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Etiqueta: Centro Nacional de Memoria Histórica

Puerto Berrío recuerda a las almas perdidas en el conflicto armado

El CNMH acompañó laconmemoración del Día de los Muertos, que dio apertura a la tradición derecordar, desde la espiritualidad, a las víctimas de desaparición forzada en estemunicipio del Magdalena Medio antioqueño.

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Medellin Fiesta libro

Las resistencias ante la violencia urbana se escucharon en la Fiesta del Libro y la Cultura de Medellín

En el estand del Centro Nacional de Memoria Histórica (CNMH), resonaron las voces de expertos, fotoperiodistas y ciudadanos de la capital antioqueña que narraron cómo buscan caminos distintos a la guerra urbana.

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La escucha, un pilar fundamental del Centro Nacional de Memoria Histórica en su paso por la Feria del Libro de Pasto 2024

El Centro Nacional de Memoria Histórica (CNMH) hará parte de la 17.a Temporada de Letras — Feria del Libro de Pasto, entre el 23 y el 28 de septiembre. Invitamos a la población de Nariño a participar en más de 25 talleres, conversatorios y otras actividades que les darán voz a los habitantes del departamento y de toda Colombia.

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Todas las voces todas se escuchan en la Fiesta del Libro y la Cultura de Medellín

Desde el 6 de septiembre, el Centro Nacional de Memoria Histórica (CNMH) ha estado en la Fiesta del Libro y la Cultura de Medellín con conversatorios, talleres y colaboratorios que tienen como protagonistas las historias de las víctimas del conflicto armado en Medellín y Antioquia.

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La Ruta Pacífica de las Mujeres: un movimiento feminista que abraza los territorios

«En Urabá no hay resistencia, hay berraquera»

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CNMH

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Movilización Nacional de la Ruta Pacífica de las Mujeres «Un viaje de alegría y fiesta por la vida» en el Bajo Cauca y el Norte de Antioquia. Crédito: Ruta Pacífica de las Mujeres.

Publicado

18 diciembre 2023


La Ruta Pacífica de las Mujeres: un movimiento feminista que abraza los territorios

Desde 1996, la organización feminista, pacífica y antimilitarista ha transitado Colombia poniendo en el centro el cuerpo de las mujeres como territorio de violencias en el conflicto armado.

 

En la tierra donde el banano brota con facilidad y el conflicto armado ha dejado una huella imborrable, empezó a sonar un llanto colectivo de dolor que alcanzó los oídos de más de mil mujeres en Colombia. En 1996, al Urabá antioqueño llegaron alrededor de mil quinientas mujeres para abrazar a aquellas cuyos cuerpos eran desgarrados por la violencia.

«Supimos que había un corregimiento donde el 70 % de las mujeres eran víctimas de violencia sexual», dice Marina Gallego Zapata, coordinadora nacional y cofundadora de la Ruta Pacífica de las Mujeres (RPM). Esa cifra despertó las alarmas de las organizaciones de mujeres y se sumó a la intranquilidad por el pico de desplazamientos y masacres que había en la subregión. «Teníamos que hacer algo por esas víctimas totalmente invisibles en Colombia», agrega.

En ese momento, la RPM no existía, pero la necesidad de una movilización era latente. «No hubo que convencer a nadie, sino que más bien canalizamos la situación para juntarnos», explica la coordinadora nacional. En una época en la que no existían las redes sociales, las organizaciones —en su mayor parte de Medellín— aparecieron en los periódicos de la época, nacionales e internacionales, y llegaron hasta Mutatá (Antioquia).

 

 

De acuerdo con Kelly Echeverry Alzate, coordinadora de la RPM en Antioquia, desde esa movilización se empezó a tejer y a construir el movimiento. «La Ruta cruza todos esos territorios que eran negados para las mujeres y reivindica que este país también nos pertenece», puntualiza.

 

 
 
 
 
 
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Una sombrilla de organizaciones

Han pasado 27 años desde la consolidación del movimiento feminista, pacifista y antimilitarista, y una de las razones por las que se ha mantenido en el tiempo tiene que ver con las organizaciones que lo componen. «Las que vinieron no fueron mujeres individuales —señala Marina—. Cuando decidimos crear la Ruta, fue una decisión colectiva de nueve regiones».

Las cerca de mil quinientas mujeres que llegaron a Mutatá estuvieron impulsadas por el dolor de las víctimas. «Cuando uno escucha a las cofundadoras, había mucha indignación y creo que eso convocó a otras feministas», precisa Kelly sobre el movimiento que pone en el centro el cuerpo de las mujeres como territorio afectado por violencias sistemáticas.  «La RPM es un proceso, es como una sombrilla en la que están todas las organizaciones».

En vez de debilitarse, el tejido que se construyó desde noviembre de 1996 se ha fortalecido. «Yo no sé si las fundadoras sabían que esto iba a perdurar durante más de veinte años y se iba a volver un movimiento tan potente», indica la coordinadora de Antioquia. Así, Mutatá fue la primera de muchas movilizaciones que buscaron la paz y la reivindicación de las mujeres.

 

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«Del 2000 al 2009, la RPM se mantuvo, se sostuvo y se consolidó en medio de un país que no daba para negociaciones», comenta Gallego. A diferencia de otras organizaciones que desaparecieron bajo la política de Seguridad Democrática, «nosotras nos hicimos al lado de las mujeres y mantuvimos una agenda hasta que llegó el Acuerdo de Paz con las FARC», añade.

Ni un hombre, ni una mujer, ni un peso para la guerra

La Ruta Pacífica de las Mujeres ha pasado por el territorio a contracorriente. «Que un montón de mujeres entraran sin pedir permiso a Mutatá, sin militarizar la zona, es un acto de profunda rebeldía y sentido por la vida», sostiene Echeverry. Y ese ejercicio por y para las mujeres generó una fuerza colectiva de decir «aquí estamos».

Las feministas que le han apostado a seguir los caminos tejidos desde Urabá entendieron que los armados también podían ser los hijos e hijas de las activistas. «Este movimiento no solo es en contra del uso y gasto en las armas —reflexionó Kelly—, sino que es también en contra de la militarización de la vida civil y cotidiana».

 

 

Sin la consigna con la que nació la RPM («ni un hombre, ni una mujer, ni un peso para la guerra»), el movimiento no sería lo que es hoy. «El camino del antimilitarismo ha sido nuestro polo a tierra. Es nuestro apellido fundante, que propende por la recuperación de la vida y del territorio dignamente», afirma la coordinadora de Antioquia.

Tanto Kelly como Marina han encontrado un apoyo colectivo en la Ruta, y esa sensación también se ha replicado a lo largo del país. «Creo que la movilización es un abrazo real a los territorios», dice Echeverry. Las mujeres saben que cuentan con un apoyo, saben que si violan a una o incluso si reclutan a un menor de edad la Ruta denunciará.


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FICDEH 2023: el CNMH proyectó el documental Mandeleros, memorial del retorno

Autor

CNMH

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El artista del barrio Nelson Mandela, Dayro Carrasquilla, y la profesional del CNMH, Anyi Cárdenas, en el conversatorio sobre el documental Mandeleros, memorial del retorno.

Publicado

22 agosto 2023


FICDEH 2023: el CNMH proyectó el documental Mandeleros, memorial del retorno

La pieza audiovisual se proyectó en la Universidad Externado de Colombia, el pasado 15 de agosto, en el marco del Festival Internacional de Cine por los DD. HH. (FICDEH), donde los espectadores también escucharon un conversatorio sobre la historia de los habitantes del barrio Nelson Mandela en Cartagena (Bolívar).

 

«Ser mandelero es estar en la defensa de lo mío, del otro y de lo colectivo», dijo Dayro Carrasquilla, artista del barrio Nelson Mandela en Cartagena (Bolívar). Sus palabras quedaron registradas en el documental Mandeleros, memorial del retorno, proyectado el 15 de agosto en el auditorio del edificio H de la Universidad Externado de Colombia.

La institución educativa le abrió las puertas al Centro Nacional de Memoria Histórica (CNMH) con su franja de cine documental «Todas las memorias todas». Las piezas audiovisuales  escogidas recogen las luchas y resistencias de las víctimas del conflicto armado y fueron presentadas en el marco de la 10.ª edición del Festival Internacional de Cine por los Derechos Humanos (FICDEH). 

El 15 de agosto, estudiantes y ciudadanos entusiastas llegaron a las 3:00 de la tarde para conocer la historia de aquel barrio que queda a 15 kilómetros de la ciudad amurallada. «Cuando nos referimos a Cartagena, pensamos en una ciudad turística, pero es un lugar que tiene mucho qué contarnos», manifestó Anyi Cárdenas, profesional del CNMH y moderadora del conversatorio sobre la resistencia de los mandeleros. 

El barrio Nelson Mandela cuenta con cerca de cincuenta mil habitantes y ha sido el refugio de personas desplazadas por la violencia. Ante la ausencia estatal y las acciones de actores armados ilegales, muchos de sus habitantes fueron revictimizados y tuvieron que huir de nuevo hacia otras zonas del país. 

Dayro Carrasquilla —quien viajó desde Cartagena hacia Bogotá— dijo en el conversatorio que el barrio «no es un territorio violento, sino violentado». Por esa razón, los mandeleros han buscado espacios de memoria y reparación colectiva para combatir la estigmatización con la que han cargado históricamente. 

La iniciativa consistió en la acción de memoria llamada Poética del retorno, en la cual los habitantes reflexionaron sobre su territorio y su identidad, gracias al apoyo brindado por el Museo de Memoria de Colombia del CNMH. «Fue muy especial cuando el CNMH se acercó a nosotros —puntualizó el artista—. Vimos en esos procesos de reconstrucción de memoria una manera de descargarnos».

 

 

El memorial consiste en hacer unas lámparas con latas que reflejan en una de sus tapas palabras como Mandela y esperanza. De acuerdo con Carrasquilla, el día en el que se organizó la acción, se convocó a un número determinado de habitantes y «fue muy bonito ver cómo empezó a llegar más gente de otros lugares». Para él, esa congregación representa a la gente del territorio. «Nos movemos sin estar esperando que los de afuera digan qué hay que transformar».

De ese modo y a pesar del temor, se reunieron con la emoción de encontrarse con otras personas, lo cual permitió confrontar, mover y sensibilizar sobre lo que pasa en el barrio cartagenero.  «El arte tiene ese poder transformador, no solo para el que lo ve, sino para el que cree que sirve para cambiar», señaló el artista.

El proceso de los habitantes del barrio cartagenero quedó reflejado también en el especial web Mandeleros. Texturas de una comunidad sobreviviente. El documental está disponible en el canal de YouTube del CNMH.

 


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Los invitados al Colegio Gabriel García Márquez llevaron envueltos, galletas, palitos de queso, buñuelos y otros alimentos para compartir en el pícnic literario.

«El sabor de la memoria»: un picnic que crea lazos a través de la comida

La comunidad de San Andrés de Pisimbalá eligió varios lugares marcados por la guerra para resignificarlos con una exposición de memoria. Foto: Felipe Alarcón, CNMH.

Autor

CNMH

Foto

Los invitados al Colegio Gabriel García Márquez llevaron envueltos, galletas, palitos de queso, buñuelos y otros alimentos para compartir en el pícnic literario.

Publicado

03 agosto 2023


«El sabor de la memoria»: un picnic que crea lazos a través de la comida

 

  • Desde el Colegio Gabriel García Márquez y gracias a la gestión de la biblioteca especializada de la Dirección de Archivo de los Derechos Humanos, estudiantes e integrantes de distintos colectivos se reunieron para reflexionar, sentir y saborear la memoria histórica de sus territorios.

 

La memoria está estrechamente relacionada con el sentir; un aroma, una fotografía, una textura e incluso un sabor pueden transportar a cualquiera a lugares o momentos que no recordaba. Según David Landínez, de Prosofi Javeriana, para hablar de memoria en la Unidad de Planeación Zonal (UPZ) La Flora,  existe un elemento que caracteriza e identifica a sus habitantes: la comida. «Es ella la que los hace estar en unidad», dice.

A partir de esa premisa, surgió la idea de organizar el pícnic literario «El sabor de la memoria» en el Colegio Gabriel García Márquez, ubicado en la localidad de Usme (Bogotá). El 28 de julio, asistieron alrededor de 30 personas, entre ellas estudiantes e integrantes de colectivos como La Olla Artística, Macondo Gabo, La Quinta Comunica, Incitar para la Paz, la Red de Huertas, Prosofi Javeriana, Enredados y Zon Bijao.

Desde el Centro Nacional de Memoria Histórica (CNMH), el espacio estuvo liderado por la biblioteca especializada de la Dirección de Archivo de los Derechos Humanos (DADH). «El CNMH nos acompaña para hablar sobre la construcción de paz y de la memoria, que es tan importante para nosotros como comunidad», manifestó Landínez.

Lee también: Rutas de las Resistencias: una construcción por la memoria de Bolívar (https://centrodememoriahistorica.gov.co/ruta-de-las-resistencias-una-construccion-por-la-memoria-de-bolivar/).

La actividad estaba pensada al aire libre como un pícnic tradicional; sin embargo, las nubes que opacaron el cielo obligaron a un cambio de planes. Los participantes se reunieron en un salón que contaba con unas mesas largas decoradas con los clásicos manteles de cuadros blancos y rojos. Cualquiera que se asomara al recinto sentía un ambiente de camaradería, acompañado por las risas y el olor de los alimentos. «La comida hace eso: genera un vínculo con el otro para que hablemos de las realidades sociales que nos atañen», dijo el vocero de Prosofi Javeriana.

Reconocer al otro

Los participantes del pícnic «El sabor de la memoria» empezaron a caminar en un recinto cerrado para reconocer al otro.Los participantes del pícnic «El sabor de la memoria» empezaron a caminar en un recinto cerrado para reconocer al otro.

Los protocolos formales no fueron característicos del pícnic. El primer ejercicio consistió en caminar en el salón para encontrarse con otros y reconocerlos en ese andar. Poco a poco empezaron a formarse grupos de ocho personas de todas las edades, con el fin de promover la diversidad y el respeto a la diferencia.

Eliana Quitian, docente de comunicaciones del colegio, señaló que ese encuentro intergeneracional se dio gracias a que la escuela es un espacio abierto al territorio y a la comunidad. «Nosotros estamos dispuestos a hacer ese diálogo todo el tiempo», comentó la profesora, y destacó la apuesta por una transformación pedagógica con «las historias de los barrios, de los estudiantes, de su memoria, sus realidades y universos personales».

Para conocer todas las perspectivas, no solo se dejaron las puertas abiertas, sino que también se realizó una presentación que estuvo marcada por el alimento que cada invitado llevó al evento. «Nos vamos a quitar los títulos —dijo Landínez—. Yo no soy el estudiante de ciencias políticas, soy un joven curioso e inquieto que se convence de que la paz se puede lograr en comunidad».

El vocero dijo que llevó unos pandebonos, «porque para mí representan a Bogotá; en cada panadería encuentro uno». Otros compartieron envueltos, galletas, buñuelos, crispetas e incluso una bandeja paisa.

«Este ejercicio implica reconocer al otro desde su sentir, porque estamos compartiendo algo desde lo emocional», afirmó Andrés Guzmán en representación de la biblioteca especializada de la DADH. El profesional lideró el pícnic desde esa apuesta reflexiva, invitando a los asistentes a reflexionar desde una armonía con lo sensible y lo personal.

Eliana Quitian estuvo de acuerdo con su postura: «Si yo miro esta mesa, los encuentro a cada uno de ustedes», manifestó, y destacó que la comida y la memoria son magia. «A veces nos puede doler, como quien mencionaba el envuelto que su mamá hacía y que, de pronto, ya no está», añadió.

Territorio, género y construcción de paz

La entrega de la comida no fue formal. En varias bandejas se sirvieron las crispetas, las galletas, los buñuelos y los envueltos; quien quisiera ir pasando por las mesas podía tomar algo de comer. El momento de merendar estuvo acompañado por el bullicio de la conversación; los invitados —en grupos de ocho personas— empezaron a reflexionar sobre la historia del país.

Lee también: En San Carlos, las mujeres le apuestan a la cocina como método de memoria (https://centrodememoriahistorica.gov.co/mujeres-de-san-carlos-cocinan-sus-memorias-y-crean-un-recetario/).

La comida los unió en un mismo espacio y les permitió conversar sobre sus perspectivas respecto al conflicto armado colombiano. «La guerra ha atravesado de extremo a extremo nuestro país», resaltó Landínez mientras entregaba unos papelitos con unas palabras. «Van a discutirlas entre ustedes —detalló — y lo harán desde tres ejes: el territorio, el género y la construcción de paz».

Después de que las bandejas quedaron casi vacías, los participantes plasmaron sus reflexiones en tres murales que tenían por título el nombre de cada eje. 

«Todos somos seres humanos y merecemos el mismo respeto. No importa la orientación sexual», se leía en la cartelera sobre género. En la del territorio se hablaba sobre la soberanía alimentaria, y en la de construcción de paz se mencionaba la necesidad de «reconocer la historia, las condiciones y los contextos de las personas».

Ese 28 de julio, el pícnic literario acercó a la comunidad con los estudiantes del Colegio Gabriel García Márquez para trabajar por conocer la historia del territorio y de los líderes y lideresas que lo habitan. «La comida nos activa la memoria matizando el recuerdo, creando vínculos con las otras personas», indicó Quitian, y Martha María Lesmes, una huertera de la tercera edad, le dio la razón: «Este espacio me trajo a la memoria olores, sabores, recuerdos de la familia y de nuestros territorios».


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