sentía adolorida y cansada mientras los demás observaban el festín con lascivia, fui objeto de escarnio…

Cuando recuperé un poco de fuerza me levante y caí sobre un líquido con restos de bilis; no sé si era mío pero aun así vomite allí observado mi inmundicia.

Me revolqué de rabia, mis piernas y caderas parecían púrpuras, mi busto aún tenían las secuelas de unas uñas eufóricas.

Grité, mordí mis labios, rechiné mis dientes de agonía y más tarde que pronto, esas cuatro paredes se convirtieron en montañas donde sólo se escuchaba el aullido de un lastimado lobo. Quise que la noche me abrazara y que su bruma me matara.

El camino al baño fue largo, aunque luego de llegar, en él me quedé y fue en ese instante donde tuvo lugar el primero de muchos intentos por volver a ser lo que alguna vez fui; me lavé a mí y a mis culpas, el espíritu abandonó la carne y quedaron las penurias.

Me lamenté como mandrágora al punto que mis ojos desencadenaban torrentes de agua salada, ese día me volví de cartón y finalmente me reduje a nada.

La ropa que usé la quemé en un intento desesperado de que con ella se quemaran también los recuerdos.

Esta casa era mi fortaleza, mi sitio favorito de bellos recuerdos en donde crie a mis hijos y compartí con el amor de mi vida, ahora veo la inseguridad merodeando por todas partes, en todos los momentos.

El pavor se clavó en mis costillas; la ansiedad va conmigo, ahora intrínseca a mi pecho y se cree con el derecho de robarme la respiración.

Lo que más quisiera es tener alas y volar tan alto, tan lejos, a tal punto que la tierra no parezca más que un grano de arena en la inmensidad del desierto; donde las manos humanas no me toquen y no osen hacerme daño

Hay algo que aún me duele y sé que en lo que me queda de vida, seguirá ahí, incrustada en mí, como una espina: Lo que hace la guerra no tiene límites, experimentar las secuelas que deja en nosotras es aterrador.

Lo insignificante que se vuelve la vida bajo esa tela roja no lo puedo describir, no encuentro las palabras, ¿Qué tan inhumano se puede llegar a ser por ello?, ¿Qué tantas semillas de miedo habrán sembrado en los corazones de personas inocentes? Y una pregunta que perturba: ¿Se detendrá?

Ustedes tienen acá, valiosos testimonios, rompecabezas vivos con piezas pérdidas. Por eso está la responsabilidad de unir las piezas, sin pensar que somos una cifra más.

Contar estas historias de vida es nuestro aporte, desde ahora esperamos que ustedes recojan estos hijos, y tejan con ellos un nuevo horizonte. Esperamos que se apropien de su dolor y de nuestras luchas, que ya no sean más las luchas solo de las mujeres.

Esperamos un real compromiso, que generemos cambios en la justicia, esa misma que a veces es tan injusta con nuestras historias, como en las políticas públicas que a veces son tan esquivas, pero sobretodo en la sociedad que a veces es tan mezquina y le falta memoria.

Este es nuestro llamado para que lo que se narra trascienda el papel y se convierta en hechos de verdad y justicia”.

Mariluz López

Publicado en Noticias CNMH



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