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El legado de los ausentes en El Salado

El legado de los ausentes en El Salado

Autor

CNMH

Fotografía

Natalia Rey

Publicado

08 Ene 2016


El legado de los ausentes en El Salado

El libro “El legado de los ausentes. Líderes y personas importantes en la historia de El Salado” [Descargar libro], es la más completa descripción biográfica sobre cinco perfiles de dirigentes emblemáticos de esta comunidad de los Montes de María. Una reconstrucción de sus vidas realizada por el Centro Nacional de Memoria Histórica a través de los relatos de sus familiares, amigos y conocidos.


Es 14 de octubre de 2015. La música que suena con intensidad desde un quiosco en la entrada principal de El Salado, Bolívar, se mete en los oídos de todos los asistentes al lanzamiento de un libro sobre perfiles biográficos de líderes y personas importantes en la historia de esta comunidad. Los adultos, jóvenes y niños bajo la brisa de la noche, esperan atentos frente a un muro blanco en el que proyectan fotografías de aquellas personas que dieron su vida para servir a otros, que buscaron el bienestar colectivo y levantaron la voz contra la injusticia.

En los rostros hay más alegrías que tristezas. Hace 15 años, del 16 al 21 de febrero de 2000, la música fue testigo de una de las masacres más aterradoras en la historia del conflicto armado colombiano. A ritmo de gaitas y tamboras, más de 450 paramilitares apoyados por helicópteros asesinaron a 16 campesinos, muy cerca de donde es el lanzamiento del libro, acusados de ser guerrilleros. Durante más de cuatro días a su paso por veredas y carreteras, este escuadrón de la guerra dejó 60 personas muertas. Todo esto ocurrió hace 15 años, los mismos que cumplía en este día una niña, y por los que los parlantes a todo volumen retumban en el quiosco; el pueblo estaba de fiesta.  

Actualmente, la vida en El Salado ha alcanzado un nivel aceptable de calma. A pesar de que son muchas las necesidades básicas insatisfechas, el fantasma de la guerra permanece oculto. Primero el canto relata lo vivido por los familiares que se desplazaron, pero que están presentes en este pequeño homenaje: 

“…recordé gratos momentos vividos en El Salado, este pueblito de mi alma donde pasé mi niñez, se conserva todavía la casa donde me crie. En mis sueños te recuerdo como eras anteriormente, cálido y acogedor como el paraíso de Adán y Eva, de sanas costumbres y ese calor de tu gente”, cantó Edilma Cohen, sobrina de Pedro Eloy Cohen, uno de los líderes ausentes a los que se les rindió el homenaje.

Luego el sonido de una fiesta de quince anunciaba que de ese pueblo callado, oculto y desolado no queda nada. Y es que es una fecha emblemática también porque se entregó puerta a puerta un libro que hace parte de una medida de satisfacción del plan de reparación colectiva de la comunidad. “El legado de los ausentes”, corresponde a la historia de cinco líderes, cuatro hombres y una mujer, (Pedro Eloy Cohen, Agustín Redondo, Gustavo Redondo Suárez, Álvaro Pérez Ponce y María Cabrera) junto con una historia de un actor colectivo que son los Tabacaleros.

Ausentes de cuerpo porque cuando se recuerda a quien ya no está, la memoria lo hace existir. La memoria nos permite conocer a quien no vamos a tener la posibilidad de estrecharle la mano. Así ocurrió, por ejemplo, en el lanzamiento de este libro en El Salado. Las palabras, cantos y poemas nos presentaron los mayores personajes de este lugar. Estos líderes, como son reconocidos por la comunidad, fueron el médico del pueblo, el luchador por un acueducto, de una biblioteca, de un puesto de salud, la cancha de fútbol, un parque, las murallas del cementerio o la enfermera. 

Álvaro Pérez Ponce fue asesinado en la masacre del 23 de marzo de 1997 a manos de los paramilitares; Gustavo Redondo falleció el 30 de abril de 1990, luego de varios años de retiro de la vida pública a causa de los achaques por su avanzada edad y los rigores de un implacable cáncer de garganta. A María Cabrera las balas de la guerrilla silenciaron su lucha el 7 de agosto de 2003. Pedro Eloy Cohen fue el segundo en caer, el 13 de julio de 1990, un sicario se acercó a su farmacia, solicitó un medicamento y cuando él se volteó para alcanzárselo le disparó a quemarropa. Agustín Redondo, a pesar de que murió de muerte natural a sus 79 años el 25 de agosto de 2010, el tiempo no le alcanzó para atestiguar cómo su legado había inspirado la reconstrucción de El Salado. Ninguno de ellos murió en la masacre del año 2000.  

Con su trabajo, estos cinco personajes han hecho que después de tantos embates de la violencia en esta región, encontremos un lugar tranquilo, dominado por la alegría de su gente, con niños que corren de lado a lado esquivando los problemas que el Estado no ha solucionado. Basta con recorrer este pueblo para ver lo que hicieron estas personas por él: “cambiaron la forma de pensar de la comunidad, de ver el mundo, le enseñaron a los campesinos que son sujetos de derechos”, explica Andrés Suarez, asistente de la Dirección del Centro Nacional de Memoria Histórica y relator del libro.

Lágrimas por la memoria

El hecho de reconstruir paso a paso la vida de familiares que ya no están, tiene su gota de sufrimiento, y en ocasiones han sido bastantes para poner ese sufrimiento al servicio de otros, para conocer estas historias. Por ejemplo, Elvia Badel, esposa de Álvaro Pérez Ponce, relata en un escrito, “El día en que mi vida cambió”, detalle a detalle de cómo se dio la incursión paramilitar del 23 de marzo de 1997, donde murió su compañero. “En 2008, de la Fiscalía llega un oficio donde le dicen a mi hijo que debe asistir a Sincelejo, que el postulado Salvatore Mancuso va a hablar sobre la masacre del 23 de marzo de 1997 y allí confiesa que es el autor material del homicidio de Álvaro Pérez Ponce. Lo asesinó porque presuntamente era un guerrillero, pero no mostró la evidencia, un video o una foto, algo que dijera que sí era guerrillero. Pregunto yo: ¿Será que un guerrillero está con su familia en su casa y vestía ese día pantalón gris con camisa de rayas manga larga, un sombrero de color marrón y unas pantuflas, será que así visten los guerrilleros?, no usan fusil…” 

Hace décadas que el dolor que cubre a El Salado hace suponer su fin, una comunidad de los Montes de María que huyó por la masacre y tantos homicidios, pero, pasados los años, empezó a volver aunque ha encontrado una realidad difícil.

El Salado ha vivido los últimos años un proceso de cambio muy profundo que impactó fuertemente la manera como se vive el presente. Una masiva intervención externa del sector privado y público en solidaridad con las víctimas, trajo consigo un fuerte impacto en términos materiales, dotando los saladeros de infraestructura pública como un centro médico, una ambulancia, una casa de la cultura llamada Casa del Pueblo, un colegio y una instalación deportiva, que es el fruto del “Legado de los ausentes”. Pero la vida no es fácil y construir una economía sostenible sigue siendo todo un desafío.      

El Salado no ha olvidado lo que sucedió hace 15 y 18 años. Por eso el pasado 14 de octubre el pueblo conmemoró la vida que sigue germinado a pesar de la muerte.  

 


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José Antequera, un legado que no muere

Noticia

Autor

CNMH

Fotografía

CNMH

Publicado

03 Mar 2016


José Antequera, un legado que no muere

El 3 de marzo de 1989 cinco hombres armados asesinaron en el aeropuerto El Dorado, de Bogotá, a uno de los líderes más prominentes de la Unión Patriótica. Tenía 34 años, una esposa, dos hijos pequeños, y el anhelo de una Colombia justa y en paz.


El exterminio de la Unión Patriótica (UP) siempre ha sido recordado como un símbolo del fracaso de Colombia para alcanzar la paz. El partido, que nació como fruto de los acuerdos de La Uribe entre el gobierno nacional y las Farc, en 1984, fue atacado sistemáticamente durante casi una década dejando un saldo de dos candidatos presidenciales, ocho congresistas, 13 diputados, 70 concejales, 11 alcaldes y 5.000 militantes asesinados.

Antequera no fue el primero ni el último muerto en la larga lista de asesinatos de miembros de la UP. De hecho, ese mismo año ya se habían denunciado 43 muertes de personas adscritas al partido. Él y su familia sabían el riesgo constante al que estaban expuestos y vivían asegurados por una escolta, investigada hoy por la Fiscalía, que reabrió el caso en octubre de 2015.

Ese 3 de marzo, justamente, José Antequera estaba buscando descansar de la incansable lucha que sostenía denunciando el paramilitarismo y los graves delitos que se estaban cometiendo contra el partido y la sociedad civil. Quería viajar para pasar unos días en su casa materna, en Barranquilla, pero la guerra no dio tregua.

Tras su muerte, las reacciones no se hicieron esperar. La dirigencia de la UP dijo en un comunicado que “era una muerte anunciada. Lo sabía el Gobierno y su presidente, el señor Virgilio Barco. Lo sabían todos aquellos que financian, protegen, arman y sostienen a los grupos paramilitares”. En Bogotá una persona murió y varias quedaron heridas en las manifestaciones y protestas que suscitó el asesinato de Antequera. Fue un líder que dejó huella: “se trata de una vida donde uno puede reconocer un legado que al final tendrá que ser reconocido como uno de los aportes más importantes para que en este país haya paz con justicia social, con derechos y con garantías” dice su hijo, José Antequera Guzmán.

Hoy, cuando nos encontramos en un nuevo proceso de paz, otra vez, con las Farc, conmemorar este hecho tiene más relevancia que nunca. El asesinato de José Antequera y los miles de otros miembros de la UP puso en evidencia la gran debilidad del Estado para garantizar la participación política tras un acuerdo de paz. Sobre todo cuando debieron pasar casi tres décadas para que la Fiscalía volviera a poner sus ojos sobre un caso que se ha mantenido en la impunidad, y cuando aún el caso colectivo del exterminio contra el partido está en la Corte Interamericana de Derechos Humanos a la espera de una respuesta.

Para Antequera, hijo, que hoy tiene casi la misma edad que tenía su papá al morir, el aprendizaje que debe dejar este hecho tiene que ser mirar hacia el futuro. “La sociedad tiene que entender que lo que estamos alcanzando y se puede llegar a alcanzar, es decir una paz estable, duradera y con justicia social, es un anhelo que no ha sido gratuito. Nos ha costado mucho, que hubo personas en el país que fueron asesinadas luchando por ese sueño”.

José Antequera, así como muchos otros hombres y mujeres, han sido pilares que hoy recordamos para entender que la guerra, como dice Antequera Guzmán, ha sido muy costosa y que, además, la paz es muy frágil. Justamente para eso sirve la memoria para que la lucha de esos hombres y mujeres no muera con ellos, sino que perdure en el tiempo y el sueño de un país y un mundo diferente, algún día se pueda cumplir y se dejen de cobrar vidas en el intento.

Publicado en Noticias CNMH


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