“¡Qué bonito reencontrarnos en este país nuevo!”

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CNMH

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Publicado

11 diciembre 2022

“¡Qué bonito reencontrarnos en este país nuevo!”

  • La Semana por la Memoria, luego de seis días de intensa agenda, dejó conversas, juntanzas, música y momentos que nadie olvidará. Porque para eso es la memoria: para habitarla por siempre, para transformar el devenir.

Todas las memorias todas son plurales, diversas, a veces disímiles. Pero todas las memorias todas suelen encontrarse en un camino común que no es siempre el mismo. Unas bajan de las estribaciones de Sierra Nevada de Santa Marta, desde Atánquez, el corazón del pueblo Kankuamo. Otras llegan con el fuego yanakona, que no se apaga pese a la diáspora que obligó el desplazamiento forzado, y levantan su Casa Grande. Algunas cruzan ríos, o a selva del Putumayo, y atraviesan montañas. La de los Montes de María, o la serranía de La Loma, en Medellín, incrustada en lo alto de la Comuna 13. También caminan, desde una y otra localidad de Bogotá. Y todo para encontrarse en la vereda del futuro.

Fue en el andén norte de la Avenida Jorge Eliécer Gaitán, conocida popularmente como la calle 26, entre las carreras 15 y 16, que lo hicieron. Allí coincidieron los miembros del Consejo Comunitario Santo Madero, del corregimiento El Paraíso, San Jacinto, en el departamento de Bolívar. Y la comunidad de la etnia Gunadule, del resguardo de Arquía, en Chocó. Y las mujeres de Mafapo, las Madres de Falsos Positivos de Soacha. Y las lideresas del Salón de la Memoria de Alejandría (Antioquia). Y los familiares de Dylan Cruz. Y decenas de personas y organizaciones más que han sido atravesadas por el dolor, pero han tenido que tejerse de nuevo para cruzar el camino que les queda: el de recordar para no repetir; el de hacer memoria para asegurarse de que nunca más; el de resistir ante las embestidas de las violencias, el de construir futuro desde la sabiduría y la experiencia de lo comunitario.

Cinco carpas blancas fueron el escenario de un vaivén de conversas y juntanzas que tenían como máxima un verbo: escuchar. Escuchar los dolores, los miedos, sus formas de tramitarlo. Los anhelos, las esperanzas, lo que tienen guardado. Las resistencias, la fuerza, las convicciones. Escuchar para seguir cruzándose en los caminos de las memorias, que son muchas y son todas, como también sus propósitos más íntimos. Memorias que son anterior a todo, porque está en el cosmos, en el universo, como explicó José Pereira, líder del resguardo muisca de Cota, Cundinamarca, en una armonización que precedió a la jornada más luminosa de la Semana por la Memoria, una apuesta del Centro Nacional de Memoria Histórica (CNMH) para juntar y escuchar a las víctimas, organizaciones de víctimas, artistas, defensorxs de los Derechos Humanos y cualquier otra persona que tuviera algo que decir y aportar a esa paz total que “será con todos y todas, o no será”, como mencionó la directora del CNMH, María Gaitán, en esa tarde noche de velas encendidas y almas iluminadas.

De la tierra, del fuego, de las semillas. De los pueblos nativos, los pueblos originarios, somos memoria. Que reposa en el sol, en las lagunas. En el agua que cayó en algunas frías tardes bogotanas y acompañó los diálogos, pero nada que no pudiera arreglar el tinto o la aromática imprescindibles del puesto ambulante junto a la primera carpa.

A lo largo de esas estructuras de lona blanca se escuchó hablar del arte como edificador de memoria, como tramitador del dolor, como vehículo de acompañamiento psicosocial. Como fuente sanadora de los dolores y recuerdo permanente de los que no están pero que no dejan de estar, de los muertos y de las personas desaparecidas forzadamente, pintados con laca, vinilo y aerosol en tantas paredes como han podido. Como Nydia Érika Bautista, desaparecida el 30 de agosto de 1987, y cuyo mural de colores se levanta en la Universidad Nacional de Colombia, uno de los puntos que visitó la Caravana por la Memoria, uno de los eventos de cierre de la Semana por la Memoria, que convocó a vecinos de diferentes barrios capitalinos, como Nuevo Chile, Molinos, Verbenal o El Dorado. El recorrido salió de la Plaza de Bolívar, del corazón bogotano, y se irrigó por la ciudad, como el lugar de memoria de Nicolás Neira, en la calle 18 con 7, y el de Dylan Cruz, a solo unas cuadras. Allí donde cayeron, víctimas de la brutalidad policial.

En las carpas también se habló - ¡cómo no! - de la memoria latente en esa calle 26 que ha invisibilizado al peatón para darle prelación al aparato vehicular. Esa avenida, que es frontera y punto de quiebre entre sur y norte, y que en los últimos años ha visto desfilar a miles de personas que han expresado su hartazgo en movilizaciones sociales difíciles de ignorar por la dimensión de su convocatoria, pero sobre todo, por el tamaño de sus reclamos. Esa avenida retratada a lo largo de las décadas, que aloja el Eje de Paz y Memoria, que ha visto cómo sus vecinos se alejan entre sí mientras ven pasar el Transmilenio.

 

 

Ese espacio de cercanía

Pero las memorias no solo recorren caminos diferentes, sino que encuentran diversas formas. Algunas son fotografías, otras murales, y otras lugares y archivos. Sobre esos contornos que habitan, que crean, se dialogó en las juntanzas, ese espacio natural que es de quienes apenas se conocen pero tienen algo en común; que se configura sentados uno al lado del otro, cuando aparece la cercanía, y lo que queda es hablar, conversar, dialogar, y tejer nuevos puntos comunes, intersecciones. Horas de conversación, registradas y sistematizadas para orientar al Centro Nacional de Memoria Histórica en su nueva andadura. María Gaitán Valencia, en la clausura de la Semana, recogía el reto: “Quiero que sepan que esta Semana por la Memoria ha sido un especio de aprendizaje inmenso para el Centro Nacional de Memoria Histórica, que nuestros equipos han sistematizado lo hablado para que podamos incorporar sus propuestas y reflexiones a nuestro accionar. Lo vamos a hacer. No podrá ser todo al tiempo ni todo será de inmediato, pero tienen mi compromiso, nuestro compromiso, de que vamos a trabajar para ello”.

En las carpas, Alejandría quedaba al lado de Toribío, y El Vergel, frente al resguardo Marcelino Tascón, en el municipio de Valparaíso. Las fronteras que alejan, que hacen ver a Cauca lejos de Antioquia, se borraron para 19 iniciativas de memoria histórica de 10 departamentos del país que compartieron espacio para conocerse entre sí, sus procesos, luchas y resistencias, y para mostrarse a quienes caminaron por la 26 durante la semana. La Minga Muralista de Toribío pudo hablar de los días y noches pintando más de 20 murales en su territorio, y vender mochilas tejidas por el pueblo Nasa. Desde Antioquia, el Consejo de Kakuabanas llegó por primera vez a un encuentro como este para compartir la luz del pueblo Embera a través de sus artesanías, hecha de mostacillas de los colores de la Madre Tierra. Las Soberanas, mujeres que dejaron las armas para apostarle a proyectos autosostenibles, colgaron sus prendas para vender, al igual que el costurero «Kilómetros de vida y memoria». Hubo café de Chaparral (Tolima), cuyes de chocolate de El Vergel (Nariño), mochilas del territorio kankuamo de la Sierra Nevada… Hubo todo un país en esas carpas del encuentro, a lo largo de seis días imborrables para quienes vinieron a traer sus saberes, y para quienes pudimos recibirlos.

 

Esa música que no para

Si hubo conversas, juntanzas e iniciativas, la música no quiso fallar, porque nuestra memoria ha sido cantada desde tiempos ancestrales. Los cierres musicales le daban otro color a la caída de la tarde, al inicio de las noches. Por la tarima pasaron Las comadres, de largos vestidos y voces potentes, que cantaron, casi lloraron, a los desaparecidos, y a las madres que piensan qué estarían haciendo, que merecen saber si sus hijos están vivos o muertos. Rapearon los Embera Warra, que en su lengua enseñaron a decir buenos días y buenas tardes y buenas noches, y narraron sobre su comida, su cultura y sus ancestros, recordaron el papel equilibrador de los jaibanás y lograron una conexión poderosa con el público.

El escenario les quedó pequeño a los Músicxs Segunda Línea, porque 16 artistas con tanta fuerza necesitan siempre más. Se bajaron junto al público, al que contagiaron con letras poderosas y desafiantes, incómodas para aquellos que creen en la represión policial como respuesta al descontento generalizado. Para Bosa, para las víctimas del 9S, para la Guardia Indígena, un repertorio dedicado con platillos que suenan contra el piso e instrumentos hechos a la medida de sus reclamos, como una tambora con clave incorporada, y un acordeón con amplificador propio. “Nunca guardaremos silencio”, su despedida.

Para bajar el telón, el sol decembrino de Bogotá, que se asomó frente a los cerros y vio el compartir de la olla comunitaria que preparó el colectivo Sentipensante. Y más música: unos inmensos Adriana Lizcano y Edson Velandia, dueños de una lista de reproducción que incomoda al establecimiento y que gusta a quienes creen en la paz, con preguntas exactas sobre lo que debe dar la vuelta para empezar, de verdad, a edificarla.

Con Arrechas, sonó el tambor, que representa el símbolo de la Tierra, y Adriana cantó el cansancio de abuelas, tías, bisabuelas, y el peso histórico de las violencias que han sufrido. Con Madre Patria, un “villancico que acaba de cumplir cuatro años”, Edson entonó un ya clásico, y puso de pie a los casi dos centenares de asistentes que se congregaron en el cierre de una semana que regaló una 26 diferente en ese tiempo que duró. En la mañana del domingo 11 de diciembre ya no hay carpas con gente que se escuche ni tarimas para músicos con repertorios que interpelan y no complacen. La Semana por la Memoria es finita, pero su semilla es potencialidad, es futuro conjugado, es respeto practicado en comunidad. Este espacio fue pensado para recordar y recordarnos, pero, ante todo, para transformar el tiempo que viene. Una plataforma de todas las memorias todas, que solo cabían en el infinito espacio abierto que borra los filtros y permite que lo accedan sin protocolos. Aunque ya no sea, una cosa queda, como dijo Edson Velandia antes de la última nota: “¡Qué bonito reencontrarnos en este país nuevo!”.

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