En un acto de reparación simbólica, el CNMH le rindió homenaje en Bogotá a los más de 3.364 desaparecidos forzosamente que ha dejado el conflicto armado en Caquetá.
El Centro Nacional de Memoria (CNMH) suma reivindicaciones al dolor de las familias víctimas del conflicto armado. El pasado 25 de noviembre a las 10:00 a.m. y en un acto oficial liderado por el CNMH, se hizo la siembra de 14 árboles en el Centro de Memoria Paz y Reconciliación del distrito, en un homenaje de sanación y reconstrucción.
La siembra corresponde a las 14 personas que en 2001 en Albania, Caquetá, murieron de manera violenta en agosto y septiembre, a manos de miembros de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC). “Los cuerpos de las víctimas fueron recuperados en octubre de 2001 de 14 fosas clandestinas en el kilómetro cuatro de la vía que conduce de Albania a Curillo, Caquetá. Los cuerpos de estos colombianos estuvieron perdidos y abandonados en el cementerio central de Florencia, Caquetá. En marzo de 2015 se recuperaron de nuevo y en septiembre de 2016, 13 de ellos, fueron entregados a sus familias. Queremos acompañar a las familias de estas personas a sembrar un árbol en su memoria, como símbolo de vida y esperanza”, dijo con la voz entrecortada Helka Quevedo. (Vea también Textos corporales de la crueldad)
Se sembraron árboles en memoria de: Edilma Pérez Pineda, Rubiel Díaz Pérez, Uriel Ramírez Pérez, Clemente Ramírez Pérez, Libardo Rivera Vargas, José Miller Rivera Gómez, Tito Martínez, Rodolfo Tróchez Alvarado, José Gerardo Guaspa Basanti, Jorge Enrique Ortíz Álvarez, Jairo Pastrana, Alfredo Cometa Cadena, Abelardo Anturí Cuellar 13 de los 14 cuerpos que ya fueron encontrados y entregados a sus familiares. “Hay que nombrar y renombrarlos porque siempre van a estar con nosotros”, expresó uno de los familiares en el acto simbólico. Aún queda un cuerpo por encontrar. (Vea también Cuerpo 36)
El árbol número 14 fue sembrado en nombre de los 3.364 desaparecidos forzosamente que ha dejado el conflicto armado en Caquetá. “Este es un reencuentro con todos nuestros desaparecidos”, dijo Noel Palacios, sobreviviente de Bojayá que acompañó con sus cantos la siembra de la siembra en Bogotá.
Sembrando árboles de vida
“La música corre por las venas de la familia Ramírez Pérez”, afirma Yolanda, mientras se acomoda las gafas de sol que ocultan sus ojos ligeramente irritados de tanto llorar. Su familia tenía un grupo musical que iba pueblo por pueblo, alegrando con notas musicales y cantos de esperanza el sur del Caquetá. Tras la muerte de su padre, sus hermanos mayores, Arelys y Reinel tomaron las riendas del negocio familiar para sostener a su madre y a sus cuatro hermanos menores, incluyendo a Yolanda, pero en Agosto de 2001, la guerra los encontró y sin clemencia alguna se llevó la mitad de la familia.
Cantando y tocando junto a su grupo musical, Arelys y su hermano Reinel, de 27 años, viajaban por los pueblos del Caquetá. Clemente de 15 años, y Uriel de 18, los hombres más jóvenes de la familia, siempre acompañaban las giras. Un día, en medio de una de sus presentaciones, miembros del bloque Andaquí de las AUC se llevaron a Clemente, por sospecha de ser guerrillero. “Fue muy duro, él era mi hermano más cercano por lo que teníamos casi la misma edad, era mi compinche de la infancia”, explica con voz quebradiza Yolanda.
La familia no se recuperaba de esta pérdida, cuando ocho días después, despareció también Uriel. En su pueblo, en vez de encontrarse con la solidaridad de sus vecinos, fueron señalados y humillados. “Había muchas habladurías entre la gente del pueblo, pero nosotros éramos músicos, ¿Cómo podían pensar eso?”, se pregunta aún hoy Yolanda. Reinel, ante esta situación, partió en la búsqueda de sus dos hermanos, pero también desapareció.
“Tuvimos que huir. Pasamos penas, pasamos hambre, pero nunca perdimos la esperanza de encontrarlos vivos”, cuenta Yolanda, quien entonces tenía 16 años cuando sucedieron las desapariciones de sus hermanos. Pasaron 15 años para que se descubriera finalmente el paradero de dos de los hermanos. Los cuerpos de Clemente y Uriel fueron entregados, pero el de Reinel sigue aún desaparecido.
“La guerra no se ha terminado”, dice con amargura Yolanda. Su carrera de cantante continuó, a pesar de todo, y las giras por los pueblos también. “Desafortunadamente o afortunadamente, la música es lo que me da para vivir”, explica, “aunque ha pasado tanto tiempo, viajo con temor de que a mí me hagan lo mismo, que me desaparezcan, que me acusen de ser guerrillera, cuando realmente uno no lo es”.
Sabina, madre de Clemente, Uriel y Reinel, sembró el pasado 25 de Noviembre, en compañía de sus tres hijas, incluyendo Yolanda y Arelys, tres árboles en su memoria. “Es dejar una huella, como un árbol de vida, sembrar una esperanza de que la guerra termine y en el futuro podamos estar tranquilos”, dice Yolanda, “por medio de estos árboles, sembramos muchas cosas grandes y buenas, y nos da como familiares de los desaparecidos tranquilidad. Al fin sabemos dónde están, están acá”.
La siembra demostró cómo a través del dolor, se ha conformado una gran familia de sobrevivientes en Caquetá. Bogotá vio como la muerte trajo vida y aire a Bogotá, “Estos árboles le estarán dando aire a la ciudad, los recordaremos siempre”, dijo Helka, quien concluyó que “acá también queda sembrado un vínculo eterno que nació en 2001”.