El 20 de junio se conmemoró el Día mundial del refugiado, personas que para muchos son invisibles y que exigen ser parte de la toma de decisiones de sus países, colombianos que esperan volver al país, su ciudad, a su hogar.
Todo empieza con las amenazas contra la vida, luego la resignación de no poder seguir adelante, los sentimientos de impotencia y tristeza surgen al saber que tu país de origen no puede hacer valer tus derechos y que solo quedan dos caminos por recorrer. Esperar que la muerte aparezca, que se cumplan las amenazas que han hecho desaparecer la tranquilidad de tu vida y la de tu familia, o dejar atrás todo y desplazarse a otro territorio, otra ciudad, la mayoría de las veces, desconocida donde las costumbres, tradiciones, comidas y el trato con las personas es diferente. Es la difícil decisión de convertirse en un refugiado antes que un muerto, es la opción que millones de personas en todo el mundo han tenido que tomar por diferentes razones, ideológicas, políticas, sexuales, religiosas, por defender una causa o no querer formar parte de ningún bando.
Los refugiados son una realidad alarmante que demuestra la debilidad de muchos estados para defender la vida de sus ciudadanos. De acuerdo a Acnur (Agencia del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados) en el 2014 la cifra de refugiados en el mundo llegó a 59,5 millones, lo que demuestra que a diario muchas personas tienen que abandonar su territorio, dejar atrás su vida y enfrentarse en otros países a la revictimización, explotación laboral, redes de trata y tráfico de personas.
En el caso colombiano, la cifra corresponde a más de 400 mil personas refugiadas, lo que sería equivalente a la población total de Pereira. En nuestra historia, intelectuales, escritores, políticos, artistas, cantantes, periodistas, profesores, estudiantes, líderes de diferentes comunidades, y principalmente las personas del común, son los que han tenido que buscar refugio a causa del conflicto armado.
De acuerdo con Randolf Laverde, coordinador regional de Incidencia del Servicio Jesuita a Refugiados Latinoamérica y El Caribe, las mayores dificultades que deben afrontar los refugiados y sus familiares son “el acceso a la documentación, la celeridad en el proceso de la solicitud, la garantía de los derechos fundamentales, el acceso a la educación y a la salud”, tanto para el solicitante principal como para su familia. De igual forma asegura que existe un problema estructural donde “las instituciones que se han creado en el tema de migración forzada no están cumpliendo sus funciones, los funcionarios no están capacitados en el tema y esto genera que sus servicios o acciones revictimicen a las personas, porque no tienen claro el procedimiento ni cómo ayudarles donde se debe resaltar que debe primar el principio humanitario y la garantía de los derechos humanos como tal”.
Las consecuencias de este tipo de desplazamiento han afectado en todos los aspectos al país expulsor, puesto que son muchos los tejidos y las relaciones sociales que se fracturan en los territorios. Las personas en situación de refugio y desplazamiento deben dejar atrás a su familia, exponiéndolas a múltiples factores de victimización, aparte de lidiar con la distancia y la soledad.
Tal como le sucedió a un refugiado proveniente de Norte de Santander, quien tuvo que salir de su territorio dejando atrás a sus hijos y esposa. Él fue alertado que iba a ser asesinado por proporcionar, supuestamente, información al Ejército Nacional, dado que visitaba constantemente una base de la marina. Lo que no sabía este grupo armado es que él visitaba la base militar para comunicarse con su esposa e hijo quienes se encontraban recibiendo en Bogotá un tratamiento médico. Días después de ser alertado este hombre tuvo que tomar la decisión de irse. Dada la cercanía se refugió en Venezuela, territorio en el que actualmente vive con su familia. Esta es tan solo una parte de la historia de muchos refugiados, algunos no han visto a sus padres, hermanos y amigos durante muchos años y mucho menos han cumplido el sueño de volver a su tierra patria, tal como lo dijo Imelda Daza, exconcejal de la UP y quien vive en Suecia desde hace más de 20 años. En ella está intacto el anhelo de volver a Colombia, pero asegura que día a día se convence más que es solo una utopía, debido a que el Estado aún no puede garantizar sus derechos y mucho menos la no repetición de los factores que la hicieron dejar al país.
Es importante recordar las razones por las cuales las personas decidieron refugiarse, no para señalarlos, sino para construir una memoria histórica en donde todas la voces sean partícipes, en donde todas las víctimas construyan la verdad y contribuyan a sanar las heridas de un país con más de 50 años de violencia. Es la oportunidad de dignificar a todos los refugiados, exiliados o asilados que salieron casi en silencio para evitar ser asesinados, y al mismo tiempo a quienes no pudieron o quisieron pero perdieron su vida por la violencia.
Y aunque los refugiados deberían ser una prioridad para el Estado y la sociedad, la realidad es otra dado que es un fenómeno casi invisible porque las migraciones forzadas hacia otros países no se hacen de manera masiva, además muchos refugiados prefieren estar en el anonimato y algunos simplemente se van del país sin hacer el procedimiento adecuado por el miedo de ser encontrados.
El pasado 20 de junio, en la conmemoración del Día Mundial del Refugiado, El Centro Nacional de Memoria Histórica, se unió a la Acnur y al Servicio Jesuita a Refugiados para solidarizarse con estas víctimas y sus familias. Es el momento de visibilizar la realidad de cientos de refugiados y apoyarlos como los compatriotas que son; que por lo tanto merecen una reparación integral, un espacio para dar a conocer sus historias y no olvidar que el desplazamiento es una realidad que aún hoy aqueja a nuestro país.