La continuidad de las investigaciones e iniciativas de memoria con pluralidad de víctimas, la apertura de una convocatoria pública con el Ministerio de Ciencia, Innovación Tecnología para proyectos de investigación sobre el conflicto armado y la construcción del Museo de Memoria de Colombia concentran hoy el trabajo del Centro Nacional de Memoria Histórica.
El profesor Darío Acevedo Carmona, que hoy cumple un año al frente de la entidad, se refirió a las principales líneas de su gestión y las cargas que ha tenido que enfrentar desde su llegada al CNMH, que a su juicio, han desviado el foco de la opinión pública del trabajo con las víctimas del conflicto.
¿Considera que su llegada al Centro marcó una ruptura con lo que se hacía antes en la entidad?
“Nosotros no estamos acabando o destruyendo el legado que nos dejó el director anterior. Obviamente tenemos el derecho y las funciones para hacer algunas modificaciones, para dar algunos énfasis, de todas maneras este es un proyecto que continúa y que tiene que ver con todas las víctimas del conflicto armado colombiano, no tenemos prohibiciones de ningún sentido por parte de las altas esferas del gobierno”.
¿Qué tan duro ha sido, en este primer año, de trabajar en el Centro Nacional de Memoria Histórica?
“Ha sido muy duro, porque independientemente de lo que uno pueda haber conocido del Centro Nacional de Memoria Histórica antes de llegar a la dirección, cuestiones muy generales como recoger las memorias del conflicto armado, procesarlas, hacer publicaciones, investigaciones, pensar en el Museo… Al entrar a la institución, que tiene 71 empleados de planta y más de 350 contratistas, que hacen trabajo de campo, trabajo de investigación, trabajos técnicos, uno se encuentra con una entidad muy compleja, con una serie de términos, de secciones, de programas y proyectos. Y coger el hilo lleva su tiempo”.
Pero, podría decirse que eso es natural…
“Eso es natural en cualquier entidad. Pero hubo una cosa adicional y fue la resistencia con la que me encontré para llegar al CNMH como director, una campaña muy fuerte, sistemática, agresiva por parte de sectores de la intelectualidad, sectores políticos, de algunos dirigentes de organizaciones de víctimas e incluso por líderes de opinión quienes me tildaron de ser un negacionista. No me dieron la oportunidad de poder sustentar lo que yo pienso de este país. Yo soy historiador de la política y me he especializado en la historia política contemporánea de Colombia, creo conocerla bien, pero nunca he podido tener un escenario académico donde pueda dar cuenta de lo que pienso.
De manera que sí ha sido una experiencia difícil, con mucha incomprensión, con tergiversaciones, y me ha tocado hacer una labor muy fuerte con los medios, con otras entidades que también trabajan con víctimas, con las propias víctimas, con embajadores e instancias del gobierno para aclarar mi filosofía de trabajo”.
¿Ha encontrado dificultades solo desde afuera o también adentro de la entidad?
“Yo he tenido experiencias de trabajar con personas que se enfocan en lo profesional o técnico que les corresponde. En la Universidad Nacional, que ocupé varios cargos directivos, nunca me ocupé de lo que pensaba la gente políticamente, de la religión que profesaran, de sus tendencias sexuales o de cualquier otra naturaleza. De manera que cuando llegué al CNMH hablé con todos los funcionarios de planta y los contratistas, les expliqué que nadie iba a ser convocado, interrogado o condicionado por sus tendencias políticas, ideológicas o filosóficas; que yo me iba a centrar en la misionalidad del Centro, que está determinada por la Ley 1448 y por el Decreto Presidencial 4803, y que esperaba de todos una respuesta profesional y técnica frente a los desafíos trazados. Y en ese trayecto fui conociendo gente muy interesante, muy consagrados, comprometidos, muy leales con la misión del Centro y con ellos fui creando un clima de confianza donde tenían toda la libertad para trabajar. La mayor condición que yo ponía, he puesto y seguiré poniendo es que tratemos de no politizar los trabajos que hacemos”.
¿Qué encontró a su llegada entre los funcionarios y contratistas?
“Hay personas que realmente me han impactado mucho por su trabajo con niños y niñas, con víctimas que viven en condiciones paupérrimas, en zonas muy alejadas. Nuestros jóvenes profesionales son capaces de ir a zonas del Chocó, del Pacífico, del Putumayo o de Arauca, a las selvas del Vaupés, a zonas de conflicto. Y eso me parece maravilloso. Es decir que nuestros funcionarios y contratistas en su gran mayoría son personas dispuestas a hacer trabajos muy difíciles”.
¿Usted en realidad desconoce que en Colombia hay un conflicto armado?
“Esa es una discusión con la que se me trató de enfrentar a raíz de una entrevista que di —incluso fue antes de posesionarme— al periódico El Colombiano, donde yo no sostuve que el conflicto armado no existía, sino que sostuve que no se podía asumir como un dogma esa caracterización de la situación de violencia política en Colombia, que era un tema controversial”.
¿Entonces cree que ha habido un conflicto armado?
“La caracterización de lo que hemos vivido en Colombia fue resuelta de alguna manera por la Ley 1448, que es la Ley de Víctimas, en el sentido de que lo que ha sucedido tuvo que ver con un conflicto armado, es decir con el enfrentamiento militar entre fuerzas del Estado y fuerzas insurrectas o fuerzas organizadas que obedecían a un mando, con un plan y que tenían ambiciones o aspiraciones políticas.
En el tiempo que yo llevo he pronunciado decenas de discursos, he ido a talleres con las comunidades, he visitado lugares como la región de los Montes de María, Bojayá, Cali, Florencia, Medellín y Bogotá, he estado en diversos eventos con víctimas y en todas partes yo siempre he hablado del conflicto armado”.
¿Pero cómo se entiende entonces que lo tilden de ser negacionista?
“Yo lo que entiendo es que ha habido una campaña muy grande en mi contra, que me pretenden enlodar por esa vía de la idea del negacionismo, que no es aplicable a Colombia”.
¿Por qué no es válido hablar de negacionismo en Colombia?
“El negacionismo es un concepto que se ha aplicado al holocausto Nazzi, que hay un consenso muy grande de que se trató de un crimen de la dictadura Nazi contra todos los judíos, que llevó al exterminio de casi seis millones de personas. Ese consenso es tan grande que incluso quienes lo niegan pueden pagar con cárcel esa negación.
En Colombia tenemos todavía elementos de discusión sobre el origen, sobre las motivaciones, las causas, las consecuencias y los entronques que ha tenido este conflicto armado. Empezando porque son muchos los actores, no ha sido una confrontación simple entre un grupo y el Estado sino que ha habido muchos grupos irregulares: de derecha, de izquierda, de extrema derecha, de extrema izquierda y fuerzas institucionales. Está también el elemento del narcotráfico y todo eso rompe los esquemas con los que se ha llegado a categorizar conflictos en otras partes del mundo.
De manera que mi respuesta es así de simple, esa discusión la doy por superada, yo no estoy peleando en el campo de la concepción. Me he enfocado en los trabajos que tienen que ver con la recuperación de la memoria, iniciativas de memoria, investigaciones sobre la memoria, recopilación de contribuciones a la verdad por parte de paramilitares desmovilizados, también en lo que tiene que ver con el Museo, la construcción del Museo de Memoria de Colombia, el cuidado de los archivos que nos han sido depositados. Dentro de la institución no estamos discutiendo eso, simplemente lo damos por sentado”.
¿Cómo se imagina usted el Museo de Memoria de Colombia?
“Al llegar al CNMH me encontré que ya el diseño arquitectónico estaba listo, que fue otorgado en el marco de un premio de un concurso internacional, ese diseño se ha respetado. Se ha realizado hasta hace pocos meses el diseño museográfico, que es donde se organizan los espacios interiores. Ya lanzamos los pliegos licitatorios para escoger la firma constructora, que puede ser nacional o internacional. Es un edificio complejo, muy impactante.
Ahora bien, me imagino que sea capaz de dar cuenta del carácter nacional del conflicto, que cubra diferentes regiones, diferentes tipos de víctimas, porque hay víctimas de paramilitares, hay víctimas de guerrillas, víctimas de agentes del Estado, hay víctimas de grupos narcotraficantes, etcétera. A todos hay que tenerlos presentes.
Debe ser un museo con mucha información factual —acontecimental que llamamos los historiadores—. Que sea un museo en el cual se invite a la reflexión, que tenga una función pedagógica y que les muestre a los colombianos lo pernicioso de todo tipo de violencia utilizada para fines políticos. Colombia ha sufrido mucho, tiene más de 8 millones de víctimas del conflicto armado, por lo tanto hay que brindar elementos desde el museo para que este tipo de situaciones no se vuelvan a repetir.
El museo debe hablar de asesinatos, magnicidios que ocurrieron en el marco del conflicto armado, del secuestro, de las minas quiebrapatas o antipersonal que dejaron miles y miles de amputados en las filas de las fuerzas militares y de policía y de miles de campesinos también y que están prohibidas por el DIH. Yo imagino que ahí va a haber fotos, documentos, cartas de las víctimas, dibujos de los niños, vamos a tener también muestras de artistas nacionales e internacionales que van a ser convocados para que donen sus obras relacionadas con el sufrimiento de la gente y con el proceso de resiliencia o fortificación y superación del dolor”.
¿Cuál ha sido el episodio del conflicto armado que más lo ha impactado?
“Muchos. Algunos cometidos por el narcotráfico, que desafió al Estado en la época de Pablo Escobar, como por ejemplo la voladura del edificio del DAS o las bombas que colocaron en La Macarena, en Medellín, donde murieron algunos conocidos míos. Pero también la voladura del Club El Nogal —a mí me impactó mucho eso por tratarse de un sitio de civiles—.
Me impactó mucho la masacre de Machuca, por supuesto. Yo pensé que con la masacre de Machuca, quienes la cometieron, que fueron del ELN que llevaba muchos años volando el oleoducto, iban a aprender la lección de no volver a volar el oleocucto, no solamente por el daño a las aguas, a las tierras, a los cuerpos, sino también porque podían causar tragedias de esta dimensión, con más de 80 muertos y decenas de heridos. Me impactaron mucho las masacres en diversos lugares del país y también asesinatos, por ejemplo de algunos dirigentes políticos de la Unión Patriótica, en Medellín, a finales de los años 80”.
Profesor Acevedo, muchas veces se le ha escuchado hablar de “los mal llamados paramilitares”, ¿por qué dice que son mal llamados?, ¿cómo los llamaría usted?
“No es un problema con carga ideológica sino etimológica, en el sentido que paramilitares aquí en Colombia y en cualquier país del mundo son cuerpos civiles, como por ejemplo la Defensa Civil. Realmente la distinción era esa, que hay grupos de civiles que colaboran en las labores de la fuerza pública, pero que no están armados. También se les ha llamado autodefensas, pues así fueron inspirados al principio, y además bandoleros o bandidos, en fin. No lo he dicho para provocar polémica. El término que se acuñó aquí, el más usado —y yo lo acabo de usar en una de las respuestas— es el de grupos paramilitares”.
¿Usted ordenó detener las investigaciones que venía publicando el CNMH?
“Yo encontré la producción vasta que dejó Gonzalo Sánchez en el CNMH, una producción que llevó más de 10 años, porque ellos empezaron en el 2008 y produjeron cerca de 110 libros, si no es más, y me dejaron unos 20 o 25 en cola, que estamos concluyendo bajo los parámetros de ellos, sin que yo intervenga en los contenidos ni nada. Yo creo que hay que tener en cuenta esa producción como una contribución al conocimiento sobre los problemas de violencia política en nuestro país en el último medio siglo y que ha tratado de cumplir el mandato misional. Yo no he entrado en disputas de tipo ideológico o de contenido con esta producción”.
¿Pero no se están haciendo nuevas investigaciones bajo sus parámetros?
“No he tenido tiempo y creo que no voy a tener tiempo de tener una producción propia. Pero además hay un elemento importante y es que el CNMH no tiene un músculo para responder a todos los desafíos que hay en el campo académico del conocimiento sobre el problema del conflicto armado colombiano. No es suficiente el “¡Basta ya!”, una publicación en la que intervinieron intelectuales destacados de este país, pero que la hizo un grupo muy reducido de personas. En el país hay más de 1290 grupos de investigación en el área de las ciencias sociales y humanas. Muchos de esos grupos trabajan temas de ciencia política, violencia social, conflicto armado, narcotráfico y conflicto. A partir de esa situación yo busqué la firma de un convenio con Minciencias, que va a permitir la realización de 15 proyectos, todos relacionados con el conflicto armado colombiano —y quienes me acusan de negarlo, ahí tienen una demostración de que yo siempre lo he reconocido desde que me posesioné—.
Esas investigaciones se van a adjudicar a través de una convocatoria como las ha hecho Colciencias tradicionalmente con sus técnicas, con sus jurados. Nosotros no vamos a intervenir de ninguna manera, simplemente vamos a observar la parte administrativa y la entrega de resultados. Hemos aportado 5.600 millones de pesos para hacer esas 15 investigaciones.
Es una especie de ampliación del radio de convocatoria de las publicaciones del CNMH. Yo siempre he dicho que el tema de la memoria y el conflicto armado, el estudio del mismo, es un problema nacional de la mayor importancia. Y si es un problema nacional, ¿por qué no lo hacemos nacional en lo que tiene que ver con el estudio y el análisis?”
Otra de las funciones del CNMH es la realización de iniciativas de memoria. ¿Cuáles hay en su proyecto en la entidad?
“En el CNMH tradicionalmente se han realizado por año 25 iniciativas de memoria. En este año, dadas las circunstancias de nuestra llegada, que fue traumática, que tuvimos dificultades para arrancar, nos propusimos la realización de 18 iniciativas de memoria. Voy a mencionar algunas: Aquí, en Bogotá, estamos trabajando con la experiencia de los falsos positivos, que también son llamadas ejecuciones extrajudiciales, en donde una serie de jóvenes fueron arrancados de su hábitat por agentes de la fuerza pública. Y también estamos haciendo una investigación sobre unas 40 mujeres jóvenes que salieron de las filas de las Farc, que fueron reclutadas a muy temprana edad —ahí ya se estaba cometiendo un delito— y que fueron abusadas sexualmente.
Además estamos trabajando en Cali con los secuestrados de la iglesia La María, más de 100 personas secuestradas por el ELN, que estaban asistiendo a una misa, que fueron llevados forzosamente a las montañas de Cali y estuvieron secuestrados hasta seis meses.
En el Huila estamos recogiendo las memorias de dos casos: uno en el municipio de Algeciras, donde fueron explotados en un carro de la Policía nueve patrulleritos que habían hecho un desfile de recepción de una etapa de la Vuelta a Colombia. Y otro caso en el municipio de Rivera, donde se cometió el asesinato de nueve concejales de esa población, una masacre parecida a la que ocurrió con los diputados del Valle del Cauca, también a manos de las Farc.
En Antioquia estamos tratando de llegar a las viudas de dirigentes de la UP que fueron asesinados. Algunos de esos me tocó conocerlos entre los años 86 y 90, cuando fue asesinado el médico Héctor Abad Gómez, defensor de derechos humanos, con Leonardo Betancur, cuando asistían al velorio de un dirigente sindical, de la Asociación de Institutores de Antioquia, Luis Felipe Vélez. Ese día de agosto del año 87 mataron a tres dirigentes de derechos humanos y sindicales.
Vamos a hacer la investigación sobre el caso de Machuca, la masacre de La Chinita… y podría mencionar otras tantas: estamos terminando una investigación sobre las masacres cometidas por paramilitares, por agentes o algunas unidades de las fuerzas militares, de la Armada y también por parte de las Farc en la región de los Montes de María”.
El Museo de Memoria de Colombia tiene una primera exposición que es Voces para Trasformar a Colombia, ¿esa exposición se mantiene en el 2020?
“Sí, nosotros la vamos a mantener. Por supuesto, estamos haciendo algunas modificaciones, lo cual es lógico porque la construcción del Museo se hace en dos facetas: social y física. Esas dos fases constituyen un proceso en el tiempo. Para ver el museo en funcionamiento nos faltan dos años, en esos dos años hay mucho por hacer, estamos en el proceso de evaluación de lo que nos dejó la administración anterior. Hay cosas rescatables, hay cosas muy pertinentes.
Ya se han hecho varias exposiciones de Voces para Transformar a Colombia. Las primeras fueron en 2018, en la Feria del Libro de Bogotá y en la Feria del Libro de Medellín. Dos exposiciones grandes, experimentales que tuvieron mucha acogida y muchas visitas. En 2019 se hicieron tres muestras de Voces que Transforman a Colombia: una en Villavicencio, otra en Cali y una pequeña en Cúcuta. Para 2020 ya me comprometí con un equipo de curaduría de nuestra dirección de museo para realizar al menos tres exposiciones en la Costa Atlántica”.