San Andrés de Pisimbalá siembra su «Jardín de Hierbas para la Memoria»
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CNMH
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La comunidad de San Andrés de Pisimbalá eligió varios lugares marcados por la guerra para resignificarlos con una exposición de memoria. Foto: Felipe Alarcón, CNMH.
Publicado
18 julio 2023
San Andrés de Pisimbalá siembra su «Jardín de Hierbas para la Memoria»
Este corregimiento de Inzá, en el departamento del Cauca, ha sanado los dolores de la guerra tomando lo que da la tierra: las plantas han sido aliciente para curar los males corporales y espirituales. Así lo narra el más reciente lugar de memoria que echó raíces en este territorio.
En San Andrés de Pisimbalá todo es de guadua: las camas, las mesas, el bahareque que sostiene las casas, las ventanas, las sillas del parque y los bosques húmedos de guaduales hundidos en la cordillera de los Andes. La guadua soporta el corregimiento entero, que está conformado por cuatro veredas y donde hay una profunda conexión con la tierra.
Y si la guadua lo sostiene todo en este corregimiento famoso por albergar el Parque Arqueológico de Tierradentro, el verde de las hierbas y las plantas adorna todo Inzá, el municipio que lo acoge, muy cerca al nudo cordillerano andino del macizo colombiano, donde nacen los ríos Cauca y Magdalena. El romero se derrama sobre las macetas; la sábila crece como una corona; la desvanecedora muestra su forma de corazón y el orozú luce sus capullos de minúsculas flores.
La simbiosis con la tierra ha mantenido de pie a la comunidad campesina que comparte el territorio con varios pueblos indígenas, y que ha sembrado y usado hierbas y plantas para sanar los dolores corporales, pero también para curar las heridas que dejó la guerra, una guerra que llegó hasta allí por la conveniencia de su geografía y que ha permanecido en el territorio.
San Andrés de Pisimbalá es un corregimiento ubicado en las montañas del #Cauca⛰️, en una de las zonas arqueológicas más importantes de Colombia🗿🇨🇴. Está conformado por las veredas San Andrés Centro Poblado, El Parque (o El Escaño), Segovia (o El Rodeo) y Brisas de Ullucos🧵👇. pic.twitter.com/aGLxNqGGp4
— Centro Nacional de Memoria Histórica (@CentroMemoriaH) July 11, 2023
Los enfrentamientos entre la guerrilla y la fuerza pública, tan devastadores en distintos lugares, también lo fueron en Pisimbalá. Allí todos recuerdan las ráfagas de fuego y el sonido de las balas del 17 de marzo de 1967. «Nosotros teníamos como cinco años, no sabíamos qué era un helicóptero. Ese día bajaba una chiva y, según [los lugareños], ahí venían unos policías, y los policías miraron a los que venían a pie, y esos empezaron a dispararles a los de la chiva», recuerda Leticia Findicue, quien vive justo sobre el punto donde la guerrilla decidió ultimar a los heridos. «A esta gruta los trajeron amarrados y los mataron», cuenta, sentada sobre los escalones que conducen a la gruta de las Siete Cruces que instaló allí la comunidad para recordar a los asesinados. Las balas alcanzaron a varios líderes de la vereda Brisas de Ullucos, así como a dos hermanas misioneras de la Madre Laura.
Otros males para curar
El reclutamiento forzado también alcanzó a Pisimbalá. Desde hace varias décadas, las familias campesinas han visto cómo las antiguas FARC-EP venían por sus hijos y nietos; hoy lo hacen las disidencias de ese grupo guerrillero. Veían cómo los arrancaban de la tierra y subían montaña arriba, hasta perderse en las estribaciones de la cordillera. Algunos de ellos regresaron como fugitivos y le fueron arrebatados de nuevo, para siempre, a la tierra, al campo, a la familia.
En la escuela de la vereda El Parque lo recuerdan, porque en ese lugar acabaron con los sueños de una adolescente que había sido alumna. Su retrato está allí ahora, en el nuevo lugar de memoria extendido del corregimiento, llamado «Jardín de Hierbas para la Memoria». Como no podía ser de otra manera, la guadua soporta la estructura de los paneles que conforman una exhibición que se integra a través de una ruta expositiva de ocho módulos ubicados a lo largo de las cuatro veredas del corregimiento: San Andrés Centro Poblado, El Parque, Segovia y Brisas de Ullucos.
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Cada uno de los dispositivos expositivos está sembrado en algún lugar que —de acuerdo con la elección de sus habitantes— debe ver nacer nuevos recuerdos. Así lo planteó el Plan Integral de Reparación Colectiva (PIRC) creado para esta comunidad campesina, que estuvo acompañado por el Centro Nacional de Memoria Histórica a través de su Estrategia de Reparaciones y que enfatiza en la necesidad de «resignificar los sitios de terror presentes en el territorio». De este modo, donde antes los cuerpos cayeron, hoy está presente su memoria a través de una exposición que transita por el contexto histórico de cada vereda, por los hechos victimizantes vividos en ese lugar exacto y por las plantas que la comunidad ha sembrado para curarse colectivamente.
«El objetivo es buscar un alivio a tanto dolor que hemos tenido como víctimas. Cada planta que hay dentro de esa resignificación la hemos tomado para poder dormir, para poder estar más tranquilos, para poder, en algún momento, olvidarnos de tanto dolor que ha ocasionado la guerra. Plantas para sanar el alma», explica María Pencue, sentada sobre una banca de guadua en la escuela de la vereda El Parque, a pocos metros de donde sus vecinos ayudan a levantar el lugar de memoria. «Muchas veces yo sé que hemos tenido acompañamiento psicológico y eso nos ha servido muchísimo, pero en el fondo lo que nos ha aliviado a nosotros son las plantas», agrega la lideresa.
Traigo la ruda, la albahaca, la paz…
En San Andrés de Pisimbalá, las hierbas tienen un significado especial, porque han curado dolores que no pasaron antes por la cabeza de nadie. La albahaca, por ejemplo, ha sido la aliada en los momentos de tristeza: «Cuando usted siente que no puede dormir, que siente angustia, se toma un té de albahaca», refiere Pencue. El toronjil ayuda con los dolores del corazón y las taquicardias, y la hierbabuena se usa para tranquilizarse.
«La ruda tiene muchos usos. Por ejemplo, si hay una persona que falleció y hay niños pequeños, la tradición antigua es que, si voy al velorio de una persona, hay hielo, y voy a llevar al niño de hielo. Entonces si voy al velorio me llevo una matica de ruda, porque dicen que la ruda cura el hielo». Lo dice Fernando Perdomo, líder de la vereda Segovia.
Ese vademécum incluye bebidas que, por supuesto, son hechas a base de hierbas, como el chirrinchi de menta, que promete aliviar la gripa; o como la panela orgánica de limoncillo o maracuyá, producto del trabajo con la caña de azúcar, que los pisimbaleños procesan en los patios y terrenos abiertos.
«Algunos van al hospital, otros van adonde los yerbateros, pero a la mayoría le gustan las plantas, porque, como dicen por ahí, y yo soy uno de ellos, si una planta no le hace bien, tampoco le va a caer mal; pero si una pasta le cura una cosa, le perjudica otra». A esa tradición se encomienda Fernando, que tomaba paico —una aromática que hacía su mamá— cuando tenía dolor de estómago.
Tomando lo que la tierra les ofrece, los lugareños de San Andrés de Pisimbalá se han mantenido en pie, han construido sus casas y parques, y han sanado sus dolores; de allí que, para ellos, no haya mejor receta que la tierra misma. Su conexión vital pasa por entender lo que nace de ella, tomarlo y usarlo con respeto. Saben de la paz porque conocen los secretos de la despensa asombrosa que los rodea, de la armonía en la que habitan. Se han sostenido entendiendo que hay que sembrar lo que sana para cosechar alegrías.
Los pisimbaleños han transmutado los dolores del cuerpo y del alma gracias a las plantas, esas mismas que vienen del campo que cuidan y cosechan. El jardín de hierbas que riegan día a día es la memoria viva de su resistencia.
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