El cacique de la caricatura
Noticia
Autor
Juan Camilo Gallego Castro
Fotografía
Isabel Valdés
Publicado
21 May 2018
El cacique de la caricatura
Arles Herrera dejó a un lado su nombre cuando pasó a llamarse Calarcá, uno de los caricaturistas más importantes del país. En el 2017 donó cerca de 2.800 de sus trabajos al Centro Nacional de Memoria Histórica (CNMH). La historia de un maestro de maestros.
Calarcá no sabe ahora si su seudónimo obedece al cacique que defendió a los pijaos de los españoles o al municipio en el que creció. La suya era una familia campesina del Quindío, que tenía por tradición comprar libros de segunda expuestos sobre ruanas en la plaza de mercado del pueblo. Ya en la casa leían en voz alta. Era la entretención de la tarde. La radio era un lujo que su familia no se permitía.
Cada semana un hombre les vendía los fascículos de una novela sobre los carbonarios, aquel movimiento anterior a la Revolución Francesa, en donde se hablaba de la lucha de los trabajadores. Fue su epifanía: la lucha social.
Su familia luego se desplazó al Valle del Cauca. En Cali aprendió sus primeras bases de pintura, retrato y paisaje con el pintor payanés Hernando González. Hasta que llegó a Bogotá y se vinculó con el Partido Comunista recién terminó la dictadura de Rojas Pinilla.
Aquel momento sagrado de un joven de veinte años parece distante en un hombre con el cabello muy blanco, fundido como la niebla, entre las orejas y los ojos oscuros, que ahora recuerda cómo se convirtió en el principal caricaturista del periódico La Voz Proletaria, hoy Semanario Voz.
“Ya había visto las caricaturas políticas del periódico El Gato. Pacho Gato era el dueño. Las había visto y me llamaban la atención, pero nunca pensé que sería caricaturista”, dice Calarcá.
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Caricatura Calarcá – Betto
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Caricatura Pastrana – Calarcá
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Caricatura Uribe-Santos – Calarcá
Antes de ser Calarcá, su nombre era Arles Herrera. En 2014, su cumpleaños 80, Betto, caricaturista de El Espectador y uno de los más importantes del país, lo homenajeó con una caricatura en la que se le ve de perfil. Su cabello blanco ondeante, acompañado por un gesto que parece ser una sonrisa escondida entre el bigote oscuro.
Un maestro de maestros
Harold Trujillo, conocido como Chócolo, dice que Calarcá “es un caricaturista excelso: inteligente, crítico, claro y breve. Todo un expresionista dotado de una línea plástica genial. Su obra es importante porque sus dibujos contienen una visión personal de la realidad nacional, que constituyen un banco de imágenes sobre un importante período de nuestra historia”.
En ese sentido, Raúl Fernando Zuleta, caricaturista de El Colombiano y profesor de artes de la Universidad de Antioquia, asegura que “es innegable que Calarcá es un referente de la caricatura colombiana, en especial del género de la caricatura fisionómica, donde se podría decir que todos los caricaturistas colombianos dedicados a este género han tenido alguna influencia de él”.
En el país la caricatura fisionómica la desarrolló con maestría Ricardo Rendón a principios del siglo XX. Zuleta agrega que “desde entonces este género no había tenido un exponente cuyo trabajo se centrara casi principalmente en la fisionomía. Esta caricatura había tenido cierto estilo clásico, y Calarcá logra experimentar nuevas formas y estilos, con lo cual se vuelve en referente.”
Chócolo señala que Calarcá también influyó en su obra “por su excelente humor, su precioso dibujo y su tratamiento crítico de la escena política y social nacional e internacional.”
A pesar del reconocimiento de sus colegas, Calarcá cree que el humor de la caricatura colombiana se parece al de Frankenstein: “el discurso nuestro es tieso, rígido. Se dicen muchas verdades, pero hay que saberlas decir con gracia, con picante, con la metáfora, la anécdota.”
Entonces a veces hace las veces de Frankenstein y en la mayoría de ocasiones su humor parece más fresco y natural, más contundente a la hora de criticar a los presidentes de turno desde Carlos Lleras Restrepo hasta Juan Manuel Santos.
Son miles sus caricaturas. Cerca de 2.800, publicadas en los periódicos La Voz Proletaria y Semanario Voz, cuyas copias fidedignas fueron donadas al CNMH. Estas caricaturas harán parte del fondo Fundación Semanario Voz, que se podrá consultar próximamente en el Archivo Virtual de Derechos Humanos.
Arles era un indio, Calarcá es el cacique. Un maestro, un maestro.
Publicado en Noticias CNMH