Decir lo indecible o hacer audible lo dicho
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Autor
Daniel Sarmiento
Fotografía
Daniel Sarmiento
Publicado
22 May 2017
Decir lo indecible o hacer audible lo dicho
Texto leído por la profesora Martha Nubia Bello, Directora del Museo Nacional de la Memoria, el 18 de mayo de 2017 en el evento realizado por el CNMH y el Museo Nacional de Colombia para conmemorar el día Internacional de los Museos. Las palabras pronunciadas por la profesora Martha fueron escritas para reflexionar sobre el tema propuesto por el ICOM “decir lo indecible” en los museos.
Primer escenario: Ellos hablaban y nosotros enmudecíamos
Durante el trabajo realizado por el Centro Nacional de Memoria Histórica los investigadores hemos escuchado cientos de historias caracterizadas por la sevicia, la atrocidad y el horror. Innumerables actos de violencia fueron narrados por las víctimas o los testigos, convirtiéndose en un descarnado y crudo repertorio de las peores acciones e intenciones de las que son capaces seres humanos frente a sus semejantes.
En algunos casos las victimas describían con detalles situaciones que desbordaban la capacidad de quienes escuchábamos: sus narraciones nos producían, miedo, desazón, rabia y sobre todo una gran impotencia. Se evidenciaba en ellas (las victimas), una gran necesidad de contar e incluso volver a contar una y otra vez estas historias y reiteraban su reclamo para que estás historias fueran consignadas en los textos sin “edición”, tal que como ocurrieron para que “se sepa de verdad cómo fue”. Las víctimas y testigos no solo contaban situaciones que no hubiéramos querido oír, sino que mostraban “pruebas” (fotografías, recortes de prensa) que tampoco hubiéramos querido ver.
La pregunta que emerge de esta situación es tal vez, sino contraria, si distinta al título que suscita este evento, pues el reto aquí no es el de hacer decible lo indecible, o el de representar o interpretar lo no dicho, sino el de hacer audible lo dicho, el de comunicar lo que las victimas reclaman que todos sepan; el de buscar metáfora para ese exceso de palabras y de imágenes crueles. La pregunta hasta aquí entones es: ¿Cómo hacer audible el horror y de qué manera podemos alcanzar propósitos loables al contar y representar historias crueles, degradantes e inhumanas?
Frente a este primer escenario cabe mencionar los interrogantes y debates que se plantean cuando se intenta construir un guion y una museografía, en el caso particular, de un museo que trata sobre memoria y derechos humanos.
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Si los relatos de horror muestran la crueldad y las intenciones del perpetrador: ¿Cómo exponerlos para no secundar sus propósitos de degradar, dañar y humillar; para no amplificar los objetivos de generar miedo, terror y así instaurar su control? y para no convertir sus prácticas violentas en modelos fácilmente apropiables por la sociedad?
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¿Cómo transmitir y representar el horror sin dañar a quién escucha, ve o percibe? y hablo de daño pensando en la capacidad que tienen estas historias no ya de informar, conmover o interpelar, sino de aterrorizar, inmovilizar o incluso de movilizar sí, pero el odio, la venganza y la violencia. Cómo contar y representar experiencias que pueden resultar capaces de perturbar la existencia de un modo dañino y doloroso: porque pueden provocar culpa, desesperanza, amargura y pérdida de confianza en los semejantes.
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¿Cómo narrar y representar sin que las víctimas sientan que su experiencia es subestimada, banalizada o tergiversada?
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¿Cómo narrar y representar el horror a una sociedad que está hastiado de él?, que no quiere escucharlo, que prefiere ignorarlo. ¿Cómo convertir un museo que habla de atrocidades en un lugar atractivo para una visita familiar?, un lugar al que puedan acudir los más pequeños sin el temor de los adultos a que salgan de allí traumatizados?
Estas preguntas y desafíos nos llaman a reflexionar acerca del lugar del horror en los Museos. Qué tanto del horror debe ser contado, en qué medida este contribuye a comprender y a reflexionar sobre las razones que hicieron posible que la atrocidad sucediera, de qué manera contribuye a identificar las transformaciones y los esfuerzos que las sociedades requieren para que la violencia cese y no se vuelva a repetir y de qué modo contribuye a los propósitos de interpelar al ciudadano visitante frente a su lugar, responsabilidad y compromiso?
En todo caso y al respecto, los Museos del holocausto y algunos lugares de memoria que han emergido en respuestas a años de dictaduras militares y de graves violaciones a los derechos humanos, han empezado a reflexionar sobre su marcado énfasis en el horror, pues allí no solo se exhibe la crueldad en fotografías, videos y objetos, sino que se simulan condiciones para que quienes visiten experimenten las sensaciones de abandono, soledad, impotencia, etc. En una conversación con la colega alemana Helke Gryglewski, directora del departamento educativo de la Casa Conferencia de Wannsee, ella expresaba: es necesario reflexionar sobre la ética de esta manipulación emocional, porque estoy segura que quienes han visitado estos museos, no necesariamente salen afirmando “esto nunca más debe volver a suceder”, sino “nunca más volveré a este lugar”
Para no dejar este apartado en solo preguntas, considero que la larga experiencia de los museos que hablan de las atrocidades y de las violaciones a los derechos humanos, así como la experiencia que dejan nuestras exposiciones y conversaciones con víctimas, organizaciones y públicos nos permiten contar con algunos aprendizajes que se pueden traducir en decisiones y criterios para el Museo Nacional de la Memoria:
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Sin duda imágenes, testimonios y objetos que dan cuenta del horror padecido tendrán un lugar en el Museo, pues ellas hacen parte de nuestra historia, de una historia que nos debe doler, avergonzar, indignar y sobre todo que pone de presente la vulnerabilidad de la existencia humana y la necesidad de asumir las transformaciones requeridas para impedir el horror y la atrocidad. Ahora bien, a la hora de seleccionar imágenes y relatos es tal vez necesario, que hagamos la pregunta por quienes allí aparecen, su seguridad, su dignidad y en todo caso reflexionar sobre el efecto “no deseado” que puede tener su uso.
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Se deben valorar las formas de representación que han construido las víctimas individual y colectivamente y de los artistas que han hecho su trabajo con su consentimiento y participación. Esto puede evitar los riesgos que implica la intermediación entre la experiencia padecida y la representada.
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El horror y la atrocidad no pueden invadir el museo, ni deben ser su principal énfasis, pues ello invisibiliza las historias de los seres humanos victimizados, sus proyectos de vida, sus luchas, sus resistencias, sus maneras de afrontar y de reconstruirse. En este sentido el museo debe tener un especial lugar para contar esas historias: las de la dignidad, las de la vida cotidiana que se tejía antes, durante y después de las experiencias violentas, las de la solidaridad. La guerra hay que contarla desde la atrocidad pero también desde la valía, la generosidad y debe permitir también reconstruir confianza y esperanza.
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Hay maneras “más dignas” de contar la atrocidad no necesariamente desde el hecho o la realidad en que los perpetradores dejaron un cuerpo, una casa, un pueblo. De la atrocidad se puede dar cuenta con la ausencia, el silencio, el rostro de quien observa, el proyecto inconcluso. Tal vez es preferible privilegiar la imagen o el relato del dolor, por sobre el del horror.
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El arte cumple un papel muy importante para dar cuenta de la atrocidad. El arte desde lo imaginario ilustra lo real. Con personajes ficticios denuncia personajes reales. El arte le habla al corazón y es capaz de producir las emociones y las transformaciones más profundas que un texto académico no logra. Ahora bien, el arte pude y debe tener un lugar en el museo, independientemente de que en la obra artística haya participación directa de las víctimas, pues los artistas son ciudadanos, que perciben, interpretan y experimentan desde su particular historia la violencia. Es decir las obras de los artistas, en muchas ocasiones se desligan del personaje, del lugar y del evento específico y crean un nuevo personaje, un nuevo lugar, un nuevo hecho para desde el hablar de todos y de esta manera trascender el hito. El arte invita a imaginar lo que fue, lo que hubiera podido ser y también a construir desenlaces posibles y ello es fundamental para transformar realidades.
Por otra parte, cuando hablamos de estos temas solemos olvidar que los Museos no solo exhiben y que su guion se traduce además de las exhibiciones en la programación y en las dinámicas y acciones que ocurren en estos espacios, los cuales dan cabida a otros lenguajes y maneras de narrar el horror: el teatral, el cinematográfico, el ritual, el testimonial, el performatico, etc.
Segundo escenario: Para qué quieren que contemos lo que necesitamos o queremos olvidar.
A diferencia del escenario anterior, con frecuencia también nos encontramos frente a victimas silenciosas, reticentes a contar sus experiencias. Algunas porque las condiciones de riesgo y amenaza persisten y el miedo cohíbe el relato; otras por temor a ser culpabilizadas, estigmatizadas o rechazadas por sus propias familias y comunidades. Otras, porque hablar de su experiencia causa vergüenza y revive un dolor que no quieren volver a experimentar, o simplemente porque consideran que el silencio es necesario para “facilitar el olvido”.
En estos casos las historias no se cuentan, no se expresan, no se representan porque no hay condiciones seguras y dignas para hacerlo y es verdad que en la obsesión por obtenerlas se puede en efecto, colocar a las víctimas en situaciones de riesgo, aumentar su estigma y rechazo o vulnerar su integridad psicológica.
Sin embargo y dado que en estos casos el silencio se impone por el miedo o por la ilusión de que tras él viene el olvido y que se trata de un silencio por lo general perturbador e incómodo, es posible valernos de estrategias, que ofrezcan condiciones de seguridad y dignidad, para que las víctimas encuentren recursos, especialmente metafóricos, que permitan no solo tramitar, elaborar y resignificar la experiencia, sino que esta pueda comunicarse y ponerse al servicio de los otros.
Tercer escenario: el silencio es el lenguaje
Pero el silencio de otras víctimas es manifestación de la incapacidad para expresar en palabras la experiencia vivida. Es un silencio que da cuenta del carácter traumático de la experiencia vivida, que por lo impactante: se “olvida”, es borrosa, o figura como fragmentos a veces sin coherencia alguna.
En estos casos, vinculados a experiencias extremas de violencia, el silencio es el lenguaje. Las historias que están detrás de esos silencios aunque también merecen ser contadas, exigen un especial cuidado y responsabilidad ética y tal vez la mejor manera de hacerlo es justamente esa haciendo eco del silencio.
Publicado en Noticias CNMH