Si hay alguien en la región del Catatumbo que ha vivido de cerca el horror y la injusticia de la guerra, pero también ha sido testigo de la capacidad de las víctimas de recomponerse de dolorosos episodios, es el padre Víctor Hugo Peña, encargado de la Pastoral de Víctimas de Tibú.
El padre Víctor Hugo ha estado trabajando hombro a hombro con las comunidades para apoyar sus propios procesos y derribar los fuertes estigmas hacia los habitantes del Catatumbo a causa de la guerra. A propósito del lanzamiento del especial digital Catatumbo, memorias de vida y dignidad, el CNMH habló con el sacerdote, quien ha participado activamente en el proceso de memoria histórica en esta región.
¿Cómo y cuándo diría usted que llegó la violencia al Catatumbo?
“El 29 de mayo de 1999. Ese fue el día exacto que los paramilitares llegaron. Ellos ya tenían todo un proceso de inteligencia, de infiltrarse en las juntas de acción comunal, con los raspachines, aún en la misma guerrilla.
Mucha gente de nosotros, gente de pastoral fue asesinada; de la pastoral de salud, pastoral celebrativa y agentes de pastoral social. Gente que estaba motivando procesos de no abandonar el territorio, de quedarse, de hacer resistencia en el buen sentido, pero llegó el momento en que la arremetida paramilitar no tuvo fronteras. El que se reuniera, el que hablara, el que tuviera un espacio de organización era mal visto”.
¿Por qué es importante de hablar sobre todo lo que sucedió?
“Yo había salido de Tibú hacia 2002 y regresé en 2006. Cuando volví, comencé a estructurar la pastoral social en un espacio diferente porque el bloque Catatumbo se había desmovilizado en 2004, pero en ese momento ya iba a ser un proceso que tenía que cargar con un estigma fuerte de una arremetida paramilitar, con víctimas, muertos, desaparecidos, viudas, niños y niños con unos problemas mentales de conflicto. Es tanto que aún hoy tenemos muchos problemas de esos en el Catatumbo, niños de ese entonces que hoy día tienen 17 y 18 años, que son jóvenes que fueron violentados en su espacio emocional, en su espacio físico y desde entonces estamos viendo secuelas. Entonces aparece la intencionalidad de hacer el Basta Ya Catatumbo y sobre el proceso nos dimos cuenta que debíamos darle otra connotación y lo llamamos Catatumbo: memorias de vida y dignidad porque no podemos quedarnos solamente en el dolor. Hay que hacerle duelo al dolor pero también tenemos que plantear la esperanza y la experiencia de que esto lo vivimos con una alta cuota de resiliencia, que vamos a salir adelante.”.
¿Qué espera que pase después de este proceso de memoria regional?
“La diócesis de Tibú ampara casi 680 veredas y este es un proyecto que nos tiene que ayudar a construir. Nos preguntamos ¿por qué nos sucedió esto a nosotros?, ¿por qué le sucedió a nuestra gente?, ¿por qué le pasó esto a esta región del Catatumbo? ¿Será por lo que dice la gente que fue un castigo? No. Aquí hay unas acciones, aquí hubo unas tendencias perversas, hubo unos caminares que nos han contado quiénes fueron los que los pensaron, los que hicieron la estrategia para que entraran todos estos desmanes violentos para sacar gente, para utilizarnos y para hacer un planteamiento de cosas que están sucediendo hoy día; por ejemplo los monocultivos, que llegan a este territorio con los megaproyectos. Todo eso necesitamos conocerlo.
Por otro lado, también hay que contarles a los niños que no vivieron esas épocas que las personas que sí lo hicieron hoy día tienen una cuota de esperanza, y que ellos, como la nueva generación del Catatumbo, se tienen que unir a un proyecto de esperanza para una tierra que necesita paz; una tierra que necesita desarrollo, que necesita visionar algo más que confrontarnos, un lugar donde se necesita adelantar procesos de reconciliación”.
¿Por qué esta nación necesita conocer las memorias del Catatumbo?
“Yo considero que todo país cuando sufre el flagelo de la violencia necesita rescatar sus memorias, porque en la memoria no sólo se rescatan los hechos que engendraron dolor sino cuáles fueron los momentos fallidos en que se llegó a ser cómplice de cosas, y eso nos está sucediendo todavía en el Catatumbo. Sabemos que la coca produce el narcotráfico, el narcotráfico es la gasolina del conflicto, nosotros sabemos eso, pero seguimos empecinados en no romper con esa cultura que es violenta y la única manera de hacerlo es saber los acontecimientos porque permite que uno se entere de lo inhumana que es la guerra.
A mí, por ejemplo, me tocó personalmente recoger un cadáver en pedazos. Una mano, un pie. Eso para uno es doloroso y uno no lo puede justificar así esa persona se hubiese equivocado en la vida.
Iba con el conductor, en el carro parroquial, lo bajaron y lo mataron al frente mío y yo me pregunto, ¿es que los hechos daban para matar a una persona?, sin sentarlo, compartir con él y decirle: “Usted se equivocó hermano, usted tuvo un error pero recompóngalo, vuelva a vivir, mire que los seres humanos nos equivocamos”.
Conocer todos esos hechos en la historia nos tiene que servir de algo, a las futuras generaciones les tiene que servir. Soy un crédulo de la vida, cuando uno ha sufrido mucho uno entiende y le da razón al perdón, porque perdonar no es fácil pero cuando uno se llena de humanismo muy profundo, no hay error en el ser humano que no pueda ser perdonado.
Cuando le planteamos este proyecto Obispo él me pregunta ¿usted se le mide? Y le dije, “yo estoy convencido de esto”, y más cuando uno ha visto muchas cosas de este conflicto que no tienen ninguna razón. No hay razón para que hayamos pasado por las que nosotros pasamos.
Todos estos acontecimientos que nosotros estamos poniendo por escrito nos tienen que llevar a eso, a decirle a la futura generación, incluso de todo el país: ¡No volvamos a repetir lo que nos dolió tanto!”.
¿Qué le diría a la gente que está en contra del proceso de paz o de la salida de la violencia a través del diálogo?
“Tal vez cuando uno no ha vivido el dolor de la gente, cuando uno no ha sufrido el dolor de una persona, no es capaz de ver que nada justifica esta guerra.
Yo tengo varios cuadros humanos en mi memoria. Una vez matan a un señor campesino, pobre y a su señora esposa; ella estaba embarazada. Cuando me bajo del carro, acababan de asesinarlos y el niño todavía saltaba en su vientre. Yo lo único que hice fue….
[Al Padre Víctor Hugo se le quiebra la voz en medio de su relato. Se le salen las lágrimas, y recuerda esa escena como si aquellos campesinos estuvieran enfrente de él.]
…Esto es duro, -dice-
“Yo me bajo y le digo al obispo, ‘Monseñor al menos ya he vivido 28 años, pero este niño que ni siquiera nació y ya fue asesinado’. Él me dijo, ‘sí Víctor Hugo, eso duele y mucho, pero tenemos que seguir luchando para que eso no se vuelva a repetir’.
Una persona que no ha vivido ese dolor y que sólo se coloca en el plano de decir “este es malo y este es bueno”, necesita entender que aquí todos hemos tenido errores: la fuerza pública, los paras, la guerrilla, la sociedad civil, todos hemos tenido errores, pero eso no nos da razones para matar a otro, cada día me convenzo de eso. Ellos, los que están en contra de salir de la violencia de una manera negociada, deberían conocer, más que ningún otro colombiano, este proceso de memoria Catatumbo, memorias de vida y dignidad”.