Las huellas del genocidio en las víctimas de la Unión Patriótica
Colombia, Conflicto Armado, genocidio, justicia, no repetición., unión patriótica, Verdad, Víctimas
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Alejandro Cárdenas, Antioquia, CNMH, Mutatá, unión patriótica, UP
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CNMH
La masacre cobró la vida de 46 personas, entre ellas 10 mujeres, 4 menores de edad y un adulto mayor.
Foto: Manuel Cepeda.
20 noviembre 2023
Conmemoramos una de las masacres emblemáticas del conflicto armado colombiano, perpetrada en el marco de un escenario de terror contra disidentes políticos que se extendió a lo largo de casi dos décadas por todo el país y que tiene en el exterminio de la Unión Patriótica (UP) la más funesta y reprochable de sus expresiones.
Nota: Esta publicación contiene fragmentos del informe Silenciar la democracia. Las masacres de Remedios y Segovia, disponible aquí.
A finales de los ochenta, Remedios y Segovia (Antioquia) tenían una larga tradición organizativa y de movilización social. La apertura democrática de entonces fue vivida allí como una promesa que les permitiría a distintas corrientes de la izquierda proyectarse en condiciones más favorables en la escena política institucional. Sin embargo, lo que muchos veían como una oportunidad para la renovación política fue visto por los poderes locales y regionales, secundados por guarniciones militares de la región, como una real o potencial amenaza que debía ser «erradicada» y así lo hicieron: conformaron grupos paramilitares y comenzó el exterminio.
Entre 1982 y 1997, en los municipios de Remedios y Segovia hubo catorce masacres y centenares de asesinatos selectivos. En este escenario de terror perpetrado por paramilitares y miembros de las Fuerzas Militares, se documentaron al menos cuatro masacres que hicieron parte de una escalada criminal contra activistas políticos, líderes sociales, militantes de la UP y defensores de derechos humanos.
El 11 de noviembre de 1988, un grupo de hombres armados cometió una masacre en la cabecera municipal de Segovia y en el área urbana del corregimiento La Cruzada del municipio de Remedios. El ataque cobró la vida de 46 personas, entre ellas 10 mujeres, 4 menores de edad y un adulto mayor.
Los responsables de esta masacre fueron los paramilitares del grupo Muerte a Revolucionarios del Nordeste (MRN o Los Realistas), que actuaron con la ayuda y aquiescencia del Ejército Nacional de Colombia. El MRN apareció públicamente después de que se conocieran los resultados de las elecciones del 9 de marzo de 1986, en las cuales la Unión Patriótica alcanzó seis de las diez curules en los concejos municipales de Segovia y Remedios. Como reacción, el MRN empezó a hacer grafitis, boletines, cartas, sufragios y comunicados de prensa que anunciaban el exterminio.
«Barreremos el nordeste de tanta escoria marxista. No aceptaremos alcaldes comunistas en la región, como tampoco concejos municipales integrados por idiotas campesinos o vulgares obreros como los de la Unión Patriótica que no tienen la inteligencia para manejar estos municipios que siempre nos han pertenecido. Espérennos. ¡Saldremos con un gran golpe mortal! M. R. N.», decía uno de los comunicados que repartieron los paramilitares en la región.
En las veredas Cañaveral y Manila, de Remedios, se cometió una masacre entre el 4 y el 12 agosto de 1983; en Segovia, se cometieron dos el 11 de noviembre de 1988 y el 22 de abril de 1996; y en en el casco urbano de Remedios, una el 2 de agosto de 1997.
Estas masacres son emblemáticas de una violencia sistemática contra disidentes políticos que se extendió a lo largo de casi dos décadas por todo el país y que tiene en el exterminio de la UP la más funesta y reprochable de sus expresiones.
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Galería de la memoria de las víctimas del municipio de Palestina, en el sur del Huila. Foto: Camila Galindo para el CNMH.
11 septiembre 2023
En el marco de la conmemoración de los 40 años de la desaparición de Tulio Chimonja, su familia, que lidera la Asociación de Comunidades Construyendo Paz en Colombia (Conpazcol), invitó a organizaciones, iglesias, víctimas y firmantes de paz a una jornada de memoria.
A Tulio Enrique Chimonja se lo llevaron de la finca El Recuerdo el 3 de septiembre de 1983. Era una noche de luna llena en la que Fanny Coy, su esposa, pudo ver con claridad los rostros de quienes sacaron a su marido de su cama, en la vereda San Isidro del municipio de Palestina (Huila), donde lo único que suele sonar en la penumbra son los grillos, las ramas de los árboles que se mecen en las noches y la corriente del agua de los riachuelos que descansan en los patios de las casas.
Fanny lo cuenta con una dignidad apabullante, como si contara una historia cualquiera, sentada en una silla, en esa misma finca donde vio por última vez a su esposo, y en una noche de septiembre donde suenan también las chicharras y el ladrido de los perros taciturnos. Narra todo en detalle: cómo le avisó a su suegra, al líder social de la época —«¡Esos hijueputas lo mataron!», le dijo— y cómo una semana después, luego de ver pasar por el pueblo una y otra vez a esos que se llevaron a Tulio, les preguntó qué habían hecho con él. Así constató que su marido estaba muerto, pero nunca le devolvieron su cuerpo.
Fanny Coy, campesina y lideresa del municipio de Palestina (Huila), durante el evento de conmemoración de la desaparición forzada de su esposo hace 40 años. Foto: Camila Galindo para el CNMH.
«Y bueno, qué bueno tenerlos aquí esta noche», dice Fanny y se devuelve a la cocina a seguir preparando el arroz, la yuca y el cerdo que les dará a sus casi 65 invitados, a los que nunca les falta el tinto que ella prepara con el café que siembra en su finca.
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Sus invitados están allí porque la Asociación de Comunidades Construyendo Paz en Colombia (Conpazcol), liderada por su hijo Enrique Chimonja y su nuera María Eugenia Mosquera, organizó el «Encuentro territorial interétnico: la memoria en la búsqueda, restauración y tejido de paz integral», justo el fin de semana de conmemoración de los 40 años de la desaparición de Tulio.
Aunque aún duele —Enrique se quiebra al recordarlo—, Fanny ha decidido celebrar la vida. Ella, la lideresa Fanny Coy, es sobreviviente del genocidio político de la Unión Patriótica (UP) y sembradora de paz territorial en la zona de biodiversidad La Esperanza. En esa parcela que cuida a veinte minutos de su finca, cruzando cosechas, tiene su alma, porque su vida es el campo.
Durante el recrudecimiento del conflicto en Palestina —en 1985 hubo una masacre en la que asesinaron a José Jaime Loaiza, de la UP, y a cuatro personas más que se encontraban con él en su finca, entre ellos Martín Humberto Coy, hermano de Fanny—, ella se movió algunos metros: entre veredas, hacia el casco urbano, pero nunca abandonó Palestina. Lo suyo es el campo y ahí reside su resistencia. «¡Si yo lo que sé hacer es sembrar! ¿Cómo me iba a ir?», dice.
Foto de Tulio Enrique Chimonja, desaparecido el 3 de septiembre de 1983. Foto: Camila Galindo para el CNMH.
En Palestina hay una bicicleta vintage que rueda por el municipio y tiene un letrero: «Tulio Enrique Chimonja. Sep 3/83. Desaparecido». La usa Enrique, el mayor de los hermanos Chimonja, y la usan sus sobrinas, que pedalean, como una vez lo hizo Tulio, por ese pueblo metido en el macizo colombiano, tierra de indígenas andaquíes y laboyos donde, según cuenta la historia, el conquistador Pedro de Añasco le robó el hijo a la cacica Gaitana.
«Estos territorios, de alguna manera, así como son para la agricultura, son fértiles para la lucha social», dice Enrique Chimonja. La lucha de su familia es pedalear con el nombre de su patriarca a cuestas, es escribirlo una y otra vez en pancartas con las que adornan su hogar, nombrarlo para no olvidarlo. Es sembrar.
Conoce también los procesos de resistencia de Bolívar.
«Cada vez que alguien se suma a la siembra, hay más esperanza de que algo vamos a cosechar», dice Enrique, quien ha invitado a los 65 huéspedes a sembrar en la zona de biodiversidad La Esperanza, en la vereda Montañita. Desde la comunidad de paz de San José de Apartadó, desde Buenaventura, desde el Putumayo y Caquetá, desde Neiva, desde el Cauca… de todas partes vienen los invitados, líderes y lideresas de sus territorios, quienes comparten su trabajo en los procesos de búsqueda de desaparecidos y en la construcción de paz. Algunos toman guayacanes, otras cogen cedros, otros robles rosados y negros, ocobos, y los siembran en la parcela que antes fue escondite de actores armados, según cuenta Fanny.
«¿Alguien tiene una tijera o un machete? Tengo que cortar esta raíz, porque está muy larga y, si no, la mata no crece», dice el Tigre con su cara de saberlo todo sobre el campo. Es uno de los firmantes de paz del Bloque Sur que ha acompañado este proceso de la zona de biodiversidad. Junto a casi una decena de sus compañeros, le ha apostado a este acompañamiento en un acto de reparación a las víctimas. De las filas de las FARC-EP, que tanto azotaron al municipio, salieron quienes ahora siembran junto a ellas árboles y nuevas posibilidades.
«Yo vine por primera vez en 2019, porque una compañera no podía venir. Vine, pero no me imaginaba lo que era», cuenta la Cacica (o Nidia Arcila), la única mujer firmante que acompaña este proceso. Llegó desde Neiva, como otras veces lo hizo acompañada por su compañero sentimental, también reincorporado, que fue asesinado el 4 de julio de 2022. Ella no deja de sentir miedo, pese a ser la Cacica: «Yo volví hoy, pero puede que no vuelva», dice con la voz entrecortada, exigiendo garantías al Estado y pidiéndoles a los colombianos que le permitan no vivir estigmatizada, señalada.
Como la Cacica que es, llegó y participó de la olla comunitaria, llevó las achiras que hace para vender como parte de su proyecto productivo, sembró árboles y les habló a todos del compromiso de los firmantes de paz que genuinamente acompañan a las víctimas.
Conpazcol entregó al CNMH un informe de esclarecimiento sobre los hechos ocurridos en el conflicto armado en Palestina. Foto: Camila Galindo para el CNMH.
Luego de una celebración intereclesial que unió a la Iglesia luterana de Colombia y los saberes del líder de un resguardo indígena del pueblo nasa que llamó a la lectura de la Biblia y a la armonización de la jornada con rituales indígenas, Conpazcol entregó al Centro de Memoria Histórica el informe La verdad desde nuestras aves, los guácharos: memoria al vuelo en un territorio biodiverso. Ahí estuvo la Cacica, representante de los firmantes, para dar el espaldarazo a los Chimonja, esa familia que ha sabido perdonar y que los acoge como huéspedes.
«Esto ha sido parte de un sueño que ahora… me da mucho gusto saber que hay muchos procesos organizativos, que hay muchas víctimas, que hay instituciones, que hay un gobierno que por primera vez se hace presente en 40 años, y la convicción de que sí es posible hacer el cambio, y que el cambio además está en los territorios»: a Enrique Chimonja se le quiebra la voz al decir esto. Tiene razones. Ha metido en su casa a 65 personas venidas de diferentes partes del país, entre víctimas y firmantes de paz, líderes de la Iglesia cristiana y autoridades indígenas, para compartir cama y comida, para sembrar cedros y robles, para bailar juntos.
Al paso del acto protocolario de entrega del informe, de la siembra masiva, le sigue el canto. Cantan guabinas y boleros, el sanjuanero huilense, y comienza el baile. Al verlos, mientras el sancocho se cocina, es imposible imaginar los caminos recorridos por todos, sus dolores y culpas, y especialmente la forma en la que se conocieron y acabaron ahí, reunidos, a ritmo de guitarras y aplausos. Tiene razón Enrique: es posible hacer el cambio y hacerlo desde los territorios, esos que conoció el país porque coparon los titulares en las épocas más violentas. Ahora es tiempo de bailar, porque el dolor ha dado tregua y se ha cambiado el rumbo de la historia. Porque, como gritó Fanny, anfitriona excepcional: «¡Estamos vivos!».
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www.unguia-choco.gov.co/
28 Feb 2015
EL 27 DE FEBRERO DE 1990 FUERON ASESINADOS 6 MIEMBROS DE LA UNIÓN PATRIÓTICA EN EL MUNICIPIO DE UNGUÍA, CHOCÓ.
Para los habitantes de Unguía, también conocido como “La puerta del Darién” por ubicarse en el Urabá chocoano, ya era casi usual oír sobre las masacres que los hermanos Castaño (Fidel, Vicente y Carlos) estaban cometiendo contra miembros de la Unión Patriótica en la zona. Un mes antes, los mismos paramilitares habían desaparecido a ocho campesinos en el pueblo y un día antes la alcaldesa de Apartadó, Diana Estela Cardona, había sido asesinada. Además, muchos líderes de la UP habían sido víctimas de toda clase de atentados. El aire que respiraba la comunidad olía a miedo.
Para entonces, la Alcaldía del municipio era ocupada por el conservador Mario Ferley Medina, quien resultó electo en el marco de una coalición entre la Unión Patriótica y el Partido Conservador. Aunque el balance de su candidatura fue bueno, la UP, liderada en la región por Mauricio Ramírez González, decidió presentar a las próximas elecciones una candidatura propia del partido y postuló a Arnoldo López Cano para el periodo 1990 – 1992.
“(…) antes del 88 no había elección popular de alcaldes. Los alcaldes eran nombrados desde las gobernaciones y las gobernaciones eran nombradas por el presidente, por lo que las relaciones de clientela generaban un poder político local particular. En el momento en que se va por la descentralización y por la elección popular de alcaldes, se presentó un problema porque empezó a haber una competencia por los votos. Ya el resultado no dependía de qué tan lubricada estaba la clientela interna del partido. Y si a eso se le suma que en ese momento entró la UP, los intereses político electorales se dispararon de tal manera que sucedió a escala nacional una ola de violencia en la que se incluyó el genocidio contra la UP”, cuenta Vladimir Melo, miembro del equipo de investigación del proyecto sobre el genocidio de la UP que adelanta el CNMH en convenio con la Corporación Reiniciar.
Para los miembros de la UP de Unguía las cosas no serían diferentes. El 27 de febrero de 1990, a pocos días de las próximas elecciones, Mauricio Ramírez se encontraba reunido con otros 5 miembros del partido en el parque principal del municipio. Sin previo aviso, un grupo de paramilitares irrumpió en el lugar y, bajo las órdenes de Fidel Castaño, los asesinaron con armas de largo alcance. El hecho ocurrió a pocos metros de la estación de policía, pero ninguno de los perpetradores fue perseguido o capturado.
A pesar de lo ocurrido, la Unión Patriótica participó en las elecciones y perdió por pocos votos ante la candidata del Partido Liberal, Luz Londoño. La mayoría de los electores que estaban a favor de la UP no salieron a votar por temor a represalias.
“Todas las masacres del 88 contra la Unión Patriótica, incluida la de Unguía, están totalmente relacionadas con la dinámica electoral. Con esta masacre lo que se evita es que la UP consiga la alcaldía”, afirma Vladimir.
Pero los hechos violentos en la región estaban lejos de terminar allí. El Tapón del Darién se convirtió en territorio de disputa entre guerrillas y paramilitares, y su presencia desembocó en otras masacres en Unguía y Riosucio. Debido a ello, la zona empezó a ser afectada por una crisis humanitaria de graves proporciones (desplazamientos, masacres, homicidios…).
Según datos que ha logrado reunir el proyecto sobre la UP que adelanta el CNMH en convenio con la Corporación Reiniciar, se cometieron 19 masacres en el Urabá entre los años 1987 y 1997.
Los habitantes del Urabá han tenido que aprender a sobrevivir en medio de un conflicto que ha insistido en instalarse en sus vidas cotidianas.
El aire que antes olía a miedo, sabe hoy a cotidianidad y desasosiego.
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07 Mar 2018
Uno de los hechos más graves para la historia del conflicto en Colombia es el exterminio que sufrió el partido Unión Patriótica según la Corte Interamericana de Derechos Humanos. Entre 1985 y 1993 fueron asesinados 1.163 integrantes y desaparecidos otros 123, la mayoría eran hombres. El Centro Nacional de Memoria Histórica está preparando un informe nacional sobre este episodio.
Por esta razón, las mujeres, que siempre estuvieron en la base del partido, tanto como militantes, como en cargos de gran representatividad, comenzaron a adquirir la responsabilidad de continuar el legado de la UP en medio de la guerra. Y ahora que es posible terminar el conflicto armado estas mujeres tienen mucho que contar.
Por eso, el martes 8 de marzo, día internacional de la mujer, el Centro Nacional de Memoria Histórica (CNMH), Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID), la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) y la Escuela de Estudios de Género de la Universidad Nacional de Colombia, invitan al lanzamiento del libro Mujeres en Resistencia de Vilma Penagos, el cual se llevará a cabo en el salón Oval del edificio de postgrados de Ciencias Humanas de la Universidad Nacional, en Bogotá.
Este libro relata la historia de vida de 10 mujeres líderes de la UP que desempeñaron un papel muy importante en el proyecto político del partido, en sus manifestaciones de resistencia; y que en la actualidad continúan con su lucha política. Ellas son Ana Carlina Bohorquez, Ana Elsa Rojas, Anita Castellanos, Esneida López, María Ruth Sanabria, María Helena Aguirre, Orceny Montañez Muñoz, Patricia Ariza Flórez y María Josefa Serna.
La cita será a las 6:00 p.m. con ellas, protagonistas de este proyecto, y la autora del libro. La presentación contará con las intervenciones de Vilma Penagos, su autora; Nancy Prada del enfoque de género del CNMH; Rommel Rojas de OIM y Maria Josefa Serna, lideresa de la UP y participante del proceso de memoria histórica. Al final de la jornada se entregará el libro entre los asistentes.
Centro Nacional de Memoria Histórica
Sede principal
Dirección: Carrera 7 No 32-42 Pisos 30 y 31